Luis Alberto Spinetta se ha muerto y tal vez sea poco original de mi parte, pero la muerte suele motivarte a repasar el legado de quien ya no está. Así las cosas, en el iPod ha sonado fuerte Pescado Rabioso e Invisible este par de días, sólo para caer en las mismas reflexiones que me han quedado por herencia tras la muerte de Daniel Sada: no hay demasiado talento en este mundo como para que los genios se anden muriendo así como si tal cosa. Es detestable ceder al vicio de la odiosa y malinchista comparación, pero al escuchar el alucinado Artaud de 1973 o las creaciones de Almendra de 1967, inevitablemente te preguntas qué estábamos haciendo en México en esa misma época ¿Señor Apache? ¿Popotitos? Digo, cada quien con su cultura, pero a finales de los 60 en las barrancas de Belgrano hubo un flaco que alucinó riffs tan densos como los de un Jimmy Page y odiseas espaciales a lo David Bowie. Carajo, escuchen Como El Viento Voy a Ver de Pescado Rabioso Dos y díganme si el riff le pide algo a Led Zeppelin. Una tarde de diciembre de 2008, la frontera entre la Primavera y el Verano Porteño, Carolina y yo acudimos a ver al Flaco Spinetta en un concierto al aire libre en plena costanera, frente a Puerto Madero, en uno de esos días en que el Sol se acuesta tarde. Linda tarde aquella. Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese…qué se yo.
Día de la Fuerza Aérea
Celebramos el Día de la Fuerza Aérea Mexicana conmemorando aquel 10 de febrero de 1944, cuando en plena Segunda Guerra Mundial, la aviación militar adquirió el carácter constitucional de Fuerza Armada, siendo oficialmente bautizada como Fuerza Aérea Mexicana. Por supuesto la historia de la aviación en México tiene muchos más años. Se dice que el primer vuelo realizado en México se remonta al 8 de enero de 1910, cuando despegó el aeroplano piloteado por Alberto Braniff en los Llanos de Balbuena, al este de la ciudad de México. Sin embargo, en esta historia aérea nuestra ciudad tiene algo que contar pues fue en la Fábrica de Aviones de Tijuana, que funcionó entre 1928 y 1929, donde se construyeron los primeras aeronaves mexicanas. En ella se construyeron tres monoplanos que iniciaron la historia de la aviación en el país, pues dicha planta fue la primera de su tipo en México. El principal accionista era el general Abelardo L. Rodríguez. El primer avión fabricado en Tijuana fue denominado “Baja California Uno”, y se terminó en sólo tres meses de trabajo. Su primer vuelo lo hizo en marzo de 1928 con escalas entre Mexicali y Mazatlán, Sinaloa, siendo piloteado por el capitán Luis Farrel Cubillas, pero el viaje que tenía por destino la Ciudad de México, finalizó de manera trágica cuando el avión se estrelló cerca de Jalisco. El segundo aeroplano fue el Baja California Dos construido entre marzo y mayo de 1928 y fue el mayor Roberto Fierro Villalobos quien efectuó el primer vuelo de Mexicali a la Ciudad de México, el vuelo más largo hasta entonces en toda la historia del país que demoró quince horas. Fierro fue recibido como héroe nacional al aterrizar en Balbuena. A 82 años de distancia de aquel heroico vuelo, en una ciudad donde todos los días despegan y aterrizan decenas de aviones celebramos en forma austera y sencilla a la Fuerza Aérea Mexicana sin que el país reconozca como se merece el legado de Tijuana a la historia de la aviación.
Otra de lectura
La lectura es un fin en sí mismo, no un medio. La perorata oficialista de promoción de la lectura (conozco funcionarios que promueven la lectura pero ellos mismos ni por casualidad leen un libro) es que leas para ser una mejor persona, más culta, más preparada. Promueven la lectura como una tarea o un sacrificio necesario para lograr ciertos objetivos. Un tedioso sacrificio en aras de algo. Yo de mis lecturas no espero nada más que el inmenso placer que obtengo. ¿Por qué leo? Por las mismas razones que me tomo un vino. Por hedonismo puro. Por la misma razón que un tecato entierra en su brazo la jeringa con heroína, porque de todos mis vicios es el único del que jamás voy a poder rehabilitarme y porque experimento un espantoso síndrome de abstinencia si un día, por algún infortunado accidente, llego a salir de casa sin un libro en la mano.