Hoy recordé el camión de redilas cargado de cadáveres que recorre el desierto en los alrededores del poblado de Remadrín, en el estado de Capila, en una república llamada Mágico en donde pasan esas abominables cosas tan ajenas a nuestra realidad. En la literatura latinoamericana hay de muertos a muertos: Los difuntos de Rulfo son crepusculares espectros condenados a morar en Comala; los de Gabo en la plantación bananera de Cien años de soledad son etéreos y desaparecen, pero los de mi tocayo Daniel Sada son errantes cadáveres sangrantes que se van pudriendo bajo los soles asesinos del gran Norte mientras se caen del camión donde van hacinados. El mexicalense fue profeta, pero se quedó corto con su profecía. Sí, hoy los muertos son peregrinos y el limbo es ambulante. Sada imaginó una camioneta, pero en el México real lo que hay son descomunales tráilers con el logo de un simpático osito en cuyas entrañas se descomponen más de 300 cuerpos que algún día tuvieron un nombre y una historia. Ni siquiera Dante imaginó a cientos de almas condenadas a vagar entre baldíos y carreteras. Carne podrida que hace no mucho comía, gesticulaba, gemía, amaba e imaginaba. Carne errabunda sin infierno estable para penar. ¿Eterno descanso? Cuánta razón tienes tocayo: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe.