Lobos en su hora
Escribo este primer párrafo de Aleatoriedades en la hora lobuna, cuando el amanecer es tan solo una intuición y las sombras de la madrugada ejercen todavía su reinado. Aun en su quietud y en la densidad del silencio, la hora de la oscuridad herida es una zona de turbulencias, pues turbulento es por naturaleza todo territorio limítrofe. La hora lobuna no solo es una frontera entre la luz y la oscuridad, sino entre la sustancia de los sueños y la lógica; entre la razón y el desvarío; entre el párrafo matemático y el arrebato poético. Federico Campbell se entregó a las profundidades de estos instantes, pues la literatura es duda y extrañeza y en la Hora del Lobo nos es dado impregnarnos por la fascinación de sentirnos infinitamente extraños y dudar de todo. Los muros cartesianos son aun de plastilina y sus cimientos de vapor. El néctar alucinante de Morfeo no acaba de disiparse; imágenes e ideas fluyen en distintos planos. “Es asombroso que cada mañana refrendemos que nuestra primera experiencia con la ficción es el sueño, que cada mañana salgamos de ese confuso laberinto”, nos dice Federico en Padre y Memoria evocando el momento en que un Borges ya anciano habló de sueños y literatura ante la Escuela Freudiana de Buenos Aires. La literatura está en deuda eterna con los sueños. En algunos casos, como le ocurrió a Mary Shelly con su Frankenstein, Morfeo dicta párrafos completos sin cobrar derechos de autor. En otros, deja la mente sembrada de intuiciones. “No deja de parecerse a un milagro que después de ese eclipse de la razón recobremos más o menos la razón y nos despertemos, relativamente cuerdos, relativamente lúcidos”, nos dice Federico. Él, al igual que Borges, Tabucchi, Calderón de la Barca y tantos genios, intuyeron el secreto: la duermevela produce monstruos y párrafos sublimes. El éxtasis místico de San Juan de la Cruz y su Noche oscura derrocha esencia de hora lobuna. También el Antiguo marinero de Coleridge. Algunos portentos de la disciplina escritural, como lo es Haruki Murakami y como lo fue Carlos Fuentes, se encomendaron a la esencia mágica de las cinco de la mañana. Liberar frases e ideas mostrencas antes del amanecer se transformó para ellos en ritual de vida diaria. Despierto de madrugada y veo a mi hijo dormir. Abro la ventana y siento la ráfaga del frío mientras busco un reflejo del mar en las sombras. Sólo entonces el entorno entero se desnuda y se revela sin tapujos como un universo infinitamente extraño e indescifrable; un cosmos atemporal y acaso hostil como La carretera de Cormac McCarthy en donde somos prófugos en perpetuo exilio. Tímidas navajas de luz van hiriendo el manto oscuro y un primer canto de pájaro es heraldo del amanecer. Desde la profundidad de nuestros sueños no disipados, un lobo aúlla y conjura su hora. DSB