Egoísmo tijuanero
Toco madera, pero si en Tijuana hubiera una catástrofe tan devastadora como el terremoto de 1985 en el DF ¿Seríamos los tijuanenses tan solidarios como los chilangos?
Una de las cosas que más me gustan de Tijuana es que aquí la gente simplemente no se mete en tu vida. Tu apellido, tu moralidad y el origen de tus ingresos son cosas que aquí a tu vecino le valen un carajo, a diferencia de lo que sucede en mi tierra natal y en muchas ciudades del Centro de la República donde cada ciudadano es un juez en potencia.
El problema es que de la misma forma que a tu vecino no le importa si vives de la prostitución y el narcotráfico o te dedicas a obras altruistas, tampoco le importa si te secuestraron a un familiar o si estás agonizando. En Tijuana el prójimo suele valer un carajo. No somos gregarios, mucho menos solidarios. Carecemos de pasiones comunes y símbolos de identidad. En ese sentido la muerte de Blancornelas me dejó pensando mucho. Alguien me dijo que si Blancornelas hubiera sido hermosillense o inclusive mexicalense, la ciudadanía realmente se hubiera conmovido con su fallecimiento y se hubiera volcado a su entierro. Pero Tijuana carece de ídolos y sus amores son pasajeros, como esos ligues briagos de antro.
La misma sociedad que durante años llamó mafioso y asesino a un tipo, lo convirtió de golpe y porrazo en su alcalde y ahora está a punto de convertirlo en gobernador y sin duda se olvidará de él cuando deje de ser útil o pase de moda.
Cuando te marchas un rato de la ciudad, regresas e inevitablemente la miras con otros ojos. Quiero mucho Tijuana, pero cada vez me queda más claro que somos algo así como la capital del egoísmo.
Medio tiempo
Dante descendió a los Infiernos al llegar a la mitad del camino de nuestra vida. Así comienza la Divina Comedia. Dicen los analistas que con la mitad del camino de nuestra vida se refería Dante a los 35 años, tomando en cuenta que 70 podría ser un periodo de vida humana promedio (altísimo a mi juicio para el Siglo XIII, pero en fin)
Así las cosas, los que andamos en los treintas estamos llegando al medio tiempo. Cierto, sólo la Santísima Muerte sabe si estás en los últimos minutos, pero tomando en cuenta una existencia promedio, se puede decir que el índice Dante es más o menos exacto y aplicable.
Inevitablemente, tiendo a ver la vida como un partido de futbol. Lo siento, pero el deporte de las patadas es mi metáfora favorita y casi todas las situaciones de mi existencia las comparo con una jugada futbolera.
El gran drama del envejecimiento, tormento ontológico de Occidente, es la conciencia del avance del reloj. Nunca es lo mismo el primer tiempo de un partido que el segundo.
Cuando juegas los primeros minutos puedes darte el lujo de arriesgar. Un gol en contra en el primer tiempo no suele doler tanto, pues de una u otra forma sabes que hay tiempo para recuperarte, pero cuando recibes un gol en el segundo tiempo, te devastas psicológicamente. Inevitablemente, cuando los minutos pasan y el marcador es apretado, todo entrenador tiende a cuidar el resultado. Las decisiones son cada vez más cautelosas, pensadas y tienden más a cuidar y mantener que a modificar (a menos, claro, que vayas perdiendo).
Así me he vuelto yo con el paso del tiempo. En mi adolescencia y en mis veintes solía tomar decisiones radicales, drásticas y precipitadas, producto de impulsos y corazonadas, más que de sesudos análisis.
Sabía que pasara lo que pasara, nada sería al final demasiado drástico y podía darme ese delicioso lujo de cometer errores a placer. Pero de pronto miras el reloj y te das cuenta que el partido ya va avanzado y no puedes arriesgar el marcador que hasta ahora has conseguido. Entonces te vuelves ultra cauteloso y defensivo. Sacrificas riesgos y jugadas vistosas a la ofensiva con tal de cuidar lo poco que has logrado.
A estas alturas de mi vida, siento que voy ganando mi partido 1-0, pero ya no juego tan ofensivamente como lo hacía hace unos años. Así definiría yo la edad adulta. En algún libro leí que es muy sano haber quebrado y tocado fondo, económicamente hablando, antes de los 30 años. Saber lo que es perder y volver a empezar de nuevo. Yo nunca he quebrado. Con mi esquemita disciplinado y cauteloso he mantenido mi portería en cero, pero no logro atacar. Cuando has perdido todo y estás mordiendo polvo sueles tomar riesgos inverosímiles. Es como cuando vas perdiendo por goleada. Sacas defensas, metes delanteros y manas al portero a rematar. Da lo mismo perder por tres que por cinco. Pero cuando vas ganando 1-0 como yo, irremediablemente tiras a todos atrás. Juegas con tres centrales y no arriesgas una sola pelota. Ese es el partido de futbol que estoy jugando en este momento.
