BIBLIOTECA DE BABEL
Señora Krupps
Javier Fernández
Static Libros
Por Daniel Salinas Basave
Ser absolutamente moderno fue la consigna de Rimbaud. Javier Fernández lo es desde su carta de presentación frente a los lectores, que es la portada de su libro. Cuestión de tipografías, de colores, de todos esos mensajes que te comunica el diseño del ejemplar y te hace apostar, doble contra sencillo aún antes de leer el libro, que estás ante un narrador de vanguardia. El esquema de impresión y distribución de su obra es otro tema en el que Javier está partiendo plaza y adelantándose a las tendencias. Su editor, por cierto, es un músico con amplia experiencia como impulsor de proyectos electrónicos a través de su sello Static, para quien Señora Krupps es su debut editorial. Un gran estreno para Ejival y Static Libros. Dado que el editor es alguien que habla un lenguaje sónico, bien se vale una odiosa comparación literario-musical, pues sucede que si Javier Fernández fuera músico, sin duda sería considerado dentro de esa extraña región límbica llamada “avant garde”. Un ave rara, sin aparentes padrinazgos de estilo, guiado más por su imaginación que por los consejos del taller. Debo aclarar que conocí a Javier Fernández como Mister Phuy y que mi puerta de entrada a su intrincado mundo fue la narrativa futbolística. En cuestión de letras futboleras tengo conceptos muy claros: mi cuento favorito es del rosarino Roberto Fontanarrosa, el mejor ensayo es de Eduardo Galeano y el escritor más original que he leído se llama Javier Fernández. Mal que bien, nos acostumbramos a que todo lo que huela a cuentos de futbol debe tener ese tufillo inconfundible de la doble V (Valdano-Villoro), pero aún en la literatura de la pelota hay géneros y Javier Fernández inventó el suyo. Al menos yo no he leído nada que se parezca siquiera a la ultra sui generis “El Mar y no Matilde”, novela parcialmente inédita. Me gustaría decir que de Señora Krupps y sus seis cuentos (al igual que de Mister Duncan) se hablará más adelante, pues El Mar y no Matilde es materia de un ensayo, pero la reseña de hoy es sobre su último libro, así que vamos entrando en materia. Un buen lector puede distinguir desde los primeros párrafos si está ante un narrador con oficio. Javier Fernández lo tiene y su prosa te revela mucha cancha recorrida tundiendo tecla. Pero más allá del oficio, lo de Javier es la imaginación, la capacidad de fantasear y gastar de pronto una broma (¿cómo funciona exactamente un “violeta ovíparo” para describir una tarde?). “Su cuerpo no era un cuerpo, era una hinchazón” es una descripción sin desperdicio para presentarnos a “Clara la Mala”, personaje del primer cuento Señora Krupps que parte de esa tradición dual tan a lo Melanie Klein (pecho bueno-pecho malo) de dos hermanas gemelas entre las que se interpone el abismo que separa lo bello de lo freak. He dicho que Javier Fernández parece no tener un padrino literario directo o una influencia demasiado marcada, pero una tarde cualquiera al releer el primer cuento, me llegó el chispazo como una revelación: este ritmo suena (sí, he dicho suena) a Daniel Sada. Es, sobre todo, una cuestión de cadencia, de respiración entre frases lo que lo emparenta con el mexicalense. ¿Narrador fronterizo? Si por Norte literario entendemos el cliché Crosthwaite-Elmer debo advertir que no tiene nada que ver (“Tijuana produce mitos como bacterias”, nos dice el personaje de Bíceps), aunque sus historias, a diferencia de las de los raros marca Bellatin, sí tienen espacio geográfico definido y hasta personajes reales (¿o míticos?) como el poeta tijuanense Noé Carrillo. Ahí está Tijuana, su comunidad de la Orquídea y La Rumorosa, Mexicali y su Valle, concretamente el sísmico Kilómetro 43 donde habita Sabás, personaje del último cuento. Javier Fernández tiene la esencia del escritor de culto, no del best seller. Imagino una secta de lectores iniciados capaces de recitar cada párrafo de su obra. Lo imagino como una suerte de César Aira bajacaliforniano o un Francisco Tario moderno. Hay narradores que hacen su caminito al costado del mundo con su voz narrativa renuente a imitaciones. No creo exagerar si digo que es el libro hecho en Baja California más sui generis que he leído, como tampoco exagero si digo que de todas las dedicatorias que me han garabateado autores en la primera página de sus libros, ninguna tan creativa como la de Javier Fernández en Señora Krupps. Alguien que puede relacionar el sexo indefinido de los huevos de cocodrilo, el hijo muerto de un poeta y los vectores de Cristiano Ronaldo y Reinaldo Gualdini, es un tipo que suda creatividad a mares y que vale la pena leer. El secreto literario mejor guardado de Tijuana.