Nada como la vocación demócrata de la literatura. Ningún arte iguala en justicia su reparto de herramientas. Los insumos están y han estado siempre ahí, a plena de disposición para quien quiera servirse. El inventario de palabras es el mismo para el timorato y para el genio. Nadie va imponerte cargo alguno por el uso de esa expresión capaz de cambiar el sentido de una frase. El lenguaje, por fortuna, sigue siendo comunitario. ¿Quieres romperle la madre al mundo con una novela? Adelante. Cuentas con el mismito arsenal del que se valió García Márquez. Te lo juro, no van a cobrarte un peso por utilizar tal o cual palabra. Son todas tuyas y al final de cuentas, el valor de tu obra será el mismo si lo escribes con pluma en un cuaderno cuadriculado o en una Apple de última generación. Cierto, un pintor genial puede crear con un lápiz y una servilleta una imagen alucinante, pero el resultado final de su obra maestra puede variar muchísimo dependiendo del lienzo y la paleta. Un músico encuentra tonos hasta en el sonido de la lluvia, pero si el virtuoso toca su pieza en un Stradivarius conseguirá un sonido imposible de lograr con un instrumento del montón. Ni hablar de la escultura, la fotografía o la arquitectura, donde la herramienta y la materia prima pueden hacer la radical diferencia. El fotógrafo ninguneado e incomprendido podrá consolarse imaginando los portentos que conseguiría si en sus manos tuviera la impagable cámara y el lente usados por las estrellas de la National Geographic. En cambio, el más jodido y malogrado de los escritores tiene a su entera disposición el mismito inventario de palabras utilizado por Borges o Cortázar.
Saturday, May 02, 2015
Friday, May 01, 2015
Un día cualquiera recordarás la mañana aquella de mayo en que Vera Palestina salió de la prisión mientras tú pepenabas en Gandhi una improbable antología de narradores rusos prologada por Juan Villoro y un libro de viajes escrito por Claudio Magris que has leído mil veces sin leerlo y donde escribe (como has escrito tú y un millón de mochileros) que la literatura es viaje, que leer y caminar son la misma cosa. Recordarás que mientras optabas por el Hemingway de Padura y Si viviéramos en un lugar normal te enteraste de la muerte de la madre de tu colega Roxana, apenas unos minutos después de hablar con el guardia jaliciense de la librería sobre el helicóptero militar derrumbado en Jalisco y la nueva generación (de narcos, de muertos e indiferentes de toda calaña) y después regresarías a casa y beberías, whisky, mezcal y cerveza, y pensarías que ya ni por puta casualidad o error de cálculo liberas párrafos en estepas blancas y deseaste llamar a tu madre y compartir este exabrupto con alguien y liberar una frase que fuera más allá del machacadísimo aleatoriedades, naufragios, aleatoriedades, yaciente, y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Thursday, April 30, 2015
El Zeitgeist de las primeras décadas del Siglo XXI –me ha quedado claro- yace en las manos de los nativos digitales y es un tren que corre muy lejos de la estación de mi vida. Acaso el néctar del espíritu de nuestra era habite en las cabezas de esas decenas de miles de jóvenes nacidos en los años 90 que orbitan en Silicon Valley o en Austin, muchachos de 18 o 20 años que sueñan con convertirse en la reencarnación de Steve Jobs o en el sucesor de Mark Zuckenberg. Si en los albores del Siglo XX el Zeitgeist encarnaba en la Exposición Universal del París con sus globos aerostáticos, las vacunas de Pasteur, la electricidad y la arquitectura de vanguardia, en 2015 el espíritu bien puede estar en una convención de videojuegos o en una feria digital donde se prueban los nuevos lentes de Google y se discute sobre automóviles inteligentes. El gran abrevadero de mi vida, que es el periodismo y la narrativa, está muy lejos del Zeitgeist de 2015. A veces es duro darme cuenta que nunca he sido contemporáneo de mi época.
Tuesday, April 28, 2015
Irrumpe en un destello el hombre araña y se roba al pequeño a la vuelta de una esquina. Es el final –predecible y no por ello menos aterrador- de un episodio en una teleserie. Sabíamos que el niño sería robado, pero ignorábamos cómo ocurriría. Tras su máscara el hombre araña tiene el rostro del embajador-diablejo, pero basta mirarlo a los ojos para descubrir a una mujer, híbrida, hermafrodita, toda ella crueldad. Spiderman es rápido como el latigazo venenoso de una serpiente. La madera carcomida está a punto de romperse y yo duermo en la Riviera como duermen los troncos milenarios en la noche de los tiempos.
Un día después, Alanah, Juliana y Betina viajaban a bordo de un camión con destino al Valle de San Quintín sin tener una idea ni siquiera aproximada sobre dónde debían dirigirse. El camino de seis horas fue un vía crucis para Alanah. La fiebre no cedía. Tampoco la sensación casi permanente de desvanecimiento. Su destino no se parecía en absoluto a lo que esperaban, aunque en realidad ninguna de las dos sabía exactamente que esperar. En cualquier caso aquello no era un típico pueblecito mexicano de árboles frondosos, iglesia barroca y mujeres indígenas elaborando artesanía en la plaza como hubiera deseado Alanah. Solo planicies, campos de cultivo y descomunales galerones donde habitaban cientos de jornaleros mixtecos. Nadie en el pueblo sabía de la existencia de brujas o curanderas, pero un promotor de desarrollo social urgió a Alanah a ir al centro de salud.
Monday, April 27, 2015
Más allá de la línea de sombra (publicado el jueves en InfoBaja)
Durante años me aterró la idea de vivir una larga vida. Esa añeja obsesión llamada fuente de la eterna juventud que mil y un personas buscan inmolando sus cuerpos en los altares de las cirugías plásticas, solo podía encontrarse en la muerte temprana. La única forma de conjurar el derrumbe físico y existencial yacía en la posibilidad de retirarse a tiempo.
