Eterno Retorno

Saturday, March 13, 2004

Sabbath Bloddy Sabbath

El Gato Negro es el vino de batalla de los chilenos. No sabemos todavía si la batalla la ganamos o la perdimos. Digamos que aún seguimos peleando.

A Tijuana le vale madre Madrid.

Friday, March 12, 2004

Yo no sé como chingados le hacías para hacerlos tragar el cuento, pero el chiste es que te seguían fiando en la pinche cantina, día tras día la misma historia, estabas ahí desde que amanecía, varias horas antes de que llegara el cantinero a abrir, ya hasta eras parte de mobiliario, eras el primero en llegar y el último en irte, pero aún así te seguían fiando. Yo no se si deberías estarle agradecido al cantinero o si deberías mejor pensar en matarlo a machetazos. La verdad de las cosas, es mejor que le estés agradecido. Siendo honesto fue mejor que empeñaras tu vida en el fondo de la botella. ¿Que otra cosa hubieras podido hacer? Nunca serviste para nada que no fuera pedirle o robarle lana a tu jefecita para andar por ahí de vago. Y era por esos muchos o pocos centavos que llevabas que te seguían fiando, porque se sabía por ahí que luego llegabas feriado, quien sabe como, pero te rayabas o de plano le dejabas en prenda alguna cosa, el cinturón de tu padrino, los sombreros de tus hermanos y hasta el metate que usaba tu amacita fueron a parar ahí y entonces sí le dabas hasta que te corrieran o hasta que te sacaban arrastrando para dejarte tirado en el callejón en el charco de tus vomitadas. Cuando pasaban varios días sin que le llevaras nada el cantinero te empezaba a hacer mala cara hasta que llegaba el día en que de plano no te fiaba y entonces te ponías como loco a prometer las perlas de la Virgen para que te regalara aunque fuera un traguito, porque tu querías estar adentro de la cantina, ese era tu lugar, el único en el que podías mantenerte vivo, porque con todo y lo teporocho que siempre fuiste hasta eso le hacías el feo a andar tomando en la calle. Entonces sí llegaban los días en que andabas como anima en pena pidiendo caridad en las esquinas con tu botella envuelta en papel periódico y así te la pasabas hasta que atracabas o mendigabas algo o lograbas que tu ama se compadeciera de ti y te diera un dinerito para irte a buscar trabajo a la ciudad. Eso si era pasearte por el paraíso, cuando el pedo te duraba varios días y podías seguir pagando. Era en esos instantes tan felices cuando llegabas a permitirte pensar en algo diferente a una botella, algo que te importaba mucho menos pero también te podía volver loco; las mujeres, aunque el plural habrá quedado solo en tus fantasías chaqueteras y lo adecuado sería decir la mujer, pues la única que te pudiste coger en toda tu pinche vida fue a la Rafaela, la puta del pueblo, ya sí no y me cae que hasta a ella le has de haber dado asco, nada más porque siempre te pedía la feria por adelantado y yo creo que hasta te cobraba el doble que a los demás, como no, si aparte de soportar tu olor a borracho tenía que aguantarse que la agarraras a madrazos. Nunca te lo pregunté, pero yo estoy seguro que jamás en tu vida te la cogiste sobrio. Tenías que estar hasta tu madre de pedo y todavía con monedas suficientes para que te animaras a caerle.

El instante es masa plástica impregnada en tus poros, eterno retorno de una desesperación incapaz de herir la piel del tedio. Aún no concibes como opera en tus venas esa anestesia que logra sacarte ocho horas del mundo, con tu mirada fija en un objeto inmortal que renace con los ciclos del ruido. Ahí están tus ojos, petrificados y prisioneros, ignorantes de un entorno igualmente inhumano. Ojos doloridos y calientes ¿A donde podrías voltear? ¿A donde huir si la imagen del universo se ha congelado? El único vestigio de vida en la encapsulada atmósfera de quien sabe que tantos químicos, es la pestilencia crónica de un sudor seco, recordándote de la presencia de esas otras almas que comparten tu soledad silenciadas por el rugir de la máquina. Pronto olvidas la fecha y te vuelves indiferente a la luz del día. No podrías precisar si esa primera semana se ha diluido en un minuto o ha sido un trepar por el muro de la eternidad con el cuerpo encebado. Ahí está el maná arrojado por el cielo del progreso que solo cubre esta tierra prometida. Tu primer sueldo, tu supervivencia grapada en una bolsa de plástico, contabilizando cada segundo que ha transcurrido dentro de esta condena. Ya podrás decirles en tu pueblo que has logrado exprimir alguna gota de la ubre plástica de la gran ciudad, gotas que se evaporan en tu búsqueda incesante de olvido y escape.

