Eterno Retorno

Saturday, August 30, 2025

Escribir cuando el telar encantado aún está húmedo


 

Dos imprescindibles rituales del amanecer: beber el primer café del día (siempre más negro que mi alma) y escribir a mano lo que soñé, si es que algún pez queda en la red de la duermevela. Para convertir lo onírico en palabra escrita es preciso hacerlo recién despiertos. Si dejas pasar demasiados minutos todo irremediablemente se esfumará. El cerebro es como una playa que por la noche es cubierta por el océano inabarcable del subconsciente. Al alba la marea baja y nuestro tejido es neuronal es una playa mojada condenada a secarse.  Si quieres de verdad extraer néctar onírico es preciso escribir cuando el telar encantado aún está húmedo. Antes escribía a mano los hechos del día, pero desde hace ya bastantes años que en mis diarios solo hay sueños. No busco interpretarlos ni comprenderlos, solamente narrarlos. Los más recurrentes son estuarios en el Pacífico, colas de cetáceos, la casa de mis abuelos al anochecer e interminables laberintos aeroportuarios. Cuando duermo siempre estoy de viaje, aunque a veces también leo y escribo. 

En la antología Poder del sueño, Roger Callois recopila relatos antiquísimos y modernos inspirados por el misterio de lo onírico. Una buena dosis de mitología china e india, pero también relatos de Poe, Gautier, Borges.

En la literatura fantástica y en el psicoanálisis la obsesión es recurrente: alguien sueña con soñar el sueño de otro.

El sueño, emanación del subconsciente, es en sí mismo otredad, pues revela esos deseos y temores de nuestro ser que a menudo nosotros mismos desconocemos. Al enfrentar al subconsciente, de una u otra forma enfrentamos al otro. Eso es lo que hicieron Tabucchi y Borges en Sueños de sueños y Libros de sueños: imaginar el mundo onírico de filósofos, poetas y pensadores.

Me gusta particularmente el libro de Tabucchi

Y es que resulta de lo más atractivo imaginar qué pudieron soñar pintores como Francisco de Goya o Tolousse Lautrec, o poetas como Arthur Rimbaud, Fernando Pessoa o Federico García Lorca por mencionar solo algunos. El primer sueño narrado es el de Dédalo, un personaje de la mitología griega padre de Ícaro y aeronauta por vocación y concluye, vaya paradoja, con el intérprete de sueños Sigmund Freud, en lo que es por cierto una de las mejores narraciones del libro.
Rodolfo Fogwill, en cambio, hizo lo que ahora hago yo: anotar los propios sueños, aunque el resultado sea una escritura por momentos caótica e incoherente

Por fortuna, en los territorios de la literatura y el sueño, no hay reglas que valgan. 

Todo, absolutamente todo, es posible. En mi caso esos cuadernos no son escritos con afán de publicación y ni siquiera me ha dado por pasarlos en limpio.  ¿Para qué limitarse entonces?

Pd- Últimas palabras tras recorrer la absurda cartografía de Daxdalia:  Desde entonces hay una certeza que no me abandona: tú, al igual que yo, estás soñando este instante, pero no nos basta con despertar. Somos el sueño de otro. Alguien más nos sueña, pero ese alguien ya no despierta.

Friday, August 29, 2025

Bad hombre y El ruido de una época


 




Les presento un par de librazos que acabo de leer en Kindle (lástima que no los tengo impresos). El ruido de una época de Ariana Harwicz y Bad hombre de Pola Oloixarac. El primero es un breve ensayo que se lee en una tarde y el segundo un híbrido novelístico testimonial, pero ambos hermanados por un tema: los excesos y las injusticias cometidas por la cultura de la cancelación, el nuevo tribunal del santo oficio que manda a la hoguera a los herejes que no aceptan al pie de la letra sus dogmas de fe. Oscilando entra la disertación filosófica y el aforismo, Ariana habla de la literatura domesticada y censurada para no ofender sensibilidades.

