Eterno Retorno

Saturday, October 15, 2016

El periódico El Norte de Monterrey publica hoy el suplemento El Libro dedicado a la FIL regia. Como es ya una costumbre en él, mi tocayo Daniel de la Fuente se ha lucido con una edición de altísima escuela. ¿Quieren probar un traguito de Whisky malo? Les comparto este pequeño adelanto del primer cuento del libro llamado Saurio sangrante que El Norte publica hoy. Les recomiendo también la entrevista con los artesanos librescos de AnAlfaBeta y con todos los colegas de la avanzada regia. Paisanos, córranle a comprarlo con su voceador que el ejemplar es de colección.

Lo procedente en esta otoñal noche de luna de llena es que sirvamos un whiskocho en las rocas. Bueno, uno o dos o los que se acumulen. Motivos para festejar los hay. Antonio Ramos Revillas me ha avisado que hace unas horas en territorio Tigre brotó de la imprenta mi libro Días de whisky malo, publicado por la Universidad de Nuevo León. Estos seis cuentos ganaron el premio Gilberto Owen el año pasado (Liliana Blum, Eduardo Antonio Parra y Karla Faesler fungieron como jurado) y la Editorial Universitaria les ha abierto la puerta. Paisanos de la Sultana Norteña, tomen nota: El whiskocho será presentado en sociedad el próximo 23 de octubre a las seis de la tarde en la Feria del Libro de Monterrey, en el stand de la UANL. En la mesa me acompaña mi colega Alejandro Vázquez. Ya les platicaré un poco más de este libro. Por lo pronto les doy una pista: ninguno de los personajes de los seis cuentos es periodista. El six pack lo conforman Saurio sangrante, Infortunios de un ovejero kazajo, Corona de muerto, Dilemas de zurdos y fachos, Días de whisky malo y Ella es nabokoviana. Aún no tiene fecha para presentarse en Tijuana, pero por lo pronto el 1 de diciembre nos lo llevamos a Guadalajara. Tiempo de escuchar Whisky in the Jar. Por lo pronto, salucita raza.

Thursday, October 13, 2016

Por ahora este es el único Dylan que deambula entre el caos eterno de mi biblioteca. Busco en los recovecos y no encuentro a otro. El artista cachorro encarnó en Swansea, abrevó de paganos bardos galeses y su vozarrón partió micrófonos en la BBC mientras derramaba bosques lácteos donde se bebió todo el whisky del mundo. Se murió a los 39 años y en sus venas corría un torrente de malta fermentada. Dicen (pero nadie confirma) que el tal Robert Zimmerman adoptó el Dylan en su honor. Bueno, al grano: ¿qué carajos pienso de todo esto? Pues que no, no me gusta; pulgar hacia abajo, aunque hace un tiempo me ha quedado claro que lo entregado en Suecia no es un premio literario. Sí, ya sé que antes y después de que San Agustín observara a San Ambrosio incurrir en la inconcebible extravagancia de leer en silencio, la literatura era canto. Como canto nació y se desarrolló. Antes de inventar la egocéntrica figura del autor, hubo mil y un juglares, bardos y rapsodas dedicados a cantar poemas donde lo menos importante era ubicar al creador de los mismos. Con una dosis de romanticismo podría decir que Bob Dylan honra esa tradición. Después de todo, la primera vez que escuché algo suyo en mi vida fue en una iglesia. Fui un niño católico y “El saber que vendrás” irrumpía coral en los templos de Fátima y San Francisco. Mi abuela solía cantarla. Esa fue mi primera versión de Blowin in the wind (y hoy la que más disfruto es la de Neil Young). La respuesta suele volar con el viento (¿de Santa Ana?) De acuerdo Bob, eres un poeta, pero desde hace años juegas en otra liga. Usas su nombre, pero no eres de la estirpe de Dylan Thomas. No necesitabas el premio ni te correspondía. Por cierto, en la fotografía se aprecia al salmón de Suipacha que tras las tinieblas de sus Ray Ban mira crímenes perfectos mientras por afuera pasan los aviones. ¿Le darían el Nobel al Dylan sudaca? Por lo que mí respecta, Estocolmo seguirá siendo la cuna del mejor Death Metal y la fuente de inspiración de no pocos detectives vikingos que dedican 600 páginas a un humilde muertito, pero no la ciudad en donde galardonan a los escritores que han sido capaces de volarme la cabeza. Ahora que si de músicos literatos hablamos, Bruce Dickinson de Iron Maiden ha escrito novelas y hasta el Lorenzo Partida de Transmetal tiene sus cuatro libritos de poemas, aunque si a mí me preguntan, yo le hubiera dado el premio al gran Lemmy. Tiempo de beber whisky malo y escuchar One more fucking time.

Sunday, October 09, 2016

Como su palita no podría nunca cavar un pozo tan ancho, Lluvia se las arregló para ir pepenando instrumentos de mayor calado. En un baldío cercano a su casa escarbó con paciencia durante todo un verano y en los primeros días de octubre había conseguido un hoyo con una circunferencia lo suficientemente ancha como para dar cabida a su cuerpo. Lluvia, la niña de la tierra, tenía una anatomía compacta, menudita y correosa. Fue siempre la más pequeña en la fila escolar y a los once años aparentaba menos de siete. Algunos lo atribuyeron a desnutrición o a un deficiente desarrollo, pero lo cierto es que en la familia de Lluvia nunca hubo, ni por padre por madre, un solo integrante que sobrepasara el 1:60 de estatura aunque el caso de la niña del lodo fue un extremo insuperable. Al entrar a la pubertad Lluvia era una especie de escuálida duendecita, una presencia casi etérea. Al verla podría atribuírsele una mórbida fragilidad anatómica y era fácil imaginar a un ventarrón cualquiera revolcándola en las alturas, pero los brazos de Lluvia, curtidos por mil y un paleos sobre yermos terrones, eran fuertes como los de un remero o beisbolista. Ruda como mata baldía, Luvia corría como las liebres y fue por designio de su cuerpo la campeona insuperable de juegos como “la traes” o las escondidas. Alcanzarla en una carrera o encontrarla en un escondite fue siempre misión imposible. Veloz, huidiza y correosa, Lluvia se las arreglaba para desparecer entre improbables recovecos. No fue la suya una feminidad de muñequitas y en su adolescencia brillaron por su ausencia los idealizados galanes.