Por una u otra razón, a lo largo de la historia, desde el virreinato hasta nuestros días, siempre ha habido en este país alguna autoridad, civil, eclesiástica o judicial, que ha hecho todo lo posible para que un libro no sea leído o una película no sea proyectada. La historia de la censura en México tiene muchas y muy vergonzosas páginas. Ayer mismo veía La Sombra de Caudillo, la película maldita del cine mexicano, en donde por cierto Tomás Perrín, padre de uno de los creativos de Tijuana Innovadora, tiene un papel estelar. La Sombra del Caudillo, basada en la novela de Martín Luis Guzmán, fue un film que estuvo más de treinta años vetado por la Secretaría de Gobernación, que decidió unilateralmente que los mexicanos no teníamos derecho a ver esa película, por presentar una versión políticamente incorrecta de los líderes del nacionalismo revolucionario que dio origen al PRI. Ahora, en pleno 2011, la polémica se enciende por la orden judicial de suspender la proyección del documental Presunto Culpable, luego de que una de las personas entrevistadas en el reportaje promoviera un amparo. Independientemente de las verdaderas razones que hayan motivado la promoción del amparo y de lo que haya detrás de este veto, hay que decir que en este momento la censura, lejos de perjudicar al documental, lo beneficia inmensamente. En los tiempos en que la Secretaría de Gobernación prohibió la Sombra del Caudillo, bastaba el veto de Bucareli para lograr que nadie en México pudiera ver una película. En cambio en 2011, lo que este desafortunado amparo provocará será que ahora, hasta los que eran indiferentes y no tenían interés en ver la película o siquiera conocimiento de su existencia, querrán verla y sin duda la podrán ver, pues en la era del internet y la piratería cualquiera puede ver el film que se proponga. Censurar nunca había sido tan absurdo. Pero independientemente de que podamos o no podamos ver Presunto Culpable, la verdadera pregunta es por qué alguien querría evitar que esta película sea proyectada y qué podemos hacer desde nuestras respectivas trincheras ciudadanas, para ayudar a cambiar de raíz el sistema de justicia en México y evitar que cientos de inocentes, cuya historia nunca será rescatada por un cineasta, sigan sufriendo en las cárceles.
Friday, March 04, 2011
Por una u otra razón, a lo largo de la historia, desde el virreinato hasta nuestros días, siempre ha habido en este país alguna autoridad, civil, eclesiástica o judicial, que ha hecho todo lo posible para que un libro no sea leído o una película no sea proyectada. La historia de la censura en México tiene muchas y muy vergonzosas páginas. Ayer mismo veía La Sombra de Caudillo, la película maldita del cine mexicano, en donde por cierto Tomás Perrín, padre de uno de los creativos de Tijuana Innovadora, tiene un papel estelar. La Sombra del Caudillo, basada en la novela de Martín Luis Guzmán, fue un film que estuvo más de treinta años vetado por la Secretaría de Gobernación, que decidió unilateralmente que los mexicanos no teníamos derecho a ver esa película, por presentar una versión políticamente incorrecta de los líderes del nacionalismo revolucionario que dio origen al PRI. Ahora, en pleno 2011, la polémica se enciende por la orden judicial de suspender la proyección del documental Presunto Culpable, luego de que una de las personas entrevistadas en el reportaje promoviera un amparo. Independientemente de las verdaderas razones que hayan motivado la promoción del amparo y de lo que haya detrás de este veto, hay que decir que en este momento la censura, lejos de perjudicar al documental, lo beneficia inmensamente. En los tiempos en que la Secretaría de Gobernación prohibió la Sombra del Caudillo, bastaba el veto de Bucareli para lograr que nadie en México pudiera ver una película. En cambio en 2011, lo que este desafortunado amparo provocará será que ahora, hasta los que eran indiferentes y no tenían interés en ver la película o siquiera conocimiento de su existencia, querrán verla y sin duda la podrán ver, pues en la era del internet y la piratería cualquiera puede ver el film que se proponga. Censurar nunca había sido tan absurdo. Pero independientemente de que podamos o no podamos ver Presunto Culpable, la verdadera pregunta es por qué alguien querría evitar que esta película sea proyectada y qué podemos hacer desde nuestras respectivas trincheras ciudadanas, para ayudar a cambiar de raíz el sistema de justicia en México y evitar que cientos de inocentes, cuya historia nunca será rescatada por un cineasta, sigan sufriendo en las cárceles.
