Eterno Retorno

Saturday, November 21, 2020

Vaquero Noyola

 

La historia de lo que pudo haber sido dice que el primer día de esta primavera habría acompañado a Diego Osorno a presentar Vaquero del Mediodía en el Cine Tonalá de Tijuana, pero la entonces naciente cuarentena se encargó de torcer los planes. Fue de los primeros eventos que nos robó la pandemia y en verdad lo lamento. Vi el documental en marzo y ahora recién vuelvo verlo y sí, lo admito: me toca una fibra sensible. No solo por la aparición de personas y lugares que conozco y valoro, sino por encarnar la esencia de un naufragio cuya sombra, de una forma u otra, acecha o puede acechar a quienes han empeñado su vida en alguna forma de creación artística, una suerte de hoyo negro que los acaba devorando. Hay creadores que viven la literatura como un ataque epiléptico, un arrebato incontrolable ante el cual es inútil todo intento de resistencia. Samuel Noyola es uno de ellos. Renuentes a procesos o disciplinas escriturales, simplemente se inmolan en el altar de sacrificios de la poesía. Su obra completa yace escrita con pluma azul en hojas arrancadas de cuadernos escolares y su mejor poema es a menudo su propia vida errabunda. Arthur Rimbaud es sin duda el santo patrono de los creadores demenciales, Ícaros cuyas alas emergentes ardieron en llamas cuando su vuelo alucinante intentó llegar al Sol. Vaquero del Mediodía dialoga con Los detectives salvajes de Bolaño o con La habitación cerrada de Auster (Noyola y Fanshawe parecen hermanarse en su derrumbe). Ajenos a toda noción de carrera literaria, peleados a muerte con el mundo real y repelentes a toda forma de éxito o trascendencia, los iluminados de la servilleta se limitaron a transformar en garabato el dictado de sus caóticas musas (el repentino y brutalmente honesto quiebre de Carlos Martínez Rentería parece sintetizarlo todo). Vaquero del Mediodía es un homenaje a los proscritos de la literatura, los vocacionales perdedores que en su naufragio vivieron la poesía con la intensidad que las “vacas sagradas” jamás conocieron y prefirieron consumirse antes que dormir oxidados.

Del subrayado de libros como un género literario

 

Hay quien ve el subrayado de libros como una forma de maltrato. Yo creo que la peor forma de maltratar a un libro y faltarle al respeto es tenerlo años envuelto en el plástico original, adornando frígido un escritorio, arrumbado en virginal soledad en las profundidades del librero. Un libro es para vivirlo y desparramar sobre él las huellas de una lectura intensa. A Fabio Morábito, por ejemplo, le molesta mucho que los lectores subrayemos libros. En El idioma materno, Fabio receta un par de alegatos contra la “vanidosa compulsión” de los subrayarayadores como yo. Morábito habla de un amigo suyo que “subrayaba de manera compulsiva, como un sustituto de la escritura misma. Al subrayar tanto se defendía de los libros, que mantenía a raya con sus rayas”. Bajo el criterio de Morábito, “el subrayado desmiente el edificio y realza el ladrillo; salven esta frase de las garras del libro, liberen esta joya del pantano que la rodea”. ¿Saben qué fue lo primero que hice al leer esos párrafos? Subrayarlos, por supuesto e incluso improvisé algunos dibujitos para resaltar mis apuntes en el margen de la página. Sí, lo confieso: soy un incurable subrayador. Para mí la lectura es un ritual de marcas y señuelos. Soy un lector de pluma desenvainada. Subrayo párrafos enteros, escribo pequeños comentarios y voy dejando anotaciones relativas al lugar en donde estoy leyendo, las circunstancias del día y mi estado de ánimo. Digamos que entre las páginas pueden leerse apuntes como “tarde nublada parque”, “cae la noche en el aeropuerto”, “larga espera estacionamiento Chula Vista”. Se trata de ir trazando una cartografía de la lectura, de ir marcando el territorio como perro que orina los postes. He llegado al extremo de escribir pequeños relatos en las páginas finales de los ejemplares que leo. Tal vez por eso no me gusta que me presten libros, pues no me siento con la plena libertad de rayarlos a placer como a mí me gusta. Cada cierto tiempo me da por vagar entre mil y un senderos de párrafos subrayados y caminar pisando huellas, descifrando las personalísimas marcas yacientes en cada libro, el criptograma de garabatos en donde se refleja lo pasional y descarnado de la relación de un lector con una página. ¿Es el subrayado de libros un género literario? Ya Borges navegó sobre un libro de prólogos o de pies de página, lo cual me hace pensar en la existencia de una obra alterna, una obra palimpsesto escrita a partir del subrayado y los apuntes de un lector. Si cada lectura es una reinvención del libro, leer a partir de las huellas dejadas por otro lector es reinventar dos libros: el que escribió el autor y el recorrido por el lector que nos antecedió. Cuando yo muera y mi biblioteca sea donada o rematada, habrá algún improbable curioso que topará con los garabatos y jeroglíficos que he ido dejando por ahí y acaso pierda algún tiempo intentando infructuosamente descifrar mi catástrofe de caligrafía.



