Eterno Retorno

Thursday, October 30, 2003

Ni modo, ese chingado gusto mío por el satanismo provoca que me tope con libros llenos de adjetivos y juicios morales- Es difícil jugar con el Diablo. De la misma forma que hay muchos discos de black metal que caen en lo cursi de tan malvados, hay obras que lejos de pesadillas te pueden provocar una honesta sonrisa. Aquí está un ejemplo:

Pasos de Gutenberg
El Diablo tiene nombre
Francisco Asensi
Plaza y Janes

Por Daniel Salinas

Leer un libro es una apuesta y como tal implica un riesgo. Por más que se busque tener siempre en las manos esas obras que quedan tatuadas en el subconsciente y dan ganas de releer una y otra vez, la realidad es que el riesgo de equivocarse a la hora de elegir una lectura siempre es enorme.
Digamos que este margen de error es parte de lo que da sabor al caldo de los bibliófilos y lo que con-firma el valor de los buenos libros, ejemplares atípicos entre montañas de efímeras novedades editoriales.
A veces es imposible no sucumbir a la tentación de leer una obra que de entrada se antoja comercial. Digamos que siempre existe un inconsciente beneficio de la duda que nos hace pensar que acaso algún ejemplar de aparador de librería pueda albergar una gran sorpresa.
El escritor juarense Bernardo Jauregui habla del vicio de leer lo que llama libros culpables, esas lu-minarias a menudo best seller que de antemano se sabe, no proporcionaran nada más allá de un efí-mero entretenimiento, no representarán ningún desafío para el lector ni le exigirán el uso de la ima-ginación.
Eso fue lo que me sucedió con El Diablo tiene nombre, novela del teólogo español Francisco Asensi.
Vaya, no es que esperara encontrar una novela innovadora o una revelación literaria, pero sí creí que podía toparme con un planteamiento un poco más inteligente o por lo menos original.
Tal vez por el hecho de haber sido marcado de por vida por Goethe y su Fausto, tengo una innegable debilidad por la literatura que aborda el Mal como tema.
La oscuridad de por sí seduce y cuando uno se encuentra una novela cuyo autor es un hombre na-cido en 1936 con estudios de filosofía y teología, se imagina como mínimo encontrar un producto di-ferente.
Pero El Diablo tiene nombre se parece mucho a las historias más típicas y convencionales del cine hollywoodense durante el auge del satanismo como éxito de taquilla, allá por los años setenta.
La contraportada del libro, un espacio casi siempre mentiroso, promete al lector que El Diablo tiene nombre poblará sus sueños de pesadillas.
La breve reseña hace parecer a la novela como una seria revelación de secretos vaticanos y se afirma que su autor se basó en un documento eclesiástico denominado Clavis Nigra que ha permanecido oculto durante siglos.
Pero la realidad es qué, sin menoscabo de sus evidentes conocimientos teológicos, Asensi aborda el tema con una inocencia que sorprende, pues cuesta trabajo creer que alguien pretenda realmente asustar al lector con clichés tan machacados sobre el satanismo.
¿Qué acaso no sabe Asensi que millones de personas en el Mundo han visto una película que se llama El Exorcista?
Entonces ¿Cuál es la razón de recurrir a la figura de la adolescente poseída por el Demonio que se en-frenta a un sacerdote que por momento duda de su fe?
¿No resulta un tanto pretencioso iniciar una novela con el suicidio de un exorcista papal en la Plaza de San Pedro el día del Jubileo del 2000 en medio de una tormenta apocalíptica?
En el aspecto novelístico Asensi falla, pues la novela no asusta ni sorprende. Atiborrada de adjetivos, lugares comunes y una óptica por momento moralizante, El Diablo tiene nombre difícilmente con-vencerá a un lector exigente.
Tampoco hay que culparlo; un colombiano llamado Mario Mendoza se ganó el año pasado el Premio Biblioteca Breve con una novela llamada simplemente Satanás, en la que también machaca, aunque con un poquito más de malicia literaria, la historia de una adolescente posesa (¿Qué acaso al Diablo sólo le interesan las jovencitas?)
Pero eso sí, hay que reconocerle a Asensi que sus múltiples lecturas en materia de teología le permi-ten aderezar la obra con interesantes disertaciones sobre la naturaleza del Mal y sus diferentes con-cepciones en la historia del cristianismo.
La historia está llena de términos en latín, de referencias a textos bíblicos apócrifos y de debates en torno a la figura del Demonio.
Digamos que aunque me considero agnóstico, me hubiera interesado mucho más leer a Asensi como autor de un ensayo sobre la concepción judeocristiana del Diablo, que en su fase de novelista, dónde no aporta nada nuevo.
Hace pocos meses, por ejemplo, leí un excelente ensayo llamado Con el Diablo en el cuerpo, de la filóloga Esther Cohen en dónde diserta sobre la delgada línea que separó a la brujería de las ciencias empíricas en el Renacimiento, mismo que se hubiera echado a perder por completo si la autora hubiera intentado novelarlo.
Tal vez Asensi debió apostar a la disertación ensayística en lugar de buscar malogrados elementos de ficción.
Pero la realidad es que el Diablo siempre vende, sobre todo si se le viste de artista de Hollywood y se-gún tengo entendido, la novela de Asensi ha tenido muchos compradores en España y puede que haya mucha gente que la considere una obra escalofriante llena de suspenso.
Y es que una novela de lectura fácil, sin exigencias para el lector, con sangre, oscuridad, alusiones eróticas y un poco de misterio, siempre se traducirá en ventas, aunque si he de ser sincero, El Diablo tiene nombre no me ha causado hasta ahora mi primera pesadilla.

