Eterno Retorno

Tuesday, October 24, 2006

ADIOS RAYITO MACOY

Esta muerte sí que me duele en serio. No solo es la muerte del gran escritor, sino la muerte del gran Maestro, del único Maestro que he tenido en estas andanzas de las letras.

Me permito recuperar la nota de Reforma.

Muere el escritor Rafael Ramírez Heredia

Tras varios meses de padecer cáncer, Rafael Ramírez Heredia falleció a las 16:30 horas de este martes en su domicilio, al lado de su familia.Sus restos serán velados en la funeraria Gayosso de la Avenida Félix Cuevas.Ramírez Heredia nació en Tampico, Tamaulipas, en 1942; hijo de un veracruzano abogado sindicalista y de madre yucateca. Residió en las inmediaciones del Pánuco en su niñez y temprana juventud, para después mudarse a la Ciudad de México.Desde su mudanza y hasta el término de su vida, el escritor se calificaría como nostálgico, ya que constantemente volvía a su tierra, a pesar de sus constantes viajes por todo el interior del País, por Sudamérica y por Europa.Ya en la Ciudad de México, estudió en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) la carrera de Contador Público, instituto en el cual fue profesor por más de 40 años .Se graduó en 1963, y para 1964 publicó su primera colección de cuentos, titulada El Enemigo. De contador de cuentas me pasé a ser contador de cuentos, afirmaba el autor en su autobiografía web (www.rafaelramirezheredia.com.mx).Más adelante, no limita su escritura a la ficción y comienza su labor como periodista en el año de 1967. Incursionó, además, en la radio y la televisión con participaciones, y conducción, en programas culturales. Como amante de la tauromaquia, Ramírez Heredia recopiló sus narraciones de todos en un libro llamado Tauromagias. Sin embargo, no se limitó a ser espectador y durante su vida toreó más de 100 animales, entre vaquillas, novillos, y en un par de veces a toros de mayor catadura.

Obras y premios

El autor publicó más de 40 títulos de distintos géneros, libros que le valieron premios como el Premio Nacional de Novela (1978), el Premio Internacional Juan Rulfo (1984, Francia), el Premio del Círculo de Críticos de Arte de la República de Chile al mejor libro extranjero del año (2004) por su novela La Mara, y por la misma obra el Premio Dashiel Hammett (2005), entre muchos otros.



A manera de homenaje, me permito recuperar este texto que alguna vez escribí sobre él.