El trabajo no tiene pierde, cualquiera puede hacerlo aunque lo cabrón va a ser aguantarlo. Claro, a la hora en que estás en Recursos Humanos te dicen que aquí hay oportunidades para el que quiera superarse, la empresa entiende, por supuesto, que lo más valioso es su patrimonio humano y hay promociones, incentivos, ascensos, esto es solo de tener ganas, ser responsable, positivo, que, ¿a poco cuesta mucho regalar una sonrisa al llegar a trabajar? Eso sí, nada de retardos, nada de distracciones ni de ligues adentro de la empresa, ninguna palabra, ningún movimiento ajeno a la labor, para eso está el supervisor que no se la va una sin reportar. Al supervisor su trabajo le ha costado llegar hasta donde está, él empezó como ustedes, pero sacó a tiempo la chamba, le echó ganas, ¿ya ven? Todo es querer. Tu labor será poner un par de tornillos en un casete, que llegará a tus manos cada cinco segundos durante ocho horas seguidas, no debes parar, para eso vas a tener dos recesos de 15 minutos que te va a asignar el supervisor.
¿La paga? Pues para empezar estamos pagando el mínimo con las prestaciones de ley, hay un incentivo de 35 pesos por puntualidad y premios mensuales de 70 pesos para los empleados más productivos, o sea que eso de ustedes depende.
Una vez adentro ya nada importa. No hay rostros, ni voces bajo el cetro del ruido, amo y señor que engulle sueños, pasiones, risas y llanto. El aparato digestivo de la máquina no cesa su crónico estertor, sordo ante la amalgama de frustraciones que se derriten en sus fauces para quedar convertidas en un mismo cuerpo pastoso, incoloro, bolo alimenticio procesado en ponzoña, excremento abortado sobre grava.
¿Querías trabajo? Esto es la carne del futuro. No hay maizales sepultados bajo el lodo, ni semillas calcinadas en las grietas de la tierra, no sientes el brazo de sol flagelando tu espalda, ni la sal del sudor cegando tus ojos. Aquí olvidarás que hay cielo y nunca el viento volverá a secar tus lágrimas. ¿Lo ves? Has regresado al paraíso perdido, no tendrás que herir la tierra con tu sudor para ganar el pan ni sujetarán tu vida a los caprichos de unas nubes tiranas. Tu salario estará ahí, al igual que los tornillos y las plásticas estructuras que vomitará la máquina para que tus manos le den forma de suculento bocado capaz de sosegar el vientre sin fondo del consumo. Ni siquiera debes caminar, permanecerás ahí, en el mismo punto, bajo techo, sobre cemento, en mecánica eternidad. Por la noche quedará el retorno a casa, amontonado entre sudores pestilentes en la oscuridad de una calafia que desgarra el último aliento de su lamina en el caos. La caricia de aguardiente en tu garganta no es capaz de apagar el ruido. Solo trae mórbidas nostalgias y sed de venganza. El ruido no muere, ni siquiera el sueño seco es capaz de sofocarlo. Llega, dibujado en los rostros obtusos de los que a tu lado comparten la condena. ¿No es esto fantástico? El progreso atravesó el Pacífico desde el lejano oriente y desembarcó como un redentor dispuesto a condenar a los avernos la prehistoria campesina. La saliva de la bestia es el infinito océano, la ubre de escamas capaz de amamantar al mundo. Y tu estás ahí, lánguido como un feto, aferrado a tu cadena umbilical.

