¿En qué momento se jodió el Valle, Zavalita? Nuestro edén vitivinícola pasó casi
sin escalas del albor a la decadencia, como esas frutas que muestran prematuros
signos de podredumbre sin haber alcanzado aún la madurez. Recuerdo nuestras
primeras incursiones al Valle hace dos décadas, cuando aquello consistía en
recorrer una carreterita comarcal, desayunar en el Correcaminos o el Mustafá, pepenar un queso con doña Lupe, comprar unos
cuantos racimos de uvas a un lado del camino y beberse un Nebbiolo en el jardín
de Cetto. La época en que había que llevar morralla porque ningún
negocio aceptaba tarjeta, cuando el lugar común era afirmar que aquello
era un paraíso desperdiciado e infravalorado. Los años pasaron, se emprendió la
ampliación de la carretera, empezaron a brotar restaurantes regenteados por
chefs, hotelitos coquetos que se autodenominaban boutique y de pronto, en todas
las revistas de aerolínea leías artículos sobre la ruta del vino y en las
publicaciones chilangas de socialité veías fotos de alegres comensales vestidos
de riguroso blanco, luciendo sombreros trendy y lentes de diseñador posando
sobre una barrica de roble. Pronto las casas vitivinícolas se multiplicaron y de las cinco que había a
principios de los 90, llegamos a las más de 150 que suma el Valle en 2021. Este
microclima mediterráneo de suelo arenoso
se estaba convirtiendo en un cuerno de la abundancia, por mucho el mayor
atractivo turístico de Baja California. Sí, los viñedos se transformaron en la
foto perfecta para el Instagram, los precios se dispararon hasta el cielo, pero seguía siendo, pese a todo, un lindo
paseo campestre, una actividad amigable con el ecosistema y el equilibrio
ambiental. Pero sucedió que a alguien se le ocurrió que sería muy buen negocio
abrir una cantina, después un antrito y luego otro. Después alguien pensó que
esas cenas concierto que organizaban las casas vitivinícolas, podían
transformarse en espectáculos masivos para decenas de miles de asistentes. Si
en su camino se atraviesan unas 25 hectáreas de encinos, huizaches, cactáceas, vides y plantas nativas, pues no pasa nada.
Tan simple como arrasarlas en tiempo récord, aplanar la tierra con maquinaria y
montar su centro de espectáculos para convocar hordas de basura buchona ávidas
de mierda grupera. Y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos nos encargamos de
joder nuestro edén. ¿Quién se está beneficiando de esta depredación? Cuestión de
seguir la ruta del dinero. La identidad vitivinícola está determinada tanto por
las cepas usadas en su elaboración como por la tierra donde se cultivan. La
geología, la composición de los suelos, la lluvia, el riego y el clima están
presentes en el vino que estás bebiendo, pero también un grupo de personas
respetando el entorno e imprimiendo un
sello personal en cada cosecha. Dejen de cagar fuera de la bacinica: esto no es
un debate clasista o de gustos musicales, sino de preservación de una vocación agrícola,
de respeto al espíritu de la tierra y de no dejar que se nos pudra lo que la
bendecida tierra bajacaliforniana nos ha legado. ¿Estaremos aún a tiempo?