Aquí va la resurrección de una reseña sobre otra novela satánica, publicada en Minarete en noviembre de 2002

Pasos de Gutemberg
Satanás de Mario Mendoza
Por Daniel Salinas Basave
Hay temas, figuras o cosas que parecen destinadas a no abandonar nunca la inspiración de los creadores en las distintas manifestaciones del ar-te. Satanás es el mejor ejemplo de ello.
Quiérase o no, Lucifer no pasa de moda. A lo largo de los siglos, literatos, pintores y músicos se han inspirado en su figura para crear en algunos casos obras inmortales y en otros, los más, prescindibles bodrios de mal logrado suspenso o peor aún, mojigatos sermones moralizantes.
La inmortalidad del Maligno en la literatura ha quedado asegurada en “La divina comedia” de Dante o en “Fausto” de Goethe, mientras que en las artes plásticas, Goya y El Bosco, por mencionar sólo los más célebres, se han encargado de perpetuar su imagen en el Museo del Prado.
A los fanáticos de la superchería apocalíptica, les da por decir que el siglo XX fue el siglo de Satán y bueno, la verdad es que tampoco andan tan errados. En la segunda mitad de la Centuria, principalmente en la década de los setenta, el “Chamuco” se subió a la palestra y se transformó en estrella del cine y también del rock, por cierto con muy buenos dividendos. “El exorcista” y “La profecía” le aseguraron un lugar de honor en Hollywood que, de una u otra forma, se han encargado de perpetuar un buen número plagios prescindibles.
Black Sabbath y sus millares de criaturas encabezadas por Mercyful Fate y Venom hicieron lo propio en la música. 30 años después, es fecha que el cine de terror así como el heavy y el black metal le siguen exprimiendo jugo al Ángel Caído, y aunque hay más de un crítico que se ha atrevido a decir que lo diabólico es un cliché anticuado, el señor Diablo demuestra una vez más que no ha pasado de moda y en el mundo de las letras se estrena en el siglo XXI con un premio literario, por cierto de lo más prestigiado como es el Biblioteca Breve.
El colombiano Mario Mendoza no se anduvo con rodeos ni metáforas a la hora de titular su obra ganadora. Le llamó simplemente Satanás, que en el antiguo idioma arameo quiere decir adversario.
Para quienes se imaginen que todo lo que huela a letras colombianas debe parecerse a Gabriel García Márquez o Álvaro Mutis, el ganador del Biblioteca Breve les demuestra cuan falsa es esa idea.
Mendoza, quien nació en Bogotá en 1964, se llevó el premio con una obra que si bien resucitó imágenes, escenas y clichés bastante gastados, es en general un texto muy bien logrado.
Vaya, el autor demuestra que es válido apostar por una creación nada original en su temática y ni siquiera en su estructura, pero que en términos literarios está bien hecha. Después de todo la novedad temática y estructural no es garantía de buena literatura de la misma forma que un tema repetitivo, no está peleado con la calidad, siempre y cuando se trabaje bien.
El colombiano apuesta por la socorrida fórmula de narrar tres historias aparentemente inconexas que al final resultan estar unidas por las cir-cunstancias. Basado en un suceso de la nota roja que sacudió a Bogotá hace unos años, el autor nos narra la historia de una joven, que por su-puesto es bella y se llama “simplemente” María, la de un pintor que se llama Andrés y la de un sacerdote que se llama Ernesto, a los que acaba uniéndose un veterano de guerra, que ciertamente (hay que seguir con los clichés), está traumado. Detrás de ellos está en todo momento la om-nipresencia de lo maligno, la oscuridad como un ente externo, invisible pero palpable que se va diluyendo poco a poco en las almas de sus per-sonajes.
Le podríamos cuestionar a Mendoza que en el caso de la historia del padre Ernesto la absoluta similitud con “El exorcista” no es mera coinciden-cia y ahí sí parece haber abusado de la falta de originalidad. La verdad no se puede pensar otra cosa cuando en la narración hay una linda ado-lescente, hija única, en cuya recámara hace un frío endemoniado. Una madre preocupada que llama a un sacerdote que atraviesa un periodo de confusión en su fe y que debe soportar horribles blasfemias pronunciadas por una legión de diablos que habla en boca de la niña. La única dife-rencia es que una historia ocurre en un vecindario victoriano de Georgetown y otra en el Barrio La Candelaria de Bogotá.
Pero dejando de lado la versión bogotana de “El exorcista”, que por lo demás está bien manejada, Mendoza demuestra ser un autor con oficio. Sin pretender revelar más detalles anecdóticos sobre una obra que vale la pena leer, el “Satanás” de Mendoza parece tener su secreto en la forma en que el autor bucea en la psicología de sus personajes, atrapados todos en oscuros dilemas existenciales. Al margen de los fenómenos sobrenaturales que tienen lugar en la historia, lo que mejor hace el colombiano, a mi juicio, es reflejar la contradictoria naturaleza del alma huma-na o esa angustiante bipolaridad de los sentimientos. La fe que se diluye en la sed carnal, el amor que se transforma en instinto asesino, la vo-luntad creadora que se torna en atracción por la muerte. Lo apolíneo y lo dionisiaco, diría Nietzsche. El Eros y el Thanatos, diría Freud. El elixir del mal contiene gotas sublimes, diría un poeta. Mendoza dibuja con habilidad ese claroscuro, aderezado con la salsa de un erotismo más rudo que sutil y una buena carga de violencia, otra fórmula que en manos de una pluma inteligente difícilmente falla.
Finalmente, Mendoza demostró que es posible apostarle a una figura medieval y reivindicarla con buena fortuna en el terreno de las letras hispa-nas. Tan viejo que es el Diablo y aún es capaz de seducir.

