Eterno Retorno

Friday, May 06, 2011


Tomé el autobús de Santiago a Valparaíso y toda la carretera fue para mí una ebullición de ideas en donde desfilaron una tras otra mil y un portadas con frases que iban de lo solemne a lo irreverente. Me imaginaba parada frente a Alfio Wolf, que respondía a mi entrevista mirándome desde un oscuro trono rodeado por lobos, serpientes y esclavos. Me imaginaba perseguida por sus esbirros en un oscuro callejón de Tijuana, atacada por fieras mitológicas en un circo romano o seducida por la opulencia de un narco-palacio mexicano. Me imaginaba ganando el premio de la Fundación Nuevo Periodismo y me imaginaba el heladísimo pisco-sour que me bebería al bajarme del autobús en Valpo. Bueno, no fue uno ni fueron dos. En realidad fueron cuatro pisco sour los que bebí en un bar cerca de la estación de autobuses celebrando la proximidad de mi viaje, antes de caer en la cuenta de que mi proyecto estaba en pañales. Cierto, había ganado la madre de todas las batallas, que era conseguir que el consejo de la revista aprobara mi viaje a Tijuana, pero siendo brutalmente honesta, debo confesar que en la junta con los editores dije una que otra mentira para obtener su aprobación. Aseguré tener una amplia red de contactos en la frontera mexicana y la verdad es que mi único vínculo con la tierra bajacaliforniana era la lectura frecuente del blog de Demián Lozano, con quien por cierto jamás había hecho contacto. Llevaba más de dos años leyendo periódicamente al reportero tijuanense y la verdad es que ni por la cabeza me había pasado interactuar con él de alguna manera. También es cierto que Demián no la ponía nada fácil, pues en su blog no había espacio para comentarios ni venía correo electrónico alguno como referencia. A lo mejor Demián era un personaje ficticio, el invento de una mente ociosa, pero no se me ocurría otro punto de partida para iniciar mi aventura tijuanense que contactar con él. Cierto, podía dar con el teléfono del Gobierno Municipal de Tijuana o de las oficinas del Hipódromo y apostar por la más ordinaria y lenta de las vías tratando de contactar al jefe de prensa o gerente de relaciones públicas para gestionar la entrevista, pero pensé que lo mejor sería empezar tanteando terreno con un colega de oficio. Con los cuatro pisco sour bailándome en la cabeza, me di a la tarea de buscar mi primer contacto con alguien a quien solo conocía a través de la lectura de sus desvaríos blogueros….

Thursday, May 05, 2011


En el Monterrey de 1991 la tasa de homicidios era, digamos, unas 30 veces más baja que en 2011 y el riesgo de caer víctima de un narcobloqueo o atravesarte en el camino de una bala errante dentro de un amistoso intercambio entre sicarios y militares, era del uno por ciento. Sí, ya lo sé, eso de ponerte a idealizar el pasado como un edén de tranquilidad y pachorra y salir con peroratas tales como que podías dejar el carro abierto toda la noche sin que nadie ni siquiera lo mirara con malicia y que una joven de 16 años podía atravesar la calle Aramberri a la una de mañana sin que nadie osara proferir expresiones obscenas, es una actitud de una insoportable doñilidad senil, una doctrina barata de la peor escuela tandamandapiezca. Por favor, si el “narrador” va a salir a aburrirnos con que en “sus” anacrónicos tiempos Monterrey era un edén de seguridad, le vamos a pedir que se retire a tomar chocolate a un asilo. Pero el narrador, o sea yo, responde que es cuestión de revisar las estadísticas, las costumbres y el léxico, para concluir que el Monterrey, y el México entero, de 1991, era un poquitín más seguro que el de 2011. Lo más fácil sería ir a las cifras de homicidios y ahí sí el futuro pierde por goleada. Pero mejor detengámonos a analizar el léxico y la jerga de aquellos tempranos 90 y veremos que por su ausencia brillan expresiones tales como “levantón”, “sicario”, “halconear”, pozolear” “encajuelar”. Si hubieras utilizado esas expresiones en el pasillo de tu prepa en 1991 nadie te hubiera entendido, pero veinte años después, en el mismo pasillo, esas expresiones se repiten compulsivamente. Cierto, también está el léxico de la tecnología y si bien nadie sabe que la definición de pozolear es deshacer cuerpos en ácido sulfúrico, mucho menos van a saber en 1991 lo que es twittetar o googlear o bloguear, pero por favor no nos desviemos del tema.