Thursday, March 03, 2011
El caudillo y su negra sombra de censura
Por Daniel Salinas Basave
Hace ya veinte años, un día de 1991, leí la novela La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, por recomendación y consejo de mi maestra, la historiadora María Cubas. Hoy, 1 de marzo de 2011, escribo esta columna después de haber visto la película La Sombra del Caudillo, del director Julio Bracho, por cortesía de mi buen amigo Tomás Perrín. Tal vez no todos lo sepan, pero Tomás Perrín, actor de la época de oro del cine mexicano que llegó a compartir escenario con la mismísima María Félix y que tiene un papel estelar en La Sombra del Caudillo, es el padre de una de las mentes maestras de Tijuana Innovadora, mi amigo Tomás Perrín hijo, quien me hizo llegar la “película maldita” sobre la que pesó una férrea censura de más de 30 años por parte de la Secretaría de Gobernación. ¿Qué pudo provocar un veto tan severo sobre un filme? ¿Demasiado sexo y violencia acaso? Nada de eso. Lo que sucede es que La Sombra del Caudillo presenta un retrato políticamente incorrecto del nacionalismo revolucionario, cuyos generales aquí no son los héroes redentores del pueblo, sino los codiciosos y corruptos caciques dispuestos a cometer cualquier bajeza por conservar el poder. Mariano Azuela es el gran padrino de la Novela de la Revolución. Su Andrés Pérez Maderista de 1911 es considerada la primera novela revolucionaria de la historia, si bien la piedra angular del género nacería, también de su pluma, cuatro años después con Los de abajo. Estas narraciones escritas en tiempo real, casi al fragor de la batalla, dieron voz narrativa al pueblo llano y expusieron el conflicto revolucionario desde la visión del soldado inmerso en la orgia de las balas, sometido a los designios de un caos casi bíblico cuyos crueles mandatos escapan a su control y razonamiento. Si Azuela es el padrino, Martín Guzmán bien puede ser considerado el profeta. El águila y la serpiente es una de las grandes novelas revolucionarias, pero la obra que lo colocaría en el ojo de huracán es La Sombra del Caudillo, escrita en 1929, en pleno maximato callista, cuando Plutarco Elías era amo y señor del país, dueño de carreras, voluntades y vidas. Escribir una novela como La Sombra del Caudillo en 1929, requería una buena dosis de temeridad o de plano afanes suicidas. Aunque en el papel era solo un ciudadano mexicano más sin cargo político alguno tras dejar la presidencia en 1928, la verdad es que en los hechos Plutarco Elías Calles fue durante el maximato una suerte de monarca absoluto. En la novela, la disputa entre el candidato oficial Jiménez, bendecido por el Caudillo y el candidato rebelde, Aguirre, quien se postula “por la libre”, refleja con crudeza lo que le sucedía a quien se atreviera a contradecir la todopoderosa voluntad del gran mandón. Si quedan dudas, que le pregunten a Francisco Serrano, el desdichado compadre de Álvaro Obregón, quien se atrevió a oponerse al Manco de Celaya en su carrera por la presidencia creyendo que su compadrazgo y su añeja amistad serían un certificado de inmunidad, sin intuir que cuando el poder está en juego, hasta el mejor amigo puede acabar retacado de plomo, como acabó el pobre Serrano. “Mira nada más como te dejaron Panchito, todo agujerado”, dijo Obregón frente al cadáver de su compadre acribillado. Aguirre bien puede ser Serrano y los métodos que con él emplean son los patentados por el nacionalismo revolucionario para sacar de la jugada a los opositores. Si en 1929 Martín Luis Guzmán debió vivir en el exilio, es algo que se entiende, pues nadie en su sano juicio quería enfrentarse a Calles. Pero en 1960, cuando Julio Bracho lleva la novela a