Satanás
Mario Mendoza
Seix Barral Premio Biblioteca Breve 2002

Un alto en el camino

Detesto las confesiones y las vestiduras rasgadas. Me resultan aberrantes esos seres que se creen con derecho a escribir sobre sus vivencias en bajos fondos e infiernos de diversa ralea desde una hipócrita óptica moralista. Eso solo se lo permito a un erudito como Thomas de Quincey y sus doctas Confesiones de un opiómano inglés. Fuera de eso, me resultan deprimentes las reveladoras verdades de artistillas de mierda que te relatan, desde una cómoda orilla yuppie, sus andanzas en el mundo de la drogadicción, las putas, los teporochos y la delincuencia. La malandra vida pues. En casi todos los casos, estos redimidos personajes te relatan con cierto morbo sus aventuras en los pantanos del vicio y por regla general la historia termina con una divina rehabilitación, una revelación de tipo celestial, un darse cuenta de los auténticos valores de la vida y hasta se permiten alguna frase rimbombante o guía de pasos al más puro estilo de libro de superación personal. Al carajo con esos pinches libros que solo pretenden vender miles de ejemplares recetándote anécdotas aderezadas con morbo light y recetas baratas de valores judeocristianoides. Un ejemplo es la Nación Prozac de Elizabeth Wurtzel, pero hay miles, pues este tipo de bodrios sobran en las librerías.
Por ello me cuesta trabajo ponerme a escribir de manera objetiva acerca de mis vicios, pasados y pre-sentes, pues no pretendo ser un Malcolm Lowry o Irvine Welsh, pero mucho menos sonar a un hipó-crita redentor de AA.
No exagero si digo que he pasado la mitad de mi vida bebiendo de manera más que regular. Mis primeros tragos fueron a los 13 años y las primeras pedas duras, llámese acabar vomitando, fueron a los 14. De una u otra forma la bebida siempre ha estado presente en mi vida, desde las mil y un pedas adolescentes, hasta el casero beber de mis adultos días actuales. No se si soy alcohólico. No lo niego ni lo afirmo. Pero hace muchos, muchísimos años, que no paso un fin de semana sin beber. Sí, es cierto que rara vez se me ve en las cantinas o en los antros, que mi tremenda resistencia etílica es una vacuna contra los escupitajos compulsivos de pendejadas de las que uno pueda arrepentirse, pe-ro la realidad es que siempre bebo.
Podría ponerme a contar muchas anécdotas chuscas, alucinantes, aberrantes, pero no es la intención. Por esta sangre han pasado cantidad de porquerías y este cuerpo ha corrido demasiados riesgos. No presumo ni me arrepiento de nada. He vivido simplemente lo que he tenido que vivir. Jamás he tenido algo parecido a una rehabilitación o una revelación astral o lección de vida que me haga enderezar el camino. De hecho no creo en caminos enderezados o torcidos. Simplemente vas creando tus propias circunstancias y te adaptas a las que la aleatoridad y tu físico te van poniendo en el camino. Hoy en día soy un hombre que lleva una vida digamos en exceso tranquila y disfruta en demasía su hogar. Soy monogámico por vocación, amo a mi esposa y no siento que me haya privado o me prive actualmente de algún placer. Se pregunta mi colega el Chango 100 como es que disfruto de la paz. Bueno, no es que hoy haya encontrado el camino correcto y abandonado el malo. Simplemente, en la medida de mis posibilidades, vivo la vida que me gusta vivir y como me gusta vivirla.
A veces requiero un poco de caos, pero mi caos es interno y solitario. No lo encuentro en los antros, ni en las fiestas, ni en los eventos culturales, ni en las pedas masculinas atiborradas de verdades absolutas, disertaciones filosóficas y confesiones bo-rrachas. Para vivir solo necesito a Carolina y para alegrar el instante requiero buenas dosis de metal, mucha literatura y buen vino tinto. Es este último punto el que me preocupa y el que ha motivado toda esta perorata. Mal que bien, el vino juega un papel importante en mi vida y quiero saber, o probarme a mi mismo, hasta que punto puedo ser libre de él. No es por cuestiones morales ni por tratar de ser políticamente correcto. Jamás he chocado en estado de ebriedad, ni he faltado al trabajo por una cruda ni he dicho algo de lo que pueda arrepentirme. Si un día me oyen pronunciar aberraciones tales como creo en Dios, votaré por el PAN, le voy a los rayados y amo a Estados Unidos en medio de una peda, entonces sí que nos podemos empezar a preocupar, a creer que mis neuronas están jodidas y que estoy desvariando. Pero afortunadamente el vino simplemente me hace gozar de un delicioso Carpe Diem y no confundir la vida. Lo único que me preocupa es la cuestión física. Hasta ahora no he padecido ninguna enfermedad derivada del vino y mi hígado, creo yo, está en buenas condiciones. Mi cuerpo ha sido noble pero no quiero llegar a los 30 años consumiendo los mismos litros de alcohol, pues algún día la máquina se va a estropear y si algo amo en demasía es la salud. El consumo de vino es hoy en día el único de mis placeres que puede acarrearme un daño. No fumo ni consumo ningún otro tipo de porquería. Mis otros vicios, la literatura, el metal y el futbol, no son nocivos para la salud (bueno el metal un poco para los tímpanos, he de reconocer). Si me demuestro a mi mismo que puedo ser libre del alcohol, entonces voy ganando el partido. No voy a entrar a AA ni me voy a poner en plan de Staight Edge al estilo Minor Threat ni voy a dejar de beber para siempre. Simplemente haré el ejercicio de privarme de este placer unos cuantos fines de semana, empezando por este. El siguiente ya veremos- ¿Será posible? Hagan sus apuestas señores-

Un cielo atípico el de esta mañana; nublado, muy nublado, como si te quisiera cantar la bronca y amenazar con aventarte una tormenta inclemente. Pero, y he aquí lo más bello del cuadro, pese la os-curidad del cielo, el Mar podía apreciarse con impresionante nitidez. Era como una perfecta fotografía en blanco y negro, como paisaje de Álvarez Bravo. Un horizonte furioso, atiborrado de nubes negras y un Pacífico desnudo, en el que las Islas Coronado podían apreciarse con absoluta claridad. Es lo bueno de no tener carro y viajar en taxi. Puedes perder tu mirada en el Océano y no tener tus ojos clavados en la carretera. Por eso pude apreciar hasta los colores de los barcos que llegaban a la Termoeléctrica y el plateado color del agua.

