Miradas desde la Mitad del Mundo
Escribo esta columna mientras cae la tarde en Quito, Ecuador, inmerso en un ritual de niebla y montañas. Acompañado de mi esposa Carolina, he venido a esta ciudad invitado por la Feria del Libro y la Lectura y al cabo de cinco días, sólo puedo concluir que este país derrocha hospitalidad, calidez y una elevada dosis de embrujo. No sé por qué habíamos tardado tanto en visitar tan fascinante tierra. Gracias a la invitación del escritor colombiano, Guido Tamayo y del director de la Feria, Antonio Correa, tuve la oportunidad de participar en esta fiesta libresca y ahora lo que me llevo por herencia son las ganas de retornar muy pronto y pasar más tiempo en este país. También anduvo por estos rumbos mi amigo Joel Flores y juntos enarbolamos la bandera de la narrativa tijuanense que por vez primera se presenta en la Mitad del Mundo
Ha sido grato conocer a tantos y tan entusiastas amantes de la lectura que compartieron con nosotros sus inquietudes y sus libros. Tanto la presentación de Joel como la mía, así como el par de mesas redondas que compartimos con narradores colombianos y ecuatorianos tuvieron una entusiasta participación por parte de los lectores. Por supuesto, me llevo la mochila atiborrada de literatura ecuatoriana, pues no exagero si digo que me han regalado más de 20 libros. Mención especial para Edgar Allan García, autor de una vastísima obra que incluye poesía, ensayo y decenas de libros para niños, o Alexis Cuzme, colega metalero que ha hecho una interesante fusión entre heavy y literatura. Grato conocer al cronista rasta de Guayaquil, Francisco Santa Ana o a Edwin Alcaraz, mi presentador, o a los entusiastas colegas de Kaviernícolas, un creativo club de amigos en donde hay narradores, dramaturgos, poetas y artistas visuales, hermanados todos por su genialidad y sentido del humor.
La omnipresencia de las nubes, la densidad del abrazo andino, la profundidad del verde en cerros y barrancas, el amanecer ataviado con su mejor traje de niebla han sido el entorno de nuestros días ecuatorianos.
El clima, eso sí, es impredecible. El sol de la mañana puede transformarse de un momento a otro en una tormenta de mil y un relámpagos y truenos que retumban en las montañas.
El manto de tormenta se desliza sobre Quito, las cúpulas góticas de la Basílica acarician el cielo ennegrecido mientras los amuletos de ancestrales chamanes se hablan de tú con lo sagrado en el museo del Alabado. Abrazamos mundos paralelos en nuestras correrías ecuatorianas, mientras la tardecita andina nos narra sus secretos.
Subo al cerro del Panecillo ¿Es acaso una virgen o un ángel exterminador la guardiana de esta ciudad de repentinas tormentas? Sinfonía de truenos, manto de rayos. El cielo ecuatoriano tiene un cofre de sorpresas donde cualquier embrujo es posible.
Desde una altura de 4 mil 200 metros, en las cumbres del volcán Pichincha, contemplamos Quito diluirse fantasmal entre la niebla. Comemos Locro, Menestras, plátanos machos. Llegamos al punto de latitud 00,00, 00 desde donde damos pasos indistintos al Sur y al Norte. Qué fascinante nos parece el mundo contemplado desde su exacta mitad.