Eterno Retorno

Wednesday, December 22, 2010




Bendito entre las mujeres. “El tiempo entre costuras” de María Dueñas y “Comer, rezar, amar” de Elizabeth Gilbert son los alegres vecinos de Mitos del Bicentenario en el estante principal de la Librería El Día. Dos novelas que sin duda van dirigidas a un público femenino. La protagonista de “El tiempo entre costuras” es una intrépida y sin duda seductora dama española de tiempos de la Guerra Civil. La mujer que come, ama, reza y hace aparte otras cosas, es Julia Roberts. Sin duda las calacas borrachas del Jolgorio Fúnebre de Cabello se divierten platicando con tan lindas vecinas. ¿Qué pasa cuando las puertas de una librería se cierran? ¿Qué ocurre en El Día en horas de la madrugada? Si Cri-Cri hizo una canción de muñecos que cobraban vida y hablaban cuando nadie los veía, a mí bien se me puede ocurrir que los libros hacen de las suyas cuando los empleados de la librería han puesto candados a la puerta y han apagado las luces. Los personajes emergen de las páginas, destrozan las letras que los aprisionan en papeles y se materializan en fantasma o duende nocturno y se divierten en grande por los pasillos de la librería. Vaya fiesta. Si los personajes de la portada de Mitos del Bicentenario agarran la parranda, tendremos al mismísimo Caronte en su barca y al tequilero jinete calavera, los caballitos del carrusel y la Muerte del campanario. Si los personajes que moran en el interior de sus páginas también se dan a la fuga, entonces Miramón e Iturbide, Mier y Terán y Vicente Guerrero van a poner el ambiente en la fiesta de los librajos.

Mitos del Bicentenario está en la mismísima línea del frente. Si entras a la librería El Día de Bulevar Sánchez Taboada, está entre los primeros ejemplares que asaltarán tu vista apenas pongas un pie ahí. Con tanto color en su portada, será imposible que no lo veas.

Obvia decir que para mí una librería es mucho más que una tienda. Las librerías pueden ser zonas sagradas, espacios litúrgicos, centros de vicio y perdición donde mi alma y mi cartera acaban empeñadas. He pasado la vida entera deambulando por librerías. Cuando me siento ansioso o desesperado suelo refugiarme entre los libros como el teporocho se refugia en las cantinas o en las casas de juego. En ese sentido, la Librería El Día tiene por muchas razones un significado especial. Para mí es y será por siempre la Gran Librería de Tijuana y Don Alfonso es uno de los héroes que tiene esta ciudad, alguien que ha hecho méritos más que suficientes para estar en la galería de tijuanenses ilustres.

Hace 16 años, en medio del caos e incertidumbre de 1994, trabajé en una librería. Mi vicio incurable me ha arrastrado por todos aquellos sitios del mundo donde los libros se reúnen, sean tiendas, bibliotecas, ferias o remates de polillas. No miento ni exagero si afirmo que no pasa una semana sin que me pierda en alguna librería sin algún propósito especial. La librería no es un medio sino un fin en sí mismo. No sé qué porcentaje de mi existencia entera ha transcurrido dentro de las librerías, pero presiento que es considerable. Tras haber pasado tanto tiempo deambulando por ahí, entre millones de libros escritos por seres vivos y muertos, tiene algo de significado encontrar de pronto un libro escrito por mí conviviendo alegremente con sus compañeros, navegando sus mares con su propia bandera, haciendo su camino, libre ya de su autor, dispuesto a entregarse al improbable lector que le abra la puerta.


Calles mojadas de Mexicali


Calles mojadas de Mexicali. Infiernos exorcizados. El Invierno ha dicho presente en toda su helada majestad y el día más corto del año transcurre en Ciudad Cachanilla. Hoy el Diablo duerme la mona. Luces encendidas después del medio día. Mexicali está empapado y por vez primera me contagia algo más que su comida china. Mexicali es por momentos tan antiguo, tan de otro tiempo. Calles que me hacen recordar el San Pedro Garza García de los años 80. No es sólo cuestión de arquitectura, sino de espíritu. Hay ciertas formas de ser norteño y la de Mexicali se parece mucho a la sampetrina. Las bardas, los jardines, ese recato aburguesado. Esa vocación tan plana, tan geométricamente regular. Ayer me gustó Mexicali. Vaya, por primera vez conectó conmigo de alguna manera. Deambulo por la antigua rectoría, camino paralelo a la barda fronteriza. Mexicali bajo la regadera y la vida siguiendo… como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Cachivaches 99

