Sourrandeando paraísos de literatura barata
Introducción
Después de una semana con dosis mortales de periodismo chupasangre, uno necesita desesperadamente sourrandear.
El sourrandeo es una especie de masivo asesinato de minutos (y en ocasiones de centavos) cuya traducción más cercana se-ría un divagar con permiso o un desvarío más o menos controlado y consumista.
El sourrandeo que más me gusta es el playero. Hace mucho que no incurro en él. En ocasiones es una simple incursión al fondo del terreno donde ahora se construye La Perla. En otras, el sourrandeo se transforma en una caminata por el litoral ti-juanense hasta la altura de donde se ubica el Colef y su inamovible y millonario presidente. Las más de las veces, el sourran-deo concluye en El Vigía, en ocasiones dentro de la lonchería del mismo nombre bebiendo cervezas. Si el sourrandeo es hacia el lado norte de la playa, suele concluir en Terrazas Vallarta.
El sourrandeo literario es el más común de todos. Se lleva a cabo en zonas específicas. Tiene que ver con incursionar en las librerías en busca de un ejemplar que nunca encuentro y que si encuentro nunca compro. La máxima expresión del más puro sourrandeo literario, es cuando acabo adquiriendo un libro del que jamás había escuchado hablar y del que una vez com-prado, no tengo plena certeza de desear leerlo algún día. Eso me ocurre muchísimo.
El sourrandeo de esta mañana arrojó los siguientes resultados:
El dinosaurio sigue ahí
- Me acabo de enterar que Carlos Fuentes ha escrito una nueva novela. Ni siquiera sabía que estaba en sus planes. Al ver su título, La silla del águila, brillando flamante en el escaparate de Sanborns Río, pensé que se trataba de un libro de Loret de Mola, Luis Pazos o un abortable autor político de oportunidad. Aunque soy periodista y pese a que me pagan por escribir sobre política, jamás de los jamases compro esos libros. Sobre mis desencuentros con Carlos Fuen-tes y la caída en desgracia de este autor en la esfera de mis preferencias ya hablaré en otra ocasión. Simplemente me limitaré a señalar que no pienso gastar los 189 pesos que debo poner en la mano del empelado todovestidoderojo de Sanborns para poder acceder a las domesticadas letras de ese dinosáurico narrador.
Mi desafortunada lealtad a una antipática publicación
- Por alguna razón, la única revista de la que puedo presumir poseer todos y cada uno de sus ejemplares es Letras Li-bres. Ninguna aberración mitológica del Pandemonio Paz ha llegado a ser santo de mi devoción, pero ocurre que es el único proyecto literario serio que empecé a comprar desde su primer número en enero de 1999. Como ya tenía el nú-mero uno ¿pues porque no el dos? y luego el tres y así sucesivamente. Algunos números han sido muy buenos y hay sin duda textos memorables, pero hay ejemplares que he archivado en el librero sin siquiera leer un párrafo. Sobre mi desencuentro, por no llamarle franca antipatía con Krauze, ya hablaré en otra ocasión. Después de todo lo que menos leo de Letras Libres son los artículos de su director y de su patiño Sheridan y su eternamente amargado Domínguez Michel. La única aberración del Pandemonio Vuelta que aporta textos dignos es Gabriel Zaid.
- (Publicidad aparte: Si deseais copia de un número de Letras Libres, el que sea, basta con llamarme. Con una botella de vino barato se paga el préstamo)
Mi retorno a La Tempestad
Hoy no compré Letras Libres (ya acabó febrero y no tengo el número de este mes que por lo demás ya leí en internet) Compré la Tempestad. De La Tempestad solo tengo algunos números y sin embargo me gusta un poquito o bastante más que Letras Libres. El ejemplar ya está sobre mi escritorio pero aún no leo un párrafo y de lo único que puedo hablar es de la foto de Juan José Saer luciendo una bufanda a cuadros.
La lagartija no deseada que rescate del caos
¿Quieren comprender el sentido más bíblico de la expresión caos? Bien, pues vayan al supermercado Ley y diríjanse a la sección de libros y discos. Sourrandear ahí es algo así como una exploración al Amazonas. Y es que si bien en todo super-mercado que se de a respetar jamás faltarán los manuales para convertirse en atleta sexual, la mágica dieta sánscrita que per-mite bajar 10 kilos al devorar algodones de azúcar y los infaltables abortos cornejianos cuauthemocsanchezcos, en el Ley se encuentran, con demasiada paciencia y dedicación, ejemplares bastante raros y atípicos que no se ven en las librerías conven-cionales.
Ediciones viejas de Joaquín Mórtiz y Planeta en precios menores a los 28 pesos, yacen desparramados entre la biblioteca de superación personal.
