La vida diaria suele regalarte pequeñas
grandes molestias, cadillitos cotidianos y repetitivas monsergas a las que nos
hemos ido acostumbrando. Sin duda, la
más molesta de todas ellas son las llamadas telefónicas de vendedores y
promotores de toda clase de porquerías y e innecesaria basura bancaria. De pronto irrumpe en la pantalla del celular un número desconocido con una
lada foránea, por regla general en el
momento más inoportuno posible. Como hace un tiempo que ya no mando nada a
concursos literarios, ya ni siquiera me queda la ilusión de que la llamada sea
para decirme que me gané un premio. A menudo simplemente lo dejo sonar o lo
apago, pero a veces, muy de vez en cuando,
me da por contestar y entonces
irrumpe una voz mecánica leyendo torpemente mi nombre dentro de una descomunal
lista. “Muuuy buenoooos días, con el señor Guillermo Daniel….” Ya que me llaman por mi primer nombre puedo
dar por hecho que no es una llamada personalizada de alguien que me conozca o
tenga algo importante que tratar conmigo. A la lectura de mi nombre sigue el
ofrecimiento de la porquería en cuestión, generalmente una tarjeta de crédito, un
seguro, un paquete funerario, alguna promoción de Volaris. A veces esta gente encuentra
en mí algún yacimiento de humor negro y me permito socarronear con ellos.
Cuando son de funerarias suelo decirles que la oferta es infructuosa, pues yo
ya estoy muerto y soy un zombi o un espectro que no requirió nunca un ataúd. Otras veces, con
genuina curiosidad les pregunto si alguna
vez en la vida sus cagantes e inoportunas llamadas han registrado un solo caso de éxito.
Y es que nada me parece más ajeno y contrario al espíritu de la época actual
que una llamada telefónica que será necesariamente inoportuna e interrumpirá una labor o un quehacer más importante. A ver,
si voy manejando, me estoy bañando, estoy trabajando o desayunando ¿qué tan
probable es que deje de hacer lo que estoy haciendo para contratar una tarjeta
de crédito que nunca solicité? ¿A quién carajos se le ocurre, en estos
inseguros tiempos, que me voy a poner a proporcionar datos por teléfono a un desconocido para
contratar un paquete funerario? ¿No sería tiempo de que se declarara ilegal esa
invasión de la privacidad?
Yo les pregunto colegas ¿ustedes alguna
vez han comprado algo que les ofrezcan
en una llamada telefónica? A mí me parece la peor estrategia de venta posible, condenada a priori al fracaso, con 0% de
posibilidades de éxito. Es más factible
que me vendas algo en un crucero urbano o tocando el timbre de puerta en puerta. Vaya, creo que hasta un
testigo de Jehová tiene más posibilidades de éxito. Entonces mi pregunta es ¿quién
carajos paga esos call center ¿Cómo se sostienen esos pobres vendedores
condenados a escuchar mil negativas al día? ¿Ganan por comisión o tienen un
sueldo base? ¿A quién le resulta rentable esa estrategia fallida? La llamada telefónica
repentina es contraria al espíritu de la época. Hay cosas que detesto de la vida
moderna, pero algo que en verdad agradezco es la existencia del WhatsApp. Creo que en el
manual de urbanidad y buenas maneras del Siglo XXI, se debe establecer como una
regla de oro que toda llamada telefónica debe venir precedida de un mensaje en
donde se te pregunta “¿te puedo llamar?”. Para mí, las llamadas repentinas sin previo aviso deben
limitarse a urgencias del trabajo que necesitan resolución inmediata o bien a mi
núcleo familiar. Los promotores de tarjetas de crédito o de funerarias (que
para el caso son servicios idénticos) no se han enterado que tienen mayores
posibilidades de éxito arando en el mar o a haciendo monos de nieve en
Mexicali.