Vaquero Noyola
La historia de lo que pudo haber sido dice que el primer día de esta primavera habría acompañado a Diego Osorno a presentar Vaquero del Mediodía en el Cine Tonalá de Tijuana, pero la entonces naciente cuarentena se encargó de torcer los planes. Fue de los primeros eventos que nos robó la pandemia y en verdad lo lamento. Vi el documental en marzo y ahora recién vuelvo verlo y sí, lo admito: me toca una fibra sensible. No solo por la aparición de personas y lugares que conozco y valoro, sino por encarnar la esencia de un naufragio cuya sombra, de una forma u otra, acecha o puede acechar a quienes han empeñado su vida en alguna forma de creación artística, una suerte de hoyo negro que los acaba devorando. Hay creadores que viven la literatura como un ataque epiléptico, un arrebato incontrolable ante el cual es inútil todo intento de resistencia. Samuel Noyola es uno de ellos. Renuentes a procesos o disciplinas escriturales, simplemente se inmolan en el altar de sacrificios de la poesía. Su obra completa yace escrita con pluma azul en hojas arrancadas de cuadernos escolares y su mejor poema es a menudo su propia vida errabunda. Arthur Rimbaud es sin duda el santo patrono de los creadores demenciales, Ícaros cuyas alas emergentes ardieron en llamas cuando su vuelo alucinante intentó llegar al Sol. Vaquero del Mediodía dialoga con Los detectives salvajes de Bolaño o con La habitación cerrada de Auster (Noyola y Fanshawe parecen hermanarse en su derrumbe). Ajenos a toda noción de carrera literaria, peleados a muerte con el mundo real y repelentes a toda forma de éxito o trascendencia, los iluminados de la servilleta se limitaron a transformar en garabato el dictado de sus caóticas musas (el repentino y brutalmente honesto quiebre de Carlos Martínez Rentería parece sintetizarlo todo). Vaquero del Mediodía es un homenaje a los proscritos de la literatura, los vocacionales perdedores que en su naufragio vivieron la poesía con la intensidad que las “vacas sagradas” jamás conocieron y prefirieron consumirse antes que dormir oxidados.