Eterno Retorno

Friday, June 04, 2004

El último miércoles de mayo

Desde hace muchos años, el último miércoles de mayo ha sido un día de lo más especial para mí, como lo es para todos los verdaderos aficionados al futbol.
Sucede que ese día, se juega la gran final de la Champions, antigua Copa Europea de Campeones. Un enorme trofeo cuyas agarraderas parecen ser unas orejas de conejo y que es sin duda el título más preciado a nivel de clubes en el Mundo (con perdón de la Libertadores, pero es cierto)
Vaya, para mi el último miércoles de mayo es el equivalente al último domingo de enero para los aficionados al futbol americano.
El problema es que el último miércoles de mayo en medio día suelo estar siempre muy ocupado. Exámenes, tarea o mucho trabajo, han sido desafiados en la alta mar de entre semana para poder ver esos juegos siempre inolvidables.
Haciendo un ejercicio de reflexión, me doy cuenta que recuerdo con exactitud donde estaba y que estaba haciendo en las últimas 17 finales europeas. Mi vida se transforma; de ser un estudiante de secundaria que olvidaba un examen para ver el juego, me he transformado en un reportero que deja de hacer cualquier cosa con tal de no perderse la disputa de la orejona.

He aquí una reflexión histórica de los últimos miércoles de mayo en el Siglo XX (Y el improbable lector pregunta con toda razón: Oye Daniel ¿Y eso a mi que chingados me importa?).

La historia de la Orejona a través de mis ojos en los últimos años del Siglo XX (Siglo XXI continúa mañana)

PSV Eindhoven-- 1988- Con el agua hasta el cuello. Expulsado del Liceo Anglo Francés de Monterrey, la magnánima directora me concedió la gracia de presentar exámenes finales, pero con la condición de hacerlo alejado del grupo, pues por mi insalvable condición de fruta podrida daban por hecho que podía contaminar a mis compañeros con mi sola presencia. Recuerdo que la tarde de ese miércoles falté a mis clases particulares de matemáticas. La clase comenzaba justo al terminar el partido entre el PSV Eindhoven y el Benfica, pero holandeses y lusitanos tuvieron a bien alargar 30 minutos su irrompible 0-0. Unos tiempos extra bien valieron una falta, aunque segundo de secundaria estuviera en juego. PSV era una máquina robótica de hacer futbol. Me impresionaba su estadio térmico, ultramoderno, pequeño y funcional. Su camiseta sobria, con la simple leyenda que da origen a la fronteriza población holandesa: Philips. Koeman, Kift, Van Tieggelen y el portero Van Breukelen habían dejado fuera al Real Madrid de Hugo y el Buitre. Alargaron el suplicio hasta los penales y de ahí a la muerte súbita, a donde llegaron con un perfecto 5-5. Pero Van Breukelen atajó el sexto penal portugués, los tulipanes eléctricos alzaron la orejona y yo consumé mi primera falta a la clase de matemáticas.

Milán- 1989- El último miércoles de ese hermoso mayo de 1989 me encontraba lejos, muy lejos de donde pudiera existir una televisión que me transportara hasta el Camp Nou de Barcelona para ver el encuentro entre la Bestia Negra de Milán y los soldados de Cesescu, el Steawa de Bucarest. Encontrábame yo, con 15 años recién cumplidos, habitando en un precioso rancho a unas 20 millas de Fort Collins Colorado, propiedad del Roland y Helen Linder, amable matrimonio belga que tuvo la amabilidad de recibirme en su casa en una de las épocas más conflictivas de mi existencia. Entre montañas pobladas de ciervos, coyotes, pavos salvajes, zorros y pumas, me di a la tarea de intentar una telepatía para ver lo que sucedería en el campo barcelonés. Los rojinegros habían tenido la osadía de pegarle 5-0 al Real Madrid en el mismísimo día de mi cumpleaños, y fanático como era de de aquella Quinta del Buitre, sólo podía desearles la derrota. Imaginé que el espíritu del Conde Vlad, materializado en Cesescu y los hechiceros de los montes Cárpatos, intercedería por los rumanos, que tres años antes se habían coronado en el Sánchez Pisjuán de Sevilla, cuando su portero atajó la nada despreciable cantidad de cuatro penales. Pero la Bestia Negra de Gullit, Van Basten, Donadoni y Rijkard, podía engullir entero al sanguinario ejército del Conde Vlad. En plena revolución de terciopelo en Europa del Este, a Cesescu le quedaban sólo siete meses de poder y de vida. Aquella final empezó a cavar su tumba, pero del desastre me enteré días después, gracias a una carta de mi madre (en ese entonces el Internet era algo más que una ficción orwelliana) en la que me notificaba que Milán se comió al Steawa al son de un 4-0.


