Eterno Retorno

Thursday, June 28, 2007

Jekyll y Hyde

Perdí la cuenta de las veces que me han preguntado en los últimos siete días mi opinión personal sobre el proceso electoral bajacaliforniano y el futuro de Jorge Hank Rhon en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Ahora sí, hasta los más apáticos y apolíticos están en la jugada. Por primera vez en muchísimo tiempo la política bajacaliforniana es tema espontáneo de conversación de cantina y sobremesa. Muchos, muchísimos intereses en juego, a lo que hay que añadir una cada vez más grande y comprensible dosis de humano morbo. Sin morbo de por medio, el aburrimiento se corona rey.

Me piden que me abra de capa y confiese mi filiación política, mis personales y pasionales deseos como ciudadano de Baja California. Cómo hacerles entender que en mí conviven dos personas con ideas radicalmente opuestas, algo así como un Jekyll ciudadano y un Hyde reportero.

Por lo pronto, desde un tiempo para acá uso únicamente camisas con colores neutros. Negras, cafés, blancas. En mi closet hay camisas azules y rojas, pero hace un buen rato que están bien guardadas y no las usaré en los próximos meses. Está tan polarizado este sainete, que basta una tonalidad de ropa para que te atribuyan filias y compromisos.

La verdad es que como ciudadano no tengo partido y si quieren que les diga una cosa, es muy improbable que pueda votar. El 5 de agosto, si es que hay 5 de agosto, estaré ocupadísimo y a lo mejor no me sobra un minuto para ir a la casilla. Por lo demás, considero que sólo hay dos razones que pueden llevar a un ser humano a brindar todo su apoyo a un partido o candidato: El dinero o la natural pendejez. El primer caso es el leit motif de todas las fuerzas políticas. Te pones la camiseta roja o azul porque con ello ganas algo concreto: O eres su empleado, o te prometieron empleo o cargo público a ti o a tu familia, o te dieron una lana o esperas recibirla. El segundo caso, el de la natural pendejez, es cada vez más escaso y me atrevo a decir que está en peligro de extinción. Apoyar a un candidato por su carisma, por su ideología, por una real y espontánea esperanza de bienestar es algo que ya no me creo. Necesitas ser francamente iluso o un ignorante total acerca de la condición humana para aportar tu fe ciega y tu apoyo incondicional a un tipo que pide tu voto. Es tan o más iluso que creer en un dios sólo porque en el catecismo te dijeron que existe. Hoy en día los únicos amores masivos reales, incondicionales y por definición absurdos, son los que la masa prodiga a su equipo de futbol. No me imagino apoyando a un candidato con la misma fe ciega e idota con que apoyo a los Tigres de la UANL. La fe irracional la reservo para mi equipo, con plena conciencia de que jamás obtendré nada a cambio, salvo la absurda y cada vez más improbable posibilidad de celebrar un campeonato (Aguante Tolo Gallego, Aguante Loco Abreu, les tengo fe)


Mi Jekyll ciudadano, ese tipo comodón y aburguesado que disfruta caminar en paz por la playa, leer sus libros y tomarse chelas y vinos mientras escucha metal, suele apostar por la paz. A este tipo no le gusta que lo molesten y le apuesta a un universo lo más armonioso posible. Claro, no es tan mentecato para tenerle fe a una opción política, pero digamos que se conforma con que su economía esté estable, con que no haya tiroteos en su camino del trabajo a la casa ni aparezcan cadáveres en su fraccionamiento. Viva la paz. Desea que la elección se resuelva en los términos más cordiales y civilizados que sea posible, que reine la armonía, que gane la democracia y que no lo jodan mucho. Es lo que a este tipejo burguesón de Jekyll le gusta.

Didier Anzieu

El problema es que en caso como estos se impone el Hyde reporteril. Este Hyde es un reportero y su comida son las noticias. Luego entonces, es comprensible que le guste que haya muchas. Hyde quiere que pasen cosas fuertes, de enorme trascendencia, situaciones inéditas, que dejen huella y generen tema de conversación. Le vale un carajo quién se beneficie y quién se perjudique. Si estallara la Tercera Guerra Mundial Hyde desearía con toda su alma estar ahí. Él caminó por la Zona Cero de Nueva York en septiembre de 2001 y sintió algo muy parecido a un orgasmo mientras estaba ahí. Él desearía estar en Irak y si hubiera una revolución en este país, no quisiera perdérsela por nada del mundo. Él con la noticia gana. Honestamente a él no le importa quién gane esta elección, lo único que quiere es que deje huella, que Baja California sea el centro de atención de toda la República, que haya material para escribir crónicas, columnas a granel, un libro carajo. ¿Qué quiere? Que pasen cosas, que la expectativa, el morbo y la curiosidad lleven a miles de personas apáticas a leer periódicos. Que no vengan los moralistas con peroratas de guajolote santurrón. Todo periodista que se de a respetar desea a la noticia como a la mujer amada.

¿Quién quiere Hyde Reportero que gane la elección 2007? Que las ganen las noticias y que las noticias las ganemos nosotros carajo. Ese es mi deseo. Punto final



Ocho años

Cuando vas en la secundaria o en la prepa y tienes tus primeras novias, cuentas los días y las semanas que dura la relación. Cuando eres adolescente, una relación de un mes de duración se considera sólida. Pasar la barrera del año resulta un exceso, casi la eternidad. Si en esa época me hubieran dicho que alguna vez cumpliría ocho años a lado de una mujer no lo hubiera creído. Mucho menos si me hubieran dicho que iba a ser feliz. El martes 26 de junio cumplí ocho años legalmente casado y la mejor forma de celebrarlos es caer en la cuenta de lo contento que estoy.