Tuesday, May 03, 2011



Bin Laden y la ausencia del trofeo de caza

Para el ego y la legitimación de todo cazador que se dé a respetar, lo más importante es mostrar al mundo su trofeo de caza. El cazador puede retornar cargado de anécdotas de su expedición al África y jurar, a quien quiera escucharlo, que en fantástica persecución dio alcance a un codiciado leopardo negro, pero mientras el cazador no presuma orgulloso la cabeza o la piel de su presa, para los malpensados, que son miles, siempre habrá lugar a dudas. En semanas recientes he escrito y reflexionado en torno al uso político de los cadáveres a lo largo de la Historia. En los dos últimos números de El Informador, hemos hablado de los cadáveres como herramientas necesarias para escarmentar o legitimar políticamente. Confieso que ya pensaba cambiar de tema, pero las circunstancias que rodearon la captura del líder de Al Qaeda Osama Bin Laden me han hecho dar una vuelta más a la tuerca del uso mediático del cuerpo muerto del enemigo. La figura y el papel del enemigo público más buscado por la justicia es ancestral. Las “buenas conciencias” del mundo siempre han tenido un gran demonio como destinatario de sus odios, pavores e inseguridades, un maligno adversario capaz de provocar pesadillas y mantener bajo amenaza la seguridad e integridad de los “buenos” de la película. El bandolero de la comarca, el violador, el asesino, el guerrillero, el malo, el villano, el coco. En el año 71 A.C. Espartaco, el esclavo insumiso, era el gran demonio de Roma. Los esclavos rebeldes capturados tras la batalla final, fueron crucificados públicamente, pero hubo un detalle que molestó e inquietó a Roma durante mucho tiempo: el cadáver de Espartaco, que todos los patricios deseaban ver, jamás apareció. Mostrar a las masas el cadáver del enemigo es un momento tan apoteósico y cargado de simbología como lo es para un equipo levantar la copa. En la Nueva España de 1810, Miguel Hidalgo hacía perder el sueño a los ricos mineros y comerciantes peninsulares y por obvias razones, ni el virrey Venegas ni el sanguinario Calleja iban a conformarse con presumir la noticia de su fusilamiento. El cadáver del enemigo es un tesoro político con una increíble rentabilidad a la que hay que sacar todo el jugo posible. Los realistas no se conformaron con mostrar una vez los cadáveres de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, sino que colgaron sus cabezas en la Alhóndiga de Granaditas durante una década entera para que todo mundo pudiera verlas. De esta manera, los acaudalados guanajuatenses podían dormir tranquilos al ver que sus enemigos estaban “bien” muertos. Los ejemplos de cadáveres-trofeo a lo largo de la Historia son muchísimos. Tomarse la foto con el cuerpo del enemigo como un cazador se retrata con la cornamenta del venado recién abatido fue la costumbre en el Siglo XX. Tal vez el máximo ejemplo es el de los felices soldados bolivianos que posaron para la cámara junto al cadáver de Ernesto “Che” Guevara o los subordinados de Acosta Chaparro y Nassar Haro que se retrataron con el cadáver de Lucio Cabañas. Cuando la muerte era por ejecución y no en el campo de batalla, el fusilamiento o el ahorcamiento se convertían en un acto público. El momento en que se quitaba la vida al enemigo siempre fue el espectáculo teatral más demandado. Los revolucionarios franceses enseñaban al pueblo las cabezas recién guillotinadas de los nobles para que no hubiera lugar dudas. Aún así, con todo y la presentación del cadáver del enemigo en “rueda de prensa”, siempre hay un lugar para la leyenda. El cuerpo de Emiliano Zapata fue mostrado y fotografiado en el centro de Cuautla el 10 de abril de 1919 y pese a ello a la fecha hay quien asegura que el Caudillo del Sur no murió en Chinameca y que el cuerpo era el de un impostor, pues le faltaba cierto lunar y cierta cicatriz. La imagen del enemigo con una bala en la cabeza o con la marca del la soga al cuello es un símbolo de victoria, poder y humillación. Mussolini y su amante fueron colgados como reses para beneplácito de los antifascistas italianos que se dieron gusto vejando sus cuerpos. Hitler sabía muy bien el destino que correría su cadáver de caer en las manos de los soviéticos y por ello su última orden fue la de convertir en cenizas su cuerpo y el de Eva Braun. La posteridad habla por sí sola: nadie duda que Mussolini murió y en cambio sobran leyendas sobre un Hitler sobreviviente y oculto en Sudamérica. Alguien ha dicho que desde el final de Hitler en 1945, no había tal júbilo mundial al recibir la noticia de una muerte como ocurrió esta semana con Osama Bin Laden. Pues bien, la caprichosa historia ha tejido sus hilos y generado varias incómodas coincidencias entre la muerte del jerarca nazi y el líder de Al Qaeda. Hitler se suicidó el 30 de abril, pero la noticia de su muerte se conoció hasta el 1 de mayo, fecha en que 66 años después el mundo celebró el asesinato del terrorista saudí. El Mito del Eterno Retorno es un artista. Hay una fotografía de masas eufóricas en Times Square celebrando el 1 de mayo del 45 la muerte de Hitler de la misma forma que un 1 de mayo de 2011 celebrarían en el mismo sitio la muerte de Bin Laden. El Eterno Retorno es caprichoso y la Historia una maestra con pésimos alumnos. La no aparición del cadáver de Hitler fue tierra fértil para que brotaran como hongos teorías de fuga y supervivencia. Estados Unidos tenía el cadáver de Bin Laden, pero decidió arrojarlo al mar. ¿Por qué? ¿Quién pudo tomar una decisión tan absurda? Supongo que hay una razón de muchísimo peso que sin duda no alcanzo a comprender, pero lo de no mostrar el cadáver del terrorista me parece, desde mi ignorante posición de espectador, un error político monumental, una puerta abierta a mil y un teorías de conspiración. Un cadáver no mostrado se convierte en un fantasma incómodo, un espectro terco y molestón que produce noches de insomnio y alucinaciones de duermevela. Por la salud mental de Occidente, el cazador debe mostrar su trofeo de caza.