Milán 1990- Miércoles de exámenes finales. Debía escribir un gigantesco trabajo final de Lógica de más de 40 páginas. Mi maestra, una española egresada de Salamanca llamada simplemente Mari José, no estaba dispuesta a perdonarme un retraso, ni siquiera por el sagrado pretexto de la final europea entre el Milán y el Benfica. En el cuarto de estudio de nuestra enorme casa de Cerrada de Yuridia, en la Colonia la Herradura en el Estado de México, yo hacía infructuosos intentos por echar a andar la computadora de mi padre para empezar a hacer el trabajo. En ese entonces las computadoras me parecían extraterrestres incomprensibles.
Mi espíritu lusitano y mi ferviente anti milanismo, mezcla de admiración y odio por ser los eternos verdugos de mi Real Madrid, me hicieron apoyar con todo al Benfica, pero otra vez las Bestia Rojinegra de los holandeses tuvo a bien callarme el hocico. Con gol de Rijkard, el Milán se impuso 1-0.


Estrella Roja 1991- Pocas primaveras tan felices como la de 1991. Aquellos días eran dignos de una película rosa de adolescentes gringos en donde el héroe conquista a la chica más guapa de la prepa. Yo tenía 17 años, una novia preciosa y habitaba una linda casa estilo manchego en Lomas del Olivo, muy cerquita de Cuajimalpa. Tan felices eran esos días, que ni siquiera recuerdo haber tenido un examen final o algún pendiente que me distrajera mi atención de la final entre el Estrella Roja de Belgrado y el Olympique de Marsella. Sosegado, echado en la sala de tele, me divertí contemplando a ese negrito de Ghana, número de 10 del Marsella, que cambió su nombre para bautizarse como Pelé. Le quedó grande el nuevo nombre, pues un grupo de mercenarios de Milosevic, que recién iniciaba la guerra de los Balcanes, frenó las aspiraciones de los marselleses. Encabezados por Prosineki, los representantes de una nación unida que todavía se llamaba Yugoslavia, dieron cuenta de Pelé y compañía por 5-3 en los lanzamientos desde los once metros, luego de un 0-0. Meses después, Yugoslavia se desbarataría en un baño de sangre y mi existencia empezaría un descenso en espiral hacia abismales profundidades.


Barcelona 1992- Muchas cosas habían cambiado en mi existencia en 365 días; ya no tenía a la novia preciosa, pero me regodeaba en una viciosa promiscuidad. Aún vivíamos en la bella casa del Olivo, pero la situación económica era un desastre. Yo trabajaba en una tienda de discos en el centro comercial Interlomas El regreso a Monterrey era ya inminente y la sola idea de abandonar Tenochtitlán me tenía sumido en enviciante y autodestructivo luto. Por fortuna, mi día de descanso era en miércoles, los exámenes finales iban bastante bien y no hubo poder humano que me impidiera ver al Barcelona de Cruyff disputar la orejona contra la Sampdoria de Vialli, sobre el pasto sagrado de Wembley. El 92 fue el año catalán por excelencia. Olimpiadas, liga y orejona. ¿Who can ask for anything more? Stoikov, Zubizarreta, Luis Enrique, Alexanco y Koeman pintaron de azulgrana las gradas de Wembley. Me preparaba ya para la emoción de los penales cuando una bala quemante disparada por el gatillo mortal de Ronald Koeman, a más de 50 metros de la portería, le dio a los catalanes su primer trofeo de orejas grandes.

Marsella 1993- Una infernal primavera, como sólo pueden darse bajo el infernal Sol de Monterrey que Alfonso Reyes inmortalizó en su poema, me cobijaba entre sus llamas. Para entonces me había transformado en un estudiante de derecho y lo que es peor, en un estudiante de derecho responsable y becado, con un promedio casi perfecto, tan aplicado en las clases, que no me fui de pinta para ver la final entre Olympique de Marsella y Milán, sino que esperé a ver la repetición por la noche, deseando que nadie tuviera la indiscreción de comentarme el resultado. Pero a la hora en que fue la clase de Derecho Romano, la maestra Graziella Fulvi, italianísima directora de la escuela (tal vez no sean la mejor facultad, pero si pueden estar seguros de tener a la directora más guapa de todo México, nos dijo en una conferencia el mismísimo Ignacio Burgoa), abrió la clase con semblante triste. No hablamos de sui juris ni alieni juris. La cosa pública que tenía triste a nuestra directora, era que el glorioso Milán había perdido la final contra un equipo que ni en su casa conocían: Un tal Olympique de Marsella que le había pegado por 1-0. Alea, Jacta, Est-


