Eterno Retorno

Tuesday, January 26, 2021

El hombre dijo llamarse Aputsiaq

 


Tan improbable como la irrupción de la bestia en medio del océano, fue la llegada a la playa de un hombrecillo enjuto envuelto en una piel de un oso de polar. Un ser de edad indefinida, con el rostro surcado por las huellas de la intemperie en infinitas tormentas de nieve. Antes de cruzar palabra me dio de beber de un cuenco forrado en piel. Era un licor caliente, pastoso, con elevado contenido alcohólico. La sensación de calor en las entrañas fue inmediata. También el mareo de la embriaguez. Pese a mi largo kilometraje en licores rudos, aquel trago zarandeó mis neuronas. Aunque el recién llegado lucía como un típico inuit,  con sus ojos rasgados y la barba rala, lo primero que me sorprendió fue escucharlo dirigirse a mí  en perfecto danés. Me preguntó cuánta gente viajaba conmigo en el umiak y si creía que pudiera haber otro sobreviviente. De lo poco o mucho que le dije, lo que pareció impresionarlo más fue el relato de mi encuentro con el extraño pez pétreo. Me miró con una expresión de pasmo, diría hasta de reverencia y me pidió más detalles, pero creo que para entonces yo estaba demasiado cansado o acaso ebrio para poder hablar con coherencia.

El hombre dijo llamarse Aputsiaq y se presentó como pescador y curandero. Me hizo acompañarlo por una escarpada pendiente hasta una grieta entre dos descomunales rocas. Al interior estaba su hogar, cubierto de olorosas pieles de oso y lobo que fungían como alfombra. Entre pedazos de animales que yacían desparramados al interior de la cueva y piezas de joyería antigua,  descubrí el pétreo dorso partido de un pez como el que me había rescatado en el helado mar.

Mi anfitrión me dio a comer la carne de aquel animal, me hizo beber un espeso aceite de sus entrañas, envolvió mi cuerpo en una piel de oso y yo perdí el conocimiento, sumergido en un sueño alucinante y afiebrado. Ignoro cuánto tiempo dormí. Desde entonces a la fecha mi percepción del paso del tiempo se ha alterado.

Desperté en una luminosa mañana sin poder precisar cuánto tiempo había dormido. No alargaré mi relato tanto como se alargó mi estancia. Los días o meses subsecuentes no fueron muy distintos a aquella mañana en que Aputsiaq me llevó a recorrer la isla y a pescar a bordo de su umiak. Su herramienta de pesca era un rústico hueso de cetáceo afilado como arpón que manejaba con maestría a la hora de cazar las focas que constituían la base de su alimentación.

Monday, January 25, 2021

un tiburón dormido y un esquimal borracho

 

Me llamo Søren Dalsgaard y soy proveedor de amortalidad. No de inmortalidad o vida eterna; tampoco de edenes o nirvanas: lo mío es sólo una densa e incierta prolongación de la vida.  Algunos aduladores me han llamado el asesino de la Muerte, el vencedor de la Parca. ¡Vaya grandilocuencia! Ante los ojos de quienes se han ocupado de mí, soy el vampírico Gilgamesh del mundo futuro, un Dorian Gray encarnado. Me da igual: yo mismo no sabría cómo definir este lastre.

Acaso al final mi única herencia sea una modesta y aburrida autobiografía, carente de suspenso y autoelogio, en donde narre los pormenores de este desafortunado accidente. En mi camino de vida no hubo un tentador Mefistófeles o una fuente de la eterna juventud;  tan solo un tiburón dormido y un esquimal borracho. Con eso me ha bastado para sumar más de tres siglos de vida terrena


Sunday, January 24, 2021

El ayunte de Nat con Andreas

 

Prometí comentar mis lecturas apenas llegara a la última página y aquí vamos con la segunda del año: Un amor, de la española Sara Mesa. Madrileña de nacimiento, sevillana por adopción (su acento de andaluza la delata), Sara es una escritora sui generis, en apariencia demasiado sobria, practicante de una  prosa austera, ajena a cualquier indicio de grandilocuencia o arrebato. Ni rastro de desbordes o  afanes poéticos en la serenidad de sus párrafos. Creo que es el tono ideal para el tipo de historia que narra. Le agradezco a  Sara haber hecho pedazos cualquier asomo de cliché o lugar común a la hora de escribir la historia de amor de su protagonista. Vaya, lo trillado hasta el empalague en los romances novelescos, son pasiones prohibidas, ardientes arrebatos eróticos, sublimes enamoramientos o chistoretas escenas corny  de comedia romántica, pero el amorío (o mejor dicho ayunte)  de Nat con Andreas podría ganar el título al más anodino e insustancial de la narrativa contemporánea y ahí radica su tremenda originalidad. Nat es una traductora treintañera que llega a vivir (o a refugiarse) a  un “pueblo chico infierno grande” llamado La Escapa en donde arrienda una casucha llena de desperfectos. Su compañero de vida es un perro huraño y aburrido llamado Sieso, carente de toda gracia. Su casero es cagante e invasivo, sus vecinos son mirones  chismosos y el villorrio me hace recordar el pueblo blanco de Serrat. Nat sufre con las goteras que infestan el techo de su casa y su casero se niega arreglar. Una tarde cualquiera  se presenta en su casa Andreas, quien le hace una propuesta muy simple: taparle todas las goteras a cambio de una cogida. La oferta es hecha de la manera más fría y distante imaginable, sin pizca de juego de seducción. Una vil transacción, un ordinario trueque: te arreglo el techo a cambio de que me “dejes entrar en ti unos minutos”. Me das, te doy.  Nat acepta. Andreas es algo así como la negación del amante prototípico: no es guapo, tierno, caballeroso, sentimental, romántico o pasional. Es hosco, distante, inexpresivo y cumple con estar apenas unos instantes dentro de ella. Es un ser de la estirpe del Mersault de Camus, callado y apático hasta la médula ¿es posible enamorarse de alguien así? Ahí radica lo atípico y anti convencional de esta novela. Acaso su centro neurálgico sea la imposibilidad de comunicarse y “traducir” sentimientos, lo infructuoso de huir y buscar un refugio, la necesidad de sentirse deseada. La atmósfera es tensa, oscura pero los demonios no acaban  de irrumpir en la superficie. A Sara Mesa la descubrí hace unos años con Cicatriz, una novela sobre un culto ladrón de tiendas que se obsesiona con una mujer a la que envía envueltas para regalo las cosas que roba, que van desde libros de ediciones carísimas a lencería fina y zapatos. Sin haberme aún volado la cabeza, puedo decir que ha valido la pena leer a Sara, pues siempre agradezco la rareza y el rompimiento de engranajes. Next in line: Declaración de canciones oscuras.