Eterno Retorno

Monday, January 16, 2012











Eskorbutiano desintoxique narrativo

Así es como llegamos por fin al sábado 20 de abril de 1991 cuando tú, Napalm Goyo (o Goyo ¿qué chingados?) el Aguarrás y toda la cofradía anarcopunketa del DF se encuentra afuera de la arena de Tlanepantla, la catedral del Metal en México que por vez primera alberga un ritual punky. Son las tres de la tarde y la tocada está por comenzar. Aunque cueste trabajo creerlo, las tocadas más salvajes de la historia de México son matinés. En la arena de Tlane, donde hay funciones de lucha libre cada noche, las tocadas de los domingos se celebran a las 12:00 del medio día. A esa hora tocaron, crudos y desmañanados los deathmetaleros floridos de Obituary un par de meses antes y Eskorbuto no será la excepción. Antes de las 15:00 ya está tocando RebelD’Punk, la gran veterana del punk de México, puro rockandroll sin huella hardcorera, una banda más emparentada con los hoyos de los Panchitos y los legendarios chavos banda de la época de López Portillo. De cariño los llaman los Ramomex y cuenta la leyenda que en 1985 tuvieron una fugaz aparición en el programa Super Rock de Canal 5 de Televisa. Después suben a tocar unos tampiqueños llamados Aqularre. La cerveza está caliente y la venden en bolsa de plástico, por aquello de los botellazos. El chemo y la mota están por doquier, pero por fortuna la arena de Tlane es un sitio mucho más amplio que el LUCC. A las cuatro de la tarde aparecen tres tipos famélicos sobre el escenario. Pueden ser cualquier banda, cualquier pendejo. Nada los distingue del resto. Tienen pelos largos y caras enfermas, greñas a medias crecidas, como Ramones o Rolingos. Ni rastro de mohaks, spikes, pelos pintados o parafernalia punketa. Contagiosos como la peste, voraces como la lepra, perniciosos, como el escorbuto y sin piedad como…la muerte. Cuando uno de esos tipos pronuncia sin mayor ritual el “Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las elecciones, para vivir alegre y contento, Eskorbuto al parlamento”, te queda claro que frente a ti están las mismísimas rayas de Vizcaya, los demenciales chicos acelerados, la banda más honesta parida por este planeta, pero entonces estás demasiado pedo, demasiado drogado, demasiado imbécil o demasiado joven para intuir que estás acudiendo a un ritual que alcanzará la categoría de mítico, histórico, literalmente irrepetible, aunque muy poca gente lo sabrá. Porque en tu vida acudirás a mil y un conciertos de Ticketmaster y Ocesa, con la fecha debidamente certificada en internet, con tu boleto comprado con tarjeta de crédito, con tu lugar debidamente asignado…y a la mierda. Aquella vez acudiste a uno de las tocadas más improbables de la historia. En ese momento no lo sabes, pero esa es la primera vez que Eskorbuto sale de España y también la última. Las dos tocadas de Tlalnepantla serían las únicas que darían fuera de su país en toda su fugaz existencia, aunque alguien dirá que en ese mismo viaje tocaron también en un hoyo miserable de Chihuahua, anécdota que jamás has podido comprobar. Es también la ocasión en que Eskorbuto toca ante más público. En la arena de Tlane hay unas 4 mil almas moribundas y los de Santurce jamás habían juntado ni siquiera mil en toda su accidentada carrera. 4 mil cerebros destruidos listos para escucharlos y matarse en el slam. Tú eres uno de ellos. ¿Cómo es posible que aquí en México sean objeto de culto? Sin internet, sin descargas de música y sin distribución comercial de su pequeñísima disquera Discos Suicidas. La música subterránea tiene fenómenos inexplicables. Desde Santurce a Bilbao, vengo por toda la orilla. Bailas, brincas, recibes y repartes putazos. O bueno, puedo decir: bailamos, brincamos, recibimos y repartimos putazos, porque yo también estoy ahí y sin duda me topé contigo en el slam, aunque yo soy tú y tú eres yo, pero no estamos revueltos. La vida puede acabarse ahí, frente a esa banda cuya vida también se acaba. El tipo que canta, el de la greñita ramonera y los brazos esqueléticos, se llama Juanma Suárez. Es adicto a la heroína y la chingada se lo está cargando. Morirá un año después de esa tocada, el 9 de octubre de 1992. Ha llegado el momento de la destrucción. Su compañero Iosu Expósito, el fundador y líder de Eskorbuto, no está ahí. Se quedó en la casa de sus padres en Santurce, convertido en una ruina humana, sin capacidad para poder subirse a un avión y cruzar el Atlántico. La heroína y el sida se lo comen a paso veloz. Iosu no estuvo para ver los dos conciertos más grandes de la banda que fundó en 1982. Su lugar es ocupado por Iñaki Speed, quien improvisa y se aprende las rolas en el hotel. Iosu tendría tiempo de grabar un spot para advertir a los jóvenes sobre los peligros de la heroína, antes de morir el 31 de mayo de 1992. La música subterránea está llena de parábolas y leyendas. Pocas tan brutalmente honestas como la de Eskorbuto. Ponte a verlo. Nadie escribió una historia tan asquerosamente punk. Cierto, los Sex Pistols fueron un grito de euforia y autodestrucción que duró apenas un año, pero siendo crudos y realistas, ellos son el equivalente a un magneto o un menudo políticamente incorrectos, un producto irreverente nacido en la mente y en la cartera de Malcolm McLaren. Molestos, cagantes, groseros, pero producto al fin. Anarquistas con código de barras. Cada navajazo y escupitajo de Sid Vicious derivó en ganancias. Eskorbuto en cambio no tuvo un Malcolm McLaren ni nadie que vendiera su imagen de heroinómanos decadentes. En soledad vivieron su ruina y su nihilismo hasta las últimas consecuencias y nadie se hizo millonario comercializando su destino de poetas malditos como Ian Curtis, Jim Morrison y Kurt Cobain, cuyos cadáveres siguen siendo minas de oro. Nuestras vidas se consumen el cerebro se destruye parece ser la declaración de principios, el lema de vida escrito en latín en el escudo de armas de todos los que se han dado cita esa tarde en Tlalnepantla. Afuera llueven los rocazos de los que quieren colarse sin boleto e irrumpen las sirenas de la policía mexiquense. Ni siquiera hay banderas revolucionarias, causas antirracistas o de justicia social. Puro y vil nihilismo, crudo y duro. La vida girando sobre un eje podrido. Aquí no hay nacionalismo y orgullo vasco como en Kortatu o Negu Gorriak. No hay straight edge como en el hard core neoyorquino, ni anarcopacifismo a lo Crass. A Eskorbuto ni siquiera la alcanzó el tiempo para poder pretender. Pobres como ratas vivieron y murieron sin contagiar algo más que su honesta recomendación de quitarte la vida. ¿Te has puesto a pensar cuántos de los 4 mil tipos que estaban ahí esa tarde siguen vivos? Llevas puesta una camiseta de los Suicidal Tendencies que acaba hecha mierda, jirones viles, un trapo de hilachos sobre tu cuerpo molido. Las últimas palabras de la última canción: Ya estais muertos, muertos, muertos, muertos. Cerebros destruidos es el epitafio. Muertos estarían Iosu y Juanma; muertas muchas de las ratas de ciudad que apestan a pegamento industrial. Muerta una época, muerta una edad que se diluye borrosa en tus recuerdos aunque intuyes que ponerte hasta la madre y molerte los huesos frente a unos tipos que te hablan de decadencia y suicidio constituye un momento de idílica felicidad irrepetible en tu vida. Hay extrañas formas de ser feliz y en 1991 tú y yo fuimos inmensamente felices.

