Corona de Muerto
La corona de muerto llegó a la casa de Arturo Rivas Vaca hace más de una semana. El subdirector de la Policía Municipal estaba condenado a muerte. Cuando las flores de la mafia han llegado a tu casa, es el equivalente a una sentencia inapelable impuesta por un tribunal. No hay recurso de escapatoria, mucho menos de perdón. Rivas Vaca tenía sobre él la condena y a donde fuera lo perseguiría. La condena fue ejecutada esta mañana. Era cuestión de días. Posiblemente las flores de la corona mortuoria aún no se han marchitado ¿Alguien tendrá el negro humor de ponerlas sobre su tumba?
Casi todos los días de mi vida paso por la carretera de Playas de Tijuana y hoy por la mañana no fue la excepción. A las 7:45 o 7:50 de la mañana pasé por el puente del Mirador y no pude menos que alegrarme por lo fluido del tráfico. Menos de 10 minutos después de haber pasado por ahí, una tormenta de balas de AK- 47 cayó sobre el sub jefe policíaco en ese lugar y el tráfico, obvia decirlo, quedó paralizado. El cuerpo de Rivas Vaca yacía sobre el pavimento con los brazos en cruz. Ante semejante lluvia de proyectiles, era lógico que un inocente que sólo pasaba por ahí saliera herido. Por fortuna la herida no fue de muerte. Los misterios de la aleatoriedad son infinitos. La trascendencia de la casualidad, esos tres minutos de más o de menos. Bastaba que hubiera tardado un poco más con el café o con el cereal, que hubiera modorreado un instante en la cama para que yo estuviera justo bajo el puente del Mirador cuando los cuernos de chivo empezaron a escupir. Hubiera tenido su lado amargo, pero también su lado buenísimo. Cierto, las tormentas de AK-47 suelen repartir plomo gratis y a lo mejor alguna gota de fierro me tocaba. Sin embargo, cargo siempre mi cámara a todas partes y haber estado ahí me hubiera permitido tomar fotos con sangre fresca. Otro capítulo más a la historia de lo que pudo haber sido. No hay que contravenir los designios de la aleatoriedad.
El sicariato no tendría sentido alguno sin sus símbolos y mensajes. La Muerte no es solo un borrador, sino un mensaje. No basta con el burdo acto de suprimir. La Muerte, ante todo, es un ritual, una liturgia. De Quincey estaría orgulloso. El Asesinato como una de las Bellas Artes tiene devotos practicantes en Tijuana. No basta con cegar la vida del individuo no deseado. El asesinato, como el acto sexual, requiere de una ceremonia. En Tijuana los sicarios se toman la molestia de ir a una florería a encargar la corona de muerto de su próxima víctima. Con todo cuidado la envían a su casa y se regodean con el pavor del condenado y sus familiares. Su elegido ya no tiene escapatoria. Ni siquiera Díaz Lerma en Suiza puede estar seguro. No se si Rivas Vaca hizo caso omiso a la corona de muerto. En cualquier caso, la sentencia lo alcanzó. La liturgia criminal tiene sus códigos. No basta con asesinar cuatro policías inoportunos que interrumpen una parranda en Rosarito. Hay que cortar sus cabezas y arrojarlas muy lejos de sus cuerpos. Cabezas en Rosarito, cuerpos en Tijuana. Al chismoso se le corta el dedo y al entrometido se le cuelga de un puente con un enorme letrero sobre su pecho: Bienvenidos a Tijuana. Cae la noche. En mis oídos suena el Blaze in the Northern Sky de los Noruegos DarkThrone, bello himno de furia y misantropía, el espíritu del Black Metal hecho carne. Perfecto soundtrack para estos días en que la Santísima Muerte, botella de mezcal en mano, se carga tremenda parranda en las calles de Tijuana. Brindemos con ella.
La corona de muerto llegó a la casa de Arturo Rivas Vaca hace más de una semana. El subdirector de la Policía Municipal estaba condenado a muerte. Cuando las flores de la mafia han llegado a tu casa, es el equivalente a una sentencia inapelable impuesta por un tribunal. No hay recurso de escapatoria, mucho menos de perdón. Rivas Vaca tenía sobre él la condena y a donde fuera lo perseguiría. La condena fue ejecutada esta mañana. Era cuestión de días. Posiblemente las flores de la corona mortuoria aún no se han marchitado ¿Alguien tendrá el negro humor de ponerlas sobre su tumba?
Casi todos los días de mi vida paso por la carretera de Playas de Tijuana y hoy por la mañana no fue la excepción. A las 7:45 o 7:50 de la mañana pasé por el puente del Mirador y no pude menos que alegrarme por lo fluido del tráfico. Menos de 10 minutos después de haber pasado por ahí, una tormenta de balas de AK- 47 cayó sobre el sub jefe policíaco en ese lugar y el tráfico, obvia decirlo, quedó paralizado. El cuerpo de Rivas Vaca yacía sobre el pavimento con los brazos en cruz. Ante semejante lluvia de proyectiles, era lógico que un inocente que sólo pasaba por ahí saliera herido. Por fortuna la herida no fue de muerte. Los misterios de la aleatoriedad son infinitos. La trascendencia de la casualidad, esos tres minutos de más o de menos. Bastaba que hubiera tardado un poco más con el café o con el cereal, que hubiera modorreado un instante en la cama para que yo estuviera justo bajo el puente del Mirador cuando los cuernos de chivo empezaron a escupir. Hubiera tenido su lado amargo, pero también su lado buenísimo. Cierto, las tormentas de AK-47 suelen repartir plomo gratis y a lo mejor alguna gota de fierro me tocaba. Sin embargo, cargo siempre mi cámara a todas partes y haber estado ahí me hubiera permitido tomar fotos con sangre fresca. Otro capítulo más a la historia de lo que pudo haber sido. No hay que contravenir los designios de la aleatoriedad.
El sicariato no tendría sentido alguno sin sus símbolos y mensajes. La Muerte no es solo un borrador, sino un mensaje. No basta con el burdo acto de suprimir. La Muerte, ante todo, es un ritual, una liturgia. De Quincey estaría orgulloso. El Asesinato como una de las Bellas Artes tiene devotos practicantes en Tijuana. No basta con cegar la vida del individuo no deseado. El asesinato, como el acto sexual, requiere de una ceremonia. En Tijuana los sicarios se toman la molestia de ir a una florería a encargar la corona de muerto de su próxima víctima. Con todo cuidado la envían a su casa y se regodean con el pavor del condenado y sus familiares. Su elegido ya no tiene escapatoria. Ni siquiera Díaz Lerma en Suiza puede estar seguro. No se si Rivas Vaca hizo caso omiso a la corona de muerto. En cualquier caso, la sentencia lo alcanzó. La liturgia criminal tiene sus códigos. No basta con asesinar cuatro policías inoportunos que interrumpen una parranda en Rosarito. Hay que cortar sus cabezas y arrojarlas muy lejos de sus cuerpos. Cabezas en Rosarito, cuerpos en Tijuana. Al chismoso se le corta el dedo y al entrometido se le cuelga de un puente con un enorme letrero sobre su pecho: Bienvenidos a Tijuana. Cae la noche. En mis oídos suena el Blaze in the Northern Sky de los Noruegos DarkThrone, bello himno de furia y misantropía, el espíritu del Black Metal hecho carne. Perfecto soundtrack para estos días en que la Santísima Muerte, botella de mezcal en mano, se carga tremenda parranda en las calles de Tijuana. Brindemos con ella.