De un enorme baúl de madera, Carolina y yo hemos sacado tiliches y cachivaches que llevaban más de una década arrumbados en las profundidades y que sin duda hubieran dormido el sueño de los justos otros 20 años si no hubiéramos abierto la tapa del ancestral cofre. Polvo y papeles de otro siglo. De pronto, surgió ante mí el espíritu de 1999, de esos primeros días vividos en tierra bajacaliforniana, de cuando Frontera era aún un inexistente diario sin nombre y nuestras notas se arrumbaban en alguna página refundida de La Crónica. Tiempos en que nuestro depa de Parque Baja California no tenía sala. Tiempos en que compraba la revista Milenio y paseaba compulsivamente por la playa. Tiempos en que rolábamos por la Plaza del Zapato y comíamos tacos nocturnos en la calle Tercera. Tiempos en que el futuro era tan lejano como otras galaxias. Una vida humana deja tras de sí un enorme rastro de papeles apolillados que certifican su paso por la tierra. Ahí yace la primera nota que publiqué en tierra bajacaliforniana el 13 de mayo de 1999 en La Crónica de Mexicali. Una nota sobre la formal prisión al asesino de un maquilador japonés. Después salió por ahí mi primera portada bajacaliforniana, todavía anterior a Frontera, sobre la prisión y posterior fianza de un ex director de Transporte de apellido Vidrio. Otros tiempos, otra realidad. Otro siglo, misma ciudad, entornos similares. Ya no sé si caer en el predecible lugar común de afirmar que me parece que todo eso ocurrió ayer. Visto a la distancia, el 99 cargaba a cuestas un espíritu muy auténtico, tan valientemente iluso, que me permitió creer en lo imposible.

Escrito con pluma en la última hoja de City of Glass de Paul Auster en un amanecer ensenadense

Conjura de instantes esparcidos en la nada, rituales del vacío, serenatas del apestado. Amaneceres patinando al filo del Invierno cuchilla, ceremonias de lo improbable, tinta muerta en papeles cementerio.
Pluma sin rienda, ni dioses, ni amos.
Pluma insurrecta, pluma prófuga, barcos de papel naufragando en las islas desiertas del desvarío.
Soñar ciudades inexistentes, deambular dormido en los andenes del pasado.