Cuando amanece no sabes que está más podrido, si tu alma o el entorno. La noche en vela droga, embriaga y cuando llega el día nada es igual. Todo parece un poco mentira, se vuelve pintura pastel derretido. Las imágenes y los sonidos duelen, pero no sientes que vayas a caer dormido. No ahí. Los sueños no podrán visitarte mientras duermas sobre este polvo incoloro, opaco, pegostiozo como la bruma que te ciega y te impide darte cuenta que la tierra prometida es horrible. Sí, es una patada a Dios, pero no quieres verlo, porque conoces bien la pobreza, conoces la sangre, conoces el miedo, pero esto se parece al Infierno. Estos son los paisajes donde se desarrollan las más macabras de las vidas y no concibes que alguien pueda reír mientras pisa este suelo, pues hasta el aguardiente sabe a tierra contaminada de malos deseos. Sientes como sí el tiempo se hubiera vuelto polvo chicloso, garras de un mal sueño y nadie acierta a inventar la palabra que reviente el sopor de la mañana.
No hay nada, nadie, ni siquiera un vecino que los mire desdeñoso y se pregunte que es lo que hacen ahí siete decenas de desdichados amontonándose entre cuatro paredes de cartón esperando que el cielo gris, el que cubre su tierra prometida, arroje el maná para ellos.
Duele pensarlo, decirlo, duele encabronarse y aceptar que les vieron la carota, que les tranzaron a cada uno sus mil 400 y los vinieron a aventar para que se pudran en el Infierno.

¿Cómo imaginaste la ciudad? Sí, sabías que aquí también se muere de hambre y que el asco puede estrujar las entrañas hasta hacerlas vomito, pero no te imaginabas lo que significa vivir con el ruido como un taladro en tu cabeza y el olor a mierda que se impregna en los poros. Sí, ya llegaron, esta es la ciudad a donde vienes para hacerte rico y no acabar como tus hermanos, con un plomazo en el estómago apestando en las cañadas. Lo primero que ves son los cerros como polvorones y el amontonar de casas sobre llantas y chatarra. También te sorprenden las calles atestadas y los trailers que parecen inmóviles.

Mientras el mundo se globaliza y las fronteras se vuelen invisibles, las tendencias en materia de jerarquía informativa se arraigan cada vez más al terruño. La gente quiere saber qué pasa en su ciudad, en su cuadra, en su calle. Pese a la aparente cercanía virtual, el resto del mundo es un ente casi etéreo, siempre lejano y difuso.
Pero tal vez en ningún lugar se refleje esta tendencia como en Baja California. Nuestro carácter peninsular ha forjado muros de agua en nuestras prioridades informativas. El Universo yace entre el Pacífico y el Mar de Cortés.
Informativamente, Tijuana es un ente aparte. Los criterios que en otras sitios del país o del mundo rigen para clasificar o intuir la psicología y la reacción en teoría lógica de un lector, aquí simplemente no operan, son obsoletos. Tijuana es de por sí una ciudad de pocos lectores. Aquí los periodistas somos poco leídos. Si comparamos el número de habitantes con el número de periódicos que se tiran y leen, nuestro nivel es en realidad bajo. Ciudades mucho más pequeñas de Honduras, Guatemala o Costa Rica tiran más periódicos que nosotros.
Lo que interesa a todo México a Tijuana le viene guango. Que si Andrés Manuel, que si el Niño Verde, que si Doña Martha Sahagún. Al lector tijuanense le vale un carajo. Irnos con algo así en la primera página es un fracaso garantizado.
Aunque usted no lo crea, la revelación de las identidades de los asesinos de un policía corrupto coludido con el narco, muerto hace casi dos meses, le gana en jerarquía a la muerte de 200 madrileños. Ojo, no hablamos de una masacre en Ruanda o en Pakistán. No, es España; nuestra Madre Patria, un país que muchos de nosotros hemos visitado y en el que muchos tenemos familiares.
En Mexicali, la exigencia ciudadana de retirar camiones viejos quita el sueño a los cachanillas y se lleva los titulares, pues Atocha y El Pozo están muy lejos, mucho más allá de La Rumorosa y por ello no merecen una primera plana.
La mayor tragedia en la historia de la España contemporánea desde La Guernica en 1937, un horror que dejaría en juego de niños las imágenes inmortalizadas por Goya en Los Desastres de la Guerra de 1814, no fue capaz de merecer una primera plana en nuestra coqueta Tijuana y en el ardiente Mexicali, ensimismados ambos en sus peninsulares dilemas.