la pantalla grande, gobernaba el país Adolfo López Mateos y nadie imaginó que la película iba a encender los focos rojos de la censura allá en la calle Bucareli. El problema es que el nacionalismo revolucionario y su credo hicieron de su historia un dogma de fe, un catecismo impartido para no ser cuestionado. La piedra fundacional del PRI de López Mateos y de todos los presidentes que prohibieron esa película hasta Salinas de Gortari, fue la historia de compadrazgos y traiciones de los caudillos sonorenses, quienes hicieron del fraude electoral y de la puñalada por la espalda, una de las bellas artes de la política mexicana. Lo patético del caso, es que tanto la novela como la película me parecen terriblemente vigentes. En Lomas Taurinas nos dimos cuenta que el nacionalismo revolucionario nunca perdió del todo la costumbre de dirimir candidaturas a balazos de la misma forma que la escena de los acarreados tragando birria en Toluca mientras aguardan a que les indiquen a qué candidato deben apoyar, parece una escena muy actual en pleno proceso previo al 2012, donde los caudillos modernos, productos prefabricados en televisión, siguen pesando más que las ideas e instituciones.
Baja California dijo presente en el Palacio de Minería
Escritores de Baja California dijimos presente en la Feria del Libro del Palacio de Minería, donde se dieron cita, entre otros, Roberto Castillo, Vianka Santana, Rafa Saavedra, Teresa Avedoy y también el autor de esta columna, que llevó su libro Mitos del Bicentenario hasta el Centro Histórico. Tomando en cuenta que el centralismo literario suele ser más intolerante que el político, es un mérito que la tinta bajacaliforniana y los escritores del Noroeste vayan conquistando espacios y flechando nuevos lectores. Lo cierto es que este barco de papel tripulado por letras insurrectas, sigue llevándome a altamares improbables.
Wednesday, March 02, 2011
Tijuana: Crimen y olvido
Luis Humberto Crosthwaite
TusQuets. Colección Andanzas
Por Daniel Salinas Basave
Tiene la pinta, el nombre, la portada y, por si fuera poco, la promueven como novela negra, pero… ¡oh sorpresa! Tijuana: Crimen y olvido de Luis Humberto Crosthwaite no es una historia policíaca ni podría ser inscrita dentro del canon detectivesco. A veces las apariencias y las promociones engañan. En las librerías vemos la nueva novela del tijuanense promovida en paquete con La prueba del ácido, del sinaloense Elmer Mendoza y la editorial TusQuets hasta ha diseñado una caja en donde se lee algo así como “dos novelas para comprender la realidad criminal del México de hoy”. Con las mesas de novedades editoriales infestadas de narco-novelas y narco-reportajes “reveladores”, uno bien podría creer que el narrador de Playas ha pasado a engrosar las filas de lo que los críticos marca “Condesa” esperan de la literatura norteña: plomazos, traiciones, rayas de coca y cabezas cortadas, un concierto de lugares comunes en donde la marca registrada del cliché en el título, la palabra “Tijuana”, solo contribuye a reforzar las sospechas. Pero Crosthwaite, por fortuna, se ha resbalado como pez con mantequilla entre las manos de quienes esperaban un narcocorrido hecho novela. Cierto, cuando uno se encuentra con un título tan desafortunado y carente de imaginación como Tijuana: crimen y olvido, es inevitable esperar toparse con ciertas obviedades en las que Luis Humberto, narrador hábil y con elevadas dosis de malicia, no cae. Es más, si me apuran un poco, estoy a punto de decir que la de Crosthwaite es casi una novela de amor con ciertos recursos periodísticos propios de la no ficción. Una historia de desamor y, sobre todo, de olvido. Lo romántico es un vicio que no se cura y