Alcides Ghiggia, autor del segundo gol uruguayo, es el único sobreviviente de los 22 hombres que estuvieron en la cancha del Maracaná la tarde del 16 de julio de 1950. A tal grado me apasiona su historia, que me inspiró a escribir un híbrido ensayístico de 22 mil palabras llamado “El minuto de Alcides” que a la fecha no he publicado. A menudo me pregunto cuántos de los 200 mil espectadores que estuvieron ese día en la tribuna siguen vivos 64 años después. De la mayor multitud congregada en la historia de la humanidad para ver un espectáculo deportivo dentro de un estadio, el sobreviviente más célebre (o al menos el más apreciado por mí) se llama Rubem Fonseca. Es brasileño, es escritor, es aficionado al futbol y tiene 89 años de edad. Formado en la abogacía criminal, Rubem ha trascendido como un narrador policíaco. Su abogado-detective Mandrake es uno de los mayores pícaros paridos por la literatura brasileña. Célebres son también sus personajes femeninos (esas bellezas de tornillo faltante que son las deschavetadas chicas Fonseca). Lo que yo ignoraba hasta hace poco, es que Rubem Fonseca fue uno de los 200 mil brasileños que desde la tribuna de Maracaná lloraron la hecatombe de su selección contra la Garra Charrúa. “Jamás olvidaré el sufrimiento del 16 de julio de 1950. Para describir lo que sentí aquella tarde, me viene siempre a la mente la famosa frase de Conrad en El corazón de las tinieblas: el horror, el horror, el horror”, narra el creador de Mandrake. ¿Acudirá Rubem Fonseca a exorcizar los demonios del Maracanazo 64 años después? ¿Podremos ver esa cabeza calva en las tribunas? ¿Tendrá el gobierno brasileño el gesto de invitarlo? La posibilidad de imaginar a Fonseca conjurando el horror desde la grada es de esos detalles que ponen saborcito a la Copa del Mundo que unas horas arranca.