Menos de media hora más tarde, cruzando el puente peatonal de la 5 y 10, el mismo que fue premiado a nivel internacional por Cemex, fui asaltado por absurdas meditaciones sobre la mexicanidad.
Imaginé a un Samuel Ramos o un Octavio Paz sentados en el mítico crucero tijuanense de las avenidas Lázaro Cárdenas y Díaz Ordaz, disertando sobre la metafísica de nuestra cultura fronteriza.
Nuevamente volví a caminar de la 5 y 10 al trabajo. Me gusta caminar. Cuando camino pienso, maquino y alucino. Mis caminatas son asuntos muy peligrosos para la salud mental.


Un par de escritos motivados por el cielo tijuanense e inmortalizados en el lugar de los hechos con jeroglífica caligrafía en las páginas de mi amigo piel de vaca.

27 de octubre (en la banca donde aguardas taxis frente al Cecut)
Hoy esto es Tijuana, la ciudad de los cielos puercos, el hogar del polvo errante, el cementerio de todos los sueños. Uno diría, al ver estos cielos, así debe ser el paisaje del postapocalípsis, la ruina del deseo humano, el principio de una semana sin acuse de recibo ni promesa de retorno. Pero...a la chingada con el lenguaje poético.

30 de octubre (dentro de una humilde fonda de la Calle Ocho frente al cuartel de Policía)

...Y el lenguaje poético se fue a la mierda, a chingar a su madre sin escalas en compañía de todas sus metáforas, vestidas ellas de rimbombante celeste. Así que concretito mi compadre. Estoy en un im-probable restaurante del centro tijuanense. El cielo cumplió puntual su amenaza de lluvia y dejó de ser puerco. Frente a mi, un atajo de pobresdiablos yacen arrumbados dentro de una patrulla y La Ocho lanza un burocrático bostezo en homenaje al medió día mientras derrama una baba en tributo al próximo agente masacrado. Tomo soda de manzana verde, diriase transparente y he pedido una torta de chorizo destinada a ser mi primer alimento del día, a las 13:00 horas del nuevo horario (puras pinches mal pasadas) Los cielos en permanente amenaza de lluvia embellecen el rostro de las ciudades. La torta de chorizo ha llegado a mi encuentro, se regodea petulante sobre la mesa y hasta creo notar que me sonríe.

Wednesday, October 29, 2003

Luego de tres días de estar cubierto por el humo y lucir un color gris rojizo, el cielo de San Diego volvió a pintarse de azul.
Y con algo de retraso, yo entré de lleno al tema de los incendios sandieguinos del que me había man-tenido al margen en el plano profesional.
No entiendo como es que no hubo gente nuestra el lunes y el martes de la misma forma que no en-tiendo la fotografía que publicamos en primera plana el día 27.
Coincido con Angelopolis en que nuestra cobertura ha sido muy conservadora, un adjetivo muy benévolo por cierto.
La cuestión es que luego de mantenerme al margen, le entré de lleno al tema y hoy por la mañana me lancé con el Tizoc a buscar historias de gente que hubiera perdido su hogar.
Los albergues estaban ya casi todos vacíos, así que nos lanzamos a ver los vecindarios más afectados.
A los que les tocó bailar con la más fea es a los habitantes de Scripps Ranch, concretamente los de la calle Fairbrook.
No bromeo ni exagero cuando hablo de casas absolutamente carbonizadas, convertidas en montones de cenizas.
Algunas, como podrán apreciar en nuestra edición de mañana, con sus adornos de Helloween, cala-bacita, gatito negro y bruja, como mudos testigos de la devastación en flamas. También me llamó la atención ver esculturas y arquitectura wanabe greco romana emergiendo espectral entre las cenizas.
Fotos muy curadas la mera verdad y estampas muy pintorescas las que me tocó ver. No es que sea indiferente al dolor, pero la mayoría de las casas chamuscadas estaban debidamente aseguradas.
Ahora que me pongo a meditar, es la primera vez que me toca ver a gente bonita ser víctima de un desastre natural. Y es que en Scripps Ranch vivía pura nice american family, blanca, anglosajona y protestante, casas con alberquita, cancha de basquet, jardín para hacer barbecue los fines de semana disfrutando la NFL, con sus muebles IKEA, sus carros de modelos posteriores al 2000 y su fe en el Governator. Salvo el caso de los familiares de las víctimas del WTC en NY, que no fue un desastre na-tural, siempre me toca ver sufrir a los jodidos. Bueno, he visto a los burgueses de Chipinque cagados de miedo cuando se incendia la Sierra Madre, pero nunca me ha tocado ver que pierdan sus casas.
A menudo veo padecer a la gente de las colonias populares, a esos que parecen nacidos, manufactu-rados, educados y destinados a la eterna derrota. Pero no muy a menudo puedes ver a gringuitas de bellos ojos hurgando entre los carbones de lo que fue su hogar, que por cierto pagará el seguro. Los ricos nunca pierden y si son gringos menos. En cierta forma se tomaron hasta con cierto sentido del humor la tragedia, si bien el domingo se debieron zurrar al ver de cerca a la Santísima. De cualquier manera, toda la gente que entrevisté se mostró relajada y ninguno se soltó chillando. Una doña me dijo que lo más lamentable era perder las fotos de sus niños cuando eran bebés, pues jamás volverían a tener esa edad y salvo un matrimonio de whitetrashers que perdieron su casa móvil, los demás se tomaron con relativa calma la tragedia.
Por cierto que los whitetrashers nos pidieron aventón a Hill Crest y los cabrones se bajaron así como así, a media calle, con una patrulla atrás. Pensamos que nos iban a parar, pero la tira se fue de largo. Por lo demás, el cielo californiano vuelve a ser azul y yo sigo apestando a ceniza.

