Eterno Retorno

Wednesday, February 23, 2005

Análisis

Hoy, por primera vez en mi vida, he ido por mi propia iniciativa a hacerme un examen médico. No me lo ordenó ningún doctor, no soy víctima de un dolor insoportable. De hecho ni siquiera me siento mal, pero bueno, hay que ser honesto; tampoco me siento bien. Jamás he sido un hipocondríaco y en realidad suelo rehuir a los médicos, pero en esta ocasión es diferente. Es esa sensación de que algo puede estar marchando mal debajo de mi piel en donde se encuentra ese universo a menudo incomprensible. Algo no marcha correctamente desde un tiempo para acá y con todo el dolor de mi corazón, creo que es mejor saberlo de una buena vez. Después de todo, de algo me he de morir y es un hecho que algo se anda cocinando en mi cuerpo. Un gordito moreno con una camisa de Rammstein llena de esvásticas fue el encargado de enterrar la aguja y extraer la sangre. Lo más cómico de este enfermero nazi es que traía una medallita de la Virgen de Guadalupe. Estuve a punto de preguntarle si de verdad le gustaba el nazismo, pero pensé que tal pregunta era una pérdida de tiempo. De seguro el tipo me diría que la camiseta se la regalaron, que le gusta como se mira, que una vez oyó a Rammstein, pero que disfruta por igual del TRI y de Bronco. Sin duda un judío se hubiera sentido ofendido de que un tipo con una camiseta llena de esvásticas le picara el brazo para sacarle sangre. Pero en fin. La cuestión es que extrajeron mi sangre y luego fui a mear a un botecito. Un par de fluidos extraídos de mi cuerpo quedaron debidamente almacenados en recipientes. Ya los analistas determinarán que clase de porquerías hay flotando en esos fluidos. Los resultados ya están, pero no pasé por ellos. Tal vez lo haga mañana o tal vez decida continuar en la dulce ignorancia. Esas cosas pasan debajo de mi piel y sin embargo parecen estar tan lejos, en una galaxia lejana donde hay corresponsales. A veces, en definitiva, quisiera ser puro espíritu, nada de materia.

Ramone

A veces el trabajo te da oportunidades divertidas e inesperadas.
Esta mañana platiqué vía telefónica con Marky Ramone desde su casa en Brooklyn. La editora de espectáculos Cristina González me pidió el paro de hacerle la entrevista, pues el sobreviviente de los Ramones viene a tocar a Tijuana el sábado. Así las cosas, me pasó el phone de su casa, su celular y asunto arreglado. El señor Mark Bell contestó el phone y se puso a cotorrear un rato e incluso se permitió afirmar (sin duda para ganarse el cariño de los tijuanenses) que el show que dieron en el Iguanas hace ya una buena cantidad de años acá en Tijuana es uno de los que más recuerda en su vida. Pero mejor no se las cuento. Mejor lean la nota publicada en Frontera mañana viernes.

Pesadillas

Hace un momento tuve una sensación extraña. Fue la sensación consciente de estar viviendo algo que ya había soñado hace muy poco. Y en efecto, en las últimas noches he tenido sueños muy extraños. No diría pesadillas, pero sí sueños muy raros, con una fuerte carga fantasmagórica. Y curiosamente uno de ellos se desarrollaba en las calles de la Delegación La Mesa, en la madrugada, en un Bulevar Díaz Ordaz desolado y tenebroso. Pero en fin, no suelo contar los sueños. Es una superstición. La cuestión es que hace un rato me salí del periódico con la firme intención de buscar un lugar donde estuvieran pasando el partido de Tigres vs Caracas. Como la mayoría de los sitios estarían sin duda pasando el aburrido juego de la Selección de México contra Colombia, decidí ir a un lugar con un chingo de teles para no errarle, o sea el lugar indicado era el Hipódromo Caliente. Llegué y en efecto, en una de las teles, entre carreras de caballos, galgos y juegos de basquet estaban pasando el juego de Tigres pero minutos después, inexplicablemente se fue la pinche señal del satélite y nadie me supo explicar por qué. Yo era el único que estaba clavado en el juego. Los demás permanecían como zombies pegados a las carreras en la sque habían apostado su dinero. Recorrí los distintos salones del lugar en busca de la pantalla adecuada y entonces tuve la clara sensación de estar viviendo en mis sueños recientes. El Hipódromo me pareció de pronto un escenario irreal, una locación perfecta para una pesadilla. Salones desolados, tipos ensimismados, como autómatas, cantineros viejos y fantasmales, una atmósfera viciada y silenciosa. Sentí que estaba viviendo mi propia pesadilla y mejor me largué de ahí. Regresé a la redacción a seguir el juego por Internet en la página de El Norte. El triunfo felino por 3-1 me alegró la noche. Ni un solo sudaca debe salir vivo de San Nicolás.

