El Rayo Macoy, un barrial boxeador de fugaz carrera, es el personaje más célebre de Rafael Ramírez Heredia. En su historia yacen los afanes, deslumbres e infortunios de clásico púgil mexicano. También Julio Cortázar se ocupó del Mantequilla Nápoles y en no pocos pasajes de su obra emerge su pasión por el boxeo. Hace poco leía el relato Espectáculo cruento del rudo de rudos James Ellroy en donde narra la pelea entre el Terrible Morales y Marco Antonio Barrera y de paso derrocha erudición sobre boxeadores mexicanos. La lista de escritores apasionados del boxeo es larguísima: Joe Lee Anderson, Hilario Peña, Omar Millán. En mi caso, Silvester Stallone bien podría decirme que “me hace falta ver más bax” pero la frase sería inexacta. Sucede que nunca he visto box, ni siquiera tantito. La única pelea que he visto en mi vida es la de Rocky contra Iván Drago. Nunca he acudido a un cuadrilátero y me atrevo a decir sin exagerar que jamás he pasado más diez minutos viendo una pelea frente a una televisión. El box me es absolutamente indiferente. Algo similar y acaso más extremo me ocurre con el beisbol. Hace unos días leí el pasaje en que Haruki Murakami narra cómo un partido de beisbol de los Tokio Yakult definió su camino de vida como escritor en 1978. Un batazo contundente derivó para Murakami en una epifanía, el cruce de un umbral que lo llevó a comenzar esa misma noche la escritura de su primera novela, Escucha la canción del viento. También la vocación literaria de Paul Auster está relacionada con el beisbol. Cuenta el autor de la trilogía de Nueva York que él se convirtió en escritor cuando una vez en siendo niño, estando frente a su ídolo beisbolero, reparó en que ni él ni nadie tenían a la mano una pluma para que le firmara un autógrafo. Desde entonces Paul no sale de casa sin bolígrafo y los Mets de Nueva York, no se cansa de decirlo, han sido su inspiración. Aquí tenemos dos de las más sólidas carreras literarias de la actualidad marcadas por el beisbol. Algo debe tener el pinche juego que a gente tan talentosa le apasiona (Don de Lillo también es un fanático) pero sucede que el beis a mí nomás no me entra. Si el box me es indiferente el beisbol me parece el non plus ultra de lo patético, una sobredosis de pastillas para dormir. Sólo una vez en mi vida por cuestiones estrictamente laborales tuve que ir forzosamente a un juego (Padres vs Dodgers) y por fortuna me llevé un buen libro, pues hubiera sido imposible soportar semejante ritual de aburrimiento. En mi vida sólo hay atención para el Futbol. Es un juego tan apasionante y perfecto, que ha borrado por completo cualquier posible vestigio de mínimo interés en otro deporte. Resumen del post: para mí el gran espectáculo deportivo del fin de semana es Tigres vs Querétaro y si por casualidad hay algo más, les juro que ni voy a enterarme.