Thursday, November 19, 2020

A Venezuela

 

Este día el Samurái enfoca su Gráflex en Caracas. Dentro de un ratito estaré con mi amigo Andrés Ruiz presentando esta historia en la Feria Internacional del Libro de Venezuela. Siempre he deseado visitar la tierra de Rómulo Gallegos, pero hoy me honra poder hacerlo al menos virtualmente. Ya iremos cuando estos días sean ayeres.


Wednesday, November 18, 2020

Un nombre y su leyenda

 


Antes de ser descubierta, navegada y explorada por los europeos, California fue imaginada en el Viejo Mundo. Los mismos libros de caballería que hicieron perder la cabeza a Alonso Quijano hasta convertirlo en Don Quijote, fueron también los que alimentaron la imaginación de cartógrafos y exploradores, quienes llegaron a recorrer la recién encontrada América.El Amadís de GaulayLas sergas de Esplandián, clásicos de la caballería andante escritos por Garci Rodríguez de Montalvo, fueron obras de cabecera en la ficticia biblioteca de Quijano y lectura de viaje para personajes como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Estos dos libros, que fueron el equivalente a best sellers del Siglo XVI, se refieren a la California como una isla poblada por gigantescas amazonas. El mito de esta misteriosa ínsula o el de lasSiete Ciudades, surgido también en la literatura caballeresca, alimentaron las fantasías de no pocos exploradores, con mención honorífica a Hernán Cortés, quien década y media después de haber conquistado Tenochtitlán, se obsesionó con la exploración de California. Sabiamente lo expresa el escritor Jorge Ruiz Dueñas:California era una palabra destinada a hacer verdadera la geografía apócrifa del mundo, aún secreto y fantástico. La dispersión de un nombre de leyenda metamorfoseado en territorio. Este es el tema central del libroCalifornia. Biografía de una palabra, escrito por Carlos Lazcano Sahagún y bellamente editado por la Secretaría de Cultura de Baja California. 

Carlos Lazcano es un personaje interesantísimo. Nativo de Ensenada y formado como investigador en el Instituto de Geografía de la UNAM, es hoy en día el estudioso que más a fondo trabaja en la historia de la Antigua California. Heredero del legado del gran Miguel León Portilla y de los cronistas misioneros del Siglo XVIII, el ensenadense se ha sumergido como nadie lo ha hecho en el estudio de los pueblos nativos de la península, las primeras exploraciones de navegantes europeos y el rico legado cultural de las 18 misiones peninsulares. Lo verdaderamente fascinante, es que los conocimientos de Lazcano no se limitan a los múltiples archivos históricos y bibliotecas en donde se ha sumergido con el método y el rigor de trabajo de un investigador profesional, sino que cuando escribe sobre esta tierra lo hace porque ha caminado cada kilómetro de la península como incansable explorador. Cerros, desiertos, playas, misiones, ruinas, pinturas rupestres han sido recorridas una y otra vez por el siempre tenaz Carlos. Espeleólogo profesional, ha explorado también las cuevas más profundas de México y del mundo. Es un gran acierto de la Secretaría de Cultura que encabeza Pedro Ochoa el haber compilado el gran trabajo de Carlos Lazcano en esta hermosa edición. También el haber reeditado, en colaboración con la editorial Porrúa, dos clásicos de la historiografía californiana:Historia de la Antigua O Baja Californiadel jesuita Francisco Xavier Clavijero yVida de Fray Junípero Serra y misiones de la California Septentrionalde Fray Francisco Palou. Sorprende en verdad lo meticuloso del trabajo realizado por los misioneros de la Baja California, quienes parecían empeñados en registrar absolutamente todo sobre estas tierras: hidrografía, orografía, flora, fauna, artes, oficios, cocina, costumbres. Vaya, lo mismo encontramos capítulos dedicados a las plantas nativas que a los efectos de la mordedura de las serpientes. Dos libros fundamentales para entender y dimensionar la esencia de lo californiano.