La ciudad se despierta y te arroja en la cara su furia. 50 días después la ciudad se ha derretido en mi cabeza. La ira, el caos, la mole; la ciudad desangrando sus venas de concreto. La ciudad desparrama el motorizado bostezo de bestia recién despertada. Cada día es la última batalla, la pelea final, la Obertura 2012 que algún día, muchos años después, recordaré si es que a la Muerte Consejera no le da por tocarme en el hombro en estas semanas-caos. Porque una cosa es cierta: esta primavera tiene su rostro y su personalidad bien definida. Esta primavera desquiciante está haciendo época. Y vaya época. La mejor manera de matar dragones es arrojarte suicida sobre la bici a peinar estas arterias de asfalto. Con el corazón a punto y la mente pariendo aves rapaces, desafías Insurgentes, buscando los milímetros indispensables entre dos camiones, ganando la carrera al metrobus y al rojo traidor del semáforo, mientras piensas en mensajes que arrojarás a un lago donde 792 mil 888 almas inciertas se arrojarán como pirañas y las respuestas a las entrevistas en las que desparramas frases-navaja al ritmo de tus manos siempre inquietas y los gestos anárquicos, mientras la nave de los locos yace a la deriva en las fauces de tempestades y monstruos marinos disfrazados de lectores. Inmersos en la Mátrix, somos niños apostando el futuro político en ridículos videojuegos donde seres virtuales te aman y te odian, te dicen me gusta o te escupen y tú sigues jugando, sabiendo que el absurdo se viste con su traje de luces y que ni es su peor pesadilla se imaginaron Kafka y Orwell estas elecciones. Por ahora, solo me resta acelerar las horas y volar rumbo a mi sitio en el Universo, donde están los míos. Se los juro: no deseo otra cosa en el mundo.