Eterno Retorno

Saturday, December 31, 2022

La bala perdida en el ojo de Ewart

 


Muy a menudo se habla de las balas perdidas de la noche de Fin de Año como una fatalidad inherente a esta fiesta. Justamente hoy se cumplen cien años de una de las muertes más absurdas (o acaso misteriosas) de la historia de la literatura, acaecida en la Ciudad de México. El 31 de diciembre de 1922, dos minutos antes de la media noche (esto último es licencia poética maideniana) el escritor británico Wilfrid Herbert Gore Ewart encontró la muerte cuando se asomó a su balcón en el cuarto piso del Hotel Isabel en la calle República del Salvador. Ewart salió a ver los fuegos artificiales con tan mala fortuna, que una bala perdida le vació el ojo izquierdo. Tenía 30 años de edad y estaba de paso en México. Su cadáver fue encontrado por una empleada del hotel hasta la tarde del 1 de enero de 1923 y dado que era día feriado, la Embajada Británica no tuvo conocimiento de su muerte hasta el día siguiente. La noticia fue publicada en la edición de Excélsior del 3 de enero, en donde afirman que “lo mató una bala perdida, de las muchas que se disparan la noche de fin de año por uno de tantos trogloditas que no conciben el entusiasmo sin disparar armas de fuego”. Por supuesto, existen teorías no corroboradas que hablan de asesinato. El inglés Stephen Graham, también escritor, fue la última persona en hablar con Ewart y fue también el encargado de reconocer su cadáver en el Hospital Juárez.
Ewart había combatido en las tropas británicas durante la Primera Guerra Mundial y fue partícipe de la batalla del Some, entre otras. La mejor obra del escritor que muere joven es aquella pudo haber escrito, la gran promesa literaria cortada de tajo por el azar de un proyectil. En 1921 había publicado la novela The Way of Revelation, y de manera póstuma se publicó When Armaggedon Came. En su tiempo Ewart fue elogiado por personajes como Lawrence de Arabia y el propio Arthur Conan Doyle quien escribió sobre él: “No hay que equivocarse, ese joven habría llegado hasta lo más alto”. Sin embargo, cien años después el infortunado Ewart ha sido olvidado. Si hoy sabemos de él es gracias a Javier Marías, un cazador de rarezas literarias británicas y a Sergio González Rodríguez. De acuerdo con el Detective Acuario, ese mismo 31 de diciembre fue atropellado Charles Duems, representante de la Duems News Agency, quien se hospedaba en el mismo hotel de Ewart. Un Ford conduicido por un borracho enfiestado lo arrolló en la esquina de Revillagigedo y Nuevo México. De acuerdo con Javier Marías, que si de algo sabe es de letras británicas, Ewart no aparece en ningún diccionario, en ninguna historia de la literatura inglesa ni se le incluye en ninguna antología. Marías lo convirtió en personaje de su meta ficcional híbrido Negra espalda del tiempo. Por lo que a mí respecta, lo único que he leído de Ewart es el cuento Los bajíos, rescatado y compilado por Javier Marías en su antología Cuentos únicos en donde incluye a 22 escritores británicos bastante undergrounds entre los que está un tal Winston Churchill y un personaje de ficción que oculta un cuento escrito por el propio Marías. Hoy se cumplen cien años de la muerte de Ewart, mi querido Sergio Acuario y el gran Javier Marías ya murieron también y este 31 de diciembre cientos de balas furtivas surcarán la noche bajacaliforniana y más de uno va a morir.

Thursday, December 29, 2022

Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera

 


 

Hay seres capaces de marcar un umbral, una frontera imborrable, un antes y después. Edson Arantes Do Nascimento fue uno de ellos. El futbol era un juego y él demostró que podía ser una de las bellas artes y elevarse a lo sublime. No creo en los reinados absolutos ni eternos. O Rei reinó en una época de balones de cuero y arbitrajes permisivos donde te podían romper las piernas, pero donde aún no se perfeccionaban los candados tácticos y la preparación físico-atlética no era propia de hombres biónicos. En cualquier caso, su papel es el equivalente al de un García Márquez en la literatura latinoamericana o a los Beatles en el rock. Hagas lo que hagas y digas lo que digas nunca podrás borrar su legado y mira que a la hora de las feligresías yo me asumo maradoniano. Yo no lo vi jugar, pero dice Galeano que “cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera”.

