Nivel Crimson Idol, peroraba mientras recorría andrajoso algún malecón portuario en decadencia. Nivel Crimson Idol, repetí, como si en mis manos estuviera poner en punto fuego alguna prosa descarriada y volver a pepenar elusivas coronas de letrado, laureles literarios para mi cabeza piojosa. ¿Era Villahermosa aquel arrabal a aguas sucias? ¿Qué morbideces habitaban dentro de esos contenedores? Nivel Crimson Idol. Un afilador silba en la noche para hacer de cada monosílabo una navaja y los párrafos de apertura un puño de espadas afiladas.
Era la bajada a la playa mirando al norte a la altura de San Antonio del Mar. Aquello tuvo esencia pura de retorno al puerco abrevadero, mi segunda incursión en aquel galerón portuario en ruinas, una nave industrial oxidada y carcomida con entrada a un Pacífico tóxico. Había algún puente o pasadizo habitado por fauna gringa de la zona. Había una suerte de anfiteatro con escenario de aguas saladas y entrada para buques mercantes (yacía un par hermanado en herrumbre y desolación). Un fabril laberinto salitroso, una congregación de espectros para su baile anual en Puerto Abandono. ¿Hubo por ventura alguna furtiva aleta de cetáceo? ¿O era aquel un oleaje de verdosos derrames? Oxidándose en paz yace mi idílico puerto, borracho de salitre y ánimas, de tantísimo amanecer conjurado.
Saturday, May 13, 2017
Wednesday, May 10, 2017
Hace exactamente 18 años, el lunes 10 de mayo de 1999, empecé a trabajar en el proyecto fundacional de un nuevo periódico tijuanense que aún no era bautizado y cuyo edificio sede estaba todavía en obra negra, a punto de ser concluido. Faltaban dos meses y medio para que circulara el primer ejemplar de ese diario que sería llamado Frontera. Me esperaba una década particularmente intensa de la que aprendí y rabié en extremo y de la que siguen abrevando mis historias. Carolina y yo veníamos retornando de un largo viaje y un mes y medio después nos casaríamos. Más de una anécdota para narrar en aquel loco 99.
Hace exactamente un año, casi a la media noche del 10 de mayo de 2016, regresamos en San Diego y en la sala me aguardaba un paquete con el sello de Random House. En su interior me acechaba este Tigre con fondo rojo. Los primeros ejemplares de Vientos de Santa Ana, mi primera novela (cuyos capítulos iniciales fueron escritos en la computadora de la redacción del periódico en verano de 2007 para ser varias veces abandonada y retomada) el primero de seis libros que se publicaron en 2016. He tenido una relación compleja con esta novela. Como que no acabo de aceptar del todo su tono y estado de ánimo. Con ella le pagué una deuda y le cobré una factura al periodismo. Fue una novela exorcismo. El Tigre de la portada me representa. He pensado seriamente en tatuármelo.
Hoy una atípica lluviecita bautizó el amanecer. Por la tarde el Tigre de San Nicolás escribió un extraordinario primer capítulo, pero ni por asomo cedo al triunfalismo ni canto victoria. Son dos asaltos y el primero acabó con cuatro contundentes zarpazos felinos. Dueñas, Aquino, Zelarayán están jugando en superlativo y Gignac en plan de despiadado matador, puntual a la cita. Juegazo chingón, casi redondo (podríamos habernos fácilmente ahorrado ese odioso gol de visitante de la basura), pero hay que tomarlo con sobriedad absoluta. Hace 18 años también viví mi primera Feria del Libro de Tijuana y Un asesino solitario del gran Élmer Mendoza fue el primer libro que pepené por estos rumbos. Va de nuez, una fiesta libresca más y si por ventura Tigres llega a la final, jugaría la ida el jueves 25 a las 19:00, justo a la hora de en que presento Días de whisky malo en la feria. ¿Y si les llevo una botella de Wild Turkey y nos ponemos a ver el partido? ¿Les late el plan? En los mayos feriales de liguilla todo se vale.
