Saturday, May 02, 2015
Friday, May 01, 2015
 Un día cualquiera recordarás la mañana aquella de mayo en que Vera Palestina salió de la prisión mientras tú pepenabas en Gandhi una improbable antología de narradores rusos prologada por Juan Villoro y  un libro de viajes escrito por Claudio Magris que has leído mil veces sin leerlo y donde escribe (como has escrito tú y un millón de mochileros) que la literatura es viaje, que leer y caminar son la misma cosa. Recordarás que mientras optabas por el  Hemingway de Padura y Si viviéramos en un lugar normal te enteraste de la muerte de la madre de tu colega Roxana, apenas unos minutos después de hablar con el guardia jaliciense de la librería sobre el helicóptero militar derrumbado en Jalisco y la nueva generación  (de narcos, de muertos e indiferentes de toda calaña) y después regresarías a casa y beberías, whisky, mezcal y cerveza, y pensarías que ya ni por puta casualidad o error de cálculo liberas párrafos en estepas blancas y deseaste llamar a tu madre y compartir este exabrupto con alguien y liberar una frase que fuera más allá del machacadísimo aleatoriedades, naufragios, aleatoriedades, yaciente, y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Un día cualquiera recordarás la mañana aquella de mayo en que Vera Palestina salió de la prisión mientras tú pepenabas en Gandhi una improbable antología de narradores rusos prologada por Juan Villoro y  un libro de viajes escrito por Claudio Magris que has leído mil veces sin leerlo y donde escribe (como has escrito tú y un millón de mochileros) que la literatura es viaje, que leer y caminar son la misma cosa. Recordarás que mientras optabas por el  Hemingway de Padura y Si viviéramos en un lugar normal te enteraste de la muerte de la madre de tu colega Roxana, apenas unos minutos después de hablar con el guardia jaliciense de la librería sobre el helicóptero militar derrumbado en Jalisco y la nueva generación  (de narcos, de muertos e indiferentes de toda calaña) y después regresarías a casa y beberías, whisky, mezcal y cerveza, y pensarías que ya ni por puta casualidad o error de cálculo liberas párrafos en estepas blancas y deseaste llamar a tu madre y compartir este exabrupto con alguien y liberar una frase que fuera más allá del machacadísimo aleatoriedades, naufragios, aleatoriedades, yaciente, y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
    
    Thursday, April 30, 2015
Tuesday, April 28, 2015
    
      Irrumpe en un destello el  hombre araña y se roba al pequeño a la vuelta de una esquina. Es el final –predecible y no por ello menos aterrador- de un episodio en una teleserie. Sabíamos que el niño sería robado, pero ignorábamos cómo ocurriría. Tras su máscara el  hombre araña tiene el rostro del embajador-diablejo, pero basta mirarlo a los ojos para descubrir a una mujer, híbrida, hermafrodita, toda ella crueldad. Spiderman es rápido como el latigazo venenoso de una serpiente. La madera carcomida está a punto de romperse y yo duermo en la Riviera como duermen los troncos milenarios en la noche de los tiempos. 
 Un día después, Alanah, Juliana y Betina viajaban a bordo de un camión con destino al Valle de San Quintín sin tener una idea ni siquiera aproximada sobre dónde debían dirigirse. El camino de seis horas fue un vía crucis para Alanah. La fiebre no cedía. Tampoco la sensación casi permanente de desvanecimiento. Su destino no se parecía en absoluto a lo que esperaban, aunque en realidad ninguna de las dos sabía exactamente que esperar. En cualquier caso aquello no era un típico pueblecito mexicano de árboles frondosos, iglesia barroca y mujeres indígenas elaborando artesanía en la plaza como hubiera deseado Alanah. Solo planicies, campos de cultivo y descomunales galerones donde habitaban cientos de jornaleros mixtecos. Nadie en el pueblo sabía de la existencia de brujas o curanderas, pero un promotor de desarrollo social urgió a Alanah a ir al centro de salud.
Un día después, Alanah, Juliana y Betina viajaban a bordo de un camión con destino al Valle de San Quintín sin tener una idea ni siquiera aproximada sobre dónde debían dirigirse. El camino de seis horas fue un vía crucis para Alanah. La fiebre no cedía. Tampoco la sensación casi permanente de desvanecimiento. Su destino no se parecía en absoluto a lo que esperaban, aunque en realidad ninguna de las dos sabía exactamente que esperar. En cualquier caso aquello no era un típico pueblecito mexicano de árboles frondosos, iglesia barroca y mujeres indígenas elaborando artesanía en la plaza como hubiera deseado Alanah. Solo planicies, campos de cultivo y descomunales galerones donde habitaban cientos de jornaleros mixtecos. Nadie en el pueblo sabía de la existencia de brujas o curanderas, pero un promotor de desarrollo social urgió a Alanah a ir al centro de salud.
    
