La bienvenida oficial del apocalipsis 2008 ocurrió en la mañana 17 de enero. Desde temprana hora una multitud se amontonó en torno a las carpas donde se celebraría una feria del empleo. Faltaban dos horas para la apertura y el secretario del Trabajo Renato Sandoval miró con horror como más de 6 mil personas ya hacían fila, pese a que entre todas las empresas participantes no ofrecían ni siquiera 800 vacantes. Aquella fila interminable de desempleados fue la señal de que Baja California estaba dejando de ser la tierra prometida del trabajo, pues entre la multitud había una buena cantidad de profesionistas dispuestos a subemplearse por un salario apenas arriba del mínimo. La recesión estaba llegando a casa. Justo a unos pocos metros de donde los desesperados desempleados hacían fila en busca de una vacante, se celebraban las honras fúnebres de dos policías asesinados. Los funerales de agentes en la explanada de Palacio Municipal estaban volviéndose costumbre, aunque en aquel 2008 acabaron por transformarse literalmente en asunto de todas las semanas. Salvas al aire, viudas desconsoladas abrazadas al féretro, alguna amante con hijo reclamando la pensión y las declaraciones furiosas del Alcalde gritando a los cuatro vientos que no habría impunidad, aunque los policías seguían cayendo en racimos, ejecutados por sicarios diecisietañeros que mataban por 300 dólares. Aún así, la nota de la mañana no se la llevaron ni los policías muertos ni los desempleados, sino los seis sicarios que se apertrecharon en la Casa de la Cúpula y que por más de cinco horas resistieron con un nutrido fuego el sitio de más de cien militares y policías estatales. Todo comenzó con una persecución en la avenida Ermita de la delegación La Mesa que fue a acabar con el sitio de la Casa de la Cúpula, una enorme vivienda ubicada en una zona residencial a lado de un jardín de niños en donde los maleantes perseguidos se fueron a ocultar. Aquel 17 de enero fue la primera verdadera cobertura bélica que enfrentaron los reporteros tijuanenses de todos los medios que echados pecho tierra o resguardados debajo de automóviles cubrieron el hecho entre el fuego cruzado y se las arreglaron para enviar fotos a sus redacciones en medio de las balas, lo que permitió seguir los acontecimientos casi en tiempo real en la red. Ese 17 de enero, decenas de miles de tijuanenses estaban pegados a las páginas de los medios locales. Internet había ganado su primera batalla importante en Tijuana.
Las fotografías de soldados sacando a pequeñitos del kínder entre la lluvia de balas pronto dieron la vuelta al mundo. Después del combate de la Cúpula, a los reporteros tijuanenses nos quedó claro que el chaleco antibalas sería una herramienta de trabajo tan necesaria como la cámara o la grabadora. Aquello era sólo el principio.