Toco madera, pero si en Tijuana hubiera una catástrofe tan devastadora como el terremoto de 1985 en el DF ¿Seríamos los tijuanenses tan solidarios como los chilangos?
Una de las cosas que más me gustan de Tijuana es que aquí la gente simplemente no se mete en tu vida. Tu apellido, tu moralidad y el origen de tus ingresos son cosas que aquí a tu vecino le valen un carajo, a diferencia de lo que sucede en mi tierra natal y en muchas ciudades del Centro de la República donde cada ciudadano es un juez en potencia.
El problema es que de la misma forma que a tu vecino no le importa si vives de la prostitución y el narcotráfico o te dedicas a obras altruistas, tampoco le importa si te secuestraron a un familiar o si estás agonizando. En Tijuana el prójimo suele valer un carajo. No somos gregarios, mucho menos solidarios. Carecemos de pasiones comunes y símbolos de identidad. En ese sentido la muerte de Blancornelas me dejó pensando mucho. Alguien me dijo que si Blancornelas hubiera sido hermosillense o inclusive mexicalense, la ciudadanía realmente se hubiera conmovido con su fallecimiento y se hubiera volcado a su entierro. Pero Tijuana carece de ídolos y sus amores son pasajeros, como esos ligues briagos de antro.
La misma sociedad que durante años llamó mafioso y asesino a un tipo, lo convirtió de golpe y porrazo en su alcalde y ahora está a punto de convertirlo en gobernador y sin duda se olvidará de él cuando deje de ser útil o pase de moda.
Cuando te marchas un rato de la ciudad, regresas e inevitablemente la miras con otros ojos. Quiero mucho Tijuana, pero cada vez me queda más claro que somos algo así como la capital del egoísmo.
Medio tiempo
Dante descendió a los Infiernos al llegar a la mitad del camino de nuestra vida. Así comienza la Divina Comedia. Dicen los analistas que con la mitad del camino de nuestra vida se refería Dante a los 35 años, tomando en cuenta que 70 podría ser un periodo de vida humana promedio (altísimo a mi juicio para el Siglo XIII, pero en fin)
Así las cosas, los que andamos en los treintas estamos llegando al medio tiempo. Cierto, sólo la Santísima Muerte sabe si estás en los últimos minutos, pero tomando en cuenta una existencia promedio, se puede decir que el índice Dante es más o menos exacto y aplicable.
Inevitablemente, tiendo a ver la vida como un partido de futbol. Lo siento, pero el deporte de las patadas es mi metáfora favorita y casi todas las situaciones de mi existencia las comparo con una jugada futbolera.
El gran drama del envejecimiento, tormento ontológico de Occidente, es la conciencia del avance del reloj. Nunca es lo mismo el primer tiempo de un partido que el segundo.
Cuando juegas los primeros minutos puedes darte el lujo de arriesgar. Un gol en contra en el primer tiempo no suele doler tanto, pues de una u otra forma sabes que hay tiempo para recuperarte, pero cuando recibes un gol en el segundo tiempo, te devastas psicológicamente. Inevitablemente, cuando los minutos pasan y el marcador es apretado, todo entrenador tiende a cuidar el resultado. Las decisiones son cada vez más cautelosas, pensadas y tienden más a cuidar y mantener que a modificar (a menos, claro, que vayas perdiendo).
Así me he vuelto yo con el paso del tiempo. En mi adolescencia y en mis veintes solía tomar decisiones radicales, drásticas y precipitadas, producto de impulsos y corazonadas, más que de sesudos análisis.
Sabía que pasara lo que pasara, nada sería al final demasiado drástico y podía darme ese delicioso lujo de cometer errores a placer. Pero de pronto miras el reloj y te das cuenta que el partido ya va avanzado y no puedes arriesgar el marcador que hasta ahora has conseguido. Entonces te vuelves ultra cauteloso y defensivo. Sacrificas riesgos y jugadas vistosas a la ofensiva con tal de cuidar lo poco que has logrado.
A estas alturas de mi vida, siento que voy ganando mi partido 1-0, pero ya no juego tan ofensivamente como lo hacía hace unos años. Así definiría yo la edad adulta. En algún libro leí que es muy sano haber quebrado y tocado fondo, económicamente hablando, antes de los 30 años. Saber lo que es perder y volver a empezar de nuevo. Yo nunca he quebrado. Con mi esquemita disciplinado y cauteloso he mantenido mi portería en cero, pero no logro atacar. Cuando has perdido todo y estás mordiendo polvo sueles tomar riesgos inverosímiles. Es como cuando vas perdiendo por goleada. Sacas defensas, metes delanteros y manas al portero a rematar. Da lo mismo perder por tres que por cinco. Pero cuando vas ganando 1-0 como yo, irremediablemente tiras a todos atrás. Juegas con tres centrales y no arriesgas una sola pelota. Ese es el partido de futbol que estoy jugando en este momento.