Friday, May 05, 2017
El Rayo Macoy, un barrial boxeador de fugaz carrera, es el personaje más célebre de Rafael Ramírez Heredia. En su historia yacen los afanes, deslumbres e infortunios de clásico púgil mexicano. También Julio Cortázar se ocupó del Mantequilla Nápoles y en no pocos pasajes de su obra emerge su pasión por el boxeo. Hace poco leía el relato Espectáculo cruento del rudo de rudos James Ellroy en donde narra la pelea entre el Terrible Morales y Marco Antonio Barrera y de paso derrocha erudición sobre boxeadores mexicanos. La lista de escritores apasionados del boxeo es larguísima: Joe Lee Anderson, Hilario Peña, Omar Millán. En mi caso, Silvester Stallone bien podría decirme que “me hace falta ver más bax” pero la frase sería inexacta. Sucede que nunca he visto box, ni siquiera tantito. La única pelea que he visto en mi vida es la de Rocky contra Iván Drago. Nunca he acudido a un cuadrilátero y me atrevo a decir sin exagerar que jamás he pasado más diez minutos viendo una pelea frente a una televisión. El box me es absolutamente indiferente. Algo similar y acaso más extremo me ocurre con el beisbol. Hace unos días leí el pasaje en que Haruki Murakami narra cómo un partido de beisbol de los Tokio Yakult definió su camino de vida como escritor en 1978. Un batazo contundente derivó para Murakami en una epifanía, el cruce de un umbral que lo llevó a comenzar esa misma noche la escritura de su primera novela, Escucha la canción del viento. También la vocación literaria de Paul Auster está relacionada con el beisbol. Cuenta el autor de la trilogía de Nueva York que él se convirtió en escritor cuando una vez en siendo niño, estando frente a su ídolo beisbolero, reparó en que ni él ni nadie tenían a la mano una pluma para que le firmara un autógrafo. Desde entonces Paul no sale de casa sin bolígrafo y los Mets de Nueva York, no se cansa de decirlo, han sido su inspiración. Aquí tenemos dos de las más sólidas carreras literarias de la actualidad marcadas por el beisbol. Algo debe tener el pinche juego que a gente tan talentosa le apasiona (Don de Lillo también es un fanático) pero sucede que el beis a mí nomás no me entra. Si el box me es indiferente el beisbol me parece el non plus ultra de lo patético, una sobredosis de pastillas para dormir. Sólo una vez en mi vida por cuestiones estrictamente laborales tuve que ir forzosamente a un juego (Padres vs Dodgers) y por fortuna me llevé un buen libro, pues hubiera sido imposible soportar semejante ritual de aburrimiento. En mi vida sólo hay atención para el Futbol. Es un juego tan apasionante y perfecto, que ha borrado por completo cualquier posible vestigio de mínimo interés en otro deporte. Resumen del post: para mí el gran espectáculo deportivo del fin de semana es Tigres vs Querétaro y si por casualidad hay algo más, les juro que ni voy a enterarme.
Thursday, May 04, 2017
Deambulan por la zona vieja del puerto de Veracruz, a unos metros del café de la Parroquia. En sus pieles yace la huella de mil y un soles asesinos y los estragos de una vida náufraga y teporocha consagrada a desafiar la hostilidad de la calle. Cuatro o cinco de ellos me rodean cuando me acerco a tomar una foto de los barcos y me piden que arroje una moneda de diez pesos al mar. Les pregunto si acaso es un ritual de buena suerte y me responden que sí, que sin duda me irá de maravilla, sobre todo si son varias las monedas ofrendadas al Golfo de México. Arrojo los diez pesos al mar y antes de que la moneda caiga en el agua tres de ellos se han tirado un clavado. No han pasado ni siquiera cuatro segundos cuando el triunfador sale a la superficie con la moneda en la mano y me pide que arroje más. En lugar de simplemente extender la mano para pedir limosna, estos jarochos ofrecen a cambio de tus diez pesos el espectáculo de su habilidad como clavadistas y nadadores. Hay un millón de formas de pelear por una moneda y hoy en día esa pelea es cada vez más encarnizada. Somos animales en un ecosistema hostil y cambiante, bestias acorraladas partiéndose el alma por sobrevivir. Ellos se arrojan a las sucias aguas de un puerto y otros nos arrojamos sobre premios literarios. Al final de cuentas somos idénticos.
Tuesday, May 02, 2017
Esa ficción llamada trabajo
Sunday, April 30, 2017
Extraño tanto esa absoluta comunión con un texto, eso de volcarte entero y aislarte del mundo. Creo que desde el otoño de 2015 no lo consigo
Hay un momento de la escritura en que cruzas un umbral y la cosa simplemente prende. Lo demás son palos de ciego. Creo en la necesidad de contar una historia, de volcarte en pro lo menos un personaje, de generar un dilema, pero aún con todo eso se requiere algo más, acaso el punto ciego. Para mí, más que estructura es tono y bueno, la narrativa va fluyendo en verdad como una caminata.
En el antiguo puerto cae la hirviente leche sobre el café parroquial mientras las criaturas prófugas de un sueño de Leonora Carrington desafían al golfo y al horizonte. Siglos de pólvora, salitre y viento se diluyen bajo el tropical solecito al sonar de la marimba y un par de palabras corren furtivas desde la Isla de Sacrificios. Rica es la Villa de la Vera Cruz...

