Sin cuenta cuentos
Al momento en que decide convertirse en caballero andante, Alonso
Quijano tiene 50 años. Su pachorra vida de hidalgo pueblerino da un giro
radical cuando se monta en Rocinante y sale a los caminos de La Mancha a
desfacer entuertos.
Cuando Walther White se asocia con Jesse Pinkman y cocina sus primeras
dosis de metanfetamina azul a bordo de una casa rodante en medio del desierto,
acaba de cumplir 50 años. Su estacionaria vida de profesor preparatoriano que
por las tardes trabaja en un autolavado, girará 180 grados de un día para otro
cuando se las tenga que ver con el Tuco Salamanca y la mafia de Nuevo México.
También Harry Haller, el Lobo Estepario, tiene 50 años cuando conoce a
Armanda, los mismos 50 que se le atribuyen a Fausto cuando conoce a
Mefistófeles, justamente en el primer día de primavera.
Si le hacemos caso al Quijote, a Breaking Bad y a El lobo estepario, la
conclusión es que cuando uno arriba a la cincuentena desemboca en una
encrucijada y surge el impulso vital, acaso el último de nuestra vida, de dar
un gran salto y emprender una acción radical.
Por lo que a mí respecta, no se me ocurrió nada mejor que irme al
desierto y atravesarlo a pie desde el Océano Pacífico hasta el Mar de Cortés.
Y créanme que valió la pena