Tuesday, May 09, 2017
Imagen actual Salinas Basave
He tenido la fortuna de ser dos veces retratado por un talentosísimo fotógrafo como es Ale Meter. La primera vez fue el pasado 7 de noviembre en los jardines de la Universidad de San Diego (a escasas horas del triunfo de Trump) y la segunda ocurrió cinco meses después en un lugar harto distinto, frente a la Casa de Adobe de Ciudad Juárez, en la encrucijada entre los estados de Chihuahua, Nuevo México y Texas. Ale - porteño de muy buena ley autoexiliado a California, catedrático en San Diego y seguidor de Boca- es un hechicero de la lente. La última buena foto que me habían tomado en mi vida se remonta al verano de 2012. El gran Eduardo de Régules me hizo una serie de retratos para una revista que entonces circulaba y una imagen tomada en la Librería El Día se quedó a vivir en la solapa de cinco libros. Hay quien me dice que el güero de aquellas fotos debe ser mi hermanito pequeño, un joven flaco del siglo pasado. Lo increíble (o acaso deba decir lo terrorífico) es que esa foto fue tomada hace apenas cinco años. En ese lustro transcurrido se han sumado a mi existencia siete libros, unos treinta kilos, una marabunta de cervezas y whiskochos diversos, muchos centímetros de greña y chingomil kilómetros de vagancia. No, no es en definitiva la imagen de un yogui o un runner lo que están viendo. Después de semejante ciclón y desbarrancadero, Ale ha captado la esencia del sobreviviente que avanza con la bandera en alto tras cruzar el umbral de las cuatro décadas, acaso el rostro que corresponde a alguien que va por la vida con un libro llamado Días de whisky malo bajo el brazo.
Gracias Ale. Estoy en deuda contigo.
Monday, May 08, 2017
No redime el sueño recurrente de mi demoníaca otredad. No hay armonía en mi afán de ser rostro gritando en la oscurísima ventana, babeante cuadrúpedo, remedo de dragón que a falta de fuego arroja vómitos verdes a su exorcista.
Algo sabré de noches blancas y territorios límbicos. Blanca es la noche de ojos petrificados y tercos alucinajes hermafroditas, como blanca e ignota es la madrugada desnuda de artificios, cuando en la playa neuronal del sueño de mi razón no sobrevive al alba monstruo alguno, ni vestigios de alta marea y tempestades de antaño. Escribir sobre la noche-limbo y los delirios robados, esa aparente calma tan mentirosa desplegada en la mañana de un lunes de mayo atípicamente empapado. Noche de falsa anestesia, ajena a aferres y demencias donde en un destello, en la altamar de ordinaria jornada, brotará como si tal cosa la historia de un perro bravo al que le buscabas la mirada con afán psicoanalítico y las palmas de mis manos recordarán tu cuerpo embarrado de aceite o bronceador e intuirás locuras, quiebres y mansiones subconscientes en tinieblas mientras los monstruos dormidos te juran que no existe lumbre bajo el océano.
Sunday, May 07, 2017
Mientras el cielo bajacaliforniano oscila entre furtivas lluvias primaverales y tímidas ráfagas de Sol, releo al azar párrafos de Sumisión. Habrá quien diga que la profecía de Houellebecq falló, pues es la ultraderecha y no un partido islámico quien acecha el Elíseo. Por desgracia Michel no está equivocado. Lo que su novela expone con desparpajo es el mórbido espíritu de nuestra época. Aparentemente terrorismo islámico y fascismo son los antagónicos extremos de una cuerda, pero la realidad es que ambos se retroalimentan. La existencia de uno se justifica en la del otro. El Frente Nacional se empodera gracias a que existe ISIS y las hordas de la yihad ganan adeptos en la medida que Europa se torna racista e intolerante. La perorata de Marine Le Pen, Trump, Putin, Kim Jong un y la de cualquier mulá de mezquita radical apela a dos emociones primarias para legitimarse: el odio y el miedo. El horror frente a la imagen del otro. Sin el odio, sin el miedo y sin la mentira sería inexplicable su empoderamiento. En eso se hermanan. El gran derrotado de la época es el centro. El perdedor parece ser el espíritu de la Ilustración. El liberal, el progresista, el tolerante, la prensa libre y la ciencia están en horas bajas, padeciendo una inocultable temporada de vacas escuálidas. Las ideas van perdiendo la batalla. Vender el voto de la razón es muy complicado cuando luchas contra el impulso de la rabia y el pavor. Los pastores creacionistas evangélicos tienen un aliado en la Casa Blanca y los científicos tienen un enemigo. El cacareo de la noticia falsa y sensacionalista usurpa el lugar de la prensa seria e imparcial. El a estas alturas improbable triunfo de Le Pen confirmaría la supremacía mundial de este viciado Zeitgeist. El cada vez más probable triunfo de Macron sería un gol de la honra, un destello de resistencia liberal contra el espíritu de la época. Por supuesto Macron no tiene ases bajo la manga ni fórmulas mágicas, pero al menos su victoria sería una bandera de dignidad contra el burdo fascismo del Frente Nacional, aunque tampoco creo que pueda detener esta tendencia mundial. Me horroriza decirlo, pero a veces me da por creer (al igual que el odioso Banon) que el avión de la Historia debe acabar de desplomarse y estallar para que de las cenizas surja un orden nuevo.
