Hace diez años llegué a Baja California, pero Baja California ya no se parece a sí misma. Aquí la historia tiene demasiada prisa por llegar a ninguna parte y corre como un tren sin frenos sobre una vía carcomida rumbo a un desbarrancadero. Fue el 16 de octubre de 1998 cuando por vez primera puse mis píes en esta tierra que me ha adoptado y siento mía, demasiado mía. Me siento más de Baja California que de cualquiera de las otras regiones donde he vivido. Vaya, nací en Monterrey pero siempre lo atribuí a un error geográfico, a un mal chiste de los dioses, a una burla del destino. Lo regio lo arrastro como un karma, aunque debo admitir que en algunos o muchos aspectos de mi vida siempre saldrá a la superficie esa herencia. Viví cuatro años en México DF pero nunca ni por casualidad llegué a sentirme un chilango, si bien confieso que esos cuatro años fui muy feliz.
A Baja California yo la elegí para vivir. A diferencia de la mayoría de los migrantes no llegué huyendo de la miseria o la falta de empleo. Llegué simplemente porque sí, por espíritu nómada, porque aquí me gustó para habitar y probar fortuna. Aquí vivo, aquí quiero seguir viviendo, este sitio lo siento como mi hogar, pero por desgracia no puedo asegurar que vaya a serlo para siempre. La mayoría de las migraciones son hijas de la hostilidad, de la imposibilidad de seguir habitando en un terruño. Al final de cuentas, somos animales. Cuando un territorio está afectado por la sequía o es invadido por depredadores, el animal emigra. Baja California tiene un siglo de ser madre adoptiva de millones de migrantes, pero en los últimos años ha empezado a expulsar a sus nativos.
Demasiadas historias de éxito pueblan aún estas calles. Baja California es de los pocos sitios donde el gran sueño de la cultura del esfuerzo se materializa en éxito, donde el que llega con una mano adelante y otra atrás sin más título que su nombre aún puede destacar por los méritos de su trabajo. Los migrantes seguirán llegando por miles. El espejismo del sueño que algún día fue aún es grande y su reflejo llega a los rincones más apartados del país. Pero los migrantes que bajen del camión estos días encontrarán que al menos en 2008 el sueño de la prosperidad ha llegado su fin. Diez años han sido un soplo en mi vida, pero me parecen un gran trecho en el acontecer de esta entidad. Basta recorrer la carretera de Tijuana a Rosarito para ver decenas de miles de casas que brotaron como chancros sobre lo que hace diez años eran cerros. Basta ver la cantidad de gente que ha llegado, se ha ido o la han matado en estos diez años. Los miles de negocios emprendidos, casi todos quebrados y algunas fortunas logradas de la noche a la mañana. Mi primera noche en Baja California, aquel 16 de octubre de 1998, fui al centro de Rosarito y lo encontré atiborrado de turistas. La segunda noche fui a la calle Revolución y cada esquina era una gran fiesta, pero desde un tiempo para acá, no hay más fiesta que la de las balas.
Hay quien dice que todo empezó a joderse desde el 11 de septiembre. Algo de razón tienen. Que el secuestro y las ejecuciones son el peor cáncer puede ser cierto, pero no es el único. Acaso sea una misma enfermedad con distintos síntomas contaminando un cuerpo y hoy en día al cuerpo bajacaliforniano lo siento infecto, carcomido, lleno de gusanos. Es la inseguridad, sí, pero también es Bush y la paranoia americana con la recesión, que es su hija bastarda. Es la inseguridad, pero también son, sobre todo, los políticos de mierda que se encargan de chupar la poca vida que le aún queda a este cuerpo. A esos los conozco muy bien, los he visto desfilar y eructar falsedades cada día de mi vida. Hankistas, ramistas, es igual, son basura humana. Muy pocos, poquísimos políticos rescataría como hombres que al menos han intentando hacer algo por esta tierra. Muchos son descarada y abiertamente unos hijos de puta. Otros, acaso la mayoría, simples zánganos mediocres con un IQ bajo, que ni siquiera saben hablar correctamente. Trepadores, arribistas, gusanos parasitarios de una ubre presupuestal que no tiene fin ni conoce la crisis. Y sí, también tienen su responsabilidad los miles de migrantes que no quieren sentir a esta tierra como suya, los que tiran su basura en las calles, rayan las paredes y evaden toda responsabilidad cívica mientras circulan en su contaminante carro chueco añorando a su Sinaloa querida de la que huyeron por muertos de hambre. Son también responsables los empresarios que sólo han velado por sus intereses, los estafadores inmobiliarios, los antreros. Pero carajo, ya se transformó esto en un buscar culpables de esta decadencia. Mejor lo dejo en que celebro, (sí, pese a todo, celebro) diez años bajacalifornianos y espero celebrar muchos más. Lo primero que vi de esta península aquel 16 de octubre desde el avión, fue la imagen del Mar de Cortés en contraste con el desierto y tal vez desde entonces, decidí que este es mi sitio.
