Buscar a Lluvia en tierra seca
Pude platicar con Isauro en el patio del penal del
Topo Chico a donde yo acudía los sábados
a impartir un taller de escritura creativa para los reos. El amigo de Lluvia me
aseguró que bajo la casa de la calle Aramberri existía el laberinto y que en su
periplo, su amiga y él encontraron al menos ocho cráneos –tres de ellos de
infantes- y fragmentos de osamentas desperdigadas luciendo aún ropajes
virreinales. También joyería sacra, dos floretes, una daga y un gabán. La
leyenda del Obispado era real, pero todo eso había quedado sepultado o había
sido robado. Alguien había tapado por competo el hoyo durante las seis horas
que él se ausentó. La fiscalía suspendió las excavaciones pero los familiares
de Lluvia siguieron su búsqueda.
Meses
después estalló el escándalo de la narcofosas. No muy lejos de ahí, dentro de
una casa de seguridad, fue localizado un pozo en donde había restos humanos de
al menos cinco cuerpos diferentes. Ninguno correspondía a personajes del Siglo
XVIII, sino a víctimas de secuestros o levantones cometidos en los últimos dos
años. Tampoco había vestigio de Lluvia en aquella sepultura.
Desde
hace tres semanas Isauro acude a mi taller de escritura en donde ha estado
trabajando un relato llamado Lluvia, La
Niña de la Tierra. En él narra la historia
de su amiga. Comienza con sus correrías de infancia en San Bernabé y concluye con el hallazgo de
una ciudad subterránea en donde Lluvia se quedó a vivir. Toda urbe contiene
muchas ciudades como capas sobrepuestas o mundos paralelos. Existe la ciudad de
los rascacielos del zar del cemento y existe la ciudad subterránea donde reina
la Niña de la Tierra y donde no cualquiera puede penetrar. Los agentes de la
fiscalía jamás darán con el túnel porque esos universos solo son visibles para
algunos iniciados como Lluvia.
El
abogado de oficio pugna por la liberación de Isauro ya que al no haber cuerpo
no se puede acreditar el asesinato. Él asegura que una vez en libertad empezará
a cavar un nuevo hoyo desde el cerro del Obispado y dará con Lluvia, con el
túnel y con sus ocultos tesoros. Las notas periodísticas que he publicado con
los testimonios de Isauro han servido para que algunos historiadores vuelvan a
poner sobre la mesa el tema del túnel bajo el Obispado. Insisten en que no hay
evidencia histórica que sostenga su existencia, pero al menos dos de ellos se
permiten hablar de sótanos clandestinos intercomunicados.
Con algunas correcciones, el relato de Isauro se incluirá en la antología que publicaremos al final del año con los relatos de los otros reos que acuden al taller.