Milán 1994- Otra infernal primavera llena de demonios sueltos, conspiraciones políticas y negros presagios para la Nación. Yo seguía siendo un estudiante de derecho y seguía siendo responsable. Por ello, esperé hasta la noche para ver en repetición al Milán enfrentando a Barcelona sobre el olímpico pasto de Atenas. Por fortuna en esa ocasión no hubo indiscreciones y llegué a casa con la duda sobre quién habría levantado la orejona. El Barcelona de Cruyff estaba imparable y Stoikov se regodeaba en pleno romance con la red. Pero la Bestia Negra volvió a ser tan aplastante como antaño. Nada más 4-0 le tascó a los catalanes. Por si fuera poco, semanas después, Italia pateó a España del Mundial de Estados Unidos con tremendo codazo que destrozó la dentadura de Guardiola.


Ajax 1995- No recuerdo si me fui de pinta o si estaba descansando, pero la cuestión es que al mediodía estaba encerrado con aire acondicionado, viendo al Ajax de Van Gaal enfrentando, ni más ni menos, que al eterno combatiente de las finales europeas: La Bestia Negra de Milán. Aquel Ajax hacía recordar a la más suculenta naranja mecánica de Cruyff que hipnotizó al Mundo en el año en que nací. Partido disputado como pocos, hasta que por ahí del minuto 75, Van Galla mandó a la cancha a un jovencito, un mulato alto de 17 años que me recordaba al personaje de quien sabe que caricatura. Con unos cuantos segundos en la cancha, el tulipancito negro agarró la pelota, derritió a la impenetrable muralla de hierro milanista y les enterró un golazo. Como en los mejores tiempos de Cruyff, los de Ámsterdam agarraron de las orejas a la copa. Aquel mulatito, que después jugaría en Milán, se llamaba Patrik Kluivert.



Juventus 1996- Un año bello aquel 96, relajado como pocos, atiborrado de esperanzas, viajes y buenos deseos. Una de las pocas veces en que el último miércoles de mayo transcurrió sin ninguna obligación en turno. Así, en total sosiego y relajación, desde la comodidad de mi hogar, vi al Juventus de Turín y al impresionante Ajax de Ámsterdam enfrentarse en el Olímpico de Roma. Mi gallo, sobra decirlo, eran los de Ámsterdam (ciudad que visitaría ese mismo año, cuatro meses después) El cuadro de Van Gaal seguía jugando de manera impresionante. Pero la Vieja Señora del Calcio opinó otra cosa. Forzó los penales después de un apretado 1-1 y en esta instancia de los once pasos, los holandeses son más malos que los mexicanos. Holanda tiene una historia negra en penales. Ajax lo reconfirmó esa tarde y la Juve levantó la orejona. Un mes más tarde, los penales sacarían a Holanda de la Eurocopa a manos de Francia y a mí me esperaba uno de los veranos más bellos de mi vida en la lejana Nueva Inglaterra.


Borussia Dortmund 1997- Nadie daba un quinto por ese equipo alemán de media tabla cuyas calcetas amarillo con negro evocaban a una simpática abejita. Pues bien, esta abejita teutona resultó ser muy trabajadora y eficaz y al son de contundente 3-1, dejó sin calzones a la Vieja Señora del Calcio, la Juventud de Turín, que ya saboreaba el bicampeonato. Ví aquella final con mi hermano Adrián que a partir de ese día se declaró ferviente aficionado al Borussia Dortmund. No hubo presiones ese miércoles, pero digamos que fue mi última semana de libertad. Pocos días después, entré a trabajar al Periódico El Norte y mi vida cambió para siempre. Ocho años después, sigo empeñando mi existencia en una redacción, haciendo magia para no perderme el super- miércoles europeos.


Real Madrid 1998- Vaya veranito el del 98. Lo recuerdo con cariño extremo. Fue el verano del vodka y el amor. Caliente como pocos (¿hay un verano frío en Monterrey por ventura?) intenso y dinámico. Yo trabajaba en El Norte y por primera vez en un empleo no ganaba una miseria y dado que aún habitaba con mis padres (fue el último año que pasé en casa), me daba gusto despilfarrando feria en carísimas camisetas originales de equipos europeos, suculentas botellas de Absolut y cenas en restaurantes caros. Para coronar el asunto, Real Madrid llegó a la gran final contra Juventu, que se celebraría en la Arena Ámsterdam y fue catalogada por los críticos como el partido del siglo. Y como no. Zidane y Del Peiro por la Juve, Raúl y Roberto Carlos en el Madrid. Tanta expectación me causó el juego, que por primera vez pedí un permiso en el trabajo: Faltar ese miércoles de gloria para no tener interrupciones. Los merngues rompieron el maleficio con un gol de Pedrag Mijatovic y alzaron la orejona luego de 30 años de ayuno. Un mes después, en una cálida noche de verano en el Barrio Antiguo, encontré a la mujer que un año más tarde se convertiría en mi esposa.


