Hablemos de Corazón tan Blanco y las pinturas negras, de la librería pordiosera, el tigrito blanco vendido en duermevela y la plaza aledaña a la macro. No he querido saber pero he sabido que soñé con un libro pepenado en remate y casi arrebatado Mister Phuy. Había también separadores de libros con figuras de aquelarre goyesco. Todo lo había pero hoy no tengo ese libro entre mis manos aunque Mister Duncan cumplió con aparecer saliendo de El Día y yo recordé que en los entreveros librescos no hay casualidades. El blanquísimo corazón quiere decirme algo.
2:22- De aquella fuga sobrevive el carrito de supermercado en desbocada carrera por la avenida Juárez. Éramos dos y clara me ha quedado nuestra condición de irredimibles prófugos. La calle era una pendiente de norte a sur y el carrito un bólido motorizado. Eran las 2:22 y mis pies estaban fríos en plena madrugada de agosto. Huíamos –sí- y estábamos psiquiatrones, escapados de un manicomio, quinsones, pirados de remate. Éramos, ni duda cabe, un carnaval de catástrofes neuronales.
Friday, August 26, 2016
Monday, August 22, 2016
La noche del sábado, mientras presentábamos Dispárenme como a Blancornelas en el Franz Praga, se mató Ignacio Padilla. Aunque jamás olvido que la Muerte camina siempre nuestro lado, la repentina partida de un escritor que estaba en plenitud creativa no deja de impresionarme. Gran cuentista, pero sobre todo un ensayista fuera de serie. Grande Nacho. Tiempo de navegar a la Isla de las tribus perdidas e invocar la llama del encendedor a la media noche.
Tengo algún kilometraje recorrido en la libresca vagancia, pero lo de la noche del sábado colegas míos, fue punto y aparte. Acaso fue el shakespereano sueño de la noche de verano, la atmósfera del Franz Praga, el buen vinito, pero yo sospecho que lo más chingón de todo fue poder ver y charlar con personas a las que en verdad aprecio y con las que me unen tantas filias. No lo sé mis amigos, pero anoche simplemente me prendí y me emocioné y les juro que hacía un buen rato que no me sentía así. Gracias a Samantha por idear y organizar este aquelarre literario y a Jaime, Laura e Hilario por acompañarme en la mesa y también a Jorge Ruiz Dueñas cuya voz irrumpió en la noche tijuanense aunque se encuentre a 3 mil kilómetros de distancia. Jaime suele sacarme inesperados ases bajo la manga, pero anoche se voló la barda con esta grata sorpresa. Colegas: hay tardes en que pienso que el desparramadero de palabras es un ejercicio de arado en el mar, un arrojar botellas condenadas al naufragio, pero después de una velada como la de anoche te das cuenta que aún en las tormentas los barcos de papel llegan buen puerto. Gracias a todos por estar y gracias por leer. Al final, la herencia que me ha dejado tanto libro es un arsenal de gratitud.