Tuesday, October 28, 2003

Podrá ser un periódico fascistoide y colaboracionista, patriotero a más no poder y émulo de las más odiosas causas republicanas. Pero todo eso se olvida cuando uno ve la portada del San Diego Union Tribune de este día 28 de octubre de 2003- Eso es diseño, eso es periodismo gráfico, esas son cabezas. Esta portada es para enmarcarse y enseñarla a los futuros periodistas como ejemplo de lo que se debe hacer. Una señora portada y una señora cabeza, una imagen que habla solita, sin necesidad de mayores explicaciones. Al inteligente lector, pocas palabras: -Beyond belief- y la imagen de una virgen bajo un cielo rojo en un entorno devastado. Me gusta para portada de disco de una banda tipo At the Gates. Mis respetos a los colegas sandieguinos. Podré no coincidir en lo absoluto con su línea ideológica, pero me pongo de píe ante su diseño.

En un día como hoy...

Un 28 de octubre, hace siete años, estaba en Amsterdam- Lo que en esa ciudad me sucedió es una historia intensa con triste final de la que no quiero hablar más. Lo que importa es que esa lluviosa mañana yo tenía que irme de ahí cuanto antes. En mis manos tenía el Eurailpass de un brasileño que me lo regaló aún con ocho días de viaje a cambio de que le pagara su taxi al aeropuerto De Gaulle de París, pues el pobre se había quedado literalmente sin un pinche quinto.
La cuestión es que el pase terminaba su vigencia el 29 de octubre y dado que mis recursos eran de lo más limitados, era imprescindible utilizarlo dando un brincote kilométrico. Me largué de Amsterdam pero al llegar a la frontera con Bélgica, ¡sorpresa¡ Los ferrocarrileros belgas estaban en huelga. A gritos y sombrerazos cruzamos Bélgica en camión y al llegar a la frontera francesa en Lille nos volvieron a trepar al tren. Para entonces había hecho amistad con unos paraguayos. Llegamos a París bien entrada la noche, pero yo no deseaba perder ni una hora así que a correr en putiza de Nord a Austerliz a agarrar un tren a Madrid. Tras algún tiempo de espera encontré lugar y agarré monte. Para entonces ya era la madrugada del 29. Cruzamos la frontera española por Irún y de ahí en un tren pachorro de largo recorrido Renfe hasta Madrid a donde arribamos en la tarde. En total entre un cambio de tren y otro, los ferrocarrileros huelguistas y los camiones belgas, me metí como 27 horas de la Central Staation de Amsterdam a Chamartín en Madrid- Los días que pasé en Madrid fueron los más divertidos de todo mi viaje, pero eso, también es otra historia.



