Eterno Retorno

Sunday, August 24, 2025

Eduardo Antonio Parra siempre ha tenido la razón

 


Eduardo Antonio Parra es una de las personas más brutalmente honestas y directas que he conocido en este mundo libresco donde la hipocresía publirrelacionista suele ser regla y no excepción. Parra no anda por las ferias repartiendo elogios y tejiendo alianzas (no las necesita), pero al mismo tiempo es un hombre sumamente generoso. Hace doce años aceptó ser presentador de mi primer libro de cuentos, Cartografías absurdas de Daxdalia y cinco años después me acompañó a presentar Juglares del Bordo.
Me da gusto que una entrevista suya se vuelva tendencia en este microcosmos nuestro que a nadie importa. Por cierto, Parra nunca dijo nada sobre mujeres o afrodescendientes. Esas son palabras del colega reportero. Parra respondió como siempre con honestidad y no dijo nada que no sea cierto. Suscribo cada una de sus palabras. Es más, creo que se quedó corto.
Miren colegas, la moda y las tendencias siempre han existido en la industria editorial (por algo es industria). Podrías confeccionar una suerte de anuarios o almanaques históricos con fotos de la mesa de novedades de una Gandhi a lo largo del tiempo y a partir de los libros expuestos para darte una idea bastante aproximada de en qué año estás.
En 1994, cuando yo trabajaba en la Librería Castillo en Plaza San Agustín, la mesa de novedades estaba infestada de libros de oportunidad sobre el asesinato de Colosio y recetarios sobre cómo comunicarte con tus ángeles (las señoras fresas de San Pedro estaban obsesionadas con las presencias angelicales). Isabel Allende y Carlos Cuauhtémoc Sánchez también se vendían como pan caliente.
Hace unos 22 años, las mesas estaban atiborrada de imitadores de El Código Da Vinci, con sus respectivas conspiraciones templarias y misterios de las catedrales góticas. Luego se pusieron de moda los vampiritos adolescentes de estilo emo y los clones de Crepúsculo todo lo cooptaron.
En 2009, el recién fallecido Stieg Larsson consiguió que decenas de autores detectivescos escandinavos fueran traducidos en masa al español y se apoderaran de la mesa, en donde convivían con decenas de libros sobre el Chapo, los Zetas y la fallida guerra de Calderón.
En la última década, dos extraordinarios ensayos han provocado auténticos y justificados terremotos editoriales: El infinito en un junco de Irene Vallejo y Sapiens de Yuval Noah Harari.
La literatura japonesa también ha sentado sus reales, cosa que celebro. Hoy existen incluso secciones de libros de gatos nipones (he llegado a contar hasta ocho portadas distintas de gatitos kawai en una mesa).
Las modas y tendencias siempre dejarán por herencia dos o tres obras que superarán la prueba del añejo y se seguirán leyendo muchos años después. En contraparte, habrá varias decenas que serán olvido absoluto más temprano que tarde. Selección natural le llaman.
El problema con la ondita woke que desde unos años para acá infestó las mesas de novedades, es que va más allá de una temática o un estilo. Se trata más bien de un catecismo, un intento de conquista espiritual que te mira y te juzga desde su aura de pretendida superioridad moral.
La literatura (o la cultura en general) se dejó someter por el espíritu de la época que todo lo impregna y contamina. El resultado es una escritura panfletaria, militante o sectaria, caracterizada por la pérdida total del sentido del humor y perspectiva histórica.
Cuando todos los discursitos y la palabrería de contraportada no son más que refritos de lo mismo y te topas con personas que creen que la buena literatura es sinónimo de abanderar las causas políticamente correctas que están de moda, la única conclusión posible es que algo se ha podrido.
Hay algo en el espíritu de la época que apesta y es sobre todo esa moralina puritana omnipresente cuya respuesta frente a todo aquello que les indigna es cancelar, eliminar, anular o bloquear, pues como ocurre en las teocracias y en el tribunal del santo oficio, solo hay un dogma de fe aceptado y lo que de él se aparte es herejía. ¿Saben por qué soy ateo colegas? Porque yo no acepto dogmas de fe. Yo repudio toda forma de catecismo pero la nueva ondita woke es esencialmente catequista y evangelizadora. Sus personajes son prototipos, sus historias (si es que las hay) son parábolas.
El mundo cultural fue usurpado por una caterva de neo mojigatos obsesionados con el lenguaje políticamente correcto; un hatajo de ridículos inquisidores empeñados en detectar vestigios de racismo, colonialismo o sexismo en caricaturas y canciones infantiles. En los Estados Unidos y en Canadá ha sido mucho más grave, pero México no ha estado exento.
Soy un lector omnívoro y hedonista cuya única motivación de lectura es el puro y vil principio del placer. Como no soy ni he sido nunca un académico ni trabajo en alguna editorial o institución cultural, leo solo lo que me apetece y mi radio de tolerancia es amplísimo. A mí, como a los tlacuaches, me gusta comer de todo, pero también hay cosas que me provocan arcadas.
Vaya, cada libro en este mundo, por aburrido que sea, encontrará su lector, pero cuando todo absolutamente huele a títulos como “resignificar las postnarrtivas queer en el contexto de lxs nuevas masculinidades” o “deconstruir y repensar la poética del nuevo anticolonialismo transgénero”, me cuesta horrores no reprimir un descomunal bostezo. De hueva… de huevísima absoluta todo eso. Eso o leer un libro de Escrivá de Balaguer es exactamente lo mismo.
Lector he sido desde niño y ya me quedó claro que voy a leer hasta el día en que me muera, pero durante un breve periodo de mi vida, durante la década pasada, también me dio por saltar el ruedo escritural. Escribí un chingo, tomé por asalto algunos concursos y como esos billaristas borrachos que una noche cualquiera salen inspirados, pegué unas cuantas carambolas. Chiripa pura. Le entré duro a la vagancia libresca y recorrí ferias y eventos durante más de un lustro, pero después simplemente me hice a un lado y me bajé del barco a la chingada. ¿Por qué? Porque me aburrí. Así de sencillo. Y sí, mucho tuvo que ver el Zeitgeist, lo admito. Por eso y muchas cosas más, suscribo cada palabra dicha por el gran Eduardo Antonio Parra.