    
    
    
  
  Monday, April 27, 2015
Más allá de la línea de sombra (publicado el jueves en InfoBaja)
Sunday, April 26, 2015
 Improbabilidades librescas de la Riviera
1- La mayor extravagancia de la fuga a la Riviera Maya no fue encontrar alguna deidad apocalíptica en las profundidades de un cenote o hablar por la noche con un Alux,  sino visitar la biblioteca pública de Playa del Carmen, misma que ni por casualidad aparecerá nunca en guía turística alguna. Al igual que todas las bibliotecas municipales de México, la Leona Vicario es un yacimiento de olvido y desolación en donde hace muchísimos años no entra un libro nuevo. Como a todos los recintos librescos administrados por el gobierno, la salva la colección “Sepan Cuántos…” de Porrúa, la Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura y algunos mostrencos ejemplares de México a través de los siglos. Aunque Icamole y Playa tienen poco que ver, por un momento recordé la historia de El último lector de mi paisano David Toscana, y aunque son agujas en pajares, seguro estoy que hay lectores quintanarroenses abrevando letras de ese pozo que - pese a las apariencias- no está seco.
2- Náufrago entre libros de texto y un manual de mecánica encontré en la biblioteca de Playa un ejemplar del México mestizo de Agustín Basave Benítez. El libro ha tenido lector o por lo menos dibujante, pues entre sus páginas encontré un papel calca con una reproducción en lápiz de la portada: la imagen de Gonzalo Guerrero y su familia maya. Más allá de la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez,  acaso el improbable dibujante no olvide que fue en esas tierras peninsulares donde nacieron los primeros mestizos mexicanos.
3- Formados sobre la banqueta en la Quinta Avenida de Playa del Carmen encontré unos 30 libros en trueque, todos en inglés. “Take 1 Leave 2” se leía en un letrero rayado con plumón. Mucho best seller chatarresco, algún ejemplar de Ellroy y otro de Jo Nesbø que casi me tienta a desprenderme de una pieza  de mi arsenal.
4- En el desayunador de nuestro hotel yace una pequeña biblioteca en donde la inmensa mayoría de los libros están escritos en sueco. Hay unos cuantos en inglés y ni uno solo en español. Traducciones de Umberto Eco, Joyce Carol Oates,  el Gone Girl de Gillian Flynn y algunos autores nórdicos (extrañamente ninguno policiaco). ¿Donación u olvido de algún turista de Suecia? Las iguanas que deambulan por el jardín parecen ser sus más fieles lectoras. 
5- Y por si alguien tiene curiosidad, mis compañeros de viaje fueron: Tirana memoria de Horacio Castellanos Moya (lo acabé en el vuelo de ida y reconfirmé mi adicción por el salvadoreño de quien he leído una decena de libros sin ser nunca defraudado); Cánones subversivos de Gonzalo Celorio (breve conjunto de ensayos sobre letras latinoamericanas que me chuté en un ida y vuelta de Playa a Tulum); Extraños en un tren de Patricia Highsmith (mega-clásico negro del que apenas he leído cinco páginas) y el compañero estrella, Limónov de Emmanuel Carrére (puto librazo, el acompañante ideal de mil y un aviones, lo mejor que he leído en lo que va de 2015. Sospecho que muchos años después –si aún estoy vivo-encontraré arena y olor a mar entre sus páginas).
Improbabilidades librescas de la Riviera
1- La mayor extravagancia de la fuga a la Riviera Maya no fue encontrar alguna deidad apocalíptica en las profundidades de un cenote o hablar por la noche con un Alux,  sino visitar la biblioteca pública de Playa del Carmen, misma que ni por casualidad aparecerá nunca en guía turística alguna. Al igual que todas las bibliotecas municipales de México, la Leona Vicario es un yacimiento de olvido y desolación en donde hace muchísimos años no entra un libro nuevo. Como a todos los recintos librescos administrados por el gobierno, la salva la colección “Sepan Cuántos…” de Porrúa, la Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura y algunos mostrencos ejemplares de México a través de los siglos. Aunque Icamole y Playa tienen poco que ver, por un momento recordé la historia de El último lector de mi paisano David Toscana, y aunque son agujas en pajares, seguro estoy que hay lectores quintanarroenses abrevando letras de ese pozo que - pese a las apariencias- no está seco.
2- Náufrago entre libros de texto y un manual de mecánica encontré en la biblioteca de Playa un ejemplar del México mestizo de Agustín Basave Benítez. El libro ha tenido lector o por lo menos dibujante, pues entre sus páginas encontré un papel calca con una reproducción en lápiz de la portada: la imagen de Gonzalo Guerrero y su familia maya. Más allá de la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez,  acaso el improbable dibujante no olvide que fue en esas tierras peninsulares donde nacieron los primeros mestizos mexicanos.
3- Formados sobre la banqueta en la Quinta Avenida de Playa del Carmen encontré unos 30 libros en trueque, todos en inglés. “Take 1 Leave 2” se leía en un letrero rayado con plumón. Mucho best seller chatarresco, algún ejemplar de Ellroy y otro de Jo Nesbø que casi me tienta a desprenderme de una pieza  de mi arsenal.
4- En el desayunador de nuestro hotel yace una pequeña biblioteca en donde la inmensa mayoría de los libros están escritos en sueco. Hay unos cuantos en inglés y ni uno solo en español. Traducciones de Umberto Eco, Joyce Carol Oates,  el Gone Girl de Gillian Flynn y algunos autores nórdicos (extrañamente ninguno policiaco). ¿Donación u olvido de algún turista de Suecia? Las iguanas que deambulan por el jardín parecen ser sus más fieles lectoras. 
5- Y por si alguien tiene curiosidad, mis compañeros de viaje fueron: Tirana memoria de Horacio Castellanos Moya (lo acabé en el vuelo de ida y reconfirmé mi adicción por el salvadoreño de quien he leído una decena de libros sin ser nunca defraudado); Cánones subversivos de Gonzalo Celorio (breve conjunto de ensayos sobre letras latinoamericanas que me chuté en un ida y vuelta de Playa a Tulum); Extraños en un tren de Patricia Highsmith (mega-clásico negro del que apenas he leído cinco páginas) y el compañero estrella, Limónov de Emmanuel Carrére (puto librazo, el acompañante ideal de mil y un aviones, lo mejor que he leído en lo que va de 2015. Sospecho que muchos años después –si aún estoy vivo-encontraré arena y olor a mar entre sus páginas).  
 
    
    