Como amante del juego más bello del mundo, no puedo menos que estar triste esta mañana. Grande O Rei.

Monday, December 26, 2022

Hay siempre una dosis de embrujo en el acto de dejar atrás una ciudad


 

Hay siempre una dosis de embrujo en el acto de dejar atrás una ciudad y comenzar a acelerar por la carretera, una pizca de emoción e incertidumbre por ese acto de desprendimiento. Pienso en las ciudades amuralladas de antaño, cuando salir implicaba cruzar un portón resguardado por guardias y entregarse al infinito caos del afuera donde uno es hoja al viento, vulnerable y a la deriva. Conozco estas carreteras de memoria. Me entretengo haciendo un inventario mental de las rutas  que más veces he recorrido en mi vida. Sin duda la campeona es Monclova-Monterrey. Durante los cuatro años que fui estudiante del Tecnológico iba y venía por lo menos tres veces al mes.

Son las 21:14 de la noche cuando enciendo la camioneta. Si no hay contratiempos deberemos estar llegando a Piedras Negras justo a la media noche. Serán 243 kilómetros a través de la carretera 57. Enciendo un cigarro y ofrezco uno a Alcira que acepta de buena gana. Con las ventanas abajo fumamos en silencio mientras enfilo hacia la salida. Sopla un ligero viento fresquecito y la noche es atípicamente clara.

La nicotina cumple con poner en orden mis ideas y a veces arroja un poco de furtiva inspiración

 


Salgo al patio a consumir mi primer cigarro matutino. Aunque había hecho la manda de dejar de fumar si mis gemelitas salían con éxito de la incubadora, lo cierto es que el tabaco es un vicio terco. Por ahora he logrado reducirlo a cinco cigarros por día. El cigarro de media mañana, los imperdonables de sobremesa  y los dos nocturnos. La nicotina cumple con poner en orden mis ideas y a veces arroja un poco de furtiva inspiración. Aunque lo correcto habría sido invitar a José Inés a proseguir la planeación cigarro en mano, lo cierto es que siento una inmensa necesidad de estar solo. El tabaco me está cayendo de maravilla. Imagino la tensión que en estos momentos embarga a mil y un jefes de información alrededor de todo el mundo, hordas de tipos que desempeñan funciones idénticas o similares a las mías pero cuyas vivencias serán sin duda mucho más fascinantes. Pienso en los que en este momento  caminan cámara en mano entre los escombros ardientes, enfocando cadáveres o recogiendo el testimonio de los sobrevivientes mientras yo me preparo a presentar como la gran noticia a un obispo de pueblo que nos llama a rezar. Pienso en los colegas de grandes cadenas del mundo que en este preciso instante ya  preparan su vuelo  a Nueva York para dar seguimiento a la tragedia desde el lugar de los hechos.  Sin duda los grandes medios nacionales mexicanos están preparando ya a sus enviados especiales y López Dóriga contará con tres o cuatro corresponsales que estarán enviándole reportes en vivo desde los escombros de las torres, mientras yo, el López Dóriga del ranchito, debo conformarme con imágenes refriteadas mientras anuncio bombásticas entrevistas exclusivas con los grandes nombres de Monclova.

Reparo entonces en lo mucho que necesito otro cigarro. Y pensar que conozco tan bien Nueva York, mucho mejor que muchos de los que ya van en camino en calidad de enviados especiales de grandes televisoras millonarias. Con poquísimos recursos me las arreglaría para poder armar una cobertura memorable, pero en esta vida me ha tocado ser el centro delantero de un equipo pichicato.


Suena mi celular. Deseo que sea alguno de los reporteros con alguna noticia bomba. Hallan célula terrorista en Coahuila, descubren que los atentados se planearon en el desierto de Cuatro Ciénegas y confiesan que el próximo objetivo sería la catedral de Saltillo, pero no es ninguno de mis enviados...