Cada que Tijuana se roba las primeras planas de los medios nacionales, mis amigos de otras partes de la República repiten la pregunta ¿No tienes miedo a que te maten? La respuesta es simple: No tengo miedo. En términos de probabilidades estadísticas, son muchas más altas mis posibilidades de morir en un accidente en la Vía Rápida o en la carretera libre a Rosarito que por la bala de un sicario. Aún en el supuesto imposible de que Tijuana fuera una ciudad pacífica, sus avenidas mal diseñadas, plagadas de baches e infestadas de conductores burros e infernales (casi todos sinaloenses by the way) son un desafío mucho más mortífero que el crimen desorganizado. Chequen las estadísticas. Aunque aquí los años tienen menos días que asesinatos, la realidad es que es todavía más la gente que muere en accidentes. Pero bueno, concediendo que habito en una ciudad un tanto cuanto violenta, admito que existe cierto riesgo a morir víctima de un plomazo, sea accidental o dedicado que para el caso es lo mismo, pues la bala igual agujera. Ok, digamos que me matan de un balazo por andarme metiendo en lo que no me importa, por jalarle la cola al Diablo o por estar en el lugar equivocado. ¿Cuál es el pedo? Si alguien me da escoger entre morir esta tarde víctima de una bala que atraviese mi cerebro y apague mi vida en un par de segundos o morir dentro de 50 años en una cama del Hospital General víctima de una insuficiencia renal, de un cáncer o de una diabetes, ¿qué elijo? No se ustedes, pero por sentido común señores, yo elijo que me maten. Bendito sicario, me ahorraría un dineral en medicinas, sufrimientos, sinsabores y mortificaciones a mis familiares. No entiendo por qué se considera el prototipo de la felicidad eso que llaman "morir de muerte natural", cuando por muerte natural se entiende vejez, decadencia extrema y enfermedad. Para empezar, toda muerte es natural. Lo antinatural sería que no existiera muerte y fuéramos una suerte de nosferatos eternos. Only Death is Real dirían los thrashers sanfransiscanos de Possessed. Envejecer significa decaer, significa sufrir y Dorian Gray sólo existió en la mente de Wilde. Si Juan Ponce de León de verdad hubiera encontrado la fuente de la eterna juventud en los pantanos de la Florida o si Mefistófeles de verdad vendiera pactos fáusticos en cómodos abonos cargados a la tarjeta de crédito, entonces sí, venga pues, elijo vivir muchos, muchísimos años. Pero haga lo que haga voy a envejecer, igual que tú. No le hace que coma frutas y verduras, que no fume, que me duerma tempranito, que camine diario. Decaes porque decaes. Luego entonces, evítate la pena de la podredumbre.
Patriotas
No me gusta ni me ha gustado nunca el deporte gringo. Algunos juegos como el beisbol ni siquiera los entiendo (y si quieren que sea sincero lo aborrezco) Pero he de admitir que la NFL es capaz de captar un poquito de mi atención, algo así como el .1% de la atención que capta el FUTBOL con mayúsculas.