Manchester United- 1999- Recién desempacado a Tijuana, tenía apenas dos semanas trabajando en lo que apenas era el proyecto de un nuevo periódico cuyo nombre aún no conocíamos y cuyo edificio aún no estrenábamos. Recién estrenábamos nuestro depa en Playas de Tijuana y la ciudad me parecía una oda al caos y el surrealismo. Ya saben, el típico efecto del recién llegado a suelo tijuanero. En esas andaba cuando llegó el Supermiércoles con Manchester United contra Bayer Munich disputándose la orejona en el Camp Nou de Barcelona. Ignorante entonces de los sitios adecuados para refugiarse a ver un partido en horas de trabajo, opté por meterme a algún antrucho de la Revo para ver el juego. Manchester perdía por 1-0 desde el minuto 6. Los minutos transcurrían y el equipo de la cuna de la Revolución Industrial, Joy Division y los Stone Roses no podía penetrar a esa muralla llamada Oliver Khan. Llegó el minuto 90 y yo pedí la cuenta resignado a la derrota. El juego ya estaba en tiempo de compensación. Esperaba a que el mesero me trajera el cambio para irme de ahí, cuando en ese el señor Teddy Sherinhamm se coló al área y batió a Hhan con tiro arrinconado pegado al poste. 1-1. UF,. Media hora más de tiempo extra y yo con tanto trabajo. Pero no fue necesario esperar tanto. Menos de 45 segundos después se produjo un tiro de esquina, el noruego Skolsjaer remató de media bolea y mandó al balón al fondo de la red. 1-2. Manchester Campeón de Europa en la que ha sido la más emocionante de las finales europeas.



Thursday, June 03, 2004

Pasos de Gutenberg
Por Daniel Salinas Basave

Hay libros que desde las primeras páginas le enseñan a uno cuan impregnados están por el aroma de mujer.
Vaya, si alguien me diera a leer La hora sin diosas y me pidiera que adivinara quién es el autor, lo único que podría afirmar sin el menor temor a equivocarme, es que se trata de una dama. Imposible que un hombre escribiera ese libro.
Si bien la novela tiene esa inconfundible esencia femenina, sería injusto equiparar a su autora Beatriz Rivas con la insufrible melcocha disfrazada de realismo mágico que impregna a las ?cuatro fantásticas? de la literatura doñil: Isabel Allende, Marcela Serrano, Laura Esquivel y Ángeles Mastretta.
Por fortuna Rivas superó los clichés machacados hasta el hartazgo por las grandes doñas de la literatura light, pero sería un elogio injustificado y de talla muy grande afirmar que escribió un libro inolvidable.
La autora mexicana, con un considerable kilometraje recorrido dentro de los medios de comunicación y currículum de asesora de un personaje complicado como Jorge Castañeda, se tomó el tiempo, o al menos eso parece, de indagar en torno a las vidas de tres mujeres que fueron creadoras pero sobre todo, musas de creadores.
Lou Andreas Salomé, el amor imposible de Nietzsche, la politóloga Hanna Arendt y Alma Mahler, inspiradora de una obra musical sin precedentes, conforman el trío de musas.
No es ni creo que pretenda en absoluto ser una novela, histórica, si bien la autora recrea los específicos momentos en que se crearon obras poéticas, musicales y filosóficas que marcaron los siglos XIX y XX.
Un personaje ficticio, el franco-mexicano Daniel Ponty, es quién funge como narrador y nos acerca a las vidas de estas tres mujeres, a las que conoció en tres momentos distintos de su vida.
Ellas a su vez, nos acercan a figuras de la talla de Rilke, Heidegger, Mahler y Nietzsche y como la misma autora advirtió en su reciente presentación en la Feria del Libro Tijuana, para un mayor disfrute del libro vale la pena que el lector esté impregnado, aunque sea un poquito, de la poesía, música y filosofía de estos personajes.
Aún así, más allá de poemas, sinfonías y tratados filosóficos, la vena del libro está en la pasión de las mujeres que los inspiraron.

