Talk with the Dead. Hablar con Maiz entre viejos libros de pasta dura yacientes en una feria de viejo en la Macro, perder mi chaleco entre papelajos, observar una larga marcha hacia la frontera tamaulipeca, solitario entrenamiento en solitaria cancha de futbol rápido por una lona cubierta. Vodka con quedo, queso apestoso a patas flotando como si tal cosa dentro del vaso de Absolut. Amadís, pinches cosas del Amadís en un libro gordo y de pasta dura. Y clafro, Aimaro de Barnabó. El de Amadís era un libro blanco y el de Aimaro era un cierre de ojo a Italo Calvino, un seudónimo italiano de noble estirpe y Fernando (if you talk toi the Dead) lloraba y no….no me hablaba de un idílico camino celestial.
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Hablemos pues de los lentes rotos. Los escuchaste crujir bajo tu cabeza cuando los usaste como almohada. Hablemos por favor de esa pordiosera e irrenunciable intemperie, del almohadón de libros u objetos duros, forradas ásperas sábanas. ¿Viajábamos o simplemente maldormíamos? Recordarías a Santibañe hablándote de su fallida incursión como Rob Halford de ocasión, su obvia imposibilidad de llegar a los agudos y las estrofas largas…y así la charla, como de linieras de la puerca noche suburbana, divinos teporochos de central camionera.
Friday, September 08, 2017
Thursday, September 07, 2017
La diosa maya del viaducto reina en su Infonavit, la lejana plaza en el oriente de la ciudad, un lento camión que no llega nunca, la sensación de yacer en irremediable forastería en un oasis de mal concreto en el extrarradio, - camión o metro da lo mismo- el cielo del Altiplano y los corredores que bajan la cabeza en el asiento trasero del carro, la liberadora catarsis de un moshpit sin intenciones asesinas…continuamos.
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Monday, September 04, 2017
No he padecido místicos delirios capaces de llevarme todos los días a orar en una solitaria iglesia ni me he vuelto loco por Philip K. Dick (aunque sí un poco por el oscuro verano de Byron, los Shelley y Polidori). Tampoco me he perdido en la nieve ni he naufragado en una pordiosera estación siberiana para topar con ancestrales serendipias familiares, pero sé lo que se siente obsesionarte por un personaje siniestro y sentir que una historia de la vida real se infiltra en tus sueños y te jala las patas por la noche. Siempre me ha seducido la idea de entrevistar demonios y abrir closets atiborrados de esqueletos. Acaso por eso lo entiendo. Cuando leo a Emmanuel puedo palpar lo absorbente y devastadora que llega a ser su pasión.
Existió Rodolfo Walsh y su imitador Capote; existió Tomás Eloy Martinez y el gran Federico Campbell, como existe Caparrós, Diego Osorno, Mónica Maristain y Leila Guerriero. Creo que a su sui generis manera Emmanuel Carrère también tripula esa nave y en cualquier caso su Premio FIL son extraordinarias noticias para los gambusinos de la no ficción, los divinos pepenadores de carboníferas historias reales que algunas veces devienen en diamante (¿también Javier Cercas cabrá por ahí?).
De Emmanuel he leído cuatro trabajos muy buenos y uno fuera de serie: Limónov. Acaso dentro de algún tiempo, si es que a mi vida no le da por interrumpirse, recordaré la primavera 2015 como la primavera Limónov, sin duda uno de los mejores libros que he leído en el último lustro.
Tal vez a los adoradores de la fantasía pura no les venga tan bien la tendencia, pero creo que las coronaciones de Sveltana Aleksiévich y Emmanuel Carrère son una buena palmada en la espalda y un brindis con cerveza fría a la salud de todos aquellos que han pateado calle en busca de un relato ataviado con el mentiroso traje de la realidad.
La esencia del sábado regio al caer la tarde encarnaba en la omnipresencia de su voz. La voz que se multiplicaba en cada rincón urbano. En camiones y cantinas; en el carro o en las taquerías; en los puestos del Río Santa Catarina o en los talleres y construcciones, cuando los trabajadores terminaban la labor y destapaban la heladísima Carta Blanca frente al asador. Miles de regios reconstruyendo un partido distinto en sus cabezas, siempre más emocionante en su narración que en la cancha.
Si estabas en el estadio, entonces su voz era un enjambre entre el barullo de la matraca y las porras. A la tribuna de sol todo mundo acudía con su radio. Un llamado suyo derivaba inmediatamente en una multitudinaria mentada al árbitro o un sonoro abucheo para presionar al equipo rival.
Nunca un cronista ejerció una influencia tan marcada y directa en el comportamiento de la afición. Fue el rapsoda de la épica Tigre, el único capaz de mantenerme concentrado en una narración radial durante 90 minutos, haciéndome reinventar un partido que era siempre más dramático y emocionante en mi cabeza. En mi temprana adolescencia llegué a grabar casetes con sus narraciones. En vecindad con mi colección metalera convivían cintas en donde se gritaban goles de Tomás Boy o atajadas de Pilar.
Al regresar de la escuela, la comida casera con la infaltable limonada y el arroz rojo estaba siempre acompañada por Futbol al Día, ese corto de mediodía donde te ponía al tanto de la actualidad Tigre.
Consciente como era de su poder, con el micrófono solía ser socarrón, soberbio e irreverente, pero en persona era un caballero de vieja escuela, siempre educado y cortés.
Durante la época en que mi primo Héctor y yo hicimos nuestros pininos en la radio, nos sentábamos muy cerca de él en los palcos de prensa del Uni y el Tec y cuando topamos de frente siempre nos saludó con la mayor educación.
Sus detractores dirán que no era un derroche de objetividad y análisis, pero nadie supo contagiar como él la pasión. Yo me he cansado de decirlo: cuando Tigres está jugando yo no suelo ser objetivo, analítico, empático o amistoso. En mi fase Tigre soy pasional e intolerante.
Tal vez si no creciste en el Monterrey de los setenta u ochenta y si no eres futbolero esto no tenga demasiado sentido para ti, pero si lo viviste entonces sabes de lo que estoy hablando. Si el Tigres de mi adolescencia fue mi Ilíada, entonces él fue su Homero.
Es toooodoooo amigos. Grande don Rober.