Borges 126

 

 


¿Cuál es tu autor favorito? La pregunta me la han hecho muchas veces y la realidad es que no tengo ni quisiera nunca tener una respuesta contundente. Mi fiel promiscuidad como lector hace imposible el monoteísmo literario.  Sin embargo, si la pregunta fuera cuál es el autor con mayor presencia en mi biblioteca y al que de una u otra forma siempre estoy releyendo en riguroso y divino desorden, la respuesta es Jorge Luis Borges.

Mi primer contacto con Borges, lo recuerdo muy bien, se dio en la infancia cuando mi madre me leyó el cuento Dos reyes y dos laberintos. Ella me habló de un señor ciego que estaba obsesionado con los espejos y los laberintos. Recuerdo su foto en el tomo 5 de la enciclopedia de los 12 mil Grandes todavía sin fecha de defunción. Poco después, en la temprana adolescencia, leí El Aleph en una edición que tenía mi madre en pasta dura en editorial Aguilar. La sensación fue extraña, pues por primera vez sentía que los cuentos me trasmitían o me decían algo que no estaba escrito. También recuerdo vagamente la noticia de su muerte en pleno Mundial 86, pocos días antes del Argentina vs Inglaterra.

Cuando recién retornamos a vivir a Monterrey en 1992, fui a la biblioteca Alfonsina a ver a Carlos Fuentes impartir una conferencia sobre Borges (no estoy seguro si se titulaba La plata del río) y por primera vez dimensioné la versatilidad y la universalidad del autor. Fuentes habló del Borges filósofo, del Borges poeta, del Borges creador de mundos fantásticos. Para entonces yo solo había leído El Aleph y Ficciones.

En la extinta y efímera librería Brontë de San Pedro compré el tomo final de sus Obras completas y entonces descubrí El libro de arena, La memoria de Shakespeare, Siete noches, Nueve ensayos dantescos. Fue también mi primer contacto con sus poemas (Recuerdo particularmente Islandia, pues yo estaba obsesionado con ese país en aquel entonces).

Desde entonces me dado a la tarea de pepenar todo lo que encuentro relacionado con él. Si mi biblioteca fuera un congreso, Borges es el autor con más escaños, no solo por libros de su autoría, sino por ensayos sobre su obra.

No soy ni aspiro a ser un estudioso borgeano ni tengo las tablas para escribir un ensayo que diga algo nuevo sobre él (como si hiciera falta). Soy solo su caótico y fiel lector tlacuache y hedonista.

Tampoco soy un coleccionista que pueda presumir rarezas y extravagancias. Mi ejemplar más antiguo es su ensayo sobre Leopoldo Lugones en Ediciones Troquel de 1955 y Literaturas germánicas medievales, en coautoría con María Esther Vázquez en una edición de 1966 que pepené en Parque Rivadavia. Los ejemplares más nuevos son las compilaciones de clases y conferencias que ha editado Lumen. El monumental Borges de Bioy Casares solo lo tengo en Kindle y eso es algo que me hiere.

En fin colegas, hoy Georgie cumple 126 años. Tiempo de celebrarlo con la enésima relectura que para el caso será siempre como la primera.