Wednesday, June 02, 2004

Una enorme falacia llamada Feria del Libro de Tijuana

De entrada, es mejor comenzar con una aclaración: Toda feria del libro es a priori una falacia absoluta. Su fraudulenta naturaleza estriba en que es ante todo un pretexto. La de Tijuana no tenía porque ser diferente.
Ayer hice mi primera incursión a la feria libresca. Sería mentira si dijera que estoy francamente decepcionado, pues para decepcionarse es menester esperar demasiado y la realidad es que la feria tijuanense nunca me he generado siquiera medianas expectativas.
Sin embargo creo que es incluso más mediocre que la de los dos años anteriores, aunque sigue siendo superior (si es que cabe hablar de superioridad ante semejante modestia) a las tristes ferias que se organizaban en el patio de Palacio Municipal.
Si bien la Feria del Libro de Tijuana se pasa de modesta y desabrida, déjeme aclarar que el tamaño no importa. La Feria de Monterrey es 10 o 15 veces más grande y sin embargo llega a ser igual de decepcionante en cuanto a su oferta editorial (aclaro que no he acudido a esa feria en los últimos cinco años)

De entrada, hay dos grandes mentiras inherentes a toda feria libresca.

PRIMERA GRAN MENTIRA: VERÁS MUCHISIMOS LIBROS QUE SON DIFICILES DE ENCONTRAR.

Vaya falsedad. En la Feria de Libro de Tijuana encuentras los mismos libros que puedes encontrar los 365 días del año en cualquier supermercado. Vaya, me atrevería a decir que menos. Uno espera ejemplares realmente extraños o ultra novedosos, pero no. Nada, nadita de nada como dice la canción. Los libros que vi ayer en la Feria son los mismos que he visto todo el año en Sanborns, en el Mercado Ley, en la Comercial Mexicana, en la Librería El Día o en la Librería Gerardo. Aclaro que soy una persona que compra un promedio de uno a tres libros por semana y que al menos cada tres días se dedica a matar su tiempo en una librería y por ello estoy más o menos en la jugada de la oferta de cada uno de los changarros que ofrecen estos productos en Tijuana. Pues bien, el 95% de los libros que vi ayer, los puedes comprar en cualquiera de los comercios arriba mencionados. En el mismo Sanborns de La Ocho, a unos pasos de la Feria, tienen una diversidad que perfectamente empata a la ofrecida por nuestro magno evento editorial (y mira que el negocio de los Slim siempre me ha parecido una gran mierda). Si acaso el puesto de libros de la UNAM ofrecía un poquito de diversidad en cuanto a libros de temas medievales (que siempre me volverán loco) y el Libro Club trajo una dotación más o menos regular de Anagrama, Acantilado y Siruela, pero nada que no haya visto antes. La Librería del Artesano de Ensenada, la que ofrecía por mucho la mayor diversidad de títulos literarios, no ha venido este año. Con la ausencia de esa librería, la Feria pierde el 40% de su potencial (si es que algún día se pudo hablar de potencial) Para que se den una idea, todos los libros que compré en la Feria en ediciones pasadas eran de la Librería del Artesano. En contraparte, mucho pinche libro de esoterismo, magia, brujería barata y una sobredosis de superación personal. La narrativa, el ensayo, la historia y la filosofía en franco declive.
Pero la gente requiere que le digan que hay una feria para motivarla a ir a hacer mitote, verse las caras y emocionarse al ver un ridículo librito ordinario que lleva todo el año en la Comercial Mexicana a donde acude cada domingo a hacer su mandado, pero al que nunca antes le había prestado atención.
Cuando vayan a una librería fíjense en los clientes. La mayoría llegan directo a la caja y le preguntan al empleado por el libro de texto, el de superación personal que les recomendó la vecina o el Poema del Mío Cid que le encargaron a su hijo en la secundaria. No se detienen a mirar detenidamente, hojear con calma, comparar precios. Llegan y se van en chinga. Ir a la librería es para ellos un trámite tan tedioso como ir al banco. Por eso yo tengo una regla de oro: Jamás en una librería le pregunto a un empleado por un título. Yo observo en silencio, evalúo, comparo, huelo (sí señores, tengo el vicio de oler los libros como un vil sabueso) leo varias páginas y al final me decido. He llegado a pasar más de cuatro horas rondando por El Día. El libro me tiene que encontrar a mí, no yo a él.

SEGUNDA GRAN MENTIRA: EN LA FERIA DEL LIBRO ENCONTRARAS PRECIOS MAS BAJOS DE LO NORMAL.