En realidad para mí es más interesante un juego cualquiera de los Xoloizcuintles Tijuana, que el Súper Tazón, pero bueno, a veces las finales de conferencia y el súper domingo los sigo de reojo, como no queriendo la cosa y si no hay nada mejor que hacer. Este fin de semana se juega un partido que tiene cierto significado para mí. Patriotas vs San Diego. Si hay dos ciudades de Estados Unidos por las que he caminado hasta la saciedad, estas son Boston y San Diego. En Groton Massachussets, en el corazón de la bella Nueva Inglaterra, viví feliz medio año de mi vida con la familia Davy. Nueva Inglaterra es por mucho la parte de Estados Unidos que más me gusta, con la que más me identifico, la que más quiero (y la que produce la mejor cerveza de América llamada Samuel Adams) Una parte de mí se quedó en esos bellos bosques y el Foxboro fue el primer estadio gringo que visité en mi vida. San Diego es mi ciudad vecina y aunque no me identifico con su espíritu, he de reconocer que es bonita y que la visito con endiablada regularidad (en los últimos cinco días he ido dos veces y el próximo martes voy de nuevo a ver a Exodus) San Diego es como esa morra que dices: “Pues sí, es bonita, está buena, pero nunca me enamoraría de ella”. Le falta no se qué, pero no hace click conmigo y nomás no me seduce. De Boston en cambio sí me enamoré. Me seducen más las ciudades antiguas, con tradición, de estilo europeo. Mucho antes de que San Diego fuera mi vecina, yo sentía simpatía por Chargers, pues ha sido siempre el equipo de mi padrino José Manuel (el máximo conocedor de la NFL que conozco en este mundo) Además San Diego tiene los colores amarillo azul de los Tigres y el Boca. Hoy en día en mi ciudad vecina todos traen puesta la camisa de los Chargers y la verdad nunca había visto semejante fiebre. Digamos que Patriots y Chargers son mis dos equipos en la NFL (Y Dallas, el colmo de lo corriente y lo ordinario, el que más aborrezco) Dos ciudades en dos esquinas extremas de los States. ¿A quién le voy? Boston me sedujo desde el primer día y San Diego apenas me cierra un ojo. Perdón vecinos, pero yo le voy a Patriotas.
Patriotas
No me gusta ni me ha gustado nunca el deporte gringo. Algunos juegos como el beisbol ni siquiera los entiendo (y si quieren que sea sincero lo aborrezco) Pero he de admitir que la NFL es capaz de captar un poquito de mi atención, algo así como el .1% de la atención que capta el FUTBOL con mayúsculas.
En realidad para mí es más interesante un juego cualquiera de los Xoloizcuintles Tijuana, que el Súper Tazón, pero bueno, a veces las finales de conferencia y el súper domingo los sigo de reojo, como no queriendo la cosa y si no hay nada mejor que hacer. Este fin de semana se juega un partido que tiene cierto significado para mí. Patriotas vs San Diego. Si hay dos ciudades de Estados Unidos por las que he caminado hasta la saciedad, estas son Boston y San Diego. En Groton Massachussets, en el corazón de la bella Nueva Inglaterra, viví feliz medio año de mi vida con la familia Davy. Nueva Inglaterra es por mucho la parte de Estados Unidos que más me gusta, con la que más me identifico, la que más quiero (y la que produce la mejor cerveza de América llamada Samuel Adams) Una parte de mí se quedó en esos bellos bosques y el Foxboro fue el primer estadio gringo que visité en mi vida. San Diego es mi ciudad vecina y aunque no me identifico con su espíritu, he de reconocer que es bonita y que la visito con endiablada regularidad (en los últimos cinco días he ido dos veces y el próximo martes voy de nuevo a ver a Exodus) San Diego es como esa morra que dices: “Pues sí, es bonita, está buena, pero nunca me enamoraría de ella”. Le falta no se qué, pero no hace click conmigo y nomás no me seduce. De Boston en cambio sí me enamoré. Me seducen más las ciudades antiguas, con tradición, de estilo europeo. Mucho antes de que San Diego fuera mi vecina, yo sentía simpatía por Chargers, pues ha sido siempre el equipo de mi padrino José Manuel (el máximo conocedor de la NFL que conozco en este mundo) Además San Diego tiene los colores amarillo azul de los Tigres y el Boca. Hoy en día en mi ciudad vecina todos traen puesta la camisa de los Chargers y la verdad nunca había visto semejante fiebre. Digamos que Patriots y Chargers son mis dos equipos en la NFL (Y Dallas, el colmo de lo corriente y lo ordinario, el que más aborrezco) Dos ciudades en dos esquinas extremas de los States. ¿A quién le voy? Boston me sedujo desde el primer día y San Diego apenas me cierra un ojo. Perdón vecinos, pero yo le voy a Patriotas.