¿Hoy empieza el resto de mi vida?
Última noche en la redacción. Mi escritorio yace vacío. Los más de 150 libros y las varias toneladas de revistas, periódicos y documentos ya están en mi camioneta. También las fotos que tapizaban las paredes. En este escritorio, hoy vacío, se reflejaba el tiempo acumulado, la antigüedad de un viejo lobo que ha hecho historia. Mexicanos al fin, el clima no es lúgubre en la redacción y todo lo contagia un humor negrísimo. Nos burlamos de nosotros mismos y lo mejor que podemos hacer mientras el barco se hunde, es reír, reír mucho y hacer del drama un chiste. Al menos en este preciso momento, no siento nada parecido a la tristeza. Una suerte de anestesia burlona me mantiene a flote. Por la mañana fui a dar una plática a los alumnos del CUT. Lo manejaron con el solemne título de conferencia. En estos diez años he dado muchísimas charlas a estudiantes en Tijuana, San Diego y alguna vez en Pomona y sin embargo, creo que la de esta mañana fue mi charla más brutalmente honesta, la más desparpajada, a corazón abierto. Lo único que podía regalarles, era mi absoluta sinceridad, decirles que este oficio es una mierda de la que uno se enamora y a la que irremediablemente se hace adicto.
Más tarde...Ahora la redacción se ha quedado sola. Soy la única persona en este segundo piso. Hay tal silencio, que el tundir de mis teclas se escucha a varios metros de distancia. La prensa ya está trabajando. El rugir eterno de la máquina mientras arroja un ejemplar más a las calles. Recuerdo la primera vez que llegué a este sitio en el que ahora me encuentro y del que hoy me voy para siempre. Fue en el siglo pasado, en mayo de 1999, cuando esto era todavía una obra negra atiborrada de albañiles. Aquí llegué y tomé posesión más de un mes antes de la salida del primer ejemplar del periódico, ese primer ejemplar que sacamos de la imprenta la madrugada del 25 de julio de 1999. He llegado al ejemplar número 3 mil 431 con la certeza de que nadie firmó más portadas que yo. Fui y vine, hice y deshice, conocí, escribí, viajé, rabié, soñé, aluciné y vi desfilar a cientos de personas por estos pasillos. Sobreviví a mil turbulencias, vi rodar muchas cabezas y truncar muchos sueños. Vi torcer rumbos una y otra vez. Conocí y traté a cientos, a miles de personas, a todos los que rigen la vida de Baja California y, sin embargo, hice pocos, poquísimos amigos, sólo unos cuantos compañeros de trabajo en los que tengo plena confianza. En 1999 la generación fundadora era grandísima. Hoy solo quedamos cuatro y todo hace indicar que mañana no quedará ninguno. La antigüedad y un sueldo decoroso son pecados mortales en este lugar. El mejor reportero es el reportero barato, baratísimo o si es posible, gratuito. El primer periódico que saqué de la imprenta en 1999 y que salí a repartir a las calles de Tijuana era un periódico en donde no cabían tantos sueños, tantas esperanzas, tanta energía y la certeza absoluta de que nos comeríamos el mundo. Nos sentíamos grandes y aspirábamos a la grandeza. De esa generación, de esos sueños y de esa aspiración, no queda nada. Sólo cuatro personas, dos hombres y dos mujeres diez años más viejos que dicen adiós con un ejemplar 3 mil 431 en donde sólo hay 36 miserables páginas en formato tabloide. Un ejemplar que refleja agonía y se retuerce como un pez en la arena desesperado por dar las últimas bocanadas. En este barco empeñé casi la tercera parte de mi vida, pero el barco naufraga. Hoy mi vida cambia y cambia radicalmente. Desde hace más de trece años he trabajado sin interrupciones y nunca he pasado 15 días de mi vida sin recibir un ingreso estable y seguro. Llegó el momento de transformarme en salmón, de salir a patear la calle a contra corriente. Hoy, por primera vez me siento un contemporáneo absoluto de un cataclismo de la humanidad. En mi historia se reflejan las historias de millones de seres en mundo occidental. Sí, imposible no pensar en lo que pudo haber sido, en los errores, en los rumbos que no torcí a tiempo y sin embargo me voy con plena paz. Gracias a este trabajo tengo una casa, aprendí lo que ninguna universidad me hubiera enseñado, tuve tiempo de viajar tanto como pude y al final de cuentas vuelvo al sitio de donde partí. Ya pasa de la media noche. Todas las luces están apagadas. Es momento de apagar esta máquina y decirle adiós a esta antigua vida mía.