Ja, ja, ja. Esta sí que es la peor de las patrañas. No sólo no encontrarás precios más bajos en la Feria, sino que los encontrarás considerablemente más altos. A las pruebas me remito.
Unos cuantos ejemplos nada más: El libro La Mara, de mi gran maestro Rafael Ramírez Heredia, lo compré en Costco por 140 pesos. En la Feria me lo querían recetar a 210 en el stand de Alfaguara.
El libro de la colombiana Restrepo, Delirio, Premio Alfaguara 2004, lleva un rato en el Costco. Te lo venden a 132 pesos. En la Feria te lo presentan como la última novedad salida del horno y cuesta 200 pesos. A las pruebas me remito por si hay alguna duda.
Te venden los libros con ilustraciones de Doré tipo la Divina Comedia y Paraíso Perdido a 80 pesos como si fuera la gran oferta cuando a unos pasos de ahí, en el Sanborns de la Ocho, cuestan 49 pesos.
La librería de la UNAM no era mala. Lástima que la Universidad que pugna por la eliminación de cuotas y el acceso a la cultura gratuita, no te venda un libro debajo de 250 pesos. Buenos títulos góticos y de historia y leyendas medievales, pero hasta ahí. No voy a pagar 260 pesos por una edición bastante regularcita de El Monje de Lewis.
En Libro Club encontré el Gaucho insufrible, trabajo póstumo de Roberto Bolaño, en 255 pesos. Un libro de poco más de 100 páginas, simplemente. Por favor.
Encontré (y me vi tentado a comprar) la segunda y tercera parte de Trilogía de Las Cruzadas del sueco Jan Gillou (sólo tengo el número uno) pero cada uno de los ejemplares, sólo por ser en pasta dura, cuestan 319 pesos, ahí nomás. Digo, por favor compadritos, ¿a quién le quieren ver la cara de pendejo? ¿A mí? Toparon con una regia y canchera pared.


Epílogo: En mi primera visita a la Feria del Libro adquirí Obras jocosas del siempre genial Francisco de Quevedo por 36 pesos (todos los libros clásicos son siempre baratos) y Nostalgia de la sombra del guanajuatense Eduardo Antonio Parra por 80 pesos. Tal vez sean las únicas compras que haré. En este momento tenemos trabajadores en casa que nos están construyendo la barda del patio y una fuente, por lo que hemos gastado miles de pesos y no estoy para derrochar en libros sobre inflados.
¿Qué si estoy en contra de la Feria del Libro? Para nada, que bueno que se haga. Que lindo que Tijuana tenga su feria. Tal vez este pretexto sirva para que algunas personas descubran que leer es uno de los máximos placeres que ofrece la existencia y una de las cosas por las que la vida vale la pena ser vivida. Muy bien. El problema es que no creo que sea un negocio para los libreros ni mucho menos una oferta atractiva para los bibliófilos marca Alonso Quijano como yo.

Tuesday, June 01, 2004

Con Cuatemochas a las Coronado (y mis delirantes alucinajes en torno a las Islas)

Delirios cortazarianos

Nos dice Cortázar que la primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo.
Yo, a diferencia del personaje cortazariano, no puedo recordar con precisión la primera vez que mis ojos contemplaron las Islas Coronado.
Supongo (sin conceder) que ocurrió el 16 de octubre de 1998, fecha histórica en que contemplé por primera vez el Pacífico bajacaliforniano (y de hecho en que pisé por vez primera esta noble tierra).
No recuerdo exactamente cuándo nació mi curiosidad por las islas. Lo primero que escuché sobre ellas, fue de labios de Carolina. ? Dicen que ahí existió un casino controlado por Al Capone- Mi curiosidad fue en aumento. Luego de cinco años de habitar en Playas de Tijuana y Hacienda del Mar, he desarrollado una suerte de obsesivo ritual contemplativo de las Islas. Y es que su imagen, sepan ustedes, es mutante. Su figura pasa de la absoluta invisibilidad a una extrema nitidez de color. Las más de las veces, las Islas apuestan por el atuendo de la fantasmal silueta. Sombras gigantescas desafiando el horizonte, se anuncian cual monstruos marinos que espían la costa bajacaliforniana desde el umbral mismo de los abismos oceánicos.

Los vestidos de las Islas

Las mañanas en que el manto de niebla tiene a bien posarse sobre el litoral costero Tijuana- Rosarito, que son, sin exagerar, el 70% de mis mañanas, las Islas son simplemente invisibles y si se anuncian lo hacen de una manera tan etérea, que uno bien podría pensar que son deformaciones de las nubes o alucinantes cuerpos espectrales.
Algunas mañanas de primavera, cuando el soplar inclemente de los vientos de Santa Ana logra limpiar el horizonte, las Islas abandonan el disfraz etéreo y se materializan en roca. Sólo entonces puede uno distinguir con absoluta e insoportable claridad sus contornos y captar un detalle de suma importancia: Entre las dos islas posadas en horizontal simetría, hay un pequeño islote de color tan blanco, que a veces nos hace creer que brilla.
Sin embargo, los días más bellos e improbables, son aquellos de negra nubosidad que amenaza tormenta. Las oscuras nubes atiborran lo alto, pero por algo que sospecho es un pacto de no agresión con el horizonte, liberan de la estorbosa bruma el entorno de las Islas.

