Y dale con los mini fragmentos del Racimo de Horcas
Los pensamientos previos a un suicidio, al igual que el sueño de la razón, producen monstruos e inolvidables monólogos. Las voces de mis doce ipanemas suicidas hablan en segunda persona, como me hablo yo. Cuando hablo conmigo me hablo de tú. Mi monólogo interno es invariablemente en segunda persona. El último día de mi vida, Belén Arzaluz estará dando instrucciones precisas y guiando mi mano para escribir la nota final, la definitiva, y después se asegurará de que no haya dudas ni titubeos interponiéndose en el camino y garantizará que nada falle. No habrá, por desgracia o por fortuna, un todo poderoso narrador omnisciente usurpando mis pensamientos en los últimos segundos de mi vida: ¿por qué no apagar la vela cuando no hay nada que mirar y todo produce repugnancia?
Genaro perforó cada superficie perforable de su cuerpo e hizo de su piel una hoja de pruebas para aprendices de tatuador. En la primera mitad de los noventa el tatuaje seguía inmerso en un halo de clandestinidad presidiaria y aun no estaban de moda los estudios profesionales que acabarían por seducir aristócratas con complejo de rebeldes. Genaro empezó a tatuarse y a perforarse sirviendo como conejillo de indias en casas de amigos que improvisaban con máquinas hechizas. Sus primeros tatuajes delataban el mal pulso y la inexperiencia de los tatuadores, mientras que sus orejas agujeradas rebosantes de pus entre los hoyos infectados por el óxido de los aretes y los seguros, evidenciaban las nulas medidas de higiene. Genaro improvisaba como bajista y cantante en bandas de crust punk y grind core, donde lanzaba monstruosos alaridos en medio de una torturante cacofonía. Su proyecto más constante se llamó Vomit From Heaven, un émulo ensenadense de los británicos Extreme Noise Terror en donde componía letras sobre holocaustos nucleares, cucarachos radioactivos y niños deformes que comían carroña sobre un planeta devastado. Pablo en cambio se dedicaba a pintar figuras imposibles y rostros de hadas y gnomos atormentados, mientras bebía te de mariguana y se enamoraba de hombres que le escupían y le gritaban puto de mierda. Pablo se confesó homosexual en una época donde lo gay aun no alcanzaba su estatus políticamente correcto ni se había convertido en moda. Había tolerancia en ciertos ambientes, pero aun faltaban 15 años para las sociedades de convivencia y los matrimonios entre personas del mismo sexo. A Pablo le tocó desarrollarse en escuelas donde patear y humillar al joto era la acción coherente y esperada por parte de todo muchacho bien nacido.
Con Genaro me divertía bebiendo cervezas a pico de caguama y acudiendo a tocadas en miserables cocheras inundadas por la peste a sudor e inhalantes. Su música, o el ruido que él llamaba su música, era una verdadera mierda, una tortura auditiva, pero me divertía verlo y escucharlo. A Genaro le hacía gracia saber que yo había marcado en forma tan puntual mi fecha de caducidad, aunque él estaba seguro que yo no llegaría a cumplir los 29 años, pues antes la raza humana entera habría sido exterminada en medio de un genocidio imperialista o como consecuencia de una epidemia fatal producida por la radioactividad. El evangelio grindcorero de Vomit From System así lo estipulaba.