Así, sin decir agua va, se fue al carajo la primera mitad del año. Decir que el tiempo corre como un corcel desbocado sería ya un lugar común, una obviedad insoportable. Cuando niño, el tiempo era una carreta tirada por tortugas a las que a toda costa querías apurar. Ahora, en plena edad adulta, el tiempo es un tren bala que corre descontrolado frente a nosotros y al que no podemos detener por más esfuerzos que hagamos.
Aunque estamos en pleno verano y por primera vez en lo que va del año hace un poco de calor en Tijuana, yo siento ya la cuenta regresiva hacia el invierno. En Tijuana siempre he preferido los veranos, mientras que en Monterrey siempre deseaba la llegada del invierno. Por supuesto, hoy la cuenta regresiva significa mucho más que una simple estación del año. El arribo del invierno significará la llegada del Conejito. Tendremos un Conejito navideño, un bebé de frío y sólo por eso el invierno será bello. Muchos años después, la Navidad volverá a tener sentido.
Después de diez años de reportar “sin novedad en el frente”, todo tuvo a bien suceder en el 2009...y lo que falta todavía. Recuerdo la madrugada del 1 de enero, hace seis meses, cuando aguardaba en el aeropuerto de Monterrey la salida del avión que me llevaría a Tijuana. Hoy ya nada es igual. La vida gira hacia una sonrisa y a veces me jura que tiene sentido.
Dime lo que compras y te diré quien eres. Carolina y yo cumplimos diez años de casados el pasado viernes. A lo largo de esta década ha habido actividades y escenas de vida cotidiana que se han repetido cientos de veces. Vaya, si quisiéramos mostrar estos diez años en instantes o diapositivas, nos encontraríamos, por ejemplo, que varios cientos de veces hemos estado cenando en un restaurante. Otras tantas escenas nos muestran en carnes asadas dominicales o veladas sabatinas. En muchísimas de estas imaginarias diapositivas aparecemos comprando algún antojo en el supermercado (léase vinos, quesos o locherías diversas) pero en la historia de esta pareja, nunca en diez años habían aparecido comprando una carreola, un portabebé y un corralito. El primer regalo que compré para el Conejito, fue un trajecito de seda chino que le escogí en Shanghai el mismo día en que me enteré que vendría. Hasta ahora las compras habían sido conservadoras, pero el pasado domingo comenzamos la adquisición de mobiliario bebé. Por el tipo de objetos que se encuentran hoy en día en nuestra casa, puede intuirse que un nuevo habitante viene en camino.
No todos los fines de semana se cumplen diez años de casado y no todos los fines de semana recibes la visita de un amigo al que no veías hace años. Luego entonces fue un fin de semana movido, si bien el viernes algún marlin desalmado le jugó una broma pesada a mi estómago (como el jueves comí tacos de marlin en tres lugares diferentes, sólo puedo saber que uno de estos pescados tuvo a bien romperme la panza con su espada, pero aún no logro adivinar cuál de los tres animalejos fue el criminal) El sábado, ya casi recuperado, emprendimos una nueva expedición a la Cenicienta del Pacífico. La vida suele jurarte que es bella cuando disfrutas una rica comida en Bodegas de Santo Tomás y contemplas un atardecer en el malecón ensenadense. Santificamos el domingo con el tijuanense ritual de cruzar la línea (mi amigo Salvador Adame ha vivido ya la más tijuanera de las ceremonias) Compras para el Conejito y paseo turístico por la sandieguez. Botanita en el Rock Bottom para ver a Brasil voltearle la tortilla a los gringos en la Confederaciones (por primera vez en mi vida, vi varios bares atestados de gabachos que seguían entretenidos y hasta apasionados un juego de futbol soccer)
La vida suele jurarte que no es bella, sino bellísima cuando contemplas la tarde y la Isla Coronado con los píes metidos en el Pacífico sentado en el embarcadero de Sea Port Village. Muchas veces he dicho que San Diego es como una novia frígida, una chica bellísima que coge con frialdad, pero el domingo casi juro que sí estoy enamorado de ella, que esta ciudad que tenemos por vecinita no sólo es bella, sino que a veces tiene un poco de alma.