Guardianes de los abismos oceánicos

Es entonces cuando puedo apreciarlas mejor, pues las cobija un alo de brillante oscuridad (si es que se me concede licencia poética para tan absurda contradicción) y se transforman en místicos guardianes del umbral del Mundo. No hay que olvidar que las Islas son el señuelo que marca la frontera del horizonte. Más allá no hay nada para el ojo humano que contempla un atardecer en el Pacífico tijuanense. Y aunque mucho sepamos de globos terráqueos y teorías heliocéntricas, la conciencia de Copérnico y Galileo tiene a bien hacerse a un lado, para ceder a mi involuntaria transformación en supersticioso marinero de Colón y Magallanes, de Marco Polo y Leiff Eriksson, imaginando al abismo final que nos aguarda tras las Islas. A veces me gusta ceder a la tentación de alucinar que más allá de las Islas se termina el Mundo, o al menos ese que conocemos, gobernado por la inclemente tiranía de la razón.

II

Mi visita a las Islas Coronado

La modorra mañana del Memorial Day

Bien, al igual que el personaje de Cortázar, a mi también me llegó el día de materializar mi alucinaje, pues resulta que ayer, luego de cinco años de religiosa contemplación, pude por fin visitar las Islas Coronado, las mismas que yacen a 13 kilómetros en línea recta de nuestro hogar y que se divierten cada crepúsculo jugándole trampas a mi imaginación. A lo largo de estos cinco años he viajado un par de veces a Europa, otro par de veces al Norte de los Estados Unidos y una al mismísimo Mar Caribe y sin embargo no había sido capaz de de recorrer los 13 kilómetros que me separan del último páramo del Mundo. A diferencia del personaje de Cortázar, no debí tomar unas vacaciones para ir a visitar la Isla al Mediodía. Por el contrario, fue una cita de trabajo la que me permitió por fin contemplar de cerca el rostro de estos espectros del Pacífico. Para hacer más sui generis esta primera visita, tal vez es preciso comentar que navegué a las islas acompañado de un político que ha sido merecedor de mi voto en un par de elecciones presidenciales: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Una embarcación conformada por activistas de Green Peace, habitantes de Playas, Rosarito y Ensenada que se oponen a la instalación de las gaseras, colegas de Televisa Tijuana, mi compañero Omar Martínez y yo, zarpamos de Point Loma en la mañana del Memorial Day. Luego de surcar las aguas por las que hace poco más de un año navegaron los acorazados militares que partieron a Irak y contemplar un submarino que me hizo evocar las peores pesadillas de la Segunda Guerra Mundial, la pequeña embarcación se internó en aguas nacionales, lo que se tornó en sinónimo de oleaje caótico. Aún sigo sin entender dónde encontró la paz Vasco Núñez de Balboa cuando tuvo a bien bautizar este bélico Océano.

La herencia del Tata Cárdenas

Por otra parte, debo señalar que las historias sobre la hierática personalidad del Tata Lázaro Cárdenas del Río parecen confirmarse en su hijo. Cuesta trabajo creer que Cuauhtémoc Cárdenas es un hombre de 70 años. La historia dice que el Tata Lázaro era capaz de cabalgar por horas y caminar por los ejidos sin descanso, mientras consumaba repartos agrarios. Pues bien, Cuauhtémoc fue en todo momento sentado en la proa del barco, salpicado por el oleaje, sin protección alguna contra el inclemente sol del mediodía. Si algo envidio a la sangre indígena es su capacidad de resistencia a los rayos solares, los cuales apenas necesitan unos minutos para transformar mi piel en infernal e hiriente rojo. Tuve tiempo de sobra para platicar con Cárdenas. Ya algunas veces antes lo había entrevistado, pero no es lo mismo la convivir con un político en el caos de un mitin o en una rueda de prensa que en medio del Océano Pacífico sobre una tambaleante embarcación. Una personalidad sencilla, directa, sin protagonismos excesivos ni afanes redentores, Cárdenas me resultó un personaje en extremo llevadero. Por momentos mil hubieras surcaron mi cabeza. Y si en 88 se hubiera respetado su triunfo, si en 94 no hubiera salido vencedor el miedo. En fin. En 88 yo era un catorceañero que no votaba, pero apoyaba moralmente al Frente Democrático. En 1994, el primer voto de mi vida fue para Cuauhtémoc. En 2000, por mero compromiso y nostalgia, volví a votar por él, aún en desacuerdo con esa necia tercera candidatura caciquil. Y no señores, no soy perredista, ni lo he sido, ni lo sería nunca. EL PRD bajacaliforniano, transformado en un despreciable cacicazgo familiar, me da lástima y asco a la vez. Está podrido. Lo ha estado siempre. Aún así, no dudo que en 2006 mi voto sería para AMLO.