Esclavo de la nave

Esto es la crónica de una pinche catástrofe anunciada. Es ver la tempestad y no arrodillarse. Sabía que cuando esto sucediera la íbamos a pasar mal e intuía (no se necesita ser profeta para saberlo) que tarde o temprano iba a ocurrir. Lo Anticipaba y me lo anticiparon. Todo mundo lo cuestionaba: - ¿Y que vas a hacer allá tan lejos si te falla el carro?- Pero el carro no fallaba. Fui puntual con los cambios de aceites, moderado con las castoreadas, jamás faltó gasolina en el tanque, pero cuatro meses y seis días después de habitar oficialmente en dónde el diablo se echó un pedo y ya no huele, el carro decidió no encender más. Así como así, sin hacer grandes aspavientos ni lanzar advertencias previas.
La tarde de ayer el carro simplemente no encendió. Y no es batería muerta, pues el estéreo y las luces encienden perfectamente. Por fortuna eligió el lugar más adecuado para hacer el berrinche: El esta-cionamiento de Frontera. No quiero imaginarme lo que hubiera sucedido si lo hace en la madrugada del sábado en un oscuro estacionamiento luego de tres botellas de merlot o a temprana hora de la mañana cuando vamos vueltos madres al trabajo. Dentro de los males, el menor.
Y sí, alguien podrá cuestionar, a este pinche fresita que nació sobre ruedas se le acaba el mundo sin su vehículo. Pues eso es lo peor de todo. Yo soy un as para moverme en transporte público y me la rifo caminando grandes distancias. En todas las casas que he vivido en cuatro diferentes ciudades, siempre me las he arreglado para moverme sin carro. Camiones, burras, taxis, muchísima bicicleta y harta pierna para caminar. Durante cuatro años habité en Playas y jamás fui esclavo de un vehículo. Incluso habitando en el recóndito pueblecito de Groton Massachussets me movía en bici hasta la estación de tren. Pero donde vivimos ahora no hay de otra. Carro o carro a huevo, quieras o no. Las distancias que nos separan de Rosarito y Tijuana no son caminables, además de que caminar por la escénica en la noche puede ser un suicidio. La situación me pone de un humor perruno. Yo jamás había sido esclavo de una nave y ahora lo soy. Para poder salir de casa es necesario pedir un taxi libre de Rosarito que nos vaya a recoger. Dicho taxi nos deja a la entrada de Rosarito, por donde está el Calimax y de ahí tomamos otro taxi hasta Tijuana centro y de ahí otro para el trabajo. Una reverenda e inhumana joda.
Pero el señor quería vivir lejos, apartado de la ciudad, el bullicio y la falsa sociedad, en un rinconcito apacible y con vista al mar. Ahora a pagar el precio y a sufrir. Por lo pronto debo dejar de escribir y hablarle al pinche mecánico. ¡ ¡¡¡¡MIERDA ¡¡¡¡¡¡

Monday, October 27, 2003

Se me borró un pinche post. Ahí les va de nuez-

Resumen del fin de semana-
Flamenco y santanazo

