Estando en Chiapas descubre una de las más sofisticadas formas de hedonismo, un vicio que lo atrapa en sus garras y del que nunca puede liberarse: el chocolate. Más de 150 años antes de que el erudito Thomas de Quincey narrara su adicción en Confesiones de un opiómano inglés, Gage dedica no pocas páginas de su obra a describir la fascinación y el deleite que trae a su vida el mágico xocolatl mexicano. La primera obra británica sobre la América española bien pudo titularse Confesiones de un chocolatómano inglés. No es por cierto un bebedor cualquiera este británico, quien con el tiempo va desarrollando sofisticadas recetas. El potaje del que bebe por lo menos cuatro jícaras al día lo prepara con cacao oscuro o claro, azúcar, canela, clavo, anís, almendras, avellanas, zapote, agua de azahar, almizcle, vainilla y achiote, además de pimienta negra, chile y polvito de rosas de Alejandría. Ese elixir divino lo toma al levantarse, antes del almuerzo, a media tarde y por las noches antes de dormir. A donde va lleva consigo el brasero, el caldero, la jícara y los mil y un condimentos con los que prepara su brebaje.
Saturday, May 10, 2014
Friday, May 09, 2014
La historiografía seria no concede valor alguno a la historia de lo que pudo haber sido, pero acaso en un ensayo libre se valga imaginar la concreción de esos encuentros entre personajes que pese a su cercanía física e ideológica, jamás se conocieron personalmente. Si algún día me diera por escribir novela histórica con elevadas licencias ficcionales, inventaría el encuentro entre Fray Servando Teresa de Mier y Xavier Mina con Lord Byron y con Percy Bysshe Shelley. Cierto, no hubiera cambiado la Historia de México y acaso el diálogo entre estos personajes no pasaría de ser una curiosidad intelectual, pero de cualquier manera el encuentro no era improbable. Era de hecho una reunión perfectamente factible, pues los unían algunos conocidos comunes y no es descartable que el poeta haya acudido alguna vez a las tertulias literarias de la Hollande House. En su condición de integrante de la Cámara de los Lores, Byron necesariamente debió conocer a Lord Hollande y a Lord Rusell. Es posible que el poeta se hubiera sentido favorablemente impresionado ante un joven como Xavier Mina, que era casi de su edad (Byron era apenas un año mayor) y cuya fama de sagaz e intrépido combatiente le daba un aura de heroísmo juvenil. Acaso los encendidos discursos y la capacidad persuasiva del padre Mier hubieran hecho mella en el poeta. ¿Qué habría pasado si Fray Servando le hablaba a Byron de las ansias libertarias de los mexicanos? ¿Le habría podido vender la idea de embarcarse a la Nueva España para pelear por la causa insurgente? Habiendo perdido a su familia, enemistado con la aristocracia británica y con sed de aventuras y experiencias fuertes, no es para nada desechable la idea de que Byron hubiera podido sentirse atraído ante la posibilidad de cruzar el mar y luchar por una bandera libertaria en un país lejano.