A Baja California yo la elegí para vivir. A diferencia de la mayoría de los migrantes no llegué huyendo de la miseria o la falta de empleo. Llegué simplemente porque sí, por espíritu nómada, porque aquí me gustó para habitar y probar fortuna. Aquí vivo, aquí quiero seguir viviendo, este sitio lo siento como mi hogar, pero por desgracia no puedo asegurar que vaya a serlo para siempre. La mayoría de las migraciones son hijas de la hostilidad, de la imposibilidad de seguir habitando en un terruño. Al final de cuentas, somos animales. Cuando un territorio está afectado por la sequía o es invadido por depredadores, el animal emigra. Baja California tiene un siglo de ser madre adoptiva de millones de migrantes, pero en los últimos años ha empezado a expulsar a sus nativos.
Demasiadas historias de éxito pueblan aún estas calles. Baja California es de los pocos sitios donde el gran sueño de la cultura del esfuerzo se materializa en éxito, donde el que llega con una mano adelante y otra atrás sin más título que su nombre aún puede destacar por los méritos de su trabajo. Los migrantes seguirán llegando por miles. El espejismo del sueño que algún día fue aún es grande y su reflejo llega a los rincones más apartados del país. Pero los migrantes que bajen del camión estos días encontrarán que al menos en 2008 el sueño de la prosperidad ha llegado su fin. Diez años han sido un soplo en mi vida, pero me parecen un gran trecho en el acontecer de esta entidad. Basta recorrer la carretera de Tijuana a Rosarito para ver decenas de miles de casas que brotaron como chancros sobre lo que hace diez años eran cerros. Basta ver la cantidad de gente que ha llegado, se ha ido o la han matado en estos diez años. Los miles de negocios emprendidos, casi todos quebrados y algunas fortunas logradas de la noche a la mañana. Mi primera noche en Baja California, aquel 16 de octubre de 1998, fui al centro de Rosarito y lo encontré atiborrado de turistas. La segunda noche fui a la calle Revolución y cada esquina era una gran fiesta, pero desde un tiempo para acá, no hay más fiesta que la de las balas.
Hay quien dice que todo empezó a joderse desde el 11 de septiembre. Algo de razón tienen. Que el secuestro y las ejecuciones son el peor cáncer puede ser cierto, pero no es el único. Acaso sea una misma enfermedad con distintos síntomas contaminando un cuerpo y hoy en día al cuerpo bajacaliforniano lo siento infecto, carcomido, lleno de gusanos. Es la inseguridad, sí, pero también es Bush y la paranoia americana con la recesión, que es su hija bastarda. Es la inseguridad, pero también son, sobre todo, los políticos de mierda que se encargan de chupar la poca vida que le aún queda a este cuerpo. A esos los conozco muy bien, los he visto desfilar y eructar falsedades cada día de mi vida. Hankistas, ramistas, es igual, son basura humana. Muy pocos, poquísimos políticos rescataría como hombres que al menos han intentando hacer algo por esta tierra. Muchos son descarada y abiertamente unos hijos de puta. Otros, acaso la mayoría, simples zánganos mediocres con un IQ bajo, que ni siquiera saben hablar correctamente. Trepadores, arribistas, gusanos parasitarios de una ubre presupuestal que no tiene fin ni conoce la crisis. Y sí, también tienen su responsabilidad los miles de migrantes que no quieren sentir a esta tierra como suya, los que tiran su basura en las calles, rayan las paredes y evaden toda responsabilidad cívica mientras circulan en su contaminante carro chueco añorando a su Sinaloa querida de la que huyeron por muertos de hambre. Son también responsables los empresarios que sólo han velado por sus intereses, los estafadores inmobiliarios, los antreros. Pero carajo, ya se transformó esto en un buscar culpables de esta decadencia. Mejor lo dejo en que celebro, (sí, pese a todo, celebro) diez años bajacalifornianos y espero celebrar muchos más. Lo primero que vi de esta península aquel 16 de octubre desde el avión, fue la imagen del Mar de Cortés en contraste con el desierto y tal vez desde entonces, decidí que este es mi sitio.