Viernes- Tras la matazón del jueves y con la gripa que me cargaba a cuestas, el cansancio era como un menhir de Obelix o una piedra de Pípila. Huí temprano a casa y cenamos deliciosos filetes acompañados de una botella de cabernet seguida de un merlot. Carolina me regaló el disco de Audioslave y lo escuchamos varias veces esa noche. Luego de tres o cuatro escuchadas concluyo que es un gran disco. Tiene mucho de la esencia Soundgarden (sin duda el mejor producto que engendró la parafernalia grunge y el que en lo personal me gusta más) y por fortuna ni pizca de Rage Against (uno de los mayores vómitos de los 90, a mi juicio). Un álbum de buen rock, con innegables raíces clásicas. No es una fusión ni un experimento. Un disco que hacía falta en nuestro aparato.
El vino combinado con un fuerte antigripal hizo su efecto y dormí como piedra.


Sábado- Despertamos tarde, por ahí de las 11:00 de la mañana. Comimos unos deliciosos mejillones con pasta y un poco de merlot. Por la tarde volví a caer dormido. En la noche salimos a disfrutar una velada flamenca en el Patio Sevilla a un costado de la Monumental Playas de Tijuana. Hacía un frío cachondo y por primera vez en mucho tiempo volví a utilizar mi abrigo de cuero. Por mera aleatoriedad nos tocó compartir la mesa con un colega de El Sol de Tijuana y con el hermano de un funcionario panista ambos con sus respectivas esposas. No me gusta encontrar a gente del mundo de la política y el periodismo cuando salgo a divertirme, pero confieso que no la pasé mal. Los bailaores bien. Bueno, digamos que el show lo llevaba un hombre que rondaba los 50 años que si bien no era Joaquín Cor-téz, bailaba bastante bien y su voz a la hora de ejecutar el cante gitano no era mala. Había una ágil bai-laora vestida de rojo que tenía gracia en cada uno de sus movimientos y otra más vestida de verde a la que cada paso le costaba horrores lo que la hacía ver tremendamente acartonada. A Carol le gusta el flamenco casi tanto como el tango. Hace dos años, estando en España, nos dimos gusto recorriendo tablaos. Los guitarristas cumplieron. Lo peor fue la paella. Mala, insípida y grasosa. Carolina apenas la probó y la hizo a un lado y es que acostumbrados como estamos a la buena mesa, una mala paella es un insulto a nuestro paladar. La conversación con le colega y el panista giró entre la política, la vida cotidiana, las familias, los vinos, la música. Una plática políticamente correcta, sin palabrotas ni opiniones radicales de mi parte. Resultó que el panista había estudiado en Monterrey y recordaba la ciudad con nostalgia. La gente no puede creer que yo sea de Monterrey y viva en Tijuana y tampoco puede creer que sea un abogado titulado que se dedica a ejercer el periodismo. Sospecho que lo consideran un disparate, un absurdo y algo muy parecido a un error garrafal. Yo contesto como Calamaro: - Siempre seguí la misma dirección, la difícil la que usa el salmón. O como Entombed- My choice is the left hand path- Pasada la media noche y luego de descorchar tres botellas de Cetto, nuestro exigente paladar gourmet que con despotismo de príncipe había rechazado la grasosa paella, reclamó algo de fina re-postería y fuimos a los tacos Polo a deglutir unos deliciosos suaderos. Luego de consentir al sentido del gusto son semejantes manjares, emprendimos el retorno por una carretera escénica cubierta de niebla escuchando el Abigail de King Diamond.

