He vuelto y los días no son del todo reales. Es el primer Día de Muertos que paso en Tijuana en mucho tiempo. Noviembre estaba reservado a vientos extranjeros y me siento infinitamente extraño en mi ciudad. Pequeñas grandes tragedias de la vida cotidiana me reciben. No soy ni he sido nunca esclavo de cuatro ruedas, pero cuando vives en medio de una carretera federal, quedarte sin carro es catástrofe. Nuevos discos suenan en el iPod. Nuevo de los españoles Dark Moor, titulado simplemente Tarot, la pura exquisités virtuosa con todo y una sinfornía de once minutos del buen Ludwig Van. Un clasiquito de la adoración demoniaca como es el At War with Satan de los cerveceros de New Castle Venom y una rareza para clavados, Black Rose, la prehistórica banda de King Diamond, años antes de Mercyful Fate. Nada que ver con los falsetes y el horror. Puro rock and roll a lo Deep Purple o Alice Cooper. De lo que traje del Chopo, grata sorpresa el nuevo de Down. Se me hace que le caigo al Jelipe Anselmo el 20 de noviembre en San Diego. Exodus thrasherote, méndigo y sin piedad, como siempre, aunque ahora con rolas largas. Spiral Architect con delirios setenteros, ambiciones progres de aferrar todas las notas en un par de acordes. La nueva administración estatal inicia aburrida, repetitiva, espantosamente reciclada, como esos juegos de cero a cero que desde los primeros minutos anticipan el bostezo. Ojalá me equivoqué, pero de entrada nada parece extraordinario y sí espantosamente soporífero con este nuevo gobierno. Aún así, quiero darle el beneficio de la duda a Lupillo Osuna. Acabo de concluir uno de los mejores libros que he leído en el año, tal vez el mejor junto con Kafka en la orilla de Murakami. Se llama Profundiades y es de Henning Mankell. Chutaos la reseña aquí mismo. No imagino lo que serán unas vacaciones en casa. Necesito poner miles de kilómetros entre mis parajes cotidianos y mi cuerpo. No imagino lo que será viajar de la cama al living. Un viaje al interior de mi mente sin ayudas externas. Por si fuera poco, moderaré al extremo, casi hasta la abstinencia, mi consumo de alcohol. A cantar hard core a lo Minor Threat con cruces en el dorso de la mano. Pura edad recta. A caminar por el Pacífico, a helarme en sus aguas que en noviembre han de estar al punto de la hipotermia, a sacar inspiración del pozo seco de mis ideas. Alguien gusta acompañarme?
Profundidades
Henning Mankell
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave
Al contemplar estos cielos nublados, estos ocasos prematuros y sentir en la cara el viento otoñal, caigo en la cuenta de la rara sincronía que mi lectura guarda con el temporal.
Extraña y alucinante armonía la que parece haber en este noviembre entre el color de los días, mi estado de ánimo y la novela que acabo de leer, “Profundidades”, de Henning Mankell.
Tan oscura como sólo pueden ser los abismos de la mente humana, esta novela me parece el equivalente literario a un disco de Opeth o Katatonia. De Suecia había de ser.
Padezco desde hace algunos años una confesa adicción a los libros de Henning Mankell, tantas veces reseñados en Pasos de Gutenberg, sin embargo nunca había leído nada igual a “Profundidades”.
Hay narradores condenados a ser esclavos de un personaje al que parecen haber vendido su alma. De la misma forma que Conan Doyle no existe sin Sherlock Holmes, me costaba horrores imaginar Henning Mankell lejos de su taciturno detective Kurt Wallander. Si bien Mankell es ante todo un dramaturgo que dirige un teatro en Mozambique, sin duda somos varios millones de personas quienes lo conocimos junto a su Kurt Wallander. Aunque en “El retorno del profesor de baile” ya había un progresivo alejamiento de su detective estrella, el tema y el proceso deductivo seguían fieles al sello de la casa.
Por ello no pude menos que albergar ciertas dudas cuando empecé con “Profundidades”, una novela en donde no sólo no aparece Kurt Wallander, sino que no hay ni pizca de trama detectivesca y ni siquiera un paralelismo cronológico con sus anteriores trabajos, pues Mankell nos remonta a 1914. Tal vez a ustedes les haya sucedido que al llevarse un libro a un viaje sienten la creación de cierto vínculo especial, un vínculo que raramente se vive con la lectura en turno de nuestra vida cotidiana. “Profundidades” fue mi compañero en un viaje por la Ciudad de México y estuvo conmigo durante los largos días en que aguardé el fallo del Tribunal Federal Electoral, mientras me reencontraba con amigos de adolescencia. Y sucede que la oscuridad del libro se me contagió en el alma. “Profundidades” es un descenso a los infiernos individuales, un viaje dantesco hacia nuestros demonios internos. Vaya, este Mankell me supo a Joseph Conrad. “Profundidades” narra la historia de Lars Tobiasson Svartman, un hidrógrafo de la marina sueca quien recibe la orden de embarcar en un acorazado para medir y explorar, en misión secreta, profundidades marinas en afán de trazar nuevas rutas de navegación. En Estocolmo lo aguarda su esposa Kristina, rodeada en su frío departamento por figuras de porcelana. En alta mar, entre los vientos helados del Báltico, la proximidad del invierno y la sombra de la Gran Guerra del 14, el hidrógrafo inicia sus labores de medición. Un día, en un desolado archipiélago, conoce a una ruda pescadora llamada Sara Fredrika quien habita sola en su cabaña, en medio de la nada como un Robinson Crusoe. A partir de ese instante, la vida del hidrógrafo no vuelve a ser la misma. Sí, con esta breve reseña tienen todo el derecho de pensar que esta historia se las han contado muchas veces. El cliché perfecto: Un romance en una isla en el Báltico entre el alto oficial del ejército y una humilde y bella pescadora. Por fortuna, “Profundidades” hace pedazos cualquier asomo de lugar común y los clichés se hunden en las heladas aguas del océano. Nada parecido a la basura hollywoodense. A partir del momento en que Svartman se encuentra con Sara Fredrika inicia ese descenso al averno interior. La simbología de la novela es poderosa, desgarradora. Las profundidades no sólo son los abismos oceánicos del Báltico, sino los hoyos negros en el espíritu del personaje, su metamorfosis en bestia humana, la materialización de su infierno. Para no ir más lejos, si alguien me pidiera colocar un cuadro de honor en donde aparecieran los dos mejores libros que he leído en este 2007, no tengo duda alguna: Kafka en la orilla de Murakami y Profundidades de Mankell. Y reservamos el tercer puesto para la sorpresa que pueda haber en los dos meses que faltan.