Mi maestro el Rayito Macoy

Por Daniel Salinas Basave

Para empezar sin mayores preámbulos, diré que en materia de talleres literarios, el único hombre que ha sido y reconoceré por siempre como mi maestro se llama Rafael Ramírez Heredia. Fue el escritor tampiqueño quien me enseñó a querer y practicar el oficio del tallereo y la única persona en este mundo que me ha logrado mostrar cómo abrir nuevos ojos a la hora de leer un texto. Ayer narré mi primera experiencia en un taller literario y mi fugaz vuelo sobre los hediondos pantanos de la cultura. Pues bien, el del Rayo Macoy fue el primero y único taller literario serio y productivo que tomé en mi vida. Empecé por ahí de enero de 1997 y acudí a mí última sesión en abril de 1999, unos días antes de irme para siempre de Monterrey para venir a radicar a este tijuenero universo. Lo único que puedo decir, es que en ese taller aprendí y mucho. Luego entonces, consideraré por siempre a Ramírez Heredia como mi maestro. Era el helado invierno de 1997. Yo acababa de volver a Monterrey luego de más de medio año de trotar por Europa y América del Norte. Con mi flamante cédula profesional de abogado recién obtenida, buscaba un trabajo a la altura de mis altas pretensiones económicas, que se limitaban a ganar un poquito más que la miseria percibida en la librería en la que trabajé cuando era estudiante. Por aquellos meses, mi madre acudía a un taller de pintura en la Casa de la Cultura de Nuevo León. Una ocasión que la acompañé, me enteré que acababa de formarse un grupo literario que se reunía dos veces al mes y que era coordinado por el escritor tampiqueño Rafael Ramírez Heredia, de quien yo había leído únicamente los cuentos del Rayo Macoy. Un viernes y un sábado al mes. Sesiones intensas, de cinco a seis horas cada día.Total que una tarde de enero me presenté. Nunca antes había visto un grupo literario tan híbrido. Además de los típicos jovenzuelos de Filosofía y Letras propios de todo taller literario, al lugar acudían señores ya rucones, doñitas y para no hacer el cuento más largo, gente de todas las edades y estratos sociales imaginables. Algunos iban únicamente a escuchar y otros tantos nos apuntábamos a leer. Había café a raudales, eso sí. El edifico de la Casa de la Cultura tiene su magia. Durante el Siglo XIX y principios del XX fue la estación del ferrocarril en Monterrey.Nosotros sesionábamos en el tercer nivel, en un gran salón con piso de madera. El método de Ramírez Heredia era sencillo. Una persona leía su cuento y después en círculo cada uno hacía sus comentarios o guardaba silencio si prefería. Una de las reglas más estrictas de Ramírez Heredia, es que a la hora de las críticas, el autor del texto se callaba el hocico y no podía defender su texto, aunque lo estuvieran despedazando. Al final, Ramírez Heredia emitía su comentario siempre preciso. Y sí, alguien podrá echarme en cara que he repetido hasta la saciedad que no me gusta la lectura en voz alta. Efectivamente, no me gusta la lectura como espectáculo de lucimiento. Pero sí esa infinita paciencia para escuchar una lectura en medio de un ejercicio tallereo serio y duro.

Enseñanzas de mi maestro.


I- Ramírez Heredia me enseñó a escuchar. Él era un gran escucha. Podían estar leyendo un cuento pésimo, aburrido, mal hecho y él escuchaba, atento, paciente. No se le iba una. Todos los cuentos merecían ser escuchados. Eso sí, a la hora de criticar te rompía la madre bien y bonito, con fundamentos, basado únicamente en la estructura narrativa. No tenía piedad.

II- Ramírez Heredia me enseño a dejar ser libres a las palabras escritas. Lo escrito, escrito está y ya no te pertenece. Tiene vida propia y no puedes andar por el mundo defendiéndolo. Por eso él no te dejaba abrir la boca cuando criticaban tu texto. Aunque lo estuvieran desgarrando sin fundamentos y sin haberlo entendido, tú no tenías derecho a hablar, pues cada quien puede entender un texto de mil formas y no es tu papel explicarle a cada lector lo que le quieres decir. Eso me ha servido mucho en mi vida profesional. No puedes arrepentirte ni corregir lo publicado.

III- Ramírez Heredia me enseñó a criticar textos, no personas. A menudo en los círculos literarios, el concepto amigo- enemigo es el que determina tu buena o mala crítica de un texto. Si eres mi amigo o aliado cultural, pues tu texto rifa. Si eres mi rival, el texto es una mierda. Él me hizo ver que tu crítica siempre debe ser honesta. Si tu mejor amigo escribió una bazofia, tienes que ser duro y decir lo que piensas. Su un culturoso que te caga la madre escribe chingonamente bien, trágate tu orgullo y reconócelo.


IV- Ramírez Heredia me enseñó las infinitas posibilidades de una narración. Un personaje es un pozo muy profundo y de ti depende hasta donde quieres abrevar de él. Un texto tiene muchas caras y el autor no puede nunca aspirar a ser el monarca absoluto de sus letras.

Por lo demás, no puedo más que reiterar la enorme gratitud para mi maestro. Mi Rayo Macoy, si por mera casualidad te topas con esta cuna de porquería, te mando desde aquí un fuerte abrazo y todo mi agradecimiento.