Domingo- Lo confieso: amanecí crudo. Lo peor es que el agua de garrafón se había agotado y tuve que combatir la resaca con pura Pepsi con hielos. El santanazo retumbaba en la ventana y a lo lejos se escuchaba el estruendo de cosas que se caían. Carolina preparó deliciosas rajas con queso. Después hice tremendo coraje con el gol olímpico que le metieron a los Tigres y el gol injustamente anulado por inexistente fuera de lugar. El hubiera no existe, pero el juego contra las aguiluchas de Televisa era 2-2. En fin, nada me quita la felicidad de haber ganado el clásico. Los vientos de Santana hicieron sus estragos y derrumbaron nuestros dos arbolitos. Por fortuna no los rompió, únicamente los ladeó y nosotros volvimos a colocarlos en la posición correcta, desafiando aquello de árbol que crece torcido jamás su tronco endereza. Cerca de las 17:00 el cielo estaba rojo. Tarareando en la mente Nuclear Fire de Primal Fear salí de casa y sentí el hedor a polvo y cenizas. Contemplé el Mar y el paisaje era apocalíptico. Imaginé que así se vería la ciudad después de un bombardeo. Para entonces aún no estaba enterado de la magnitud de los incendios en San Diego. Rentamos una película, Frida, que sirvió para que me durmiera (Ya he dicho que el cine es mi mejor pastilla para dormir) y entre sueños me llegaban las voces aguardeintozas de Chavela Vargas y Lila Downs-

Hoy es lunes y me cuesta trabajo existir. El aire apesta a cenizas, el cielo sigue mostrando un color de bombardeo y aunque dormí bastante bien, arrastro conmigo una falta de creatividad e iniciativa laboral propias del inicio de semana. Arden los ojos, la garganta y si me gustaran las metáforas diría que hasta el alma. Solo deseo que este fuego, amigo o enemigo, no incluya en las fechas de su tour una visita a Hacienda del Mar. Ruego también para que los gringos no le carguen a la cuenta del terrorismo estos devastadores indendios. Por ahora, solo me resta ponerme a columnear, mirar el cielo e imaginarme que Tijuana es Pompeya el día que escupió El Vesubio.


Redundancia nercológica

La redundancia necrológica es una de las jugarretas preferidas de la Santísima Muerte destinadas a aquellos que se dedican a escribir en torno a sus parrandas.
Aquí en el periódico puedo recordar frases históricas que llegaron a publicarse. -El cadáver del muerto- de Barroso -Muere al suicidarse- de Ariel. Así se las gasta la Santísima. Las redundancias al hablar de muertos traicionan a cualquiera. Yo estaba invicto, pero la Santísima me hizo la jugarreta. Por fortuna no la publiqué en el periódico, pero sí en el blog y no tiene nada que pedirle a las dos anteriores: --Frente al cuerpo de un cadáver?Ja, ja , ja- Menos mal que el cadáver no era pura materia espiritual y ontológica o un ente abstracto incorpóreo. Era imprescindible para mí el dejar bien claro que ví el cuerpo de un cadáver y no la idea, la alegoría, el holograma, la sombra o la silueta del mismo. Con una mente tan adicta a la metáfora, prescindir de la redundancia hubiese acarreado consigo lamentables confusiones.