Ahí compré un libro que no estoy seguro de haber deseado. Se llama Cola de lagartija y es de la argentina Luisa Valenzue-la psicoanalista y escritora (lo que en Buenos Aires equivale a ser una ciudadana común y corriente) Es una novela negra po-lítico- policíaca de los años de la dictadura (o los años previos a la dictadura) que habla sobre López Rega, el secretario parti-cular de Perón. Batallé largos minutos para pagarla, pues nadie acertaba a definir su precio, empezando por el apocalíptico código de barras hasta llegar al criterio inexistente de las cajeras comemoscas. Al final un empleado que todo lo sabe, de esos que las cajeras invocan por el micrófono cuando la existencia se les depara un acertijo sin solución, acertó a fijar un costo. Y yo en el colmo del sin que hacer y los malsanos deseos de joder al prójimo, reclamé. Sostuve que el libro estaba en oferta pues lo había tomado de una mesa que tenía un mágico señuelo con la leyenda 30 por ciento de descuento. En realidad ahí los libros están desparramados por doquier y la mesa es lo menos definible, pero el empleado sabelotodo no fue capaz de poner en duda mi terminante afirmación y me hizo el descuento. La novela es como esas mujeres que uno no está seguro de desear. Por lo tanto no se si la leeré. Tengo mucha tarea pendiente.
Hitler por 24 pesos
Pero la lagartija no fue mi único ejemplar rescatado del sinaloense caos de Ley. También compré una biografía de Hitler.
Desde que tengo uso de razón y me gusta la historia (aunque no lo crean, la historia me fascina desde niño y me gusta in-cluso más que la literatura) veo en todo supermercado que se da a respetar, colecciones, enciclopedias y series de las grandes biografías de los grandes personajes. Aunque de editoriales diversas, estas colecciones son permanentes, casi siempre muy baratas y sus personajes biografiados siempre son los mismos. Empiezan con Alejandro Magno, Julio César y Confucio. Pa-san por Galileo, Copérnico y Newton, Bolívar y Napoleón, Hitler, Churcill y Stalin y acaban en Luther King y Kennedy. La de Hitler siempre la compro. La otra vez compré de Kafka y Mao.
En realidad, les puedo recitar la biografía del Führer y no creo que esta diga algo que yo no sepa, pero un libro que cuesta 24 pesos y tiene una portada decente, no está para despreciarse.
En torno a dos alfaguarianas reinas baratas
Hoy, caminando por Paseo de los Héroes, encontré a Hamlet y a Chirinos, compañeros de profesión. Hamlet me preguntó si había leído La reina del Sur pero al responder me confundí de emperatriz y le hice la reseña literaria de El vuelo de la Re-ina de Tomás Eloy Martínez. Después de ponerla por los suelos y mostrarla como un ejemplo fehaciente de la corrupción del Premio Alfaguara, reparé en mi error. La reina en cuestión no era argentina sino sinaloense. Entonces mi crítica fue aún más despiadada y llamé a Teresa Mendoza versión kitch de una heroína de cómic o videojuego a ritmo de tambora culichí.
Dos reinas igualmente prostitutas, aunque la porteña es sin duda la menos mala.
El Sísifo deseado.
El objeto de mi deseo esta mañana era El mito de Sísifo de Camus. Lo tuve en mis manos, lo hojeé, lo palpé y contemplé y al final no lo compré. ¿Porque? Que me lo explique un psicoanalista. Me cuesta trabajo consumar la posesión de los objetos literarios deseados.
Un crimen premeditado
Entre los objetos de mi deseo, están dos textos de Borges. Otras inquisiciones y Literaturas germánicas medievales. Yacen o yacían en el Cecut, máximo santuario borgeano de Tijuana. Mientras que las librerías comunes se conforman con tener El Aleph y Ficciones, la librería del Cecut tiene especimenes bastante atípicos del buen José Luis Vogues (según palabras de nuestro presidente), así como la UABC tiene un respetable pandemonio bukowskiano y la Biblioteca Juárez una envidiable alineación gótica. La otra vez ya tenía en caja los libritos borgeanos, pero mi tarjeta no pasó, supongo yo que por pasguatez congénita del cajero. Como no traía efectivo, Borges se quedó esperándome hasta mejor ocasión y yo he pensado una vez más en cometer el robo del siglo, el primero de mi edad adulta, en el Cecut.. Aprovechando la ya mencionada congénita e in-curable pasguatería de los empleados, he pensado que sería empresa fácil consumar mi hurto. ¿Lo habeis oído? Habarse vis-to tal descaro y atrevimiento. El periodista de un respetable diario, que por si fuera poco es orgulloso integrante de la Comi-sión de Ética, confiesa públicamente en un espacio cibernético sus intenciones de cometer un innombrable delito contra la sa-crosanta institución cultural del supremo Gobierno de la Federación. Señor Alcalde, señor Gobernador: La desalmada perfidia de este bibliófilo incurable no tiene límites Cuando desea un libro es peor que un tecato torturado por una infernal malilla. Sobre aviso no hay engaño. Señores funcionarios culturales, ordenad que me carguen de cadenas antes de consumar mi bien planeada fechoría.