Eterno Retorno

Saturday, August 31, 2019

Ni la paternidad ni el Apocalipsis resultan ser tan potentes como la modorra inducida que te aplasta esta mañana. Acaso tus recién nacidas gemelitas podrían dejar de respirar en sus cunas y América entera arder bajo un enjambre de aeronaves suicidas sin que tú dejaras de roncar. Cuando el Boeing 767 de United Airlines impacta en la torre sur del World Trade Center, yaces despatarrado en el sillón de tu sala, inmerso en tu primer sueño profundo de septiembre. Cediste a la tentación de tomar medio barbitúrico poco antes del amanecer, cuando las dos bebés dejaron por fin de llorar y consumaron el milagro de un sueño compartido. La pastilla cumplió con noquearte y para cuando la primera torre fue impactada, tú estabas en un estado parecido a la total inconciencia. Pasados 17 minutos, cuando el segundo avión se estrella, los gritos de tu suegra y el ring del teléfono taladran alguna zona de tu cerebro.

Thursday, August 29, 2019

Si tú has estado conmigo cualquier día de los últimos 15 años, te habrás dado cuenta que sobre mi pecho había siempre una pequeña figura plateada colgando de una cadena. Era Mjölnir, el Martillo de Thor. Fue mi omnipresente compañero de viaje desde 2004, pero hoy ya no está más conmigo. Perdí mi ojo de venado, cantan los Caifanes. Perdí mi Martillo de Thor, canto yo ahora. ¿Y saben qué es lo peor de todo? Que nadie me va a proteger. El Martillo se perdió en la volcadura en Mulegé. Con la tremenda sacudida el collar se rompió, pero solamente pude encontrar la cadena tirada en la arena. El Martillo estaba perdido y por más que busqué en medio del caos me fue imposible encontrarlo. Tomando en cuenta que conservamos la vida y la salud y que nuestros cuerpos están aquí, sin aparentes secuelas graves, cualquier pérdida material es intrascendente, sin embargo no deja de ser significativo perder mi Martillo. Era una suerte de objeto contrafóbico que solía tocar en situaciones de tensión o de duda. Sé bien que el animismo y la superstición resultan por demás ridículos y contradictorios en alguien que se proclama agnóstico, pero aquel objeto era un guardián protector que estuvo siempre conmigo en los momentos más significativos y que rodó de acá para allá (y fue de todo y sin medida). Proviene de un lugar lejano, pero no de un país nórdico como podría pensarse. Su origen es centroeuropeo, pura esencia de Imperio Austrohúngaro. Lo compramos en un puesto callejero en la Plaza del Reloj Astronómico en Praga a donde fuimos a rolar Carol y yo en un helado noviembre. Mi Mjölnir es orgullosamente checo. Desde ese momento me acompañó siempre y en todo lugar. Era, en términos castanedianos, un objeto de poder. Pepenado en Praga y perdido para siempre en las arenas del desierto sudcaliforniano entre las playas del Coyote y el Requesón. ¿Alguien lo habrá encontrado? ¿O fue ofrendado a las ánimas transpeninsulares? Lo cierto es que ahora me siento terriblemente extraño cuando toco mi pecho y no siento nada. Estamos infinitamente agradecidos de haber vivido para contarla y de tener salud, pero no dejó de interpretar la pérdida de Mjölnir como un símbolo o un mensaje. Algo muy significativo tenía que quedarse ahí, una figura debía morir para recordarnos que hemos vuelto a vivir. Adiós mi Martillo. Fuiste la humilde ofrenda material en pago por estar vivos.

Monday, August 26, 2019

Georgie B

Un domingo cualquiera, a mediados del siglo pasado, un joven de 18 años viajaba en autobús de Córdoba a la Ciudad de México. Durante una parada en Tehuacán, el muchacho compró un periódico para matar el tiempo y de repente se encontró entre sus páginas con un cuento que lo hizo sentir “como una corriente eléctrica recorriendo todo el sistema nervioso”. Esa lectura fue, en sus propias palabras, el mayor deslumbramiento de su juventud. “Exultaba una felicidad que ninguna lectura me había producido. Aquellas palabras: ¿Lo creerás, Ariadna –dijo Teseo-, el Minotauro apenas se defendió, dichas de paso, como al azar, revelaban el misterio oculto del relato: la identidad del extraño protagonista y su resignada inmolación”. El cuento que transformó la vida de ese muchacho y su manera de concebir la literatura es La casa de Asterión de Jorge Luis Borges. El joven deslumbrado por la revelación borgeana se llama Sergio Pitol y el detalle atípico de la historia es que ese cuento alucinante fue leído en papel periódico, concretamente en el suplemento México en la Cultura, dirigido por Fernando Benítez. En realidad no me sorprende la reacción de Sergio. Con Georgie Borges suelen suceder esas cosas. Bolaño relata algo similar sobre una noche afiebrada, delirante e insomne leyendo a Borges recién llegado a Barcelona. “Un día leí un libro y toda mi vida cambió”, son las palabras elegidas por Orhan Pamuk para abrir su Vida nueva. Acaso definen lo que ocurre cuando uno se topa con Borges. No es que la vida cambie de golpe y porrazo, pero nuestra aventura como lectores toma otros senderos. Quien lee a Georgie atraviesa un umbral, ha cruzado una frontera de la que ya no hay retorno. A partir de ese momento entendemos y vivimos la literatura de otra manera. Yo empecé con Dos reyes y dos laberintos, un relato breve incluido en El cuento hispanoamericano, pero la verdadera sacudida irrumpió con El Aleph que leí a los 15 años recién entrando a la prepa. La inmortalidad, la imposibilidad de aprehender el todo, la fatalidad del destino. Obvia decir que el Aleph y Ficciones son los abrevaderos recurrentes (e Historia universal de la infamia es una omnipresente terquedad) aunque últimamente me da más por el Borges tardío de La memoria de Shakespeare (Tigres azules, La rosa de Parcelaso) o los cuentos de El informe de Brodie. El Borges invidente e iluminado que construía estrofas en su cabeza. Libros de arena, monedas de hierro, dantescos ensayos, rosas profundas. Furtiva irrumpe la historia de la noche. No me gusta hablar de favoritos, pero Georgie ha sido el compañero de viaje más terco, el único que nunca se ha bajado del barco, el primero en levantar la mano a la hora del autoexilio a esa mentada isla desierta a donde nos llevaremos los libros de nuestra vida.