si aún quedan dudas, pregúntenle a Luis Humberto, a cuya pluma se le da mejor el amorío que las balaceras. Eso sí, hay que decirlo: aunque carga a cuestas todo el sello y la voz narrativa de El gran pretender o Idos de la mente, la verdad es que Tijuana crimen y olvido es, por mucho, la novela más oscura de Luis Humberto Crosthwaite. Claro, el lugar común sería decir que estamos ante una novela sobre periodismo e inseguridad en Tijuana, pero tanto el oficio reporteril de los protagonistas como el horror que viven parece ser mero contexto, elementos secundarios, simple marco de un drama mucho más personal e interno. Luis Humberto recobra parte del anecdotario de la reciente historia tijuanense y dado que se trata de un libro donde los elementos “periodistas”, “Tijuana” e “inseguridad” juegan un rol clave, era de esperarse que hubiera un personaje, Samuel Ordóñez, que representara al mítico colega Jesús Blancornelas. Lástima que sea un personaje tan de tercera fila, como lo es todo lo que tiene que ver con la vida cotidiana y el quehacer periodístico, que el autor toca de manera muy superficial, como un mero contexto. El personaje principal es Magda Gilbert, una joven periodista tijuanense (cierta intuición reporteril me hace creer que Luis Humberto tomó como modelo a la colega Mariana Martínez Estens) cuyo novio ha sido ejecutado por la mafia. La vereda narrativa principal es la relación entre Magda Gilbert y el veterano periodista Juan Antonio Mendívil del San Diego Union Tribune. Magda vive el drama cotidiano de todo reportero, con las guardias nocturnas que odia, las balaceras y las presentaciones de detenidos, que el narrador toca de forma muy superficial, mientras las historias que encargan los editores de Mendívil en el diario sandieguino, son los prototípicos reportajes que se esperan de un periodista hispano en California. Fabián, el novio de Magda, es una suerte de narcojunior de closet que ha muerto y su tío, el siniestro “Efe”, comparte con Magda una extraña herencia. Si bien la parte del crimen parece de ornato, la del olvido es sin duda el elemento más fuerte de la novela. Antes de la violencia, el néctar duro de la narración yace en la mente que todo lo olvida. Mendívil está enfermo, pero en la parte oscura de ese cerebro de teflón que nada retiene, habitan infiernos individuales y alucinaciones del pasado que cada cierto tiempo amenazan con asomarse a la superficie. Los pensamientos de Mendívil y su estabilidad emocional son un niño que patina sobre una delgadísima capa de hielo bajo la cual lo aguardan demonios. La ciudad, los narcos y los asesinatos son apenas una atmósfera, una presencia permanente y oculta, una suerte de rumor o intuición. El verdadero horror yace en las tinieblas interiores de una mente en caos. El desorden mental de Mendívil se traduce y refleja en la estructura caótica que va tomando la novela, en donde la armonía secuencial (si es que alguna vez existe) se acaba por hacer pedazos hasta terminar en simples rectángulos de tinta negra. Siendo un poco malpensado, atribuiría ese caos a una falta de pericia del narrador para poder sostener su trama, pero si algo sabe hacer Luis Humberto es contar historias, así que el aparente desorden me parece la manera más hábil de reflejar y contagiar el desbarajuste mental del protagonista y la tristeza que invade al autobiográfico narrador en primera persona, llamado Luis Humberto, que aparece con más fuerza en la parte final de la novela. Crosthwaite es un narrador con voz propia y sello inconfundible que ha sido capaz de crear escuela (Pablo Jaime Sainz, quien tiene una fugaz aparición en la novela, es el más fiel alumno que jamás negará la cruz de su