Sunday, December 19, 2010


Ángel artillero

Por Daniel Salinas Basave

No tenía alas ni aureola, pero sí una inteligencia fuera de serie y una estatura moral e intelectual superior a la de cualquier caudillo revolucionario. Felipe Ángeles se llamaba y la historia oficial, tan avara e ingrata con los buenos, no le ha hecho justicia. En su anárquico soplar, el ciclón revolucionario torció destinos, encumbró carreras e hizo florecer vocaciones ocultas. Seres humanos íntegros como Ángeles fueron devorados por la barbarie, mientras que solemnes oportunistas y rateros de cínica labia, como Obregón y Calles, acabaron quedándose con el pastel entero. Si bien la Revolución fue tierra fértil para el surgimiento de bestias humanas como Rodolfo Fierro, también fue el detonante que puso a prueba una brillante carrera construida en las aulas primero y en los campos de batalla después. Más allá de la astucia y la temeridad que caracterizó a los improvisados generales revolucionarios, Ángeles podía ostentar una sólida preparación que le permitió graduarse con honores como alumno aventajado del Colegio Militar. Su formación castrense y sus conocimientos en materia de artillería e ingeniería militar, lo emparentaban con los generales que iban a la vanguardia en técnica de guerra moderna, forjados en los ejércitos prusiano y francés, que rendirían su examen profesional en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Sin los conocimientos de Ángeles a su servicio, la División del Norte no hubiera alcanzado semejantes alturas ni se habría transformado en el ejército más temido del país entero. Sin haber sabido leer ni escribir y con una carrera de 16 años de cuatrero como único currículum, Doroteo Arango se inmortalizó como el mayor estratega militar del movimiento. Condición zorruna innata, pulida en la universidad de las sierras, Pancho Villa fue un improvisado al que la “bola” permitió explotar al máximo sus cualidades. Cierto, se requería una dosis de su talento bandolero y su vena temeraria para poder enfrentar esa guerra, pero el hombre rudo de la Revolución requería la asesoría del técnico cerebral y ahí estuvo siempre a su diestra Ángeles, el hombre que debió haber sido el jefe militar del Ejército Constitucionalista y que si no lo fue, se debe a la naturaleza celosa e intrigante de Venustiano Carranza, su enemigo declarado. Felipe de Jesús Ángeles Ramírez, nació en Zacualtipan, Hidalgo, un 13 de junio de 1868. La sangre militar corría por las venas de este primogénito, pues el nombre de Felipe Ángeles, el padre, ya había dado de qué hablar en los campos de batalla de la guerra de intervención francesa. Tras su paso por el Instituto Literario de Pachuca, el mismísimo Porfirio Díaz le dio una beca para ingresar a estudiar al Colegio Militar a los 14 años, de donde egresó con honores en 1892 con el grado de Teniente de Ingenieros. Casado con su gran amor Clara Kraus, el joven militar fue a estudiar a Estados Unidos y a Francia. Siendo presidente, Francisco I. Madero, lo nombra director del Colegio Militar y jefe de la campaña en Morelos para mantener a raya a los zapatistas, con quienes Ángeles mantuvo una actitud conciliadora y de diálogo. El gran artillero estuvo encerrado con Madero y Pino Suárez en el cuartucho de intendencia donde los confinó Victoriano Huerta y les dio el último adiós minutos antes de su muerte, el 22 de febrero de 1913. ¿Por qué Huerta no mandó asesinar también a Ángeles esa noche? Esa pregunta me fue formulada cuando presenté Mitos del Bicentenario en Ensenada y coincido con Ismael Quintero Peña cuando afirma que Huerta, soldado al fin, no iba a cargar a cuestas con el asesinato de un general que había sido director del Colegio Militar y que era respetado en el Ejército. Ángeles tenía los tamaños para haber sido el gran jefe militar de la Revolución Constitucionalista, pero acabó siendo el lugarteniente de un caudillo iletrado llamado Francisco Villa. Al pie del Cerro de la Bufa, en la ciudad de Zacatecas, Ángeles alcanzó el 23 de junio de 1914 el punto más alto de su carrera, asestando al huertismo la derrota final que derrumbaría por completo al gobierno usurpador. La puerta al triunfo de los constitucionalistas estaba abierta de par en par gracias a la División del Norte, pero el siempre tramposo Carranza no iba a permitir que nadie eclipsara su figura y con sus celos daría lugar a la sangrienta escisión revolucionaria que viviría en Celaya su punto más sangriento. Exiliado en Estados Unidos, Ángeles cambió los fusiles por la pluma y se dedicó a escribir contra Carranza y el constitucionalismo. Su pluma, tan pulcra y educada como su estrategia militar, giró abiertamente hacia el socialismo. En 1918, Ángeles retornó al país buscando impulsar un nuevo levantamiento armado. Encuentra a Villa convertido en un forajido guerrillero que lo trata con frialdad. Solo y sin grandes aliados, Ángeles cae preso de los carrancistas. Su condena a muerte se produce en un atiborrado teatro en Chihuahua donde la concurrencia pedía a gritos el indulto, mismo que Carranza no concedió. La sentencia se ejecutó el 26 de noviembre de 1919. Antes de ser colocado frente al pelotón, Ángeles escribe una carta de despedida a su amada Clara Kraus, quien vivía exiliada en Nueva York. Ella a su vez le había escrito notificándole que viajaba a México para estar con él. Las cartas se cruzaron en el camino de Nueva York a Chihuahua y nunca llegarían a ser leídas por sus destinatarios. Felipe murió fusilado creyendo que su esposa aguardaba el exilio y Clara jamás supo de la muerte de su amado, pues casi de manera simultánea, con algunas horas de diferencia, murió por enfermedad durante el viaje.

Un alegre Réquiem

Un jurado calificador integrado Felipe Garrido, David Martín del Campo y Antonio Ramos Revillas, ha elegido a mi libro Réquiem por Gutenberg, ganador del Premio Estatal de Literatura 2010, en la categoría de ensayo. Réquiem por Gutenberg es una obra crítica con una fuerte carga testimonial, que reflexiona en torno al futuro de la literatura y el periodismo en tiempos en que la letra impresa enfrenta la avalancha cibernética. No mes resta más que expresar mi gratitud a todos mis amigos y colegas de El Informador y a todos los files lectores de este gran semanario, por su apoyo y retroalimentación a este camino de vida dedicado a las letras. Gracias.