Leer a Ramírez Heredia

Decir que leer a Rafael Ramírez Heredia es un deleite, ya no sería una novedad. La verdad es que han sido muchas las novelas que he leído de este escritor tampiqueño y todas ellas me han dejado un delicioso sabor de boca.
Más de 40 años de hacer sangrar la pluma, han hecho de este tampiqueño un narrador que no sólo brilla con luz propia, sino que ha creado escuela y vaya escuela.Pero quedarse en la definición facilona y simple de novela negra sería un insulto para una obra tan ambiciosa y de largo alcance.Para leer a Ramírez Heredia, antes que nada, hay que preparar los sentidos y tenerlos a punto, abiertos y receptivos para esa carnaval de de olores, sonidos e imágenes que trae consigo cada página.La pluma de Ramírez Heredia es musical. Imagínela usted como si la pluma fuera un bailarín experto, de esos que llevan el ritmo en cada arteria. Una vez que le agarramos el paso, la danza será una delicia y costará mucho trabajo abandonar la pista. Así son las páginas de Don Rafael. Rítmicas y sabrosas hasta decir basta. No hay prisa alguna por terminar o avanzar, pues cada página se disfruta en si misma. Aunque los escenarios no cambian, la estructura prosística es carnavalesca.

Monday, October 23, 2006

Maiden

Fui a ver a Iron Maiden a Irvine California. Acompañado por mis amigos JC Ortiz, Neto Álvarez y otro compa, agarramos camino desde el medio día para esta presentes en uno de los poquísimos conciertos que la Doncella de Hierro ofreció en América este año. En este momento ya deben andar por Japón.

Siendo un devoto fiel de la Doncella a la que considero por mucho la mejor banda del Universo, me cuesta trabajo emitir una crítica, pero pa que es más que la pura verdad, estoy muy encabronado.

Mi espíritu maidenmaniático capaz de perdonarle cualquier cosa a la Bestia Sagrada haría la siguiente reseña:

Con un Sold Out absoluto desde hace varias semanas, Iron Maiden demostró que los dioses no ocupan publicidad de los mortales. Con todo y el veto de Sharon Osbourne and co. y con nula promoción en las disque estaciones roqueras de California, dedicadas a promover grupillos alternativos de mierda estilo los que tocan en coachella, Maiden metió más de 25 mil personas al auditorio de Irvine. Gente de todas las edades y de los más diversos puntos de la región California-Baja California se dio cita ahí. Las Samuel Adams tipo Oktoberfest que bebimos antes del concierto estuvieron deliciosas, el clima fresquito estaba ideal y la banda abridora, 3 Inches of Blood, descargó un Heavy-Power furioso y original, con dos vocalistas a lo Rob Halford.

Maiden como siempre sonó impecable. Cada vez me siento más compenetrado con su nuevo disco, A Matter of Life and Death. Un prendón total. No todos los días tiene uno chance de oír en vivo a la mejor banda del Universo después de todo. Es la quinta vez que veo a Iron Maiden en mi vida y los iré a ver siempre que se paren a tocar en los alrededores.

Pero mi espíritu crítico me dice que ni por tratarse de Iron Maiden debo dejar de escupirles en la cara el sentimiento que me quedó tras su concierto.

Maiden, como compas, te pasaste de reata. Está bien que te hayas enamorado de tu nuevo disco, pero no es para tanto. Sí, ok, A Matter of Life and Death es un buen álbum, tal vez el mejor de la era moderna de la Doncella, pero tanto así como para tocarlo entero, carajo, pues ni que fuera el Number of the Beast o el Powerslave. Ya una vez tuve el deleite de escuchar en vivo a Slayer descargando íntegro y en orden el Reign in Blood al final de un concierto, pero justo es decir que ese magnum opus del thrash metal dura 29 minutos. A Matter of Life and Death dura casi hora y media. Iron Maiden lo tocó íntegro y en orden, Las diez rolas del nuevo disco, una por una. Sobres, es un discazo, ni duda cabe, ¿pero tocar las diez rolas? Y uno esperanzado piensa, bueno, será un concierto largo y dedicarán el mismo tiempo a los clásicos, pero No. La Doncella fue avara como regio o escocés. Sólo cinco clásicos para cerrar: Fear of the Dark, Iron Maiden, The Evil That Man Do, 2 Minutes to Midnight y Hallowed be the Name y buenas noches compadre. Ahí para la otra.
¿A poco fue todo? Sí, fue todo. Maiden, te pasaste de lanza. Te necesito querer un chingo para no mentarte la madre como te mereces por lo que has hecho. Tienes catorce discos de estudio, más de cien rolas hímnicas y te concentras únicamente en tu nuevo disquito que por lo que se puede ver te gustó mucho. Me quedaste a deber The Trooper, Fly of Icarus, Run to the Hills, The Number of The Beast, Wrathchild, Killers y ya mejor ni le sigo, porque me voy a encabronar. Nomás por ser Maiden te perdono.



