Amanece. Ya llegan los Idus de Marzo. En las sombras son afilados los cuchillos; tras las columnas acechan los conjurados. De Cayo Julio César (como de tantos personajes, ciudades y culturas de la historia antigua) supe por Astérix. Goscinny y Uderzo llegaron a mi vida mucho antes de saber que en este mundo existe Vida de los césares de Suetonio o Vidas paralelas de Plutarco. Dagas, veneno, cuernos de chivo. Da lo mismo si es el 44 A.C. o el 2014. Inmortal es la conjura y la intriga como inmortal es el insomnio del magnicida la noche antes del crimen. Inmortal también el oráculo desoído. Releo la descripción del magnicidio hecha por Suetonio: “Así recibió 23 heridas, profiriendo sólo un gemido después de la primera, sin pronunciar palabra. Sin embargo, algunos cuentan que, dirigiéndose (en griego) a Marco Bruto que se precipitaba sobre él, le dijo: ¡Tú también hijo mío!”. Es extraño, pero en mi narrativa inconsciente el “Tú también hijo mío” suena como una interrogante irónica, una pregunta acusadora, pero Suetonio utiliza signos de admiración. En mi video mental, los cuchillos brillan bajo las togas mientras se escucha el fenomenal intro The Ides of March que abre el álbum Killers de Iron Maiden. Si aun no lo has escuchado hoy es un buen día para hacerlo.
Saturday, March 15, 2014
Tuesday, March 11, 2014
Desconozco si algún tijuanólogo ya se haya tomado alguna vez el trabajo de recopilar las veces que el nombre de nuestra ciudad ha aparecido en obras literarias de ficción. Aunque nunca seremos París, Tijuana siempre logra colarse furtivamente, aunque sea de pasada, en las más improbables narrativas. Vaya, para no ir más lejos, en la última novela de Ricardo Piglia, El camino de Ida, hay una breve mención a Tijuana y como ese párrafo hay decenas perdidos en la obra de los más diversos autores. Obvia decir que las incursiones literarias a nuestra ciudad casi siempre tienen que ver con migración ilegal, vicio, sexo, crimen o incluso boxeo. Sin embargo, hay un autor español que en alguna ocasión dedicó un párrafo de su extensa obra para hablar de una librería tijuanense y lo extraño que le resultó encontrarla. Tan extravagante le resultó la idea de encontrar un oasis de libros entre las cantinas, que la consideró un disparate o un producto de su embriaguez. “Había recorrido durante horas las calles rectilíneas de una aglomeración interminable compuesta de cantinas, reñideros de gallos, frontones de jai alai, espectáculos de top y bottomless, bailes de taxi girls, agencias de divorcio y evasión fiscal en medio de buscavidas, prostitutas, mariachis y rubias teñidas de la sociedad de San Diego y Los Ángeles disfrazadas con peineta y mantilla para asistir a la corrida de El Cordobés, y di de pronto con una auténtica librería marxista-leninista abarrotada de obras de Mao, Castro y el Che. Entré en ella –la puerta estaba abierta, no había nadie- y mientras intentaba hacerme una difícil composición del lugar, irrumpió un personaje sanguíneo, como en Las parapluies de Cherbourg, cantando alegremente en catalán. Instantes después, sin darme tiempo de reponerme del choque, se asomaron dos chiquitas mestizas de largas trenzas y cantarín acento para preguntar al dueño de aquel disparate si tenían estampitas de Mesopotamia.”. El autor de la crónica se llama Juan Goytisolo y aquel disparate de librería que tanto le impresionó era El Día de la calle Sexta. Ignoro si el personaje sanguíneo que cantaba alegremente en catalán fuera don Alfonso López Camacho, el fundador de la librería o su hijo del mismo nombre. Me quiebro la cabeza tratando de recordar si por ventura existe por ahí algún autor no tijuanense que haya escrito algo relacionado con una librería en esta ciudad, solo para concluir que Goytisolo es posiblemente el único. Hasta cierto punto me extraña que le extrañe y que una librería en Tijuana le resulte el non plus ultra de lo extravagante, tomando en cuenta de Goytisolo ha vivido en Tánger, frontera entre África y Europa con una fama equiparable a la de Tijuana, donde hubo una librería emblemática, Des Colonnes, frecuentada por Paul Bowles y Truman Capote. Tal vez nos hizo falta un turista de esos para que la idea de una librería en Tijuana no le pareciera a Goytisolo un disparate surrealista.