Pienso en mis colegas de generación, en los que crecieron conmigo en la primaria o los compañeros que he tenido en empleos, escuelas y equipos. Hay un montón de historias. Muchos, la mayoría, son solteros empedernidos. Los que no, optan por ser infieles consuetudinarios o divorciados redimidos. A algunos les va bien económicamente, otros no dan píe con bola, algunos (los que más envidio) se han recorrido los cinco continentes y otros son incurables sedentarios. Los caminos de la vida han sido múltiples para los que nacimos en la mitad de los años setenta, pero si algo me queda claro al repasar destinos, es que un matrimonio feliz es un bien bastante escaso.
La vida me ha dado algunas sorpresas y en muchas cosas me ha quedado a deber o yo le quedo a deber mucho (según el cristal con que se mire) Pero en lo que se refiere a ese bien tan escaso llamado matrimonio feliz, la vida me recompensó con creces.

Vidas separadas

Los matrimonios de gente de mi edad llevan vidas separadas. El tipo escapa cuando puede y la mujer está necesariamente excluida de sus salidas y borracheras. Los matrimonios rara vez se divierten juntos. Después de un breve paseo por el mundo mixto, el hombre vuelve al club de toby, a las patéticas y aburridas pedas masculinas con los colegas de la chamba, mientras la mujer se refugia en los mocosos y en las amigas. Las excluyentes pedas de los machos, igual que güercos de ocho años jugando videojuegos lejos de las niñas. Con las mujeres sucede lo mismo. Una mujer se vuelve doña cuando sus únicos temas de conversación son pañales, pediatras y maestras de kinder y sus interlocutores son otras doñas como ella. Puedes tener 20 años y ser una doñota. La doñilidad es un estado mental y es uno de los estados más patéticos a los que puede llegar a una mujer. Su principal síntoma es pasar la vida hablando de mocosos y renunciar a la diversión, los viajes y la vida profesional. No se que es más patético, si una doña hablando de mocosos caguengues y pañaludos, o unas adolescentes hablando de modas y dietas. En cualquier caso, dos de las expresiones más aburridas de la feminidad, aunque prefiero la frivolidad y la pendejez de la adolescente, que la insoportable perorata doñil convertida en promotora publicitaria de un escuincle escupe caca.

Monday, June 25, 2007

Vidas imaginarias
Marcel Schwob
Ediciones Coyoacán

Por Daniel Salinas Basave

¿Quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido? Marcel Schwob levanta la mano y acto seguido toma la pluma. La pétrea historia de lo que fue se desvanece ante los infinitos senderos de la que pudo suceder o acaso sucedió. A la sombra de las biografías de los hombres célebres sobre los que creemos tener certezas absolutas y datos concretos, surgen los que nunca fueron o acaso estuvieron a punto de ser o simplemente vivieron a lado del camino, “fumando el humo mientras todo pasa”.
El verdadero arte del biógrafo, dice Marcel Schwob, consiste en valorar por igual la vida de un pobre actor y la vida de Shakespeare. “Narrar con igual preocupación las existencias únicas de los hombres, tanto si fueron divinos, mediocres o criminales”.
Eche usted un vistazo a su librero. Doble contra sencillo podemos apostar a que hay por lo menos un diccionario biográfico o alguna colección con las vidas de personajes históricos. En afán de romper la monotonía y jugar un poco con las infinitas posibilidades de lo que no sucedió, a lado de ese diccionario biográfico o de esa enciclopedia podríamos hacerle un lugar a “Vidas imaginarias”, libro que llegó a mis manos por cortesía de mi colega Fausto Ovalle. En lo que se refiere a estilo, Marcel Schwob se tomó muy en serio su papel de biógrafo. También en lo que concierne al entorno histórico y mitológico de sus biografiados. El detalle, precisamente el que hace apetecible el libro, es que las vidas de estos personajes y en ocasiones los personajes mismos no son reales o al menos no en un sentido historiográfico. Algunos, como el filósofo presocrático Empédocles o el incendiario Eróstrato, son seres casi mitológicos, aunque sobre el primero se tiene algún indicio de su existencia. Otros como la princesa Pocahontas, el pintor Paolo Uccelo el Capitán Kid o el poeta Cecco Angiolieri, existieron aunque al final su vida real fue superada por la literatura de ficción que en algunos casos inspiraron. Schwob no pretende entrar al juego de revelar verdades ocultas o dar a conocer documentos perdidos que den lugar a revelaciones escandalosas. Lo suyo es puro y simple juego literario disfrazado de biografía, historias posibles pero absolutamente fantásticas al final. Hoy en día miles apuestan por la biografía novelada y nadie los cuestiona pese a que pretenden convencernos de los sueños eróticos de Alejandro Magno o las pesadillas de Napoleón. Schwob en cambio transformó a personajes en teoría reales, en seres de mitología.
No pretende convencernos de nada, sino únicamente regalarnos imágenes de lo más ricas, cargadas algunas de erotismo y dilemas metafísicos. Después de leer Vidas imaginarias, queda muy claro de dónde amamantó Jorge Luis Borges a la hora de su escribir sus Inquisiciones o su Aleph.