Profundidades
Henning Mankell
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave
Al contemplar estos cielos nublados, estos ocasos prematuros y sentir en la cara el viento otoñal, caigo en la cuenta de la rara sincronía que mi lectura guarda con el temporal.
Extraña y alucinante armonía la que parece haber en este noviembre entre el color de los días, mi estado de ánimo y la novela que acabo de leer, “Profundidades”, de Henning Mankell.
Tan oscura como sólo pueden ser los abismos de la mente humana, esta novela me parece el equivalente literario a un disco de Opeth o Katatonia. De Suecia había de ser.
Padezco desde hace algunos años una confesa adicción a los libros de Henning Mankell, tantas veces reseñados en Pasos de Gutenberg, sin embargo nunca había leído nada igual a “Profundidades”.
Hay narradores condenados a ser esclavos de un personaje al que parecen haber vendido su alma. De la misma forma que Conan Doyle no existe sin Sherlock Holmes, me costaba horrores imaginar Henning Mankell lejos de su taciturno detective Kurt Wallander. Si bien Mankell es ante todo un dramaturgo que dirige un teatro en Mozambique, sin duda somos varios millones de personas quienes lo conocimos junto a su Kurt Wallander. Aunque en “El retorno del profesor de baile” ya había un progresivo alejamiento de su detective estrella, el tema y el proceso deductivo seguían fieles al sello de la casa.
Por ello no pude menos que albergar ciertas dudas cuando empecé con “Profundidades”, una novela en donde no sólo no aparece Kurt Wallander, sino que no hay ni pizca de trama detectivesca y ni siquiera un paralelismo cronológico con sus anteriores trabajos, pues Mankell nos remonta a 1914. Tal vez a ustedes les haya sucedido que al llevarse un libro a un viaje sienten la creación de cierto vínculo especial, un vínculo que raramente se vive con la lectura en turno de nuestra vida cotidiana. “Profundidades” fue mi compañero en un viaje por la Ciudad de México y estuvo conmigo durante los largos días en que aguardé el fallo del Tribunal Federal Electoral, mientras me reencontraba con amigos de adolescencia. Y sucede que la oscuridad del libro se me contagió en el alma. “Profundidades” es un descenso a los infiernos individuales, un viaje dantesco hacia nuestros demonios internos. Vaya, este Mankell me supo a Joseph Conrad. “Profundidades” narra la historia de Lars Tobiasson Svartman, un hidrógrafo de la marina sueca quien recibe la orden de embarcar en un acorazado para medir y explorar, en misión secreta, profundidades marinas en afán de trazar nuevas rutas de navegación. En Estocolmo lo aguarda su esposa Kristina, rodeada en su frío departamento por figuras de porcelana. En alta mar, entre los vientos helados del Báltico, la proximidad del invierno y la sombra de la Gran Guerra del 14, el hidrógrafo inicia sus labores de medición. Un día, en un desolado archipiélago, conoce a una ruda pescadora llamada Sara Fredrika quien habita sola en su cabaña, en medio de la nada como un Robinson Crusoe. A partir de ese instante, la vida del hidrógrafo no vuelve a ser la misma. Sí, con esta breve reseña tienen todo el derecho de pensar que esta historia se las han contado muchas veces. El cliché perfecto: Un romance en una isla en el Báltico entre el alto oficial del ejército y una humilde y bella pescadora. Por fortuna, “Profundidades” hace pedazos cualquier asomo de lugar común y los clichés se hunden en las heladas aguas del océano. Nada parecido a la basura hollywoodense. A partir del momento en que Svartman se encuentra con Sara Fredrika inicia ese descenso al averno interior. La simbología de la novela es poderosa, desgarradora. Las profundidades no sólo son los abismos oceánicos del Báltico, sino los hoyos negros en el espíritu del personaje, su metamorfosis en bestia humana, la materialización de su infierno. Para no ir más lejos, si alguien me pidiera colocar un cuadro de honor en donde aparecieran los dos mejores libros que he leído en este 2007, no tengo duda alguna: Kafka en la orilla de Murakami y Profundidades de Mankell. Y reservamos el tercer puesto para la sorpresa que pueda haber en los dos meses que faltan.