Halloween

Me gusta la parafernalia Halloween. Espantapájaros, calabazas, brujas y fantasmas adornan las casas de la colonia. Este octubre los vecinos se han contagiado en serio por el espíritu del Día de las Brujas y no han escatimado en adornos para sus casas.

Me da risa escuchar a esos ridículos nacionalistas que nos exhortan a no dejarnos colonizar por las celebraciones extranjeras y nos proponen resistir la penetración de ese tipo de festividades foráneas en nuestra cultura.

No importa si las tradiciones son mexicanas o extranjeras, sino que tan incrustadas estén en tu existencia y en ese sentido, yo, al igual que millones de niños norteños, crecí con Halloween y no con Día de Muertos. Entiendo que una tradición es aquello que forma parte de tu vida cotidiana desde tu infancia. Si a esas vamos, yo nací y crecí con el Halloween. No hubo un 31 de octubre en que no usara un disfraz y algunos he de decirlo, eran realmente buenos. En Monterrey la fiesta se vive con la misma intensidad que en Tijuana y los niños regios llenamos muchas veces de dulces nuestras calabazas. El Halloween no llegó de de fuera a colonizarme ni a cambiar mis valores. Cuando yo nací el Halloween estaba más que arraigado en la cultura regia. Luego entonces, siendo un niño regio, el Halloween era mi tradición y mi cultura. Lo que sí llegó del exterior o más concretamente de un lejano Sur impuesto por autoridades educativas varios años más tarde, fue el Día de los Muertos.

La SEP en afán de impedir que los niños norteños fuéramos influidos por celebraciones extranjerizantes, promovió hasta la saciedad la celebración del Día de Muertos, algo hasta entonces desconocido para los regios. Para nosotros, esas calaveritas de azúcar y esos altares eran cosas de chilangos, pero a gritos y sombrerazos la SEP logró imponerlo. Me gusta el Día de Muertos tanto como Halloween y profeso un enorme respeto por la ancestral tradición del 2 de noviembre. Pero mi tradición de infancia era el Halloween. Nací Norteño y no chilango por fortuna. En Tijuana por lo que veo es igual. En cualquier caso, ser colonizado por la cultura del país donde vivo y adoptar una celebración sureña, me permite celebrar dos veces. Ya saben, yo me llevo de cachete y nalgada con la Muerte y un mezcalito a su salud siempre cae bien.

Con la Navidad sucedía algo similar en la primaria. Nuestra Navidad era de pinito y Santaclós, no había más. Pero cada diciembre la SEP convocaba a concursos sobre dibujos navideños en donde nos obligaba a representar una fiesta que no conocíamos. Y es que la Secretaría de Educación Pública prohibía que en los dibujos incluyéramos pinitos, santacloses, duendes, trineos y monos de nieve, por ser elementos extranjerizantes que atentan contra nuestros valores y cultura. Tampoco nos permitían incluir al Niño Dios, a San José o a la Virgen, pues el laicismo jacobino impuesto por el nacionalismo revolucionario impedía que hubiera cualquier tipo de representación religiosa. Agotados estos elementos por el eterno miedo priista a Dios y a los Estados Unidos, debíamos dibujar una Navidad mexicana y no nos quedaba más que incluir piñatas coloridas de estrella y niños con zarape bebiendo ponche, algo que para un niño regio era tan lejano y desconocido como pintar la Navidad en África.