Salir a la calle implica mirar una batalla a brazo partido por obtener un par de monedas.
La
Secretaría del Trabajo los debe tener catalogados como oficios diversos,
actividades informales, una suerte de mendicidad disfrazada, perdida en la
inmensidad de ese macrocosmos llamado
calle en donde hay cientos de miles de viene-vienes, pero también tragafuegos,
payasitos, malabaristas, cantores ocasionales de camión, restaurante o
cantina, o simples pordioseros sin otra
gracia que la de extender la mano.
El
mundo donde te desempeñas y sobrevives es un mundo hostil y competido. Hay
cientos de miles de viene-vienes, cierto, pero tu mano dirigiendo la reversa y
tu mirada de borrego a medio morir rogando por una propina, son tan solo una de
las decenas de peticiones de monedas con las que se topa un día cualquiera el
habitante promedio de una urbe.
Salir
a la calle implica mirar una batalla a brazo partido por obtener un par de
monedas. Tú eres fauna de estacionamiento pero podrías ser también fauna de
semáforo y ese sí que es un medio competido. En el semáforo conviven el
pordiosero tradicional o el chiclero, en cofradía o competencia directa
con el malabarista y el contorsionista que le sacan renta a ese
cuerpo aún flexible con suertes por demás arriesgadas, acaso con la esperanza
secreta de seducir al improbable
ejecutivo del Circ du Solei que los vea a través de los cristales
oscuros de su automóvil. El tragafuegos, símbolo de los cruceros capitalinos e
icono extremo de la explosión demográfica urbana en los ochenta, es una especie cuya primavera parece haber
quedado atrás. En cambio, los que se
multiplican como langostas son los adictos en recuperación. En todo crucero
tijuanense que se dé a respetar, encontrarás un heroinómano en proceso de
rehabilitación que te hablará de la forma en que Cristo lo sacó del infierno de
la droga y acto seguido te pedirá una moneda. Un jacobino comecuras que
conozco, suele decir que los ex adictos cristianos únicamente han cambiado una
droga por otra. Suplantaron a la heroína con dosis diarias de Biblia, el más adictivo de los
opiáceos. A la fecha, dice este amigo, no queda claro cuál de esas dos drogas
es más dañina. Lo peor es que la gran mayoría no se aleja nunca de la heroína,
pero sí le da la bienvenida a Cristo. La combinación es perfecta: heroína y
perorata bíblica, un explosivo coctel de opiáceos, como un speedball en las
venas. Con suerte, puedes encontrar también alegres adolescentes vendiendo
chocolates para su graduación, enfermos terminales juntando para una cirugía y
brigadistas de una campaña política repartiendo propaganda (esos te sacarán el
dinero después, si bien la propaganda que te reparten tú la has pagado).