Existen minutos, - de inspiración o infortunio- capaces de condicionar, definir o marcar para siempre una vida. No importa si la vida en cuestión dura cincuenta, ochenta o cien años. Da lo mismo. Cada día o cada década de esa existencia serán esclavos del minuto fatal o el minuto de gloria, marcados a hierro ardiente por ese abrir y cerrar de ojos que torció, sepultó o encumbró un camino. Los creyentes en la omnipotencia de un destino irrenunciable trazado por dioses caprichosos, dirán que nada podemos hacer para escapar a ese minuto. Hay una voluntad superior que así lo ha definido y nosotros, pobres juguetes de la deidad, debemos resignarnos y someternos a sus designios. En cambio, los defensores de la aleatoriedad dirán que todo es posible en el caos y que si a caprichos vamos, ningún dios iguala a las leyes de la improbabilidad y sus azarosas combinaciones.
Por supuesto, los promotores de la cultura del esfuerzo y la superación, dirán que todo en la vida es consecuencia de lo que se hace o deja de hacer. La perseverancia, la tenacidad y la paciencia obtienen su recompensa tras años de esfuerzo, de la misma forma que la irresponsabilidad, la desidia y el vicio prolongado acaban por cobrar factura irreversible. Esos mantras suelen ser efectivos en manuales de superación personal. La realidad es que somos hijos del caos, no del orden, y casi todo lo que es trascendente o digno de recordarse, ocurre en instantes de lo más fugaces. De hecho todos nosotros somos producto del non plus ultra de lo improbable y aleatorio, como lo es el solitario espermatozoide entre millones que logró fecundar al óvulo materno. Dejemos los debates teológicos para después: la primera gran lotería de nuestra vida es nuestro origen.
Wednesday, April 03, 2013
Monday, April 01, 2013
INFIERNOS DEL FUTBOL BALCÁNICO Y MIS DEMONIOS LITERARIOS. Por Daniel Salinas Basave
La noche del Sábado de Gloria terminé de escribir una historia. Ahora mismo la estoy dejando reposar como un vino en decantador. Ya la leeré en uno o dos días con otros ojos. En este momento ni siquiera he decidido cómo titularla. Había pensado en llamarla Partisano, pero creo que se llamará Crevno, que significa rojo en serbio. Por ahora me siento inseguro e inconforme, pero hay momentos en que es preciso jalar las riendas de la bestia y poner el punto final. De acuerdo, un narrador debe ser amo y señor de sus historias, pero a veces la pluma es como un caballo debocado o como un tren sin frenos. Me hago el propósito de escribir historias cortas y al final aquello deriva en un desbarrancadero de párrafos. En un abrir y cerrar de ojos he rebasado las 18 mil palabras cuando yo deseaba limitarlo a 5 mil. Empecé a escribir esta historia a mano en una tarde mexicalense, ambicionando un relato que jugara a ser cuento. Ahora la amorfa criatura quiere ponerse la máscara de novela. Me duele aceptar que no soy quien manda.
La trama y los personajes de esta historia empezaron a darme vueltas en la cabeza desde hace algún tiempo. La revelación, o esa suerte de suerte de flashazo inexplicable que te orilla a construir un relato e inventar una vida, llegó, en este caso, con la contemplación de una fotografía. Un descomunal encapuchado serbio que más bien parecía un verdugo medieval, irrumpía entre una nube de humo rojo en la tribuna de un estadio italiano. Se jugaba el partido Italia contra Serbia dentro de la eliminatoria rumbo a la Eurocopa 2012. El juego fue suspendido a los seis minutos por la violencia extrema de los aficionados balcánicos. El encapuchado fue detenido por la policía italiana y algunos medios de comunicación ubicaron al sujeto como un veterano de los Tigres de Arkan. El tema llamó mi atención.