Dice Javier Marías

Cada vez que ETA asesina -y casi siempre lo hace de buena mañana, los terroristas madrugan, o quizá es que no duermen la noche previa-, existe la costumbre de que, hacia el mediodía, los responsables de los ayuntamientos de las ciudades salgan a la puerta de sus edificios, con calor, frío o lluvia, y guarden uno o dos minutos de silencio. A ellos se suman cuantos ciudadanos lo deseen, normalmente los que están cerca de allí. Es una cosa que impresiona mucho, ese silencio que es a la vez luto y repulsa, un silencio colectivo, de personas que interrumpen sus actividades o sus recorridos y se quedan quietas en mitad de la calle. Si alguien lanza un grito o una maldición contra los asesinos entonces, su voz suele ser acallada, porque en esos momentos la condena verdadera es no decir nada. Y, pese a la reiteración de esta costumbre a lo largo de demasiados años, el acto no ha perdido fuerza, ni se ha gastado, a diferencia de tantas otras reacciones que se han tornado huecas por culpa de las repeticiones.

Thursday, March 11, 2004

A menudo suelo ser un espectador frío e indiferente de las tragedias. Las grandes catástrofes mundiales o incluso las locales las asumo con inmutabilidad. Jamás he sentido nada cuando estoy frente a un cadáver envuelto en una cobija, asunto que es pan de cada día en nuestra ciudad. Pero ni siquiera al caminar por escombros del WTC la noche del 28 de septiembre de 2001 sentí un vuelco al corazón. Sí, sentía una vibra especial, pero esa vibra no se parecía a la tristeza.
Sin embargo, esta mañana no puedo evitar una terrible carga de melancolía al mirar las imágenes de Madrid. He estado pegado a la página de El País (cuyo sitio, por este día de luto, es gratis) y lejos de curiosidad y expectación, me descubro con una inmensa melancolía. España me duele. No puedo permanecer indiferente al dolor de esa nación. Pienso en la estación de Atocha, en los trenes de Renfe en los que varias veces he viajado y los imagino ahora, cubiertos de sangre. Una ciudad cuyos habitantes sólo me han regalado alegrías y buenos momentos, está sumida en la desolación. España no se merece esto. Su gente no arrastra un karma que les obligue a pagar este alto costo.
Si fue Al Qaeda como por ahí se dice, la factura es para el cerdo colaboracionista de Aznar. En su afán servil de quedar bien ante Bush, Aznar metió a España en una lucha que no le correspondía, aún a costa de la oposición de millones y millones de habitantes que salieron a las calles a repudiar la guerra. Si fue ETA, será tiempo más que oportuno para iniciar de una buena vez por todas una radi-cal campaña de exterminio contra esa alimaña repudiada por el gran pueblo vasco y que en absoluto representa los intereses mayoritarios de Euzkadi. Sin piedad contra ellos, sin temor a la opinión pública, que sólo seres devaluados como Marcos y compañía se opondrán. El español es un pueblo culto, tolerante, abierto, que ama la paz y que a diferencia del gringo, no se droga con las aspirinas bara-tas que le receta su gobierno. Me duele lo que viene: el miedo, la desconfianza, los ojos eléctricos alucinando un terrorista en cada rostro extranjero. Pero el pueblo de España es demasiado grande como para dejarse desangrar por esta herida.