Sobre la novela histórica

Con gran interés leo los comentarios de http://humphreybloggart.blogspot.com/ en torno a la novela histórica. Reproduzco textualmente lo escrito en su blog:

Según algunos escritores, el actual auge de la lectura se relaciona con el fenómeno editorial de obras como El Código Da Vinci o Harry Potter; y atribuyen el repunte de la novela histórica al "desconcierto" con que se vive el presente. Yo diría que la vuelta al pasado (en el caso de El Código...) se debe más que nada a la ficción que se sobreimprime a algunos de los callejones más transitados de la historia.
La crítica a las tradicionales tendencias eurocéntricas, homocéntricas o positivistas ha puesto de manifiesto la necesidad de reescribir la historia; esta tarea ha tenido que enfrentar lastres oficiales e idiosincracias chovinistas y su desempeño ha ido cobrando espacios a contracorriente..La novela histórica podría jugar un papel importante en esta misión, con tal que sus autores no se disparen; o dispárense, si se desea, pero no en nombre de la novela histórica..

Estoy de acuerdo en que hay un renacimiento de la novela histórica, pero evidentemente es un error definir al Código de Dan Brown como una novela histórica. Lo que hace el autor es machacar y revolver un tema bastante viejo y masticado. Desde hace muchos años las secciones de libros de los supermercados tienen mínimo un par de libros sobre los enigmas de los templarios, el Santo Grial, la verdadera personalidad de María Magdalena y de más lugares comunes. El Código es un libro entretenido, en extremo hollywoodesco, con todos los ingredientes necesarios para conquistar una gran masa.
Sin embargo, y no creo que a consecuencia del Código o de Harry Potter, sí hay un nuevo auge de la verdadera novela histórica
O tal vez soy yo que estoy volviendo al oasis del que siempre abrevé. Desde temprana edad me aficioné a los libros de historia y la novela histórica siempre me cerró el ojito. Desde hace algún tiempo he vuelto a sucumbir al vicio de comprar este tipo de libros. Mi última lectura, para no ir más lejos, fue una biografía más o menos novelada de la Reina María Antonieta escrita por Jean Chalon. Un excelente libro. Nicolás y Alejandra, el gran clásico sobre los zares de Rusia escrito por Robert K. Massie que leí en la adolescencia y que ahora se ha vuelto a editar. Ahí está también Napoleón, la gran novela histórica de Max Galló. Aquí en nuestro México José Manuel Villalpando hizo un buen trabajo con Mi gobierno será detestado, la novela sobre el máximo enemigo de los insurgentes, el general y Virrey Félix María Calleja del Rey.
Y bueno, en realidad soy más feliz leyendo libros de historia carentes del elemento novela. Lo cierto es que hoy en día me atraen más las historias de grandes reyes, estadistas, caudillos y generales, que las apologías de los perdedores al estilo Bukowski y sus secuaces que aún siguen rompiendo taciturnos corazones.


No voy a escribir nada sobre Hunter S. Thompson. Todo está dicho. Siempre o casi siempre suelo aplaudir a los suicidas. Tiendo a pensar que tomaron la decisión más adecuada


Hace tiempo comentaba con alguien que el efecto Roberto Bolaño me parece un tanto exagerado por su muerte. Es un autor original, una buena pluma, pero aprecio más a un Ricardo Piglia o a un Enrique Vila ?Matas, sólo por referirme a dos escritores que son bastante similares a él y creo que las miles de viudas que le han surgido al chileno exageran y lo sobrevaloran. Leí Llamadas telefónicas y Putas asesinas y por lo pronto, no está entre mis prioridades leer su novela póstuma, el mega tamal ese en cinco entregas que al final fue editado en una sola y en donde toca el tema de las Muertas de Juárez que en lo particular no me interesa gran cosa.
Me pregunto si este efecto de la muerte como gran promotora editorial hará mella en la obra de Guillermo Cabrera Infante. Ya veo a Tres tristes tigres (y no de la UANL) en los aparadores de las librerías y a los tipos de la revista Tempestad desgarrándose las vestiduras y diciendo que Cabrera Infante fue siempre su máxima influencia. Me da mucha hueva la estéril palabrería que sobreviene a la muerte de alguien. Lo mejor es el silencio.