Confieso que tener un hijo me ha hecho cambiar. No me asusta en lo personal la idea de morir este día, pero me aterra la idea de desampararlo y faltarle. Lo que en verdad es noticia para mí, es descubrir que la posibilidad de vivir otros 40 años ya no me parece una abominación. Si hoy fuera mi último día me iría de aquí pensado que la vida valió la pena ser vivida tal como ha sido hasta ahora, pero creo que aún faltan unas cuantas cosas por vivir. Ver crecer a Iker es el combustible que da sentido a cada amanecer. El 21 de abril he cumplido años y lo único que puedo decir es que tengo plena certidumbre de haber rebasado hace tiempo la mitad del camino de mi vida, esa línea de sombra que en un oscuro bosque sorprende a Dante al iniciar la Divina Comedia. No me quita el sueño ni me entristece saber que el día de mi muerte esté hoy más cerca que el de mi nacimiento. Al contrario, me fortalece. En los últimos tiempos tengo una conciencia clara y omnipresente de la fugacidad y la finitud, pues hasta el más trivial y cotidiano de los instantes lo interpreto como el último. Tal vez nunca antes había tenido tal claridad sobre nuestra condición de polvo en el viento o vela en la tormenta y eso mismo me hace valorar las más improbables acciones. Es en la finitud y no en la eternidad donde yace la trascendencia. Seremos olvido puro y eso mismo hace trascendente este instante. En mi juventud no poca gente se aventuró a pronosticar que mi ateísmo sería una pasajera rebeldía adolescente, pero la realidad es que conforme pasan los años mi vocación deicida crece en intensidad. No solo estoy convencido con mucha mayor firmeza que en la adolescencia de que no hay dios alguno, sino que el mundo actual parece aferrado en demostrar cada día el enorme daño que la religión le hace la humanidad. Lo paradójico es que aún en mi pasional deicidio me siento agradecido con la vida. Vaya, si hubiera un dios tengo motivos de sobra para darle las gracias. ¿Parece contradictorio? No lo es. Ser agradecido significa tener plena conciencia de ser afortunado, valorar lo aparénteme más simple, maximizar el instante y ser empático frente al infortunio de los otros. No pido ni deseo más que lo tengo. Si existiera un dios, solo le pediría una vida plena para mi hijo y le daría las gracias por lo vivido hasta ahora.
Sunday, April 26, 2015
Improbabilidades librescas de la Riviera
1- La mayor extravagancia de la fuga a la Riviera Maya no fue encontrar alguna deidad apocalíptica en las profundidades de un cenote o hablar por la noche con un Alux, sino visitar la biblioteca pública de Playa del Carmen, misma que ni por casualidad aparecerá nunca en guía turística alguna. Al igual que todas las bibliotecas municipales de México, la Leona Vicario es un yacimiento de olvido y desolación en donde hace muchísimos años no entra un libro nuevo. Como a todos los recintos librescos administrados por el gobierno, la salva la colección “Sepan Cuántos…” de Porrúa, la Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura y algunos mostrencos ejemplares de México a través de los siglos. Aunque Icamole y Playa tienen poco que ver, por un momento recordé la historia de El último lector de mi paisano David Toscana, y aunque son agujas en pajares, seguro estoy que hay lectores quintanarroenses abrevando letras de ese pozo que - pese a las apariencias- no está seco.
2- Náufrago entre libros de texto y un manual de mecánica encontré en la biblioteca de Playa un ejemplar del México mestizo de Agustín Basave Benítez. El libro ha tenido lector o por lo menos dibujante, pues entre sus páginas encontré un papel calca con una reproducción en lápiz de la portada: la imagen de Gonzalo Guerrero y su familia maya. Más allá de la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez, acaso el improbable dibujante no olvide que fue en esas tierras peninsulares donde nacieron los primeros mestizos mexicanos.
3- Formados sobre la banqueta en la Quinta Avenida de Playa del Carmen encontré unos 30 libros en trueque, todos en inglés. “Take 1 Leave 2” se leía en un letrero rayado con plumón. Mucho best seller chatarresco, algún ejemplar de Ellroy y otro de Jo Nesbø que casi me tienta a desprenderme de una pieza de mi arsenal.
4- En el desayunador de nuestro hotel yace una pequeña biblioteca en donde la inmensa mayoría de los libros están escritos en sueco. Hay unos cuantos en inglés y ni uno solo en español. Traducciones de Umberto Eco, Joyce Carol Oates, el Gone Girl de Gillian Flynn y algunos autores nórdicos (extrañamente ninguno policiaco). ¿Donación u olvido de algún turista de Suecia? Las iguanas que deambulan por el jardín parecen ser sus más fieles lectoras.
5- Y por si alguien tiene curiosidad, mis compañeros de viaje fueron: Tirana memoria de Horacio Castellanos Moya (lo acabé en el vuelo de ida y reconfirmé mi adicción por el salvadoreño de quien he leído una decena de libros sin ser nunca defraudado); Cánones subversivos de Gonzalo Celorio (breve conjunto de ensayos sobre letras latinoamericanas que me chuté en un ida y vuelta de Playa a Tulum); Extraños en un tren de Patricia Highsmith (mega-clásico negro del que apenas he leído cinco páginas) y el compañero estrella, Limónov de Emmanuel Carrére (puto librazo, el acompañante ideal de mil y un aviones, lo mejor que he leído en lo que va de 2015. Sospecho que muchos años después –si aún estoy vivo-encontraré arena y olor a mar entre sus páginas).