Wednesday, March 10, 2004

Lugar común la muerte
Tomás Eloy Martínez
Planeta

Por Daniel Salinas Basave

A menudo desconfío de las definiciones que un autor otorga a su propia obra y cuando voy en busca de objetividad, suelo considerar al creador la voz menos autorizada para hablar de su creación.
Sin embargo, en este caso me parece bastante acertado el comentario que Tomás Eloy Martínez emite en la autoprologación de “Lugar común La Muerte”.
El tucumano señala que es en este libro en el único en que se reflejan todos los géneros con los que ha convivido a lo largo de su existencia. Y aunque los escritores suelen ser malos jueces de sus escritos, Tomás Eloy no miente y la realidad es que si alguien quisiera tomarse el trabajo de encerrar esta obra en la cárcel de un género, batallaría bastante, aunque más de uno, estoy seguro, caería en la tentación de colgarle la medalla del nuevo periodismo.
De la forma que sea, estamos ante un libro profundo, capaz de poner uno que otro acertijo al lector, si bien padece los achaques y deficiencias estructurales propios de todo ejemplar reopilatorio.
Híbrido auténtico que deambula en la pantanosa frontera que separa al periodismo de la literatura, la pluma de Tomás Eloy nunca ha abandonado el incurable vicio reporteril.
Se podría decir que el cuerpo de Lugar común La Muerte está hecho en su mayoría de papel periódico, pues los 15 relatos que lo conforman fueron publicados en diarios y revistas de Argentina y Venezuela.
Pero el autor nos confiesa que no todos obedecen a las leyes de verosimilitud que exige el oficio del tundeteclas, pues en muchos de los relatos se impone la vibra literaria y el autor se permite descarados coqueteos con la ficción, mismos que van más allá de lo que el nuevo periodismo garcíamarqueno considera políticamente correctos.
Lugar común La Muerte es una recopilación de 15 piezas que navegan entre el relato, el reportaje y el ensayo, hermanados por el hecho de narrar todos ellos los últimos instantes de vida de 15 personajes de la historia argentina y latinoamericana.
¿Es La Muerte el único lugar común de la humanidad? ¿Es este instante único capaz de hermanar al menos por un segundo a todos los hombres?
En algunos casos, el relato consiste en la recuperación de un testimonio, como ocurre la pieza abridora, titulada “Perón sueña La Muerte”.
En ella, Tomás Eloy entrevista a López Rega, el oscuro y supersticioso operador político de Perón, quien le narra al autor los últimos minutos de la vida e incluso el último sueño del general.
En otros casos, como en Cae la noche en Southampton, Tomas Eloy ejerce el oficio de historiador, indagando en esta ciudad inglesa sobre los últimos días de vida del general Juan Manuel de Rosas, el primer dictador de Argentina, muerto en el exilio en 1877.
Muy periodística resulta también la búsqueda de testimonios sobre los últimos días de Manuel Puig
Pero en el relato sobre Macedonio Fernández, Tomas Eloy se anima a entrarle de lleno a la cancha de la literatura, para lo cual el personaje de Macedonio se pinta solo, pues el tutor literario y espiritual de Borges fue casi un personaje de ficción, lo mismo que José Bianco, cuyo final reseña en Queremos tanto a Pepe.
Aunque me habría gustado más la unicidad de un ensayo o al menos la existencia de una columna vertebral de la obra, la ventaja del caracter recopilatorio de Lugar común La Muerte, es que el lector bien puede darse el lujo de ir leyendo en desorden sin que el producto se vea, al menos en apariencia, alterado.
Claro, si lo que se pretende es obtener verades históricas sujetas a comprobación sobre las muertes de los personajes reseñados, el lector topará con pared. Sí, es un trabajo periodístico, pero el autor le puso una buena dosis de su literaria cosecha y cuando hemos llegado a esos territorios, no hay que olvidarlo, la sacrosanta verdad del periodista deja de ser deidad.

Tuesday, March 09, 2004

No puedes enfrentarte a la Doncella de Hierro
No puedes derrotar a la Doncella de Hierro
Bueno, en cualquier lugar donde estés, La Doncella de Hierro te va a cazar, no importa cuán lejos.
Mira la sangre brotar sobre mi cabeza, la Doncella de Hierro te quiere para siempre.