Tuesday, February 22, 2005

No sólo creo en lo que veo

A menudo la gente malinterpreta mi ateismo. Siempre me salen con la misma estupidez: ¿Entonces quién te creo? ¿De dónde vienes? ¿A poco sólo crees en lo que ves a tu alrededor? ¿No piensas que hay más allá de lo que ves?

Por supuesto que no creo únicamente en lo que veo y palpo a mi alrededor y por supuesto que creo que hay mucho, pero mucho más allá. Tan convencido estoy de que hay más allá y que el más acá en que vivimos es apenas un ínfima partícula cósmica, que no me creo una explicación tan simplista y humana como la de un creador bueno y todo poderoso. No creo en Dios precisamente porque pienso que hay mucho más allá y la hipótesis de la máxima deidad se me hace en extremo limitada. Humano, demasiada humano como diría el buen Federico. También la gente trata de hacer ver como una absoluta incoherencia el que considere la existencia de fantasmas, espíritus y dimensiones desconocidas si soy ateo, pues según ellos debo mantener un esquema hegeliano de pensamiento que rechace a priori cualquier fenómeno que la naturaleza no pueda explicar. Creer en la existencia de un fantasma, por ejemplo, sería irracional, un reducto de ignorante medievalismo y superchería. Mentira. Por supuesto que creo en lo paranormal, pero no como algo ajeno a la razón. Más bien creo que todo en este mundo tiene una explicación y más aún, una explicación que puede ser comprendida por la razón humana. Me es imposible deglutir el dogma y suelo hacerle ascos a la fe, sin embargo creo que todo, hasta lo más insólito, es explicable. Incluidos los fantasmas, las dimensiones desconocidas, el contacto con los muertos. Por supuesto. Todo tiene una explicación. Lo más dulce o acaso más trágico de la condición humana, es su infinita ignorancia. Ignorantes de nuestro entorno, de nuestra propia naturaleza, ignorantes de nuestras capacidades e impulsos. El mundo es mar de misterios infinitos y aún ese mar de misterios es sólo una mínima célula en el Aleph universal.