Monday, May 02, 2011



Es el nuestro un mundo odiosamente medieval. Somos la encarnación decadente del espíritu más oscuro de la humanidad. Tres imágenes dan la vuelta al planeta en estos días sólo para recordarnos que entre nosotros, los racionales seres pensantes del Siglo XXI, y las multitudes embrutecidas que hace mil años gritaban “Deus Vult” y se lanzaban en harapos a las Cruzadas siguiendo el llamado del Papa Urbano y Pedro el Ermitaño, no hay diferencia alguna. Somos igualitos. El hombre medieval somos nosotros. El Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Francesa, la Ciencia, la era espacial pueden irse al carajo. Nosotros somos felices siendo medievales. Nos postramos ante reyes, nos postramos ante príncipes de la iglesia y nos regodeamos al saber que nuestro demonio favorito ha muerto. La cruzada ha sido exitosa. Brindemos.


Escena Uno: Los principitos de un ancestral reino, cuya economía yace en inocultable decadencia, contraen matrimonio y el planeta entero les rinde pleitesía. El papel de estos principitos es representar una pantomima solemne mantenida con los impuestos de los británicos, una triste opereta turística, un oneroso museo de cera, un reality show de sangre azul que levanta los suspiros de millones de aprendices de cenicientas que esperan el momento de ver convertida en imperial carroza su calabaza de salario mínimo y aguardan la transformación en príncipe de su sapo proletario. Cuando hay sangre real de por medio y en el árbol genealógico hay historias de reinas decapitadas, encadenadas en la Torre de Londres o embarradas con su amante bajo un puente parisino, las ventas del show están aseguradas. Pero la verdad es que no se necesita tener sangre azul en las venas para ser estrella de un reality como éste. Aunque el Artículo 12 Constitucional prohíbe los títulos de nobleza en México, nuestros aristócratas se regodean en páginas de revistas petulantes que un millón de clasemedieros leen para soñar lo que nunca podrán ser y admirar a quien les escupe.