Hace siglo y medio, allá por 1860, viajar por los caminos de México era particularmente peligroso. La histórica ruta México-Puebla-Veracruz estaba infestada de bandoleros que no solían tocarse el corazón a la hora de asaltar los carruajes y matar o secuestrar a sus ocupantes. Hacer el viaje sin escolta era un suicidio, pues los salteadores estaban fuertemente armados. La mayoría de estas gavillas eran integradas por ex militares en el desempleo, caudillos recién derrotados o coroneles degradados en los mil y un cuartelazos y asonadas que estallaban en nuestro caótico Siglo XIX cuando cambiábamos presidentes como calcetines. Fueran liberales, conservadores, federalistas o centralistas, los gobiernos mexicanos eran pobres, endebles e institucionalmente débiles y la delincuencia podía hacer de las suyas a placer. Novelas como El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano y Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno dan cuenta de ello. Hoy, la ruta México-Puebla-Veracruz es un lugar tan sangriento y peligroso como en aquella época. Los grupos criminales que asolan nuestros caminos son integrados por ex policías o ex soldados (o por policías y soldados en activo) y nuestros gobiernos estatales lucen tan laxos y endebles como aquellas caricaturas decimonónicas. Acaso la probabilidad de ser asesinado sea tan o más alta que en aquella época. En un país donde se cometen un promedio de 72 homicidios diarios se puede concluir que la vida vale muy poco o en realidad (diría José Alfredo) no vale nada. Matar es barato, sencillo, normal e intrascendente. La vida ya ni siquiera tiene peso en el termómetro del impacto noticioso y la indignación. Lo que se repite hasta la saciedad pierde importancia y se vuelve ritual de lo habitual. Hubo un momento, hace pocos años, en que Bucareli conocía pelos y señales el crimen organizado en México. Tenían identificados capos, cárteles, bandas y las más de las veces había acuerdos y pactos. Hoy creo que están inocultablemente rebasados. Ni hablar de los gobiernos estatales y municipales, omisos, cómplices o muertos de miedo. Mi impresión es que ya ni siquiera se tiene clara la cartografía y la pirámide criminal en México. Esto es el canijo caos, el río revuelto del horror, una licuadora macabra. Se le sigue llamado narcotráfico, pero hay mil bandas que ni siquiera viven la droga. La legalización, que tanto he defendido, ya no serviría para nada. Los negocios al margen de la ley son muchísimos y muy variados, pero la única constante es que hasta un ratero de poca monta está fuertemente armado y no duda a la hora de matarte. Ojalá todo fuera tan sencillo como para reducirlo a una guerra contra el narcotráfico. Esto va mucho más allá y no le veo fondo. Tiene que pasar algo muy cabrón, un verdadero sismo para revertir esta esta descomposición y ya no tenemos a Sergio González Rodríguez para que nos descifre la raíz ontológica y la mórbida psique de este matadero. Yo no tengo respuestas; solamente dudas. ¿Alguien ve un poquito de luz al final del túnel?