Futbol, globalización y nacionalismo

Si quieren entender ese mentado fenómeno llamado globalización que tanto horroriza a la izquierda les recomiendo que le echen un vistazo a lo que sucede en el futbol europeo, concretamente en el de Inglaterra.
La orgullosa Inglaterra, tan reacia a admitir los vicios del siempre lejano continente y decidida a mantener inmaculados a los leones y a la sacra rosa de su escudo, se ve de pronto invadida y colonizada por hordas de extranjeros. Si en el Siglo XIX la Pérfida Albión se encargó de hacer del planeta su colonia, hoy Londres es la colonia de una masa infinita de extranjeros.
El futbol es y ha sido siempre un fiel reflejo de los procesos sociales y políticos de la humanidad. Inglaterra, la madre oficial del futbol, la creadora de su libro oficial de 17 reglas nacidas en Sheffield en 1863, levantó por años una orgullosa muralla alrededor de su isla para evitar que su futbol se mezclara. Inglaterra no acudió a los tres primeros mundiales de futbol ni se integró a la FIFA pues seguía al píe de la letra las palabras que Doña Florinda repite a Kiko: No te juntes con esa chusma. Así las cosas, Inglaterra se negó por años a juntarse con la chusma futbolera del resto del orbe.
Recuerdo cuando en 1985 los clubes ingleses fueron suspendidos de toda actividad internacional a raíz de la tragedia que los fanáticos de Liverpool desataron en el estadio Heysel de Bruselas en la final de la Copa Europea. En aquellos años ochenta el futbol británico se recluyó literalmente en su isla. Un futbol de británicos para los británicos. Once jugadores británicos en cada equipo para jugar en canchas de pasto británico ante un público británico. Había extranjeros célebres, sí, como fue el caso de Osvaldo Ardiles con el Tottenham a principios de los 80, o Cantoná con el Manchester en la primera mitad de los 90, pero eran contados con los dedos. El pasado lunes 14 de febrero, Día de San Valentín, el Arsenal goleó 5-1 al Crystal Palace. A nadie sorprendió la contundente victoria de los cañoneros, sin embargo el partido ha pasado a la historia. Resulta que el Arsenal, orgullo centenario de Londres, símbolo de la gloria británica, uno de los equipos más representativos de Inglaterra jugó su partido cono once jugadores y da la casualidad que ni uno solo era inglés. El director técnico del Arsenal, el francés Arsene Wegner alineó contra el Crystal Palace a seis franceses, tres españoles, dos holandeses, un camerunés, un suizo, un brasileño y un costademarfileño. Ni un solo pinche inglesito, ni siquiera de relevo en la banca. Ese es el futbol de Inglaterra, cuya orgullosa selección nacional es dirigida por un sueco. El ejemplo de Arsenal es el extremo, pero desde hace algún tiempo que la isla está poblada de extranjeros. El Chelsea, orgulloso superlíder y creo futuro campeón de Inglaterra, es propiedad de un millonario ruso y tiene un técnico italiano. De igual forma, la mayor concentración de fans del Manchester United se encuentra en Japón.
La tendencia es más o menos universal. Si no fuera por Raúl, Helguera y Casillas, la selección resto del mundo llamada Real Madrid jugaría sin españoles, de la misma forma que en los tiempos de Van Gaal, los azulgranas del Barcelona, con todo y el aferrado regionalismo catalán, no tenían en sus filas a ni un hijo de La Rambla y sí en cambio a la selección de Holanda en pleno.
En este entorno de futbol globalizado, cada vez son más raros los equipos como Chivas de Guadalajara y Athletic de Bilbao. ¿Qué tienen en común este par de equipos además de su rojiblanca camiseta? Su nacionalismo exacerbado. Chivas sólo acepta mexicanos en sus filas. Bilbao va más lejos: Admite únicamente a jugadores vascos.

Dilemas anglo-franceses

Pero no nada más en el futbol se han tenido los ingleses que morder la lengua con su mentado nacionalismo. Ricardo Corazón de León, emblema de Inglaterra en las Cruzadas, icono de la caballería británica, hablaba en francés y vivió casi la mayor parte de su vida en Francia, despreciando la Inglaterra que reinaba por su clima y sus costumbres.

Sin embargo, también del otro lado se cuecen frijolitos. No deja de ser una mentada de madre que la librería más célebre de París, o por lo menos la que aparece más veces mencionada en obras literarias, se a Shakespeare and Co, ubicada en pleno Barrio Latino, a la orilla del Sena, dedicada a vender libros escritos en orgulloso inglés. Esta francesa librería es célebre por haber tenido como visitantes asiduos a Joyce, Beckett, Miller, Gertrude Stain, Hemingway y de más angloparlantes.

De ortografías y cosas peores

En apoyo a lo escrito por mi colega http://www.angelopolis.blogspot.com/, me permito sostener la total imposibilidad de mantener una carrera periodística carente de errores de sintaxis u ortografía.
Un día de 1992, me presentaron a un tipo (confieso que he olvidado su nombre) supuestamente de pluma afiliada y megachacas para los vericuetos de la lengua cervantina que presumía en su flamante currículum ser el corrector oficial de los textos de Octavio Paz. ¿A poco Octavio Paz tiene corrector? En efecto y no uno, sino muchos. Los textos son selvas abruptas, laberintos en los cuales el error tiene infinitos escondites para pasar desapercibido en una primera lectura crítica, aunque es experto en salir a la luz cuando el texto se ha publicado. A menudo la gente se ensaña con quienes escribimos en los periódicos: Es imperdonable que tengas un error, a ti te pagan por escribir. Tienen toda la razón del mundo. Un error es una vergüenza, pero nadie, ni siquiera el más riguroso y estricto de los gramáticos, está exento de tenerlo cuando trabajas en un periódico. Sólo quienes se han dedicado al diarismo saben que en este negocio escribes más rápido de lo que piensas. Si el texto perfecto es en cualquier caso un ideal a menudo inalcanzable, tratándose de un periódico se trata de la máxima utopía.