Última noche en la redacción. Mi escritorio yace vacío. Los más de 150 libros y las varias toneladas de revistas, periódicos y documentos ya están en mi camioneta. También las fotos que tapizaban las paredes. En este escritorio, hoy vacío, se reflejaba el tiempo acumulado, la antigüedad de un viejo lobo que ha hecho historia. Mexicanos al fin, el clima no es lúgubre en la redacción y todo lo contagia un humor negrísimo. Nos burlamos de nosotros mismos y lo mejor que podemos hacer mientras el barco se hunde, es reír, reír mucho y hacer del drama un chiste. Al menos en este preciso momento, no siento nada parecido a la tristeza. Una suerte de anestesia burlona me mantiene a flote. Por la mañana fui a dar una plática a los alumnos del CUT. Lo manejaron con el solemne título de conferencia. En estos diez años he dado muchísimas charlas a estudiantes en Tijuana, San Diego y alguna vez en Pomona y sin embargo, creo que la de esta mañana fue mi charla más brutalmente honesta, la más desparpajada, a corazón abierto. Lo único que podía regalarles, era mi absoluta sinceridad, decirles que este oficio es una mierda de la que uno se enamora y a la que irremediablemente se hace adicto.
Más tarde...Ahora la redacción se ha quedado sola. Soy la única persona en este segundo piso. Hay tal silencio, que el tundir de mis teclas se escucha a varios metros de distancia. La prensa ya está trabajando. El rugir eterno de la máquina mientras arroja un ejemplar más a las calles. Recuerdo la primera vez que llegué a este sitio en el que ahora me encuentro y del que hoy me voy para siempre. Fue en el siglo pasado, en mayo de 1999, cuando esto era todavía una obra negra atiborrada de albañiles. Aquí llegué y tomé posesión más de un mes antes de la salida del primer ejemplar del periódico, ese primer ejemplar que sacamos de la imprenta la madrugada del 25 de julio de 1999. He llegado al ejemplar número 3 mil 431 con la certeza de que nadie firmó más portadas que yo. Fui y vine, hice y deshice, conocí, escribí, viajé, rabié, soñé, aluciné y vi desfilar a cientos de personas por estos pasillos. Sobreviví a mil turbulencias, vi rodar muchas cabezas y truncar muchos sueños. Vi torcer rumbos una y otra vez. Conocí y traté a cientos, a miles de personas, a todos los que rigen la vida de Baja California y, sin embargo, hice pocos, poquísimos amigos, sólo unos cuantos compañeros de trabajo en los que tengo plena confianza. En 1999 la generación fundadora era grandísima. Hoy solo quedamos cuatro y todo hace indicar que mañana no quedará ninguno. La antigüedad y un sueldo decoroso son pecados mortales en este lugar. El mejor reportero es el reportero barato, baratísimo o si es posible, gratuito. El primer periódico que saqué de la imprenta en 1999 y que salí a repartir a las calles de Tijuana era un periódico en donde no cabían tantos sueños, tantas esperanzas, tanta energía y la certeza absoluta de que nos comeríamos el mundo. Nos sentíamos grandes y aspirábamos a la grandeza. De esa generación, de esos sueños y de esa aspiración, no queda nada. Sólo cuatro personas, dos hombres y dos mujeres diez años más viejos que dicen adiós con un ejemplar 3 mil 431 en donde sólo hay 36 miserables páginas en formato tabloide. Un ejemplar que refleja agonía y se retuerce como un pez en la arena desesperado por dar las últimas bocanadas. En este barco empeñé casi la tercera parte de mi vida, pero el barco naufraga. Hoy mi vida cambia y cambia radicalmente. Desde hace más de trece años he trabajado sin interrupciones y nunca he pasado 15 días de mi vida sin recibir un ingreso estable y seguro. Llegó el momento de transformarme en salmón, de salir a patear la calle a contra corriente. Hoy, por primera vez me siento un contemporáneo absoluto de un cataclismo de la humanidad. En mi historia se reflejan las historias de millones de seres en mundo occidental. Sí, imposible no pensar en lo que pudo haber sido, en los errores, en los rumbos que no torcí a tiempo y sin embargo me voy con plena paz. Gracias a este trabajo tengo una casa, aprendí lo que ninguna universidad me hubiera enseñado, tuve tiempo de viajar tanto como pude y al final de cuentas vuelvo al sitio de donde partí. Ya pasa de la media noche. Todas las luces están apagadas. Es momento de apagar esta máquina y decirle adiós a esta antigua vida mía.