Friday, October 16, 2015
El vampirito siempre ha estado ahí: en la mesa de novedades de la librería, en la cartelera del cine o en el catálogo del Netflix, en los disfraces o los adornos de Halloween, en la ñoñería de Crespúsculo o en la caricatura de Hotel Transilvania. Omnipresente y eterno, el vampiro nunca se ha retirado de la escena. ¿Lo ves? Es el mismo chupasangre que te acompaña desde tu infancia. Claro, su rostro y su rol van cambiando: a veces es monstruoso, seductor, caricaturesco o ridículo quinceañero de baile preparatoriano, el yerno que toda suegra mormona desea. El vampirito y Frankenstein nacieron en la misma noche de un helado verano, a orillas del lago Leman en Ginebra, en la mansión de Villa Diodati.
No cabe duda: el 16 de junio es el día más largo y fructífero de la literatura universal. En 1816, 88 años antes del Bloomsday, Mary Shelley dio vida al monstruo hecho con pedacería humana en descomposición y el malogrado doctor Polidori engendró al príncipe hematófago. Ambos respondían al reto lanzado por Byron: ¿Quién será capaz de crear la más macabra historia bajo las sombras de ese verano crepuscular? Villa Diodati es una fuente inagotable. Hace más de una década leí una novela neo-gótica llamada Las piadosas del argentino Federico Andahazi donde desarrolla un elemento de ficción en la historia del mítico retiro de Byron, Percy Shelley, Polidori, Mary Wollstonecraft y Claire Clairmont en Ginebra. Ahora he dado con un inclasificable híbrido del colombiano William Ospina llamado El año del verano que nunca llegó. Vaya librazo rompemadres. Te sumerges en Byron y el matrimonio Shelley, pero también en Monk Lewis, el protoanarquismo de William Godwin, el romanticismo alemán.
Podemos verlo como el cénit de esa cara mórbida del romanticismo llamada narrativa gótica, pero la realidad es que la noche de Villa Diodati ramifica en toda la literatura contemporánea. Hasta Los papeles de Aspern de Henry James abreva de ella. Creo que si tengo que elegir el mejor libro que he leído en lo que va de 2015 la gran final será entre Limónov de Carrére y El año del verano que nunca llegó. Sin duda estaría reñida.
Wednesday, October 14, 2015
Cuando de historiografía mexicana hablamos, hay un antes y después de México a Través de los Siglos. Fue en los albores del porfiriato, en 1882, cuando los editores Santiago Ballescá Farró y José Ballescá Casals proyectaron la creación de una enciclopedia total que abordara la historia de México desde la más remota antigüedad hasta el triunfo de la República liberal en 1867. Un proyecto descomunal, ambicioso, algo nunca antes visto.
El encargado de coordinar el esfuerzo fue el general cuentista Vicente Riva Palacio, apoyado por autores como de Enrique Olavarría, Alfredo Chavero, Julio Zárate, José María Vigil y muchos más.
Siete años después estuvieron listos los cinco tomos del primer gran monumento historiográfico nacional. Cierto, existió en el Siglo XVIII el jesuita Clavijero (tengo en mi librero su Historia Antigua de México) y existieron en la república embrionaria las historias de conservador Lucas Alamán y el liberal José María Luis Mora, pero nunca se había tenido una enciclopedia que agotara aspectos políticos, militares, sociales, económicos, geográficos, apoyada con documentación, litografías, planos, mapas. Todo un portento editorial. Pues bien, gracias a la generosidad de Roque de Hoyos, hoy los cinco muy bien cuidados tomos de México a Través de los Siglos entran a formar parte de mi acervo bibliográfico. Hay regalos que son para siempre y este es uno de ellos. Mi agradecimiento total
Sunday, October 11, 2015
Libros hay que solo con la paternidad puedes dimensionar y sentir hasta el extremo. Quizá el máximo ejemplo sea La carretera de Cormac McCarthy. Lo leí cuando Iker tenía un año y marcó un umbral en mi camino como lector. Entonces caí en cuenta que ser papá transforma también tu manera de asimilar lecturas (bueno, transforma absolutamente todo para ser honesto). Con la llegada del otoño estoy a las puertas de otro libro de paternidad. Es posible que conozcas a Nathaniel Hawthorne por La letra escarlata, pero Veinte días con Julian y Conejito es una pieza rara en su obra, muy poco conocida hasta la fecha. Yo supe de su existencia por Paul Auster, pero nunca había tenido el libro en mis manos. Se trata de un simple diario doméstico en donde Nathaniel narra los días del verano de 1851 en que se quedó solo con su hijo Julian, de cinco años de edad, en una casa de campo en Massachusetts. Su esposa Sophia y sus hijas Una y Rose se van de viaje a Boston y el escritor se queda solo con su cincoañero. Algo sé yo de este tipo de convivencias. El pequeño Julian, -que por si fuera poco tiene rizos ingobernables- acribilla a papá con mil y un preguntas y corre dando saltitos. Creo que hasta antes de Hawthorne nunca un escritor se había retratado a sí mismo como papá en una dimensión tan sencilla, tan cotidiana y a la vez tan profunda. He empezado a leer el libro solo para reparar en que puede ser 1851 o 2015 y el compañero de juegos puede ser un iPad o un conejo pero la aventura de un cincoañero que se come el mundo es universal y eterna.