parroquia) una piedra angular original e ineludible si se pretende explicar el gran Norte narrativo que tantos chilangos intentan infructuosamente definir e imitar. Parte de su obra luce con todos los méritos el chaleco de “clásico” o “de culto” (Estrella de la calle sexta, después de todo, es el non plus ultra literario de la vida nocturna en la Revo). El problema es que el periodismo tijuanense y su historia reciente siguen, a mi juicio, esperando a quien escriba su gran novela, la obra literaria que sea capaz de reflejar un drama con muchos frentes de batalla abiertos, pero sin un libro que lo defina y lo encarne en piel literaria. Tijuana, crimen y olvido, no solo me parece el libro más oscuro de Crosthwaite, sino el que más lo hizo sufrir. Hay historias cuya escritura puede ser un ejercicio relajante y divertido como pudo ser el Gran pretender, pero hay también libros- daga, libros-exorcismo donde el autor se desangra tratando de conjurar a sus demonios. Es simple intuición, y a lo mejor es errónea, pero da la impresión de que este libro le dolió a Luis Humberto. Acaso el concepto de olvido y los cuadros negros sean metáfora de un abismo ontológico más profundo, pero eso es algo que solo el narrador sabe.
Tuesday, March 01, 2011
El Primer café de marzo moja mis labios. Esa taza redentora, la primera de una larga fila, la encargada de darme la bienvenida al mundo, de tirarme el cable a Tierra, de hacer convivir en armonía a los fantasmas prófugos del sueño y las ideas amodorradas. Primera luz, primer rocío en el mes de los Idus y la Liebre Loca. En el testamento de un dictatorial Invierno retardado, hay una herencia de tierra húmeda y vientos helados. Marzo es (¿acaso no te cansas de decirlo?) presagio e intuición. Marzo es el oráculo en sí.
Nuestra vida cotidiana es la altamar salpicada de islotes ocultos y con la edad adulta he aprendido a disfrutar de ellos. Islas u oasis que dan sentido a la vida. El tren tiene tanta prisa y la vida es tan fugaz, tan de arena y viento, que acabas por apreciar el instante en su justa medida de diamante en el carbón. Una mañana de cielo limpio y tierra mojada, juego con Iker en el parque y de pronto me doy cuenta que hoy es el futuro, hoy es el día en que recordarás con nostalgia extrema lo que se siente tener un hijo de un año que descubre el mundo en cada nuevo minuto y maximiza en carpe diem cada mínimo instante de su jornada. Hoy sabes que recodarás por siempre el ai-tá y el ashis, el tatum, el paique y la llallé. Sabes que son palabras mágicas, pues son las primeras y serán pronunciadas en una etapa brevísima, que acaso al terminar la primavera esas palabras ya se hayan transformado.
Retorno de la Ciudad de México. Un par de días en el corazón del Centro Histórico, presentando Mitos del Bicentenario en la Feria del Palacio de Minería. Acaso he abusado de la metáfora del barco de papel, pero es que eso es un libro; una nave que me lleva a insospechadas altamares. Lo poco que he ganado en todo el 2011 se lo debo a la literatura. Los dos últimos viajes a otras entidades que he realizado se los debo a la literatura. También el reencuentro con mi familia después de más de un año y con mis buenos amigos del DF que (dicho en lenguaje argentino) brindaron su aguante. A Carlos Macías y a Rudy Cruz los conocí en el 89, cuando en Berlín había muro y en México salinato. Adolescentes quinceañeros de primero de prepa en un mundo que hoy me parece ancestral. Hay un Balzac o un Tolstoi, un monumental, ambicioso y caprichoso narrador decimonónico escribiendo la novela de nuestra vida, demostrándote que la magia existe y que esos reencuentros de minutos te recuerdan el trazado de tu cartografía existencial.