Acaso lo terrible es que uno pueda hablar de 20 años como si tal cosa, así como cualquier rafaguita de viento. Sí, es un canijo soplo la vida. El 10 de mayo de 1999 fue mi primer día como reportero en Tijuana. Después de dos años picando piedra en El Norte de Monterrey, me sedujo la idea de empezar desde sus cimientos un nuevo periódico y firmar notas desde el primer ejemplar. Demasiadas decisiones trascendentes en esa gran ceremonia de cambios de rumbo. Todo era nuevo, fascinante y desafiante en aquellas postrimerías del Siglo XX. Fue el carnaval de las primeras veces. Carolina y yo teníamos apenas tres meses de vivir juntos y después de emprender nuestra primera fuga al otro lado del Atlántico en abril, retornamos a América el 8 de mayo para estrenar un mini depita en Playas y 48 horas después me presenté a mi primer día de trabajo en un diario que todavía no tenía nombre ni sede. Éramos simplemente el nuevo periódico que va a salir, aunque entonces fungíamos como una suerte de corresponsalía de La Crónica mexicalense en Tijuana, amontonados todos en una liliputense oficina en la calle Diego Rivera. El edificio que nos albergaría en Vía Rápida estaba todavía en obra negra. Mi primera fuente asignada fue migración. En mi primer día de trabajo en Tijuana hablé con Lorena Blanco, vocera del Consulado de Estados Unidos en Tijuana, con el delegado del INM, y mi primera entrevista con grabadora encendida fue con Raúl Ramírez Bahena, coordinador del Centro del Apoyo al Migrante. Mi primera portada bajacaliforniana (todavía para La Crónica) fue la formal prisión a un ex director de transporte de apellido Vidrio, la primera de más de 500 portadas que firmaría en la siguiente década. Una mañana, en los días finales de mayo, José Santiago Healy develó una gran cartulina en donde estaba escrito el nombre del nuevo periódico: Frontera. Poco antes de sacar el primer ejemplar de las prensas, tuve mi primera cobertura foránea cuando 17 jornaleros mixtecos se mataron en un trágico accidente en San Quintín a donde me fui ese mismo día con mi colega Tizoc Santibáñez. Dos años después llegarían Washington, las Torres Gemelas, la epopeya apocalíptica. El primer ejemplar de Frontera brotó el día de Santiago de Compostela en el 99 y fuimos recibidos a punta de chingazos por los voceadores de la línea. Así empezó mi maestría y mi doctorado en el arte de contar historias. Ninguna escuela de letras y ningún Fonca me pudieron dar lo que me dio ser reportero en Tijuana. Mucho puño cerrado, mucha rabia, mucha calle pateada y mucho colega muy jarcor. Todo se transforma y todo sigue igual. En el periodismo no cambiaron las reglas; cambió el juego completito, pero en política Baja California se sigue ahogando en pozos de mierda cada vez más pestilentes. En cualquier caso, le debo todo a esa callejera universidad. Cada libro es hijo de la jarcorera reporteada y hoy tengo la sospecha de que valió la pena vivir esa vida.
Friday, May 10, 2019
Sunday, May 05, 2019
La frase “se ganó una batalla pero se perdió una guerra” es perfectamente aplicable al 5 de Mayo. Las armas nacionales, en efecto, se cubrieron de gloria, el invasor actuó con bizarría y los soldados mexicanos ganaron con todas las de la ley. De lo que nadie habla es del 18 de mayo de 1863, un año y 13 días después, cuando Puebla, defendida por González Ortega, finalmente cayó en manos de los reforzados franceses de Forey. Tampoco se habla del colaboracionismo de los conservadores poblanos, siempre afectos al invasor
2- El de Ignacio Zaragoza es acaso el único destino envidiable de la historia mexicana. Murió inmaculado e invicto, en gloria y plenitud, a los 33 años de edad. El tifo lo mató cuatro meses después de su triunfo. De haber sobrevivido, Zaragoza sin duda habría sido otro ambicioso general peleando por la presidencia. Se habría acabado enfrentando a Juárez y a Porfirio Díaz, inmerso en un puerco juego de poder. De igual forma, si Porfirio hubiera muerto en la guerra (digamos en la batalla del 2 de abril) hoy sería uno de los mayores héroes de la patria.
3- No me extraña que Estados Unidos celebre con semejante fanfarria el 5 de Mayo, elevado a la gran fiesta de la hispanidad norteamericana. Después de todo es una fecha que le viene como anillo al dedo a la Doctrina Monroe, un América para los americanos encarnado en los fuertes de Loreto y Guadalupe. La deseada y cacareada supremacía de los americanos sobre los europeos. En 1862, USA estaba muy ocupado en su guerra de Secesión y por ello no intervino contra Francia. Por supuesto, nadie al norte celebrará alguna de las acciones de las armas mexicanas contra invasores estadounidenses en 1847 o en 1914.
4- Siempre pienso que la Francia de 1862 no solo presumía el mejor ejército, sino que producía también la mejor literatura de la época. Era la Francia de Las flores del mal de Baudelaire y Madame Bovary de Flaubert (ambos, para entonces, censurados y sifilíticos). El 62 es el año de los Miserables de Víctor Hugo. En el 66 brotarían los primeros desafíos simbolistas de Verlaine y Mallarmé. Rimbaud, entonces un preadolescente, ya calentaba motores. Entre los invasores franceses ¿habrá habido alguien que trajera en su valija alguna censurada edición de Les Fleurs? ¿Emma Bovary habrá acompañado a algún zuavo en sus ratos de ocio?
5- A los franceses no los expulsamos los mexicanos. Se fueron solitos en 1866 cuando Napoleón III y Eugenia se aburrieron de su capricho. El emperador ya sentía pasos en la azotea con la Prusia de Bismarck mordiéndole las fronteras. Cuatro años después los prusianos harían polvo su malogrado imperio. Por herencia quedaron los grandes bulevares parisinos de Haussmann y el complejo afrancesado que afectaría a los fifís positivistas del porfiriato. Años después llegaría Gignac y todos los Tigres nos enamoramos de Francia.