Entre la reconstrucción de mi anecdotario de aficionado y los hilos que fui jalando con palabras clave en internet, me fui sumergiendo en una historia real demasiado novelesca. La historia de un criminal yugoslavo de mediana monta, con contactos en el mundo del hampa y la policía secreta, que a finales de los ochenta acaudillaba a los aficionados radicales del club Estrella Roja de Belgrado. Una pandilla de borrachos violentos sin oficio ni beneficio, cuyo único aliciente en la vida era enfrentar a puñetazos a sus rivales de Partizán o Dynamo Zagreb y que por obra y gracia del mareo de un buen discurso patriotero y por la falta de horizontes en la vida, acabaron convertidos en la más mortífera tropa de exterminio durante la Guerra de los Balcanes. Este hamponcito, que se había movido hasta entonces entre el contrabando y los asaltos bancarios, se llamaba Zeljko Raznatovic, mejor conocido como Arkan. El tipo debe haber sido un seductor de primera y un buen negociante. Su pandilla de aficionados rudos acabó convertida en los Tigres de Arkan, responsables de las más crueles operaciones de limpieza étnica en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial
Cuando hablamos de futbol y crímenes de estado o futbol y tiranía, de inmediato pensamos en el mundial de Italia 1934, controlado por el puño del Duce Mussolini, o el mundial de Argentina 1978, cuando Videla y sus esbirros se dieron a la tarea de masacrar disidentes a unos metros del estadio donde la albiceleste se coronó campeona. Futbol y fascismo, futbol e intolerancia, futbol y militancia política son caldos inseparables. Esos ancestrales comportamientos gregarios de envolverse en banderas, cantar himnos, inmolarse en colores y odiar al adversario encuentran en el estadio su territorio natural. Poco se habla por estos rumbos del papel fundamental que jugó el futbol en la guerra balcánica. Con una dosis de exageración, hay quien marca el estallido del conflicto como consecuencia de un partido de futbol. En la primavera de 1990, cuando la liga yugoslava aun estaba conformada por equipos de las diversas regiones, se enfrentaron el croata Dynamo Zagreb y el serbio Estrella Roja. Los cantos y las banderas con provocaciones supremacistas y secesionistas que derivaron en una sangrienta batalla campal entre aficionados, fueron la chispa que hizo brotar un fuego incontenible, como arrojar gasolina en brasas nacionalistas ardientes. La imagen del jugador croata Boban pateando a un policía que reprimía a aficionados del Dynamo, se convirtió en símbolo de la insurrección en Croacia. Por supuesto, no se puede decir que la causa de la guerra fue solamente un partido de futbol, pero en un caldo de cultivo de odios étnicos arraigados, el combate entre Dynamo y Estrella acabó por precipitar la guerra civil.
Recuerdo muy bien la final de la Copa Europea en mayo de 1991, cuando Estrella Roja de Belgrado batió en penales a Marsella. Nadie en ese momento intuíamos que 17 días después de ese partido estallaría la guerra en Eslovenia y que muchos de los aficionados que esa noche festejaron eufóricos el triunfo de los serbios, acabarían convertidos en los verdugos de Arkan durante el conflicto.
Zeljko Raznatovic no solamente sembró el terror entre croatas, bosnios y albaneses, sino que logró enriquecerse con la guerra. A mediados de los 90, el criminal se transformó en personaje del jet set y las revistas del corazón, gracias a su matrimonio con la seductora cantante de turbo folk balcánico Ceca (Sveltana Raznatovic) En 1995 Arkan estaba casado con la cantante más popular de su país, era dueño de discotecas, gimnasios, agencias de seguridad privada y tiendas de ropa. También se había comprado su propio equipo profesional de futbol, el Obilic, que de ser un humilde cuadro barrial acabó como campeón yugoslavo en 1998 y representante de su país en la Copa Europea.
Arkan fue asesinado el 15 de enero del 2000 en el restaurante del Hotel Intercontinental en Belgrado. Ante el Tribunal de la Haya, Arkan es un criminal de guerra, un carnicero y un genocida. En cambio, para los serbios nacionalistas Arkan es un héroe y un patriota. Su viuda no solamente es la heredera de su fortuna, sino de su causa nacionalista radical. Ha sido detenida en un par de ocasiones y absuelta sin cargos. A la fecha sigue siendo una cantante popular. Una historia demasiado novelesca. No dudo que en Europa exista ya una novela o una no ficción novelada sobre estos personajes. Me encantaría ser yo quien escribiera esa biografía, pero me temo que no iré próximamente a los Balcanes.
Así las cosas, mis demonios narrativos me llevaron a inventar un personaje de ficción, Pedrag Jerkovic, un joven aficionado del Estrella Roja, embrutecido por el alcohol y las peleas cotidianas, cuya vida adquiere sentido el día que conoce a Arkan.
Sigo teniendo más dudas que certezas. Pese a que el tema de los Balcanes me apasiona y he leído algo de literatura serbocroata, creo que un balcánico se reiría de mis estereotipos. Por más que haya leído, no conozco de primera mano la psicología ni los usos y costumbres de un yugoslavo promedio como para convertirlo en mi personaje. Vaya, es como se de pronto un serbio que nunca ha venido a México se pusiera a escribir un libro sobre Hank Rhon y los Xoloitzcuintles basado únicamente en lo que ha leído. Tal vez he fallado terriblemente con este relato, pero necesitaba escribirlo. Y es que cuando una historia se me ha metido en la cabeza, no me queda más remedio que desparramarla en papel o de lo contrario los demonios literarios no me dejarían en paz. DSB