Epistolario

¿Por qué las novelas románticas recurrieron tanto al relato epistolar? Piglia nos dice en Respiración artificial que la correspondencia es en sí misma una forma de la utopía. Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y sobre todo, después: al leernos. La correspondencia es la forma utópica de la conversación porque anula el presente y hace del futuro el único lugar posible del diálogo. Fui un usuario tardío del internet y la realidad es que hasta 1999 aún escribía largas cartas a mano que iba dejar al correo. Mi adolescencia y primera juventud está contenida en una historia epistolar. Cuando en 1988 abandonamos Monterrey para ir a México pasé los primeros meses del exilio chilango escribiendo cartas a mis amigos regios. Cuando en 1992 abandonamos México para volver a la tierra del infernal verano, pasaba todas las semanas escribiendo cartas a mis amigos chilangos con quienes mantuve una fuerte relación epistolar. Particularmente buenas las siempre ingeniosas cartas de mi amigo Rodolfo Cruz. Cuando en 1996 me exilié a vivir con la familia Davy al corazón de Nueva Inglaterra, no hacía otra cosa que escribir cartas por las tardes. Sí, ya existía el internet pero yo lo rehuía.
Vaya, para no ir más lejos, en 1998 mantuve una intensa relación epistolar con Carolina. La llegada de sus cartas iluminaba mi día. Las leía una y otra vez, las olía, las tocaba, como si las cartas fueran ella. Desde 1999 soy un usuario diario de internet, pues ya sea por auténtico vicio o laboral condena, entro a esta infernal red todos y cada uno de los días de mi vida. Hace mucho que no escribo una carta a mano. Tal vez no he escrito ni una en el Siglo XXI. Los destinatarios de mis cartas ya no deben sufrir con mi jeroglífica caligrafía (muchas de mis cartas jamás pudieron ser descifradas y tuve que ser yo mismo quien las leyera en voz alta), pero algo se ha muerto. ¿Podría oler, besar y guardar para siempre un e mail impreso? ¿Qué veneno hay en el territorio msg que me mata de tal manera la ins-piración? Adiós al perfume en el papel, a los espontáneos dibujos, a las tachaduras. Las cartas, como los rostros y los copos de nieve, eran únicas. Tal vez para los niños del Siglo XXI, se les hará el colmo de lo obsoleto y lo antiguo la historia de unos novios que se escribían cartas e iban a un lugar llamado correo a dejarlas para que un viejito en bicicleta fuera a repartirlas a las calles evadiendo las mordidas de los perros. Sí, sigo siendo un viejo atado a la nostalgia del Siglo XX-




Desde su exilio-utopía en algún lugar del Nueva York de 1850, Enrique Ossorio escribe: “La utopía ya de por sí es una forma literaria que pertenece al pasado. Para nosotros, hombres del Siglo XIX, se trata de una especie arcaica, como es arcaica la novela epistolar. A ninguno de los novelistas contemporáneos (ni a Balzac por ejemplo, ni a Stendhal, ni a Dickens) se le ocurriría escribir una novela utópica. Por mi parte, trato de no leer a los escritores actuales”-