Sunday, January 15, 2012




Hay libros que te agarran de las patas, de la cabeza y del alma y te sacuden como ciclón. Hay libros que en algún momento de la lectura te espetan a la cara: “no vas a olvidarme fácilmente”. Hay libros que no puedes soltar así como así y que más temprano que tarde te harán ceder al vicio de la relectura. La mejor forma de iniciar 2012 ha sido con una lectura de esas. Un libro extremo. Un libro que me pateó fuerte. Se llama La Carretera y lo escribió Cormac McCarthy. Lo paradójico del caso es que este libro tenía dos años arrumbado en mi librero sin que a la fecha le hubiera puesto la mayor atención. Las joyas que uno guarda sin saberlo. Cuando al principio leí la frasecita de portada, “Esta novela está llamada a ser una de las grandes obras de la literatura universal”, escrita por Diego Gándara de La Razón, me pareció grandilocuencia innecesaria, pedantería promocional. Ahora al concluir la lectura, debo reconocer que no anda nada errado. Eso sí, de entrada debo admitir que este libro me ha pateado duro porque ha tocado la fibra de la paternidad. Tal vez si lo hubiera leído antes del nacimiento de Iker, habría dicho que es una gran obra, muy bien construida, pero no me hubiera sacudido tan fuerte en lo sentimental. Vaya, creo que se necesita ser padre para poder sentir con toda intensidad el espíritu de este libro inmortal. Confieso que el libro me afectó en lo emocional. El amor de un padre a su hijo en un planeta devastado en donde cada día es un ritual de supervivencia en condiciones adversas. Debe ser difícil ser un escritor estadounidense y titular a tu novela The Road. Demasiado arriesgado ponerse a la sombra de la odiosa comparación con un clásico generacional, sagrado cliché de lo beatnick como On The Road de Kerouac. Pero la obra de Cormac McCarthy es punto y aparte y si de buscarle parientes en la literatura norteamericana se trata, creo que un primo de sangre sería El País de las Últimas Cosas, de Paul Auster. Fantasía apocalíptica pura. De una u otra forma, es el tipo de mundo que imaginé cuando escribí el cuento Fotógrafo de Niños Calvos para la antología Diarios del Fin del Mundo de Recolectivo. Un mundo destruido y moribundo en donde rige la ley de la supervivencia. ¿Por qué me alucinó tanto La Carretera? Creo que en narrativa la clave es la creación de una atmósfera, un clima, un estado de ánimo capaz de contagiarse en cada página y eso lo consigue McCarthy desde los primeros párrafos. Como lector de inmediato me sumergí en ese universo apocalíptico. La atmósfera es opresiva, pero contundente. Apenas has comenzado y ya estás envuelto en el libro. El ritmo de la prosa, duro, seco, contundente, con frases cortas y desnudas al igual que los diálogos, poblado de imágenes oscuras, descripciones en donde el horror es siempre una intuición que se revela en imágenes de pesadilla, como flashazos infernales. Sí, es un libro muy oscuro, una pesadilla angustiante y sin embargo hay tanto amor en él. Mucho más que en una novela romántica. Tal vez el libro que más me ha influido en lo sentimental en los últimos tiempos. Insisto, creo que si hubiera leído esta novela antes de la llegada de Iker, no me hubiera sacudido de esa forma. No cabe duda que la paternidad lo cambia a uno.