Dragones de roca

Pero ¿en qué estábamos? Ah sí, hablábamos de las Islas, no de política. Ustedes perdonen. Para cuando nos acercábamos a las Islas el oleaje era aún más furioso. Por fortuna desayuné muy poco y por ende no hubo mucho que vomitar. Unas dramamine se encargaron del resto. La primera sorpresa que me llevé, es que las islas no son tres, sino cuatro. O bueno, tres y el islote blanco, mucho mayor de lo que imaginé. También me di cuenta de lo mentirosa que puede ser la ilusión óptica en lo que a la alineación y distancia de las islas se refiere. La Isla Norte, de mediano tamaño, es casi en su totalidad de roca. Son tantos los pelícanos y las gaviotas que la habitan, que las piedras lucen blancas por el exceso de guano. El sonar de las aves es por instantes más fuerte que el rugir del Mar. El salpicar de las olas me había bañado por completo y mi cara, recién rasurada, ardía al contacto de la sal marina. El islote, tal como lo contemplo en la lejanía, es una roca blanca. Existe una Isla mentirosa, oculta tras la espalda de la Isla Sur o Isla Madre. Esta última es por mucho la mayor de todas y la única que está habitada. Unas cuantas casitas enclavadas en lo alto sirven como hogar al regimiento de soldados que ve transcurrir la inmensidad del día contemplando a lo lejos la costa tijuanense. Existe en esta Isla Sur una pequeña playa para desembarcar y el agua luce un color verdoso que me permitió distinguir la inconfundible silueta de dos mantarrayas y con absoluta nitidez el color rosa de una medusa. El cantar de los lobos marinos, que sin duda no se asemeja al de las Sirenas de la Odisea, nos dio la bienvenida. La formación rocosa y las pendientes casi verticales, hacen de la topografía de la Isla Sur un universo más que hostil. La única posibilidad de enclavar una edificación es en las alturas.

La vibra de mi tocayo Deffoe

Mil historias al puro estilo de mi tocayo Daniel Deffoe se escribieron en mi cabeza en ese momento. Me imaginé como un náufrago, un exiliado o un prófugo que espía Tijuana desde el faro que se encuentra en la parte superior de la Isla Sur. Ese mismo faro que por las noches veo brillar desde la lejanía del parque de Hacienda del Mar y que ahora tenía frente a mí. La costa tijuanense fue más caprichosa que las Islas. So pretexto de una bruma pertinaz, me fue imposible reconocer algo más allá de las siluetas de las colinas que se encuentran tras la carretera escénica. Varias decenas de pescadores merodeaban en los alrededores en busca de la más roja de las langostas. El exceso de sol empezaba a hacer estragos en mi cabeza, transformada para entonces en ardiente comal. Parado en la proa, Cuauhtémoc saludó a los militares que desde las alturas correspondieron. Quise imaginar la historia de una tribu caníbal, una secta sanguinaria o mejor aún, una Isla de Lesbos en donde una apetecible Safo hubiera tenido a bien exiliarse acompañada de su lésbica escolta. Terruño de Centauros, escondite de criaturas al más puro estilo Lovecraft, centro ceremonial de un culto ancestral, alucinaje perpetuo. Todo eso se me ocurrió que pueden ser las Islas Coronado. Pero la realidad me dio una cachetada. Hay millones de dólares de Chevron Texaco listos para darle una patada en el culo a mis sueños de marinero medieval y a la rica diversidad de la fauna marina. Y por fortuna, también un ejército de activistas que parecen decididos a todo con tal de impedir la instalación de tan nociva planta. El sol caía a plomo, mi cabeza estaba caliente y resulta que de tanto alucinar me dio una modorra de tumba burros que me arrojó a dormir a una de las literas del barco. Al despertar, estábamos de regreso en el embarcadero de Point Loma.

Epílogo

Y esta mañana, concretamente a las 6:30 mientras paseaba a Morris, las Islas no se dignaron a mostrarme ni siquiera un resquicio que hiciera presentir su existencia. El manto de niebla era tan denso, que las muy pérfidas hicieron de las suyas y se ocultaron por completo de mi vista, como aquellas mujeres que sucumben a un arrebato de pudor luego de mostrarse por primera vez desnudas ante el hombre amado. ¿Se habrán ido para siempre? ¿Consumarán un matrimonio a perpetuidad con la neblina? Eso lo sabré hoy, al atardecer. ¿Con cuál de sus múltiples vestidos se ataviarán para este primer crepúsculo de junio?