Escena Dos: El que fuera el jefe de estado más poderoso del orbe, el monarca que regulaba millones de conciencias y voluntades en todos los países, inicia su camino hacia la santidad y las multitudes lloran a moco tendido atribuyéndole milagros. El hombre que nos condenó al infierno por atrevernos a usar un condón o por tener la osadía de tomar una pastilla anticonceptiva, el príncipe eclesiástico a quien le gustaba ver nacer niños con sida y para quien la pederastia era apenas una comprensible debilidad de los siervos de Dios, ya se acerca a la más alta jerarquía en el reino de los cielos. Tal vez desde su nuevo puesto de beato, o santo súbito, podrá interceder por su buen amigo Marcial Maciel, que sin duda en el cielo tendrá hartos querubines a su disposición. También solicitar de la manera más atenta a San Pedro que deje entrar a su compadre Augusto Pinochet y sin duda desde su beatitud podrá gestionar más oro y diamantes para la tumba de José María Escrivá. Opusdeistas y legionarios lloran de emoción y los niños violados sobre el cuerpo de Cristo cantarán a coro por el nuevo santo.


Escena tres: El Sacro Imperio de la Libertad nos jura que ha matado a su satán favorito y las masas yacen en éxtasis orgásmico en Ground Zero. Satanás ha muerto. El Bien ha triunfado. El Mundo es ahora un lugar más seguro. Duermo tranquilo. La gran cruzada ha castigado al infiel. El honor de las víctimas del terrorismo ha sido lavado y los puntos de popularidad de un presidente incapaz de encontrar receta para su devastada economía, van a la alza por arte de magia. Final feliz.


PD- Solo una cosa ha fallado en este libreto: El rol principalísimo que debe jugar el cadáver. Todo cazador presume a su pieza. Sin la gran cornamenta del venado en sus manos, el cazador tiene cara de farsante. La cabeza de Osama debió ser expuesta y acaso debió adornar el despacho oval como una pieza de cacería mayor. Hace poco escribía y reflexionaba en torno al uso político de los cadáveres. Un cuerpo es una herramienta necesaria para escarmentar o legitimar políticamente. Todos los cuerpos de los grandes villanos han sido expuestos y diseccionados para dar lecciones y no dejar lugar a dudas. Zapata, Villa, Che Guevara, Mussolini. El cadáver de Hitler nunca fue visto por el “Imperio del Bien” y 65 años después las dudas persisten. ¿Arrojar al mar a tu presa más codiciada? ¿Deshacerte de un cuerpo que debiste analizar con microscopio? Lo siento, pero algo huele podrido en mi reino.


Disculpen por este arranque de anarquista hormonal, pero a veces la humanidad me hace perder la fe. El hombre no es un ser más racional, ni más consciente, ni más ecuánime. Al final somos el mismo supersticioso embrutecido que veía monstruos marinos y ángeles exterminadores. Bastaría que un líder cualquiera legitimado por los medios saliera a decirnos que la Tierra siempre sí es plana y que los círculos infernales yacen bajo nuestras suelas para que le creamos. Ninguna de estas tres grandes noticias mundiales beneficiará en lo más mínimo a la humanidad. El mundo no es más justo, ni más seguro, ni más solidario. Tampoco su aire y sus mares están más limpios. Y por favor no confundas mi postura. No es simple anticatolicismo ni antiimperialismo de unamita. Yo no creo en ningún dios, pero pienso que ese señor del monoteísmo que inventaron los judíos, perfeccionaron los cristianos y llevaron a su expresión más aborrecible los musulmanes, es el gran genocida y el responsable de muchos de los males de la humanidad. Y me repugna el Vaticano y los curas pederastas, pero aún más me repugnan los predicadores bíblicos del protestantismo evangélico, aunque si tuviera que elegir a cuál de las tres manifestaciones del monoteísmo desaparecería primero, elegiría desaparecer a ese déspota llamado Alá. De todas las bestias monoteístas la musulmana es la más maligna. Pero esto no se arregla castigando curas pederastas o mandando talibanes a Guantánamo. Las cacareadas revoluciones del mundo árabe no servirán de nada mientras el pueblo no asesine a su verdadero dictador que no se llama Gadaffi ni Mubarak. Se llama Alá. La única revolución posible es una revolución deicida.