En la Navidad de 2013, cuando por generación espontánea brotan las listas de lo mejor y lo peor del año, mil y un lectores españoles coincidieron en mencionar a una novela llamada En la orilla como lo más cabrón que habían leído en muchísimo tiempo. De repente, todos los críticos de Babelia parecían estar de acuerdo en señalar al libro del valenciano Rafael Chirbes como algo fuera de serie. No suelo caer seducido por los cantos de sirenas reseñistas, pero si lees a más de diez bibliófilos exigentes desvivirse en elogios para una novela, no queda más remedio que ceder a la curiosidad e ir a Librería El Día a pepenarla. Nada errada andaba la pandilla reseñera. En la orilla realmente es punto y aparte. Operaciones algebraicas y gráficas con apocalípticos puntos porcentuales en caída libre son las herramientas con las que un economista intenta, a menudo sin éxito, explicarnos ese concepto extraterrestre llamado recesión. En cambio, a un narrador de sangre y cepa le basta una carpintería de pueblito para sumergirnos en los infiernos individuales que deja por herencia una crisis. En la quiebra de un pequeño negocio familiar narrada en 437 páginas, Chirbes encarnó el naufragio de toda España. Si Las uvas de la ira fue la herencia literaria de la recesión del 29, En la orilla es la gran obra del hundimiento español, la resaca del euro tras la borrachera inmobiliaria. Sin hacer aspavientos, el valenciano va pegando saltos del monólogo interior al todo poderoso narrador omnisciente sin rehuir largos diálogos e incurriendo incluso en la atípica segunda persona. La imagen del carpintero Esteban y su padre hundiéndose en un pantano es casi tan fuerte como la de Rose of Sharon amantando al famélico vagabundo. Tras la grata sorpresa, busqué más obras del autor y así di con Los viejos amigos, menos ambiciosa en su estructura aunque igualmente fuerte a la hora de diseccionar sueños náufragos. Comparado con otros narradores españoles como Cercas, Marías, Vila-Matas y ya no digamos Pérez- Reverte, Chirbes apenas es leído en México, pero este par de libros me bastaron para concluir que vale la pena leer su obra completa. Fue en El País donde supe de su existencia y fue también ahí donde hace un momento me enteré de la noticia de su muerte. Rafael Chirbes tenía 66 años, la misma edad de mi amigo Tomás Perrín. Los sueños desaparecen para siempre sepultados en el mar de la economía, o en el mar de la vida, que vienen a ser lo mismo. Mueren en la indigencia. This is jarcor. Adiós Chirbes.
Saturday, August 15, 2015
Wednesday, August 12, 2015
Con algo de retraso he llegado este verano a la narrativa de Juan Pablo Villalobos, uno de los autores mexicanos de los que mejores comentarios he escuchado en los últimos años. Me bastó la luz de agosto de un caluroso atardecer para leer de una sentada su novela debut, Fiesta en la madriguera, y un par de días para dar cuenta de su segunda obra, Si viviéramos en un lugar normal, publicadas ambas por Anagrama. Lo que convierte a este escritor tapatío en una de las apuestas más sui generis de la actualidad literaria, es su capacidad de encontrar un tono propio que impregna toda su prosa. Más allá de un estilo o un ritmo, Villalobos traza de inmediato las reglas de su propio juego y nos sumerge en él. Lo suyo es un particular sentido del humor, una forma no muy convencional de contarnos una historia chistosa y a la vez terrible. Desde los primeros párrafos sabemos que estamos entrando a los territorios de una caricatura, una gran parodia de la condición humana. Los mejores chistes suelen ser los que se cuentan con una mayor seriedad y las historias más extremas son las que dejan de lado el dramatismo y apuestan por la levedad. Me parece que Villalobos ha encontrado el tono ideal para narrar al México actual. Más allá del morbo, el drama y el desgarramiento de vestiduras, nos queda la risa. La brevísima Fiesta en la madriguera es quizá la primera novela narco-naif de México. Su narrador es un niño, Tochtli, el hijo único de un gran capo de la droga que vive encerrado en su palacete y sueña con que su papá le regale como mascota un hipopótamo enano de Liberia. La voz de Tochtli no pretende reproducir fielmente la psicología de un pequeño de su edad. Es, en todo caso, una gran caricatura del pensamiento de un principito del narco, cuyo preceptor es un profesor de izquierda quien representa el risible papel de las ideas y las utopías frente al imperio de la riqueza desmedida y la fuerza bruta. En ese sentido, la trama rocambolesca de los mafiosos mexicanos buscando a un hipopótamo pigmeo en África narrada a través de la mirada del niño, es la parodia de los excesos y extravagancias de los capos y sus familias. Los clichés del narco-poder son llevados a la exageración y la esencia de la novela es la de un chiste cruel, tan cómico y crudo como la vida en este país. Tras el barroquismo narco, el narrador apuesta en su segunda novela por la caricaturización de la familia mexicana. Si Fiesta en la madriguera es el reverso naif de las morbosas portadas que infestan las librerías de aeropuerto, Si viviéramos en un lugar normal podría ser la parodia de los mil y un ensayos sobre la familia mexicana y sus valores. De Samuel Ramos a Octavio Paz pasando por los Hijos de Sánchez, la novela de Villalobos es una suerte de antropología de la pobreza contada como una tragedia griega con guiños a parábolas bíblicas como El Hijo Pródigo o relatos del Antiguo Testamento como Jacob y Esaú. Narrada en primera persona por Orestes, el segundo hijo de la familia, la trama es situada en un lugar y tiempo muy concretos: Lagos de Moreno, Jalisco, en 1987, el momento en que un grupo de sinarquistas militantes del extinto Partido Demócrata Mexicano, toman la presidencia municipal mientras el gobierno priista mañosamente crea una subdivisión municipal. La familia se enfrenta a dramas que van desde el inexplicable extravío de unos gemelitos fenotípicamente contrastantes al despojo del predio familiar a manos de codiciosos empresarios amafiados con políticos. Las guerras fraternas por las quesadillas a la hora de la cena arrancan más de una carcajada, pues son un triste reflejo de la economía mexicana. Desde un repaso a las fantasías de contactos extraterrestres, tan de moda en los años 80, al ascenso de Salinas de Gortari al poder y una docta cátedra sobre inseminación artificial de ganado vacuno, Si viviéramos en un lugar normal puede ser leído como un cruce de caminos entre Juan José Arreola y Jorge Ibargüengoitia, un agudo relato de juglar, una atípica muestra de crudo y elegante humor literario.
Tuesday, August 11, 2015
Por herencia queda el recuerdo del olvido. Recordar qué olvidé algo, aunque no sé qué carajos es aquello que olvidé. Un recuerdito humilde y desamparado. Visitaciones de duermevela, encarnaciones de la cajita negra del subconsciente; y mientras el olvido se va corriendo por la madrugada, yo alcanzo a imaginar el momento en que lo intentaré cazar con esa red para mariposas llamada palabra escrita, la mentirosa jaula de pájaros nombradas Ensayos-Derrumbes y otras mostrencas porquerías como quien en medio de la ensoñación intenta verse la mano como aconseja Juan Matus, aunque no se vea la mano sino el olvido.
Desgarrar el 666 en nombre de infiernos individuales, conjurar los cuartos de tortura yacientes en sótanos hogareños. Danzas de mil y un flagelos, sangre sumisa, dignidad desgarrada. Del paseo por los pozos quedan por herencia cheneques impostores, duendesuchos patrañosos empeñados a venderte malignas flores de bisutería, oníricas estafas de malditillo pueta. Sigue insomniando, sigue ahogándote en el gotero de miasmas. Sigue creyendo en la existencia de un prófugo Fierabrás, quien habita en la borra del café de mañana.
Y de repente el deseo, de entrada tímido, disimulado, haciéndose un lugarcito en el torrente del pensamiento, como si le apenara revelar que de un momento a otro él será el torrente entero, aunque por ahora está aquí, como un pájaro de plumaje discreto, como una mirada baja. El deseo entrando de puntitas, como una sugerencia o un vestigio, polvo de un lodazal sin adjetivos, polvo nada más.
Monday, August 10, 2015
Frontera me dio lo que ninguna maestría o doctorado hubiera podido ofrecerme en el arte de contar historias. La novela Vientos de Santa Ana y los cuentos de Dispárenme como a Blancornelas nacieron ahí y hubieran sido inconcebibles sin esos diez años pateando las calles tijuanenses como reportero. Mi gratitud total a ustedes.
Iván pone el dedo en la llaga: Cada personaje resulta el susurro de aquello que pudo haber sido.