“Me pregunto cómo hacer para señalar la violencia de quienes sí adaptaron su diccionario y su lengua a este tiempo, de quienes impugnan los usos de la lengua que no se adaptan a su ideología”. Yo al igual que Ariana también me lo pregunto, porque hoy en día la sola idea de poner en tela de juicio a la nueva teocracia nos convierte en culpables.
“Veo muchos periodistas y escritores con temor a trastabillar, a eliminarse ideas. Y entonces salen malos libros, todo por miedo a que te digan que sos racista u homofóbico, a que te cancelen del mundo. Hoy se celebra tanto la diversidad pero en cuanto dos o tres piensen distinto, se los aniquila y se lo tira a la fosa”, escribe Harwicz y no puedo menos que coincidir con ella.
El libro de Pola Olaixarac es de lo más ameno, diría incluso que divertidísimo, aunque lo narrado es terrible precisamente por ser real y muy actual. Pola narra en forma testimonial cómo fue involucrada en linchamientos y cancelaciones contra hombres acusados de violencia machista dentro del mundillo literario. Las anécdotas ocurren en Argentina, Francia y Estados Unidos, hermanadas todas por la sentencia acusatoria sin juicio. El no sumarse al linchamiento le costó a ella misma ser cancelada y expulsada. El libro se llama Bad hombre, porque la autora traza una línea entre la inquisición trumpista y el feminismo radical.
“Eran dos guerras culturales muy diferentes que, sin embargo, descargaban su furia contra el mismo sujeto y con un mismo objetivo: que un hombre fuera expulsado del sistema. Las militantes feministas y los seguidores de Trump no eran las mismas personas; estaban de hecho en extremos opuestos del arco ideológico. Eran dos guerras culturales muy diferentes que, sin embargo, descargaban su furia contra el mismo sujeto y con un mismo objetivo: lograr que un hombre, declarado culpable antes de todo proceso, fuera expulsado del sistema, sin reparos de ningún tipo”, escribe Pola
De Ariana Harwicz he leído dos libros previamente: Degenerado y Perder el juicio. De Pola es el primero que leo y la experiencia fue tan amena, que ahora mismo voy a pepenar sus anteriores obras. Un gran descubrimiento, de lo mejor que he leído en este año. Que bueno que sean dos mujeres, nacidas ambas en 1977, quienes ponen el dedo en la llaga sobre este tema. Tal vez la nueva inquisición las incluya en su índice de libros prohibidos y nos aplique la temida cancelación a todxs sus lectorxs.

Thursday, August 28, 2025

Clubes de Toby y clubes de Lulú

 


Y de pronto, el espíritu de la época que todo lo pudre transformó la literatura en una ridícula guerrita entre el club de Lulú y el club de Toby. Las nenas con las nenas, los nenes con los nenes, como en las épocas de colegio de monjas y de padres. En el mundo actual pasan cosas bien chistosas, por llamarles de alguna manera. Como respuesta a mi post sobre Parra, alguien dijo que es el resultado del “pacto patriarcal”. Eso sí que tiene gracia. ¿En qué momento firmé yo ese pinche pacto? Uno de los señalamientos que más veces nos hacen a los  “patriarcal estirpe”, es que nosotros no leemos mujeres y yacemos en nuestro club de búfalos mojados leyendo a puros machitos discípulos de Hemingway. Literatura pa hombres. Como respuesta, hay no pocas mujeres que se ponen en el plan de “yo solo leo morras y el patriarcado no tiene cabida en mi biblioteca”.

Cuando tu lectura se torna excluyente mi única conclusión es que te estás perdiendo de algo. Quien segrega se ata. Nunca he caído en la ridícula ociosidad de hacer un inventario por cuota de género en mi librero. Eso déjaselo a los congresos o los cabildos. Vaya, mi criterio para elegir una lectura es que me despierte genuina curiosidad, que me emocione, que por alguna razón haga clic conmigo. No voy y elijo un libro porque lo haya escrito una mujer o un hombre o el representante de una minoría étnica. Pero aún así, haciendo un repaso mental, concluyo en que mucha de la literatura contemporánea que he leído en los últimos años está escrita por mujeres.

Sunday, August 24, 2025

Eduardo Antonio Parra siempre ha tenido la razón

 


Eduardo Antonio Parra es una de las personas más brutalmente honestas y directas que he conocido en este mundo libresco donde la hipocresía publirrelacionista suele ser regla y no excepción. Parra no anda por las ferias repartiendo elogios y tejiendo alianzas (no las necesita), pero al mismo tiempo es un hombre sumamente generoso. Hace doce años aceptó ser presentador de mi primer libro de cuentos, Cartografías absurdas de Daxdalia y cinco años después me acompañó a presentar Juglares del Bordo.
Me da gusto que una entrevista suya se vuelva tendencia en este microcosmos nuestro que a nadie importa. Por cierto, Parra nunca dijo nada sobre mujeres o afrodescendientes. Esas son palabras del colega reportero. Parra respondió como siempre con honestidad y no dijo nada que no sea cierto. Suscribo cada una de sus palabras. Es más, creo que se quedó corto.
Miren colegas, la moda y las tendencias siempre han existido en la industria editorial (por algo es industria). Podrías confeccionar una suerte de anuarios o almanaques históricos con fotos de la mesa de novedades de una Gandhi a lo largo del tiempo y a partir de los libros expuestos para darte una idea bastante aproximada de en qué año estás.
En 1994, cuando yo trabajaba en la Librería Castillo en Plaza San Agustín, la mesa de novedades estaba infestada de libros de oportunidad sobre el asesinato de Colosio y recetarios sobre cómo comunicarte con tus ángeles (las señoras fresas de San Pedro estaban obsesionadas con las presencias angelicales). Isabel Allende y Carlos Cuauhtémoc Sánchez también se vendían como pan caliente.
Hace unos 22 años, las mesas estaban atiborrada de imitadores de El Código Da Vinci, con sus respectivas conspiraciones templarias y misterios de las catedrales góticas. Luego se pusieron de moda los vampiritos adolescentes de estilo emo y los clones de Crepúsculo todo lo cooptaron.
En 2009, el recién fallecido Stieg Larsson consiguió que decenas de autores detectivescos escandinavos fueran traducidos en masa al español y se apoderaran de la mesa, en donde convivían con decenas de libros sobre el Chapo, los Zetas y la fallida guerra de Calderón.
En la última década, dos extraordinarios ensayos han provocado auténticos y justificados terremotos editoriales: El infinito en un junco de Irene Vallejo y Sapiens de Yuval Noah Harari.
La literatura japonesa también ha sentado sus reales, cosa que celebro. Hoy existen incluso secciones de libros de gatos nipones (he llegado a contar hasta ocho portadas distintas de gatitos kawai en una mesa).
Las modas y tendencias siempre dejarán por herencia dos o tres obras que superarán la prueba del añejo y se seguirán leyendo muchos años después. En contraparte, habrá varias decenas que serán olvido absoluto más temprano que tarde. Selección natural le llaman.
El problema con la ondita woke que desde unos años para acá infestó las mesas de novedades, es que va más allá de una temática o un estilo. Se trata más bien de un catecismo, un intento de conquista espiritual que te mira y te juzga desde su aura de pretendida superioridad moral.
La literatura (o la cultura en general) se dejó someter por el espíritu de la época que todo lo impregna y contamina. El resultado es una escritura panfletaria, militante o sectaria, caracterizada por la pérdida total del sentido del humor y perspectiva histórica.
Cuando todos los discursitos y la palabrería de contraportada no son más que refritos de lo mismo y te topas con personas que creen que la buena literatura es sinónimo de abanderar las causas políticamente correctas que están de moda, la única conclusión posible es que algo se ha podrido.
Hay algo en el espíritu de la época que apesta y es sobre todo esa moralina puritana omnipresente cuya respuesta frente a todo aquello que les indigna es cancelar, eliminar, anular o bloquear, pues como ocurre en las teocracias y en el tribunal del santo oficio, solo hay un dogma de fe aceptado y lo que de él se aparte es herejía. ¿Saben por qué soy ateo colegas? Porque yo no acepto dogmas de fe. Yo repudio toda forma de catecismo pero la nueva ondita woke es esencialmente catequista y evangelizadora. Sus personajes son prototipos, sus historias (si es que las hay) son parábolas.
El mundo cultural fue usurpado por una caterva de neo mojigatos obsesionados con el lenguaje políticamente correcto; un hatajo de ridículos inquisidores empeñados en detectar vestigios de racismo, colonialismo o sexismo en caricaturas y canciones infantiles. En los Estados Unidos y en Canadá ha sido mucho más grave, pero México no ha estado exento.
Soy un lector omnívoro y hedonista cuya única motivación de lectura es el puro y vil principio del placer. Como no soy ni he sido nunca un académico ni trabajo en alguna editorial o institución cultural, leo solo lo que me apetece y mi radio de tolerancia es amplísimo. A mí, como a los tlacuaches, me gusta comer de todo, pero también hay cosas que me provocan arcadas.
Vaya, cada libro en este mundo, por aburrido que sea, encontrará su lector, pero cuando todo absolutamente huele a títulos como “resignificar las postnarrtivas queer en el contexto de lxs nuevas masculinidades” o “deconstruir y repensar la poética del nuevo anticolonialismo transgénero”, me cuesta horrores no reprimir un descomunal bostezo. De hueva… de huevísima absoluta todo eso. Eso o leer un libro de Escrivá de Balaguer es exactamente lo mismo.
Lector he sido desde niño y ya me quedó claro que voy a leer hasta el día en que me muera, pero durante un breve periodo de mi vida, durante la década pasada, también me dio por saltar el ruedo escritural. Escribí un chingo, tomé por asalto algunos concursos y como esos billaristas borrachos que una noche cualquiera salen inspirados, pegué unas cuantas carambolas. Chiripa pura. Le entré duro a la vagancia libresca y recorrí ferias y eventos durante más de un lustro, pero después simplemente me hice a un lado y me bajé del barco a la chingada. ¿Por qué? Porque me aburrí. Así de sencillo. Y sí, mucho tuvo que ver el Zeitgeist, lo admito. Por eso y muchas cosas más, suscribo cada palabra dicha por el gran Eduardo Antonio Parra.

Borges 126

 

 


¿Cuál es tu autor favorito? La pregunta me la han hecho muchas veces y la realidad es que no tengo ni quisiera nunca tener una respuesta contundente. Mi fiel promiscuidad como lector hace imposible el monoteísmo literario.  Sin embargo, si la pregunta fuera cuál es el autor con mayor presencia en mi biblioteca y al que de una u otra forma siempre estoy releyendo en riguroso y divino desorden, la respuesta es Jorge Luis Borges.

Mi primer contacto con Borges, lo recuerdo muy bien, se dio en la infancia cuando mi madre me leyó el cuento Dos reyes y dos laberintos. Ella me habló de un señor ciego que estaba obsesionado con los espejos y los laberintos. Recuerdo su foto en el tomo 5 de la enciclopedia de los 12 mil Grandes todavía sin fecha de defunción. Poco después, en la temprana adolescencia, leí El Aleph en una edición que tenía mi madre en pasta dura en editorial Aguilar. La sensación fue extraña, pues por primera vez sentía que los cuentos me trasmitían o me decían algo que no estaba escrito. También recuerdo vagamente la noticia de su muerte en pleno Mundial 86, pocos días antes del Argentina vs Inglaterra.

Cuando recién retornamos a vivir a Monterrey en 1992, fui a la biblioteca Alfonsina a ver a Carlos Fuentes impartir una conferencia sobre Borges (no estoy seguro si se titulaba La plata del río) y por primera vez dimensioné la versatilidad y la universalidad del autor. Fuentes habló del Borges filósofo, del Borges poeta, del Borges creador de mundos fantásticos. Para entonces yo solo había leído El Aleph y Ficciones.

En la extinta y efímera librería Brontë de San Pedro compré el tomo final de sus Obras completas y entonces descubrí El libro de arena, La memoria de Shakespeare, Siete noches, Nueve ensayos dantescos. Fue también mi primer contacto con sus poemas (Recuerdo particularmente Islandia, pues yo estaba obsesionado con ese país en aquel entonces).

Desde entonces me dado a la tarea de pepenar todo lo que encuentro relacionado con él. Si mi biblioteca fuera un congreso, Borges es el autor con más escaños, no solo por libros de su autoría, sino por ensayos sobre su obra.

No soy ni aspiro a ser un estudioso borgeano ni tengo las tablas para escribir un ensayo que diga algo nuevo sobre él (como si hiciera falta). Soy solo su caótico y fiel lector tlacuache y hedonista.

Tampoco soy un coleccionista que pueda presumir rarezas y extravagancias. Mi ejemplar más antiguo es su ensayo sobre Leopoldo Lugones en Ediciones Troquel de 1955 y Literaturas germánicas medievales, en coautoría con María Esther Vázquez en una edición de 1966 que pepené en Parque Rivadavia. Los ejemplares más nuevos son las compilaciones de clases y conferencias que ha editado Lumen. El monumental Borges de Bioy Casares solo lo tengo en Kindle y eso es algo que me hiere.

En fin colegas, hoy Georgie cumple 126 años. Tiempo de celebrarlo con la enésima relectura que para el caso será siempre como la primera.