Aunque estamos en pleno verano y por primera vez en lo que va del año hace un poco de calor en Tijuana, yo siento ya la cuenta regresiva hacia el invierno. En Tijuana siempre he preferido los veranos, mientras que en Monterrey siempre deseaba la llegada del invierno. Por supuesto, hoy la cuenta regresiva significa mucho más que una simple estación del año. El arribo del invierno significará la llegada del Conejito. Tendremos un Conejito navideño, un bebé de frío y sólo por eso el invierno será bello. Muchos años después, la Navidad volverá a tener sentido.
Después de diez años de reportar “sin novedad en el frente”, todo tuvo a bien suceder en el 2009...y lo que falta todavía. Recuerdo la madrugada del 1 de enero, hace seis meses, cuando aguardaba en el aeropuerto de Monterrey la salida del avión que me llevaría a Tijuana. Hoy ya nada es igual. La vida gira hacia una sonrisa y a veces me jura que tiene sentido.
Dime lo que compras y te diré quien eres. Carolina y yo cumplimos diez años de casados el pasado viernes. A lo largo de esta década ha habido actividades y escenas de vida cotidiana que se han repetido cientos de veces. Vaya, si quisiéramos mostrar estos diez años en instantes o diapositivas, nos encontraríamos, por ejemplo, que varios cientos de veces hemos estado cenando en un restaurante. Otras tantas escenas nos muestran en carnes asadas dominicales o veladas sabatinas. En muchísimas de estas imaginarias diapositivas aparecemos comprando algún antojo en el supermercado (léase vinos, quesos o locherías diversas) pero en la historia de esta pareja, nunca en diez años habían aparecido comprando una carreola, un portabebé y un corralito. El primer regalo que compré para el Conejito, fue un trajecito de seda chino que le escogí en Shanghai el mismo día en que me enteré que vendría. Hasta ahora las compras habían sido conservadoras, pero el pasado domingo comenzamos la adquisición de mobiliario bebé. Por el tipo de objetos que se encuentran hoy en día en nuestra casa, puede intuirse que un nuevo habitante viene en camino.
No todos los fines de semana se cumplen diez años de casado y no todos los fines de semana recibes la visita de un amigo al que no veías hace años. Luego entonces fue un fin de semana movido, si bien el viernes algún marlin desalmado le jugó una broma pesada a mi estómago (como el jueves comí tacos de marlin en tres lugares diferentes, sólo puedo saber que uno de estos pescados tuvo a bien romperme la panza con su espada, pero aún no logro adivinar cuál de los tres animalejos fue el criminal) El sábado, ya casi recuperado, emprendimos una nueva expedición a la Cenicienta del Pacífico. La vida suele jurarte que es bella cuando disfrutas una rica comida en Bodegas de Santo Tomás y contemplas un atardecer en el malecón ensenadense. Santificamos el domingo con el tijuanense ritual de cruzar la línea (mi amigo Salvador Adame ha vivido ya la más tijuanera de las ceremonias) Compras para el Conejito y paseo turístico por la sandieguez. Botanita en el Rock Bottom para ver a Brasil voltearle la tortilla a los gringos en la Confederaciones (por primera vez en mi vida, vi varios bares atestados de gabachos que seguían entretenidos y hasta apasionados un juego de futbol soccer)
La vida suele jurarte que no es bella, sino bellísima cuando contemplas la tarde y la Isla Coronado con los píes metidos en el Pacífico sentado en el embarcadero de Sea Port Village. Muchas veces he dicho que San Diego es como una novia frígida, una chica bellísima que coge con frialdad, pero el domingo casi juro que sí estoy enamorado de ella, que esta ciudad que tenemos por vecinita no sólo es bella, sino que a veces tiene un poco de alma.