Compras compulsivas

Dado que el periódico nos compensará una feria por lo del premio que donamos a la Cruz Roja, ando un poco más consumista de lo habitual. Mis hábitos de consumo no han variado en lo absoluto eso sí; libros, discos y revistas (ya cómprate una camisa pinche Daniel, pareces pintura con la misma)
Así las cosas, se me han topado varios ejemplares interesantes en el camino capaces de seducir mi cartera. Bueno, al menos no lo he gastado en alcohol, drogas y mujeres de la Coahuila, lo cual ya es ganancia.
Bueno, hoy adquirí el ejemplar de Letras Libres de febrero. Ya es por puro compromiso de mantener completa la colección, pues ya ni me gusta esa revista, pero tal vez algún día heredaré a mis bisnietos mi biblioteca con la colección completa de LL- También un ejemplar de la Heavy Rock de España dedicado de manera íntegra la banda icono en mi existencia, sound track de mi vida, llamada La Doncella de Hierro.
Se me atravesó en oferta un ejemplar del Stained Class de Judas Priest, mismo que yo sólo tenía en casete. Por cierto, ese es el disco por el que los judaícos fueron llevados a juicio por aquello de que un teenager se suicidó mientras lo escuchaba. Por lo pronto, al momento de escribir esto lo tengo en mis audífonos y todavía no me da por matarme, aunque por ahí sí ando zorrajando una patada al primero que pase nomás de puro prendón metalero que me transmite el Padre Judás.
También se me atravesó un ejemplar prófugo de mi biblioteca borgeana: El libro de los Seres Imaginarios. Cada que Borges se atraviesa en mi camino hay peligro y últimamente, con eso de que estoy releyendo Ficciones, ando clavado de nuevo en la tecla del buen Jorge Luis (una tecla que al igual que Iron Maiden, es permanente en mi vida) Con tanta relectura, ya ando atrasado en las lecturas y mañana entregó Pasos de Gutenberg y al momento de escribir esto, aún no acabo de leer el libro que será reseñado (Lugar común La Muerte)
Vaya, tan consumista, que hasta dos compras atípicas me aventé: La revista Quo, por aquello de un reportaje futurista sobre los próximos 100 años, de aquí al 2104 que me interesó. Por cierto, los futurólogos de Quo dicen que el 2008 es el año de la muerte definitiva del rock and roll. Ya he escuchado otras veces esas estúpidas profecías.
¿Qué carajos tiene el mundo contra el rock? ¿Por qué lo quieren matar? El día que deba morir morirá y ya. Pero yo a gritos canto a coro con AC/DC - Rock And Roll Will Never Die y el día que muerta yo me moriré de aburrimiento con sus raves- ¿Ha muerto el jazz? ¿Ha muerto el tango? ¿Se ha dejado de escuchar a Bach y a Mozart? No. ¿Por qué insisten en la muerte del rock? El mundo futuro como un rave inmenso en donde sólo se pueda escuchar música electrónica. Puta madre, esa sí que sería la peor de todas mis pesadillas, que ni Huxley ni Orwell en su peor viaje hubieran imaginado.

Segunda compra atípica: El primer disco de Caifanes en Cd. Casi todas las semanas compro uno o dos discos, pero digamos que de cada 20, 19 son de metal y derivados. Allá por 1988, compré aquel disco de Caifanes en Lp, en una tienda de discos de Polanco. Me gustaba la forma en que vienen escritas sus letras y para ser honesto, es el único disco de los Caifas que de verdad me gusta. Después compré el Diablito y ya. Nunca más volví a adquirir un disco Caifán. De cada nuevo disco me fui distanciando más, al grado de olvidarlos por completo en su etapa de Jaguares. Pero ayer vi el primer disco en la Comer a 90 morlacos y como traigo feria en la bolsa, ahí va el consumista mayor a recordar su adolescencia.

Monday, March 08, 2004

En memoria-19 años no son nada

Un 9 de marzo de 1985 murió mi abuela. Hasta la fecha, es la única muerte que he llorado en mi vida. En verdad me dio tristeza. A lo largo de mi vida, en mi núcleo familiar y entre los distintos grupos de amigos ha habido muy pocas muertes que lamentar. De cualquier manera, la de mi abuela es la única que recuerdo y la única que me hizo llorar en serio. Las demás me han dejado indiferente.
Ella nació en Malaga en 1926, pasó los tres años de la Guerra Civil del 36 oculta en un cerro y en los últimos años de su vida hizo feliz mi infancia.
Y sí, el Eterno Retorno existe. Ahora mi familia busca retornar a la Madre Patria y hacer la ruta inversa de mi abuela. Mi madre y cuatro de mis tíos han obtenido la na-cionalidad española. Yo no puedo. Debo por lo menos trabajar un año allá, pero eso es un círculo vicioso. Lo más fácil del mundo sería ir a estudiar una maestría en lo que sea y pasar un año comiendo jamón serrano mientras aguardo mi pasaporte comunitario, pero el tiempo como estudiante no cuenta. Mi primo Héctor ya estuvo y no se lo valieron
Yo he estado un par de veces en España, pero nunca he ido a Malaga a visitar la que fue la casa de mi abuela. Me gustaría ir, siento la necesidad de ir.

No entendí si ibas a ser mujer o esclava
No entendí si fui tu dueño o un borracho que pasaba
Lo importante es que nunca pude hacerte sentir mal
Feliz Día de la Mujer Mundial

Andrés Calamaro

Hace un año escribí esto
Idus de marzo


Hay frases, símbolos, figuras que me gustan. Idus de marzo es una de ellas. Cuídate de las Idus de marzo le dijo el oráculo a Julio César. En la calenda greco- romana, las Idus eran la mitad de ciertos meses del año, no recuerdco cuales (en mi Diccionario de Mitología viene) El caso es que el 15 de marzo del año 44 antes de Jesucristo, Cayo Julio César fue apuñalado en la sede del Senado.
Idus de marzo es un título muy socorrido. Hasta Iron Maiden tiene una rola instrumental con ese título en el álbum Killers y el pedante de Enrique Krauze tituló así un artículo sobre la muerte de Colosio. Idus de marzo ha sido un título copmpulsivo para mi. No les extrañe que el sábado arroje algún aborto literario con ese nombre.


El supremo ha caído. No es un rumor, es un hecho. El hombre que controlaba los destinos de cientos de profesionales, que deshizo carreras por simples rencores caprichosos y encumbró otras en pago a la absoluta sumisión que le demostraron, ha terminado su mandato de forma repentina. En un principio no quise creer las leyendas negras que de él se contaban, pero poco a poco me fui dando cuenta que el retrato más cruel era absolutamente real. Un estilo de adoración plena al capitalismo y sus más salvajes reglas, de entronización absoluta de la jerarquía con abismales diferencias salaria-les y de privilegios, de encuestocracia dogmática, de minimización total del empleado y nulo humanismo y retroalimentación moral.
No, no soy desagradecido; no olvido lo que en su momento hizo por mí y aunque soy absolutamente contrario a su estilo de concebir la vida y el trabajo, debo aceptar que en lo personal no tengo algo que reprocharle y sí algo que agradecerle, pero honestamente, pienso que su estilo de ejercer el poder era lo que llevaba a este barco hacia el naufragio y sinceramente tengo el presentimiento de que vendrán tiempos mejores-

8:14 de la mañana. Solo en la redacción escuchando Motörhead, tratando de hacer olvidar a mi caótica cabeza que no pude conciliar un solo minuto de sueño anoche. “Killed By Death” canta el buen se-ñor Lemmy Kilmister. En mi cabeza están pasando chingaderas y cuando empiezo a acumular tal cantidad de demonios, ¡Cuidado¡. Me empiezo a convertir en un volcán, un pene atiborrado de semen que quiere explotar, una pistola cargada con seis tiros. Sí, se están acumulando demasiadas dosis de Infierno en mi interior. Algo va a suceder. Dicho en términos coloquiales, estoy encabronado, con un proceso muy denso de autocuestionamiento y oscilado de la espontánea alegría a la más absoluta melancolía, el coraje, la furia acumulada, las ganas de insultar, escupir, tirar chingazos y largarme de una buena vez por todas a la chingada. ¿Trastorno bipolar? Que los psiquiatras se encraguen de definir, mientras yo cargo mi demencia a cuestas. En fin, nada hay peor para un cuerpo y una cabeza que acumular varias toneladas de coraje y yo tengo muchas. Se que cuando paso por es te tipo de procesos suelo tomar decisiones precipitadas, mi ira explota de repente, sin avisar, sin decir agua va y en cuestión de segundos saco todo y lo echo por la borda. Sólo espero tener la cabeza lo suficientemente fría y rogar que nadie me toque los huevos, pues hace falta poco, muy poquito para que pronunciar un me largo a la chingada-