Esta mañana tendríamos que estar en
Huatulco, pero estamos aquí, después de vivir una madrugada de catástrofe
aeroportuaria. Al momento en que
llegamos al aeropuerto de Tijuana, exactamente a la medianoche, nuestro vuelo directo
a Huatulco se mantenía en calidad de retrasado en una pantalla infestada por
letreros rojos de cancelación. Avanzamos como pudimos entre montones de
personas durmiendo en el suelo y filas varadas.
Carol suele checar la página Flight Radar
24 que a menudo se anticipa a las cancelaciones. Ahí el vuelo a Huatulco ya
aparecía como cancelado, pero para Volaris era simplemente una demora o al
menos eso te decían las pantallas del aeropuerto.
Cuando ya estábamos por registrar la maleta
sucedió lo obvio e inevitable: nuestro vuelo a Huatulco fue oficialmente cancelado. Quesque la niebla,
dicen. Entonces comenzó el infierno.
Lograr llegar al mostrador entre hordas de pasajeros enfurecidos fue algo más
que una hazaña. La mayoría de las personas estaba viviendo su segunda madrugada
de pesadilla cumpliendo 48 días varados. Gente ya sin dinero para un hotel, alimentados
con galletas de maquinita, tratando de calmar a niños que no dejaban de llorar.
La gente ya estaba a la desesperada, como prófugos de guerra, pidiendo a gritos
que los llevaran a cualquier lugar del centro de la República, Puebla, Oaxaca,
Toluca, lo que fuera y a la hora que
fuera. La cuestión era ya salir de Tijuana a como diera lugar. En medio del
caos, aguardando el momento de ser atendido, yo leía Crónica de un viaje de
seis semanas de Mary Shelley, donde narra, entre otras cosas, las penurias y malquerencias que enfrentaba un
viajero al trasladarse de un lado a otro
en la Europa de 1814. No sé qué pensarían Mary y Percy del aeropuerto
tijuanense y las penurias que enfrentamos miles de fallidos viajeros en 2023.
Las
empleadas de mostrador de Volaris son el equivalente a una roca de acantilado
curtida en resistir olas marinas cada minuto. La ola golpea con furia pero la
roca ni se inmuta. Podría irrumpir el Apocalipsis con los cuatro jinetes
cabalgando por la pista entre una tempestad de langostas y las empleadas de
Volaris seguirían con su misma cara de tedio y fuchi, evadiendo tu mirada,
fingiendo concentrarse en una críptica pantalla que no les arroja respuesta
alguna.
Al final, nos colocaron en un vuelo que
sale mañana miércoles a las 2:37 de la madrugada, pero con escala en México
(nuestro vuelo original era directo). Regresamos a casa a las cinco de la mañana,
pero cientos de personas tuvieron que quedarse a dormir en el aeropuerto.
Por lo pronto ya perdimos la primera noche
de hotel. Ya no sabemos si cancelar todo a la chingada o hacer de tripas
corazón y retornar esta madrugada a pelear contra lo imposible. En Flight Radar
nuestro vuelo ya aparece como cancelado cuando aún faltan más de trece horas,
pero Volaris no lo admitirá hasta una hora antes.
Se supone que vivimos en una era donde todo
evoluciona y la vida se facilita, pero hoy en día volar se ha vuelto cada vez
más pesadillesco. Creo que estamos viviendo una de las peores épocas de la aviación
comercial mexicana. Llevo décadas siendo un viajero frecuente y nunca como
ahora había encadenado tantas experiencias negativas en aeropuertos nacionales.
No me creo la perorata de la niebla. La realidad es que tienen una catástrofe y
no saben cómo carajos solucionarla. Si la niebla fuera capaz de trastornar un
aeropuerto entonces nunca saldrían vuelos de Londres. La realidad es que hay aeropuertos
como el de Tijuana o el de CDMX que simplemente ya no pueden más.
Carajo, somos la frontera más cruzada del
mundo, el municipio más poblado de México y seguimos teniendo un aeropuerto que
con todo y su cruce internacional, ofrece el nivel de servicios de una central camionera de pueblo.
La
era del monopolio Volaris, casi omnipotente en Tijuana, es la más jodida de la
historia de la aviación. Hubo un tiempo en que podías optar por Mexicana de
Aviación, Interjet, Aviacsa, pero hoy estás en manos de una jodida compañía abiertamente
corrupta y mentirosa, con miserables estándares de atención al cliente. Me
dirás, bueno, pues existe Aeroméxico, pero resulta que su oferta y su
frecuencia es limitada y llena de escalas (por ejemplo, no existe en Aeroméxico
un vuelo Tijuana-Cancún).
Viajar por carretera es cada vez más
peligroso en este país. Ya sobrevivimos a una volcadura en la Transpeninsular y
todos los días se escuchan historias de horror de asaltos y secuestros en
carretera. Volvimos a la era de los salteadores de caminos y los bandidos de
Río Frío. ¿Ahora entienden las razones por las que le bajé a la vagancia
libresca? En fin, uno quiere viajar al
sur de su país, pero Tijuana es como Luvina de Rulfo. Imposible salir de aquí.
Epílogo- Fin de la historia. El vuelo de la
madrugada se canceló oficialmente. Volaris ya lo admitió. No todo ha sido malo.
De lo perdido lo encontrado: nos han dado un voucher abierto del 125% válido en
los siguientes 180 días para viajar a cualquier destino. Aunque hablar con una
voz humana fue un vía crucis, la empleada que nos atendió, de nombre Pauilna, fue atenta y empática. Primera vez en
nuestra vida que tenemos que cancelar por completo unas vacaciones. Ni modo Huatulco, tendrás que
prescindir de nuestra vista.
En fin